Angustiada, Flora observó las luces del teléfono a la espera de que Matt dejara de hablar. En cuanto colgara, ella entraría y le obligaría a escucharla.

Estaba de pie en el instante mismo en que la luz parpadeó, pero Matt salió antes de que ella diera un paso y era evidente que su actitud no era receptiva. Tenía el rostro endurecido por la ira y no la miraba. Si sentía algo por ella, lo estaba ocultando muy bien.

– Aquí estás -dijo con una voz tan fría que Flora se estremeció-. Un fax debe estar a punto de llegar. Estoy seguro de que te interesa verlo.

– Matt, quiero explicarte que… -suplicó Flora, pero Matt fue a la máquina, dándole la espalda.

– Aquí está -dijo, y retiró el papel tendiéndoselo al instante.

– Esto ha aparecido hoy -sus palabras eran hirientes-. La oficina de Nueva York quiere saber si voy a responder.

Asombrada, Flora tomó la hoja. Era una copia de una página de una revista de cotilleo muy popular y el titular rezaba: «¿Falso noviazgo?». Con desaliento contempló una fotografía en la que estaba con Matt y su madre. Nell sonreía, pero Matt y ella parecían francamente incómodos. Debía ser el día de la partida de Nell, pensó Flora y comenzó a leer:

Matt Davenport, presidente del gigante de la electrónica Elexx, saliendo de un famoso restaurante londinense acompañado por su madre y su prometida, la inglesa Flora Mason.

Aunque no existe anunció oficial, se rumorea con insistencia que Davenport se casará a finales de año con su secretaria, y la joven ha sido vista en su compañía llevando un fabuloso anillo de compromiso. Sin embargo, según una fuente cercana a la pareja, su noviazgo no es más que una farsa. Davenport, de treinta y ocho años, se ha cansado de que su madre, la popular dama de la sociedad, Nell Davenport, le presione para que se case. Su madre ha dominado su vida desde la muerte de su padre, Scott Davenport, cuyo carácter reservado, creó en el joven Davenport una desconfianza permanente hacia la dependencia emocional y un temor a los compromisos a largo plazo. Con el falso compromiso, la intención era contentar a la madre y tener paz durante unos meses.

Últimamente se había asociado al millonario con la modelo británica Venezia Hobbs. Pero al parecer éste llegó a un acuerdo con su secretaria, que lleva unos meses trabajando para él. Los amigos de la joven Mason se extrañaron al saber de su compromiso y sus padres niegan estar informados. «No sabíamos nada», declaró su madre al ser preguntada al respecto.

– ¡Oh, Dios mío! -Flora se llevó la mano a la boca y se dejó caer en la silla, abrumada-. ¡Han hablado con mi madre! ¡Va a matarme! -alzó los ojos horrorizados hacia Matt cuyo rostro parecía esculpido en granito-. ¿De dónde han sacado todo esto?

– Esa es mi pregunta -dijo Matt con voz glacial y Flora abrió la boca al darse cuenta de lo que insinuaba.

– ¿No pensarás…? ¡No puedes creer que yo tengo algo que ver con esto!

– Bueno, yo desde luego no he hecho confidencias a Sebastian Nichols -dijo Matt, escupiendo cada palabra como si le asqueara pronunciarlas.

– ¿Seb? ¿Qué tiene que ver él? -la mirada asustada de Flora fue hasta el pie de la noticia. Allí, blanco sobre negro, estaba el nombre de su amigo-. Oh, ¿cómo ha podido? ¿Cómo ha podido?

La boca de Matt mostró todo su desprecio.

– ¿Qué te extraña? ¿Creíste que no lo contaría? Nadie puede ser tan idiota como para pensar que un reportero no va a contar una noticia tan buena.

– Pero yo no le dije nada. Nunca le conté a Seb que lo nuestro no era real.

– ¿Lee la mente, entonces? -Matt estaba pálido y su única intención era soltar toda su amargura y su decepción-, ¿Por eso quería hablar contigo? ¿Para comentar los detalles? ¿Quería saber el nombre de mi padre o preguntarte si ponía que estoy traumatizado o sólo deprimido?

Flora se llevó las manos a los oídos para no seguir escuchándolo.

– Matt, escucha -dijo con desesperación-. Lo siento mucho, pero Seb no lo obtuvo de mí.

– No te creo -dijo Matt sin pestañear-. Sólo tú y yo sabemos los detalles de esta historia -las arrugas de su rostro se habían acentuado-. Es irónico que la primera vez en que hablo de mi padre, lo haga con alguien que salta de la cama para contárselo todo a un periodista.

Se dio la vuelta, incapaz de soportar el dolor del rostro de Flora. Le estaba mintiendo, como le había mentido desde el principio.

– Toda tu simpatía para que abriera mi corazón funcionó, ¿verdad?

Flora sintió que estaba atrapada en una pesadilla.

– Escucha, todo esto es un error terrible…-comenzó, pero Matt no la dejó continuar.

– Sí, desde luego -su voz era tan hiriente que Flora cerró los ojos-. He cometido un gran error al confiar en ti.

– Matt, por favor…

– ¡No! -la palabra escapó de sus labios, como un estallido y se volvió hacia ella-. ¿Cómo crees que va a sentirse mi madre cuando lea esto? ¡Todos sus amigos deben estar llamándola a Italia para decírselo! Pero a ti, ¿qué te importa? -añadió furiosamente-. Te marchas a viajar con Seb que sin duda ha pagado el billete con toda esta basura.

– No me voy -dijo Flora, que empezaba a marearse de desesperación. No podía creer que aquel hombre extraño e implacable, aquel enemigo, era Matt, el mismo que la había abrazado toda la noche y que le había hecho el amor con una ternura que casi la hace llorar.

– ¡Pues eso le estabas diciendo a Paige hace un momento! -Matt la miró con creciente desprecio-. ¿O es que vas a negar lo que he escuchado?

– No… esto, sí, oíste eso, pero no era…

– No sé qué me extraña tanto -la interrumpió Matt con amarga burla-. Nunca has ocultado lo que querías, ¿verdad, Flora? Incluso te vi con Seb en la calle. Pero todo el tiempo pensé como un imbécil que las semanas que pasamos juntos contaban más que el dinero fácil para marcharte. Supongo que yo tengo la culpa.

Sin esperar una respuesta, fue hasta su despacho, seguido por Flora que temblaba y seguía sin creer lo que estaba sucediendo.

– Matt -dijo con impotencia, pero él ya estaba garabateando algo en un cheque, antes de arrancarlo con furia.

– Toma -dijo, casi tirándoselo-. Creo que te parecerá justo. Incluso he incluido todas esas noches de trabajo extra. Espero que estés fuera de Londres al menos hasta que yo me marche a Nueva York.

El color se retiró del rostro de Flora.

– ¿Eso es todo? -preguntó sin mirar el cheque que sostenía.

– ¿Quieres más?

– Sólo he pedido la oportunidad de explicarme -y de pronto, la rabia tomó el lugar de la desesperación y Flora gritó a su vez-: Tienes razón, ¿para qué voy a explicar nada? No te importa otro punto de vista que el tuyo. En ningún momento has supuesto que puedas estar equivocado, ¿verdad, Matt?

Matt quiso hablar, pero la furia de Flora se había desatado.

– Si de verdad crees que soy capaz de llamar a un reportero y contarle todos nuestros secretos, ¡perfecto! Prefiero no verte más. Pero te diré algo -añadió con el mismo enfado-: Jamás hubiera contado la historia de tu padre porque no tiene el menor interés. Es patético que un hombre adulto sea incapaz de expresar la menor emoción. Echas la culpa a tu padre, pero eso es la salida fácil. ¡Mucha gente crece con problemas más graves sin volverse un monstruo arrogante y egoísta!

– Ya has dicho lo que querías -dijo Matt-. Será mejor que te marches.

– No te preocupes, me marcho -Flora estaba tan indignada que no veía, pero buscó su pasaporte entre sus papeles y lo guardó.

Después estudió el cheque con deliberada atención.

– No es exactamente dinero fácil -dijo con maldad-. Pero me vendrá bien.

En la puerta, Flora lo miró por última vez. Matt estaba apoyado en la puerta de su despacho, con un aspecto de tristeza como no había visto nunca. Sintió el impulso ridículo de correr a consolarlo, pero supo que la rechazaría con odio. Quería perderla de vista, nada más.

– Adiós, Matt -dijo, asombrada de la calma fría que había en su propia voz-. Sabes, me alegro de que esto haya sucedido. Tenía miedo de haberme enamorado de ti, pero ahora sé que eran imaginaciones. No eres capaz de expresar emociones, porque no las sientes. Por eso, es imposible quererte -dijo y se dio la vuelta, saliendo del despacho.

– ¡Flora! -Matt corrió tras ella, sin saber qué quería decirle, consciente sólo del temor a perderla-. ¡Flora! -gritó de nuevo, pero ella estaba ya en los ascensores y ni siquiera se había vuelto.

Matt soltó un taco y volvió a su despacho, cerrando con un portazo que hizo temblar el edificio. No iba a correr detrás de ella. Él no tenía nada que reprocharse y era Flora la que le había traicionado. Y luego se había ido sin una disculpa.

El artículo seguía sobre la mesa de Flora. Matt lo arrugó con un gesto de rabia y luego, repentinamente hundido por la desesperación, cayó sobre un asiento y se escondió la cara entre las manos.

Tenía que hablar con su madre y contarle los hechos antes de que leyera el artículo. No sabía qué iba a decirle. Sólo sabía que una hora antes Flora canturreaba alegremente en la oficina y que ahora se había marchado para siempre.

Flora esperaba sus maletas en el aeropuerto de Sydney. «Estoy en Australia» se repetía una y otra vez, pero no podía aceptarlo. Tantos meses, años incluso, soñando con sus viajes y lo único en lo que pensaba era en lo lejos que estaba de Matt.

Tocó el anillo que llevaba colgado del cuello como si fuera un talismán. Su primer impulso había sido enviárselo a Matt, pero él había insistido en que se lo quedara. Tampoco podía llevarlo en el dedo, de manera que decidió colgárselo del cuello, y allí estaba mientras el recuerdo de Matt se retorcía en su interior como un cuchillo.

Desde que Flora salió aquella terrible tarde, ocho días atrás, de las oficinas de Elexx, había estado sumida en tal desesperación que apenas si había sido consciente de sus movimientos y decisiones. Se sentía anestesiada mientras guardaba su ropa en el hotel, tomaba un taxi a la estación y el primer tren a Yorkshire. Su tristeza era tan honda que ni siquiera lloró cuando su madre fue a recogerla en su pueblo.

Y la misma tristeza la había mantenido sin lágrimas durante el viaje agotador hasta Sydney. Nada le parecía real. Lo único real era Matt, el calor de su sonrisa, sus manos y sus ojos. Flora se sentía completamente separada del mundo si estaba lejos de él y ya no sabía ni sentir algo que no fuera dolor.

Le dolía su ausencia con un dolor tan agudo y persistente que a veces le impedía respirar. El dolor era lo único que vivía en ella, y temía que un día desapareciera, dejando sólo el vacío y la inexistencia.

Había dejado a Matt atrás, eso lo sabía. Él no había intentado buscarla cuando se marchó. Y si de verdad creía que ella tenía algo que ver con el artículo, Flora prefería que no la encontrara.

Eso se dijo cuando llegó al aeropuerto de Londres y vio que Matt no estaba. Era una locura, pero hasta el último momento había esperado que él la buscara y le impidiera marcharse. Y allí estaba, en Australia, intentando recordar cómo era antes de conocer a Matt, cuando podía vivir sola y disfrutar de la vida.

Por fin apareció su maleta y Flora tiró de ella para ponerla en el carrito. No tenía ni idea de cuál era el paso siguiente y de pronto le entró un pánico tan profundo que sólo pudo aferrarse al carro, mirando al vacío. ¡No quería estar allí! Quería estar en Londres, con Matt, abrazada a él en la cama.

Se dio cuenta de que varios viajeros la miraban con curiosidad. Flora hizo un esfuerzo sobrehumano para moverse. No podía seguir allí. Así que suspiró y se dirigió hacia la salida. No tenía nada que declarar, salvo un corazón roto, y no creía que el policía de aduanas estuviera interesado en eso.

Y después salió, indiferente a los gritos y empujones de la gente que había ido a esperar a familiares y amigos. Ella bajó la vista y empujó el carro, segura de que nadie la esperaba.

El dolor atenazó su corazón como una garra cruel, pero se esforzó en no llorar. Había pasado días con un frío glacial que le impedía llorar y no iba a empezar en Australia. Tenía que resistir.

– ¿Flora?

Junto con su nombre reconoció la voz americana, tan parecida a la de Matt que su corazón dio un vuelco. Se estaba volviendo loca, hasta el punto de tener visiones. Apretó el paso, intentando escapar de los fantasmas de su mente.

– ¡Flora! -esta vez había alguien a su lado, y una mano tocaba su hombro.

Flora se quedó helada. No podía ser Matt. Se giró muy despacio, temiendo la terrible decepción. Pero allí estaba, tan alto y guapo como lo recordaba. Los mismos ojos verdes, el mismo gesto severo que tanto le gustaba. Nadie tenía una boca como aquella.

Lo miró, incrédula, renuente a reconocer que estaba allí, con la expresión incierta, como si él tampoco creyera que la había encontrado.