Romance eterno

Título Original: Temporary engagement

Capítulo 1

– Aquí llega -el piloto señaló el coche negro que acababa de aparecer en dirección a la terminal. Había estado charlando con Flora apoyado en la escalerilla del aparato, pero al ver el auto se puso recto-. Será mejor que me prepare. A Matt Davenport no le gusta que le hagan esperar -le guiñó un ojo-. ¡Buena suerte!

– Gracias -dijo Flora con voz débil mientras el piloto subía por la escalerilla del avión. Observó el coche elegante con desmayo. Si otra persona volvía a desearle suerte en su trato con Matt Davenport, empezaría a ponerse realmente nerviosa.

Un viento, inesperadamente frío para estar a finales de mayo, revolvió su cabello y Flora se lo apartó, mientras bailaba sobre sus pies para entrar en calor, deseando haberse puesto una chaqueta de invierno. Llevaba mucho tiempo sin levantarse tan temprano y esperaba que no fuera un hábito del señor Davenport empezar a trabajar a las siete de la mañana.

El coche se detuvo exactamente delante de la escalerilla y el chofer descendió ágilmente para abrir la portezuela del pasajero. Flora dejó de moverse y procuró parecer alerta y eficaz mientras un hombre con un maletín bajaba del coche. Lo miró con cierta sorpresa. Era joven y tenía una expresión ansiosa, casi nerviosa. Sin duda, no se trataba del tiránico Davenport del que todo el mundo parecía recelar.

No era él. Un segundo después otro hombre bajó del coche y, aunque Flora nunca lo había visto, supo sin lugar a dudas que aquel era Matt Davenport. Era un hombre alto y moreno, y hablaba por un teléfono móvil de manera que su rostro permanecía medio oculto. A pesar de ello, emanaba de él poder, estaba presente en la forma arrogante de sus hombros, en su paso lleno de energía, en el gesto impaciente con el que indicó al joven del maletín que se apresurara.

«No te preocupes, podré con él». Flora recordó su promesa a Paige, formulada unas horas antes. Ya no estaba tan segura de sus fuerzas. Si alguien parecía capaz de domar al mismo demonio, ese era Davenport.

Se detuvo un momento para dar órdenes al hombre joven y después, siempre hablando por teléfono, se dirigió hacia Flora, que se puso recta y preparó su mejor sonrisa.

Pero el hombre de negocios pasó a su lado, camino de la escalerilla sin apenas mirarla. La sonrisa de Flora se convirtió en una mueca de asombro.

– ¡Señor Davenport! -exclamó, corriendo tras él.

– ¿Usted quién es? -dijo éste apartando el teléfono de su oído, pero sin detenerse.

– Soy Flora Mason, su nueva secretaria -dijo ésta sin aliento. No era fácil caminar a su paso mientras sostenía su bolsa y se apartaba el cabello de la cara para poder hablar-. Quedé en verlo aquí.

Matt Davenport se detuvo al pie del avión y bajó el teléfono. No podía ver gran cosa de la joven que corría tras él salvo que tenía un montón de pelo. La miró durante unos segundos antes de subir las escaleras.

– ¿Es usted lo mejor que han podido enviarme?

– Sí… esto… Me pidieron que hiciera la prueba hoy -dijo Flora, subiendo de dos en dos los escalones tras él-. Paige me recomendó -añadió con una punzada de desesperación-. Me dijeron que necesitaba a alguien para reemplazarla un tiempo.

Matt se detuvo tan bruscamente en lo alto de la escalerilla que Flora casi choca con él.

– ¿Es la amiga de Paige? -no podía creerse que aquella joven desastrada tuviera algo en común con su elegante, discreta e impecable secretaria personal.

– Sí -Flora estaba sonrojada y se había quedado sin aliento por la subida. Hizo un último intento por controlar su melena-. Ella sugirió mi nombre a su departamento de personal y me llamaron ayer.

Matt le dedicó otra mirada hiriente y luego masculló:

– ¡Debían estar desesperados! ¿Sabe taquigrafía?

– Sí, pero…

– ¿Habla francés?

– Sí.

– Está bien -dijo de golpe-. Veremos cómo se las arregla hoy. Es demasiado tarde para buscar otra persona.

Con esto, se giró y entró en el avión, siempre hablando por el teléfono e ignorando por completo la sonrisa de bienvenida de la azafata.

¡Simpático tipo! Flora empezaba a comprender por qué todos hacían una mueca al oír el nombre de Davenport. A pesar de todo, había pasado la primera prueba. Se detuvo en la cabina del avión donde se encontró con la mirada comprensiva de la azafata que le dijo con una sonrisa:

– ¡Buena suerte!

Y cerró la puerta a sus espaldas.

Flora nunca había estado en un jet privado y contempló el interior con curiosidad. No se parecía a los aviones normales. Todo era color crema y estaba muy limpio, los asientos eran enormes y mullidos, invitando al descanso. Lo único que estropeaba el ambiente de lujo y riqueza era el dueño.

Matt Davenport había elegido un asiento frente a ella. Puesto que ya no tenía el pelo en los ojos, pudo mirarlo con calma. Había algo amenazante y oscuro en su aspecto, e incluso en el interior de un traje gris inmaculado resultaba demasiado fuerte y agresivo para el entorno del avión. Tenía un rostro duro, con rasgos fuertes y oscuros, y un gesto de voluntad incansable que era lo opuesto al humor vago y más bien frívolo de Flora. Era una pena, se dijo ésta, admirando su boca y se preguntó cómo sería al sonreír. Si es que alguna vez sonreía.

– Dile que ocho millones es la última oferta -decía al teléfono. Escuchó un instante con expresión de impaciencia-. ¡Hazlo! -gritó y colgó el teléfono sin una palabra de despedida.

Alzó la vista y se encontró con Flora mirándolo desde el otro extremo de la cabina.

– ¡Usted! ¿Cómo ha dicho que se llama?

– Flora Mason.

– ¿Y qué hace ahí parada? -señaló con el móvil el asiento frente al suyo-. Vamos, siéntese.

– ¡Sí, señor! -dijo Flora en voz tan baja que no lo oyó.

Matt la contempló con ecuanimidad mientras se acercaba por el pasillo. No era una belleza, pero no estaría mal si se hubiera arreglado un poco. En aquel momento, estaba desastrosa, con el cabello revuelto y la ridiculamente inapropiada indumentaria que se había puesto. Una camiseta sin mangas, una chaqueta arrugada encima y una falda rosa, nada menos, que le llegaba unos centímetros más arriba de lo que hubiera sido discreto. Sin duda tenía bonitas piernas, pero hubiera preferido que llevara uno de los trajes de chaqueta clásicos que se ponía Paige.

Le molestó igualmente la forma desenvuelta con la que tomó asiento frente él. En lugar de materializar un bloc de notas y esperar quietecita y calladita a que él hablara, se puso a revolver su enorme bolso hasta sacar un cepillo. Bajo los ojos asombrados de Matt, echó la cabeza hacia abajo y comenzó a cepillarse el pelo con vigor.

– Ya está mejor -dijo cuando echó la cabeza hacia atrás, sonriendo con frescura.

Matt se encontró mirando unos ojos azules y directos y tuvo que contener una exclamación de sorpresa. De pronto ya no le parecía una joven tan ordinaria.

Pero no le devolvió la sonrisa. Le había desconcertado y a Matt no le gustaba esa sensación.

– Paige me dijo que tenías mucha experiencia -afirmó con el ceño fruncido.

Curioso. Flora siempre había pensado que los americanos tenían voces cálidas y hermosas. La de Matt era fría y tan dura como sus ojos verde grisáceos. Era una pena, porque con una boca como la suya, le correspondía tener una voz llena de calor. Pero tampoco se iba a casar con él, sólo tenía que aguantarlo un par de meses.

– Y así es -dijo Flora y se puso recta, intentando parecer una secretaria experimentada, aunque no tenía la menor idea de cuál era el modelo. En realidad tenía experiencia, sólo que más amplia que profunda, por así decirlo.

Era obvio que Matt no la creía.

– No me pareces una secretaria de primera -dijo brutalmente.

– Ya sabe lo que dicen sobre las apariencias -replicó Flora con frialdad.

– Pues no -dijo él y abrió su maletín para buscar el informe que Paige le había hecho sobre su amiga inglesa-. ¿Qué dicen?

– Ya sabe, lo engañosas que pueden ser -insistió Flora.

Aquello le obligó a mirarla. Flora siempre se había preguntado qué era una mirada penetrante, pero allí la tenía. Sintió que la mirada fría la estaba horadando el cerebro.

– Sin duda engañan, si lo que quieres decirme es que alguna otra compañía de reputación te ha contratado como secretaria del presidente -dijo con voz cortante-. Basta mirarte. Tienes el pelo revuelto, llevas una chaqueta arrugada, tu falda es demasiado corta y nunca, nunca, he visto a una secretaria venir al trabajo con una camiseta sin mangas.

Flora se inclinó hacia adelante.

– Bueno, usted sabrá más que nadie sobre apariencias engañosas -replicó-. Paige me dijo que era un hombre muy simpático y que era agradable trabajar con usted.

Durante unos segundos, Matt no pudo creerse lo que había oído. Las secretarias solían quedarse boquiabiertas ante él, algunas incluso temblaban, pero ninguna se había atrevido nunca a responderle en ese tono.

– No me dijo que fueras una impertinente -dijo en tono amenazante.

– Tampoco me dijo a mi que carecía de sentido del humor -replicó Flora sin poder evitarlo, mirándolo con desafío.

– ¿Quieres o no este trabajo? -preguntó Matt.

Flora se acordó entonces de su amiga, un poco tarde. Paige la había llamado para decirle que no podía desplazarse a Inglaterra y le había suplicado:

– Por favor, Flora. Mamá entra en el hospital la semana que viene y suponiendo que todo vaya bien, no podrá valerse en dos o tres meses. No puedo dejarla sola, y el señor Davenport quiere estar en Europa para cerrar un negocio y necesita una secretaria.

– Pero, Paige -había protestado Flora-. Elexx es una organización muy importante. Incluso yo he oído hablar de ella. No me puedo creer que su presidente tenga dificultades para encontrar secretaria. ¿Por qué no utiliza otra persona de su personal de Nueva York?

– Podría hacerlo -suspiró Paige-. El caso es que Matt Davenport no es el hombre más fácil del mundo. ¡No me malinterpretes! -prosiguió antes de que Flora hablara-. Es encantador, pero puede ser muy… exigente, supongo. Desde que está en Londres ha probado con cinco secretarias y ha sido un desastre. Al final me pidió mi opinión y le hablé de ti.

– Paige, sabes que no tengo ni idea de todo ese rollo de alto nivel que haces tú -insistió Flora.

– Tienes talento de sobra -señaló Paige-. Y eres muy lista cuando te da la gana. Entiendes las cosas a la primera y hablas francés perfectamente, lo que es fundamental. Y algo más: no te asustará el señor Davenport. En realidad, creo que os gustaréis bastante.

Flora lo creía improbable. No podía imaginar qué podía tener ella en común con un hombre como el empresario duro y ambicioso que tenía en frente.

– Tiene que haber unas cuantas secretarias de dirección muy cualificadas en Londres -dijo-. ¿Por qué no las han buscado?

– Lo harán si no encuentro a nadie que me reemplace. El problema es que una de esas geniales secretarias podría ser demasiado buena y dejarme sin trabajo. ¿Comprendes?

Flora sonrió al auricular.

– ¿Así que me quieres porque sabes que lo haré mal? -bromeó.

– ¡Claro que no! -se indignó Paige-. Es que… me encanta mi trabajo, Flora, y no quiero perderlo. Sé que puedo fiarme de ti y que además no es tu destino ser secretaria. Tienes demasiadas cosas que hacer. Pensé en ti sobre todo cuando supe que tenías unas cuantas deudas. Paga muy bien, Flora -la tentó con voz melosa-. En tres meses ganarás lo suficiente para recorrer el mundo y me guardarás mi puesto calentito. ¿Qué me dices?

Flora no hubiera necesitado tanta seducción. Su trabajo de secretaria por horas apenas le daba para vivir, mucho menos para pagar su deuda con el banco. La idea de librarse de su crédito y ser libre de nuevo la había atraído como un imán.

Sólo al conocer a Matt Davenport en persona había empezado a pensar que el sueldo era ajustado. La estaba mirando con sus ojos implacables mientras ella reflexionaba.

¿Quería el trabajo? Flora pensó en Paige y en su gratitud y luego pensó en lo agradable que sería tenderle un cheque al cretino de su banco y saltar en el siguiente avión para buscar una playa. No había tiempo para gestos orgullosos y además el avión estaba despegando.

– Sí -dijo con firmeza.

– Entonces, sugiero que te guardes esa clase de comentarios ingeniosos para ti.

– Lo siento -dijo Flora, esperando haber parecido sincera-. Es que me pasé horas con mis compañeras de piso intentando decidir qué ponerme hoy. Quería resultar parisina y ha sido un poco duro que me llamaran desastre sólo porque hay un poco de viento.

Matt la miró con incredulidad:

– ¿Esta es tu idea de la elegancia?