– ¿Matt? -la voz de Flora era un hilo y tenía los nudillos blancos de tanto apretar el carrito.

Matt asintió. No podía hablar. Sólo podía mirarla, mirar su rostro más delgado, sus ojos oscurecidos por la tristeza. Pero era Flora, al fin.

– Tenía miedo de que te escaparas -dijo de pronto. Carraspeó, pero había empezado y ya no quería callarse-. Llevo horas esperando que atravieses esa puerta. Empezaba a creer que no te había visto, que habías salido entre la multitud y que te había perdido para siempre.

Flora se sentía desconectada del mundo. Oía sus palabras, pero no las entendía. Nada tenía sentido. Se humedeció los labios.

– ¿Qué haces aquí?

– Tenía que verte -dijo Matt, olvidando que estaban en medio del vestíbulo, molestando a la gente-. Tenía que explicarme, disculparme -de pronto, cerró los ojos, agotado-. Dios mío, cómo me alegro de verte. Te he echado tanto de menos. Tenía que verte para decirte cuánto te quiero.

Y de pronto, tras haber dicho lo que había ido a decir, se quedó callado, mirando a Flora con los ojos oscurecidos por la ansiedad.

– Oh, Matt… -Flora susurró mientras sus palabras iban entrando poco a poco en su cerebro y en su corazón y empezaba a creer que era verdad. Las lágrimas que había contenido tanto tiempo se deslizaron por sus mejillas. ¡La quería! ¡Había dicho que la quería!-. Oh, Matt… -no podía decir otra cosa. Dejó el carrito y dio un paso hacia él, tan insegura como si fueran sus primeros pasos, asustada de estar soñando, o engañándose-. Oh, Matt… -repitió y lo buscó ciegamente y sintió su abrazo, tan fuerte que no podía respirar, pero no quería respirar, sino colgarse de él como si pudiera desvanecerse.

Tenía el rostro hundido en su hombro y Matt besaba su cabello con desesperación.

– Te amo, te amo, te amo -repitió con voz llena de emoción-. No puedo creerme que te abrace de nuevo. Por fin. He recorrido medio mundo para encontrarte, Flora -dijo-. Dime que tú también me quieres.

– Te quiero -exclamó Flora, pero no dejaba de llorar, besando su cuello, su mejilla, cuanto alcanzaba de él-. Oh, Matt, he sido tan desgraciada. Sólo he pensado en ti y ahora estás aquí y no puedo ni creerlo. Sé que es el momento más feliz de mi vida y no puedo dejar de llorar.

Matt se separó para mirarle el rostro lleno de lágrimas. Muy dulcemente, le limpió las mejillas con los pulgares.

– Dilo otra vez -pidió-. Dime que me quieres.

– Te quiero -repitió con más firmeza Flora y por fin Matt comprendió que todo podía salir bien. Sus ojos se iluminaron y sonrió, exultante, antes de besarla con fuerza, un beso tan frenético y profundo que hablaba de toda su soledad y su temor, y el sufrimiento de la separación.

– Flora, siento tanto lo que te dije -reconoció Matt cuando pudo hablar, sujetándola por las manos.

– No importa -comenzó Flora, pero él la detuvo.

– Sí importa. Debí haber confiado en ti. Sé cómo eres y que nunca harías algo así. Pero cuando me dijeron lo de Seb y el artículo, la ira me impidió pensar.

Apretó las manos de Flora, deseando que comprendiera.

– Nunca le había hablado a nadie de mi padre. Me pareció que cuando empezaba a confiar en alguien, me traicionaba. Pero sobre todo estaba enfermo de celos -sonrió con ironía-. Llevaba días reuniendo el valor para decirte que te quería, y de pronto te oigo contarle a Paige que te marchas con Seb. Y un minuto después me hablan de un artículo en el que Seb habla de nosotros, todo parecía tan coherente.

– Matt -dijo Flora suavemente-, ¿cómo podías creer que quería estar con otro después de las semanas que habíamos pasado juntos? ¿No te bastaba con besarme para saber cuánto te quería?

– No estaba seguro -admitió Matt abrazándola de nuevo y apoyando la mejilla en su pelo-. No me atrevía a hablarte de mis sentimientos. ¿Te acuerdas de lo que dijiste al marcharte? ¿Que no era posible amarme? -acalló la protesta de Flora-. Sé que no querías decir eso, pero es lo que he creído siempre desde que murió mi padre. Crecí pensando que él no me había querido y que nadie lo haría.

– Matt, lo siento tanto -murmuró Flora-. Yo sólo buscaba algo que te hiciera daño, porque me habías herido.

– Ya lo sé -repitió Matt besando su cabello-. Pero no tardé mucho en comprender que te equivocabas. Sí que tengo sentimientos y todos te pertenecen.

Flora echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.

– Cuando me oíste hablar con Paige no decía la verdad. Sólo quería asegurarle que no pensaba quedarme con su trabajo.

– Ya me lo dijo -dijo Matt y Flora lo miró con sorpresa.

– ¿Te lo dijo? ¿Has hablado con Paige de esto?

– He aprendido a expresar mis emociones y ya no paro -rió Matt-. Estaba desesperado por encontrarte y pensé que ella me ayudaría.

Al darse cuenta de que estaban entorpeciendo el tráfico, Matt empujó el carrito sin soltar por ello a Flora.

– Salgamos de aquí -dijo-. Te contaré el resto camino del hotel.

– Tardé una noche en comprender cuánto te necesitaba -prosiguió Matt cuando se encontraron en el interior de un taxi-. Me daba igual el artículo, tu relación con Seb, todo. Sólo quería verte.

Tomó la mano de Flora y le besó los dedos antes de seguir con su narración:

– Lo primero que hice fue ir a tu casa a la mañana siguiente, pero no había nadie. Tenía la sensación de que te habrías marchado de Londres y pensaba que igual estabas con tus padres. Sabía que eras de Yorkshire y nada más. Recordé que Paige es tu amiga y la llamé sin fijarme mucho en la diferencia de horario. Creo que la desperté en mitad de la noche, contándole mi historia y suplicando que me ayudara a encontrarte.

Flora rió por primera vez, imaginando la reacción de Paige al descubrir los sentimientos ocultos de su severo y eficaz jefe.

– ¿Se asombró mucho?

– Bueno, no se lo esperaba -sonrió Matt-. Pero hace falta más que eso para desconcertar a Paige. Recordaba que vivías cerca de York, pero no tenía las señas de tus padres. Me disponía a buscar todas las iglesias medievales del condado cuando mamá llamó.

– ¡Nell! -Flora se llevó la mano a la boca. No había dejado de pensar en el disgusto de Nell-. ¡Pobrecita! ¿Estaba muy disgustada por el artículo de Seb?

– Mucho más lo estuvo al saber que te había perdido -dijo Matt con un gesto divertido-. No me hablaba así desde que era pequeño. No voy a contarte el colorido de la conversación, pero me describió como un completo imbécil que había echado a perder lo mejor que le había sucedido en la vida. Y después de ponerme a la altura de su zapato, admitió que era todo culpa suya.

– ¿Culpa suya?

– Al parecer se encontró con Seb en una recepción en Londres. Él se presentó, dijo que era amigo tuyo y olvidó mencionar que era periodista. Mi madre siempre ha tenido debilidad por los jóvenes encantadores y parece que Seb estuvo encantador. Es tan indiscreta que no tardó nada en contarle toda nuestra vida, incluida su versión de mi trauma con mi padre.

Flora miró a Matt con expresión primero absorta y luego alerta:

– Pero Nell no pudo contarle a Seb que estábamos fingiendo. No lo sabía.

– ¿Eso crees? -la sonrisa de Matt era sarcástica-. Siempre olvido lo fácil que es infravalorar a mi madre -dijo con cierto pesar-. Lo supo todo desde el principio. Pero también supo que estaba enamorado de ti antes de que lo supiera yo.

Flora recordó la mirada lúcida, a veces desconcertada de Nell.

– A veces, me pregunté… Pero no tiene sentido. ¿Por qué no dijo nada si pensaba que mentíamos?

– Porque mi madre es mi madre y decidió que sólo nos faltaba un pequeño empujón en la dirección correcta. Le gustaste desde el primer momento, así que simuló estar convencida, y se quedó una semana más para estar segura de que nos conocíamos a fondo. Por eso se pasaba las noches fuera. Quería que estuviéramos más tiempo fingiendo. Y funcionó, ¿verdad?

Se miraron sonriendo, recordando las largas noches de verano que habían pasado haciendo el amor, enamorándose.

– Sí -dijo Flora en voz baja-. Funcionó.

Más tarde, se apoyó en el balcón de la habitación del hotel que daba sobre el puerto de Sydney, contemplando la Ópera, con sus tejados extraordinarios y el famoso puente. Pequeños barcos cruzaban la bahía y al fondo un grupo de veleros iniciaba una regata con las velas al viento, cortando las aguas azules.

Flora sintió el júbilo de la mañana en sus huesos. Se había duchado y con el agua se habían borrado las huellas de la tristeza y el cansancio del viaje. Se sentía llena de energía, fresca y con los sentidos despiertos. El cielo tenía un azul brillante y transparente, y el mismo aire parecía vibrar de vitalidad… o quizás fuera la alegría que bailaba en todo su ser. Matt la abrazó por detrás y Flora se apoyó en su pecho sonriendo al sentir un beso en el cuello.

– No me has dicho cómo me encontraste.

Matt apoyó la barbilla en su cabeza.

– ¿Por dónde iba? Ah, sí, la llamada de mi madre. Eso me aclaró muchas cosas, pero seguía sin saber cómo encontrarte. Así que llamé a la única persona que nos podía ayudar: Seb.

– ¿Llamaste a Seb? -Flora se dio la vuelta para mirarlo con incredulidad.

– Pensé que tendría el número de tus padres.

– Pero, ¿cómo podías hablar con él después de lo que había escrito?

Matt se encogió de hombros. Le costaba creer en su propia furia ahora que abrazaba a Flora.

– Me daba igual con tal de encontrarte -dijo-. Seb confirmó más o menos lo que me había dicho mi madre. Cómo completó con la imaginación lo que le contó Nell.

– Qué canalla -dijo Flora, intentando indignarse, pero completamente indiferente ante la idea de Seb.

– No pudo resistirse a la tentación de publicar lo que había descubierto, y por si sirve de algo, se disculpó -y viendo que Flora seguía sin convencerse-. El caso es que le prometí las entrevistas en profundidad que quisiera si me decía dónde vivían tus padres. Luego tuve que decidir qué iba a decirte. No podía llamarte, porqué te había tratado demasiado mal, así que decidí ir a verte. Llegué a York, a tu casa, cuando no había nadie. Esperé horas y al fin regresaron tus padres: venían de llevarte a la estación. ¡Puedes imaginar cómo me sentí entonces!

– Si hubiera sabido que ibas a venir -suspiró Flora abrazando su cintura-. Era tan infeliz que no sabía qué hacer. Mi padre me convenció de ir a Australia, como había pensado, y él mismo me consiguió un vuelo.

– Ya lo sé. Les expliqué lo ocurrido a tus padres y me dijeron en qué vuelo estabas. Mi idea era buscarte en Londres antes de que te fueras, pero pensé en las ganas que tenías de ver el mundo y que quizás, si nos encontrábamos aquí, podíamos empezar de nuevo, lejos de todo. Por eso tomé el vuelo de Sydney esa misma noche.

Matt sonrió al recordar.

– Siempre llevo el pasaporte, en eso no tuve problema. Pero tuve que comprar ropa al llegar. Desde ayer no he hecho más que esperarte y han sido las horas más largas de mi vida, Flora -le acarició el pelo-. No puedo explicarte cómo me he sentido al verte aparecer después de tanto tiempo.

– Y aquí estamos -dijo Flora y lo miró con tanto amor que Matt tuvo que besarla.

– Aquí estamos -repitió lentamente y se preguntó si ella llegaría a saber algún día cuánto la amaba.

– Los dos solos -rió Flora besándole en la barbilla-. Sin nada que hacer…

Matt rió a su vez.

– Bueno, se me ocurre una cosa que hacer.

– Muy bien -susurró Flora en su oído-. Puedes llamar a tu madre y decirle que al fin tiene posibilidades de ser abuela.

– Podría -asintió Matt y la tomó de la mano, llevándola a la cama-. Pero lo haremos después.

Mucho más tarde, Flora se estiró con alegría bajo las posesivas manos de Matt.

– ¿Y todas esas historias que inventamos para Nell fueron una pérdida de tiempo?

– Oh, no lo sé -dijo Matt, simulando reflexionar-. No tenemos que planear la boda porque ya sabemos que será en la iglesia medieval y luego en tu casa, decorada con…

– Muchísimas flores -rió Flora-.Y ya no necesito anillo -señaló la cadena en su cuello.

– Es verdad -sonriendo, Matt abrió la cadena y dejó caer el anillo en su mano. Con gestos dulces, se lo colocó en el dedo-. Te quiero -dijo, mirándola a los ojos.

– Yo también te quiero -respondió Flora y le ofreció sus labios para un beso dulce y largo.

– Y tampoco tenemos que perder el tiempo hablando de la luna de miel -recordó Matt-. ¿Qué le dijiste a mi madre?

– Ya sabes, dunas y atardeceres, y estar horas tumbados escuchando caer los cocos…

– Eso es -Matt acarició el vientre desnudo de Flora-. Y todas esas noches tropicales…

– Creo recordar que dije algo de divorciarme si se te ocurría llamar al trabajo -le advirtió Flora, estremeciéndose bajo su caricia.