Flora se miró defensivamente la ropa arrugada, chaqueta y falda, ambas prestadas. Jo adoraba su falda rosa y se la había prestado porque era sólo por un día y porque le encantaba la idea de que viajara en un jet privado.
– No pudimos hacer más -replicó Flora, retirándose el pelo del rostro-. No todos tenemos dinero para ropa de moda, ¿sabe?
– Eso es evidente -a pesar suyo, se sentía interesado en la conversación y miró a Flora con mayor detenimiento. Estaba mejor desde que se había cepillado, desde luego, y el color del cabello era hermoso, un rubio oscuro tirando a oro viejo, veteado y suave a la vista, pero demasiado despeinado y suelto para una secretaria. Las piernas largas desnudas, la falta de maquillaje… ¿No se suponía que los ingleses eran estirados y formales?
Por fin admitió que era atractiva, con unos ojos extraordinarios aunque demasiado chispeantes y retadores para su gusto. No valía para el trabajo. Quería alguien en quien confiar, tranquila y discreta, como Paige. Esta Flora no era nada tranquila, en realidad no paraba un instante, y había algo alerta en ella que le atraía y le ponía muy nervioso.
Por otra parte, no parecía la clase de mujer que se pondría a llorar a la primera de cambio y tampoco estaba asustada. La última chica tenía tanto miedo que le había sentado mal la comida. Puesto que Flora ya estaba allí, más valía aprovechar el tiempo para juzgarla.
– No tienes ninguna experiencia como secretaria de dirección, ¿verdad? -preguntó a quemarropa.
Flora vaciló.
– No -admitió al fin, pensando que puesto que no le gustaba, no perdía nada siendo sincera-. Pero eso puede ser una ventaja -añadió en una inspiración.
– ¿Cómo es eso posible? -Matt tenía una mirada sarcástica.
– Bueno, si hubiera trabajado antes para un millonario, podría compararlo con usted.
Las cejas formidables se alzaron con altivez.
– ¿Compararme?
– Sí, ya sabe… -Flora se echó hacia adelante-. Me pasaría el tiempo diciendo: Oh, pero el señor X sólo compra islas privadas en el Caribe -habló con un aire afectado que desmentía el brillo irónico de su mirada-. O bien, el señor Y siempre lleva una botella de champán helado en la limusina… Eso le irritaría, ¿verdad? -terminó, volviendo a su voz normal.
– Desde luego -confirmó Matt, divertido a su pesar. No llegó a sonreír, pero Flora hubiera jurado que la comisura izquierda de su hermosa boca ascendía levemente-. Creo que tienes una idea muy rara de cómo trabajamos los millonarios, como dices. No duraríamos ni dos días en el negocio si nos dedicáramos a beber champán y comprar islas. Paige podría decirte que me paso el tiempo en la oficina, y que nuestra labor es más bien rutinaria.
– Entonces, ¿para qué necesita alguien con tanto nivel a su lado? -aprovechó Flora, provocando un suspiro de impaciencia.
– Porque -dijo el hombre con una tensión inconfundible -si hubieras trabajado para alguien con similar posición, sabrías la importancia de la eficacia y la discreción y la necesidad de ambas para protegerme y representarme ante el mundo. No mejoraría mi reputación tener a alguien como tú en la puerta de mi oficina. No proyectas la imagen adecuada, no sé si me explico.
– ¿Por qué? -se ofendió Flora.
– Es demasiado -Matt hizo un gesto vago-… relajada -dijo al azar.
– Estoy segura de que puedo tener una apariencia tensa y frustrada si me empeño -dijo Flora y al instante puso sus manos ante ella como pidiendo perdón-. Es una broma.
– No necesito una secretaria bromista -dijo Matt sin sonreír-. Tengo que confiar en alguien que va a escribir documentos confidenciales. Nada de lo que has dicho o hecho me muestra que tengas las cualidades requeridas.
– No lo sabrá a menos que pruebe -dijo Flora, intentando compensar su última metedura de pata-. En serio, puedo hacer el trabajo. Sé tomar notas y conozco casi todos los programas al uso. Aprendo rápido y no me importa trabajar duro, mientras no sea durante demasiados meses -añadió con escrupulosa sinceridad-. Pero eso da lo mismo, pues sólo me necesita tres.
– ¿Y qué cualidades, aparte de esa capacidad extraordinaria para trabajar tres meses seguidos, puedes ofrecerme? -preguntó Matt sin molestarse en disimular la ironía.
– Hablo francés muy bien -dijo-. Y también alemán, aunque peor.
Matt estuvo a punto de manifestar su sorpresa.
– ¿Qué más?
Flora se quedó pensativa, buscando las habilidades que podrían impresionarlo. La capacidad de disfrutar de la vida no debía ser gran cosa para él. Sabía hablar con la gente, preparar gin tonics y se podía confiar en ella para que la fiesta arrancara y siguiera toda la noche, pero ninguna de aquellas cualidades era apropiada.
– Paige me ha recomendado -dijo por fin, entre la espada y la pared.
Incluso a sus oídos, sonó bastante pobre como argumento, pero por primera vez, el señor Davenport pareció reflexionar. Paige había sido su secretaria personal durante cuatro años y tenía en gran consideración su juicio. No era propio de ella recomendar a una persona tan absurda como parecía Flora. Tenía que haber algo más en ella, y además nadie podía ser tan frívolo.
Miró por la ventana.
– Ojalá tuviera a Paige ahora -murmuró.
– Pero es que su madre está enferma -señaló Flora-. Así que puede tenerme a mí en su lugar.
Matt la miró y entrecerró los ojos:
– ¿Por qué tienes tanto interés en trabajar para mí?
Los ojos azules lo miraron sin vergüenza.
– Necesito un trabajo temporal que me proporcione mucho dinero -dijo de un tirón-. Paige me dijo que el salario es generoso.
– Es pronto para hablar de salarios -la cortó Matt-. Lo primero es probar tu capacidad. En el día de hoy.
– No le defraudaré -dijo Flora, pero Matt Davenport se limitó a gruñir algo y volver a sus papeles.
Flora guardó silencio, pensando que era mejor no presionarlo. Tendría que demostrar lo buena que era. No tanto como Paige, pero lo suficiente para reemplazarla unos meses.
– ¿Desea café, señor Davenport? -la azafata se inclinaba obsequiosamente junto a él.
– Negro -fue la tajante respuesta.
– ¿Y usted, señora…?
– Flora -replicó Flora con firmeza-. Y sí, por favor, me gustaría tomar un café -exageró la educación para poner de manifiesto la grosería de Davenport-. Con leche, muchas gracias.
Él no ignoró la elaborada réplica y le lanzó una aguda mirada de soslayo a la que Flora respondió con inocencia.
– Genial avión -dijo mientras inclinaba su asiento-. Puede uno dormirse en un sillón tan cómodo.
Matt Davenport la miró con desdén.
– No está aquí de vacaciones. Está aquí para trabajar.
– Oh, desde luego -Flora puso el asiento recto y tomó su bloc de notas.
Matt apenas le dio tiempo a abrirlo antes de empezar a hablar. Dictó notas, ideas, cartas e informes a velocidad de vértigo, sin hacer una pausa para dar las gracias cuando la azafata sirvió los cafés. Flora no pudo ni dar un sorbo al suyo. Su bolígrafo volaba sobre el cuaderno mientras el café se enfriaba a su lado.
Por suerte, Davenport tuvo que contestar al teléfono antes de que Flora estuviera completamente perdida y la pausa le permitió beber café y respirar un momento. Cuando el hombre colgó, preguntó:
– ¿No podría explicarme lo que vamos a hacer hoy? Sería mucho más fácil para mí.
Matt frunció el ceño.
– ¿No te explicaron nada cuando te llamaron para la prueba?
– No mucho. Paige me dijo que era un negocio europeo y los de la empresa sólo me dijeron que estuviera en el aeropuerto para volar a París.
– ¿Cómo vas a traducir lo que digo si no sabes de qué vamos a hablar? -preguntó Matt con exasperación-. Tendrías que haberlo dicho antes.
– No tuve oportunidad -replicó Flora-. Por eso lo digo ahora.
– Oh, muy bien -parecía irritado-. Supongo que conoces la empresa.
– Es electrónica -dijo Flora que no sabía nada más de Elexx.
Pero Matt siguió explicando, sin detenerse a comprobar lo poco que entendía Flora de electrónica.
– Elexx es una de las compañías americanas líderes en el sector, y buscamos una expansión mundial. Hay un mercado importante en Europa y pretendo que Elexx entre con buen pie. Es un proyecto tan importante que lo llevo yo personalmente. Por eso me he instalado en Londres para seguir las negociaciones. Aquí intervienes tú.
– ¿Oh?
– De momento estamos buscando una fusión en Francia -le explicó con severidad-. Entiendo francés, pero no lo hablo y necesito que alguien tome notas y me sirva de intérprete. ¿Puedes hacerlo?
– Claro que sí -dijo Flora que no creía poder hablar de electrónica en su idioma, y mucho menos en francés. Pero mejor no explicárselo a Matt.
Al final, no fue tan terrible como había supuesto, pues las negociaciones se referían sobre todo a aspectos financieros y su francés era suficiente para eso. Incluso llegó a disfrutar, salvo por el hecho de que para lo que vio de París, podía haberse quedado en Londres. Matt le estuvo dictando durante todo el viaje y siguió mientras corrían hacia otro coche. Flora iba sin aliento detrás del hombre de negocios.
Le hubiera gustado sentarse tranquila y mirar el paisaje parisino, pero Matt no era hombre de tiempos muertos. Como mero desafío, Flora logró captar varias vistas de los edificios gris azulados de la ciudad, pero a costa de obligar a su jefe a repetir la frase.
Cuando llegaron a la primera reunión, Flora estaba roja por el esfuerzo de perseguir a Matt y tomó asiento con alivio. Mientras el señor Davenport saludaba a sus asociados futuros, se le ocurrió quitarse la chaqueta, aunque deseó no haberlo hecho. Percibió físicamente la mirada de desprecio de las otras dos secretarias, ferozmente elegantes y sobrias, y tuvo una intensa conciencia de su desnudez.
Matt le dedicó una mirada igualmente despectiva, pues le irritaba que aquellos brazos desnudos le hicieran perder concentración. La piel era cálida y dorada, y se preguntó qué pensarían sus socios de una secretaria que parecía de camino hacia la playa.
Pero el director financiero francés miraba a Flora con placer y aprobación, y le sonrió, a lo que ella contestó con una sonrisa radiante.
– Estaría bien si dejaras de coquetear y te concentraras -tuvo que intervenir Matt con irritación y añadió-. Y por Dios, cúbrete un poco.
Así que Flora se puso la chaqueta y se fue asando poco a poco. Estuvieron horas reunidos, sin ni siquiera parar para comer decentemente. Era típico de su suerte que, para una vez que visitaba París con un millonario, tuvieran que conformarse con café y bocadillos.
Cuando volvieron por la tarde al avión, Flora estaba exhausta. Se dejó caer en el cómodo asiento y se quitó los zapatos con un suspiro de alivio.
– ¡Por fin! -exclamó y cerró los ojos.
Matt que estaba a punto de empezar a dictar sus impresiones de la última reunión, la miró con una mezcla de impaciencia y cierta piedad desacostumbrada en él. Sí que parecía cansada, se dijo, mirando su rostro. Era más fácil mirarla con detenimiento cuando sus ojos curiosos estaban cerrados, más fácil descansar la vista en la curva de su garganta o la sombra de sus pestañas.
Tuvo que admitir que había sido mucho más eficaz de lo que nunca hubiera supuesto. A pesar de su aspecto, parecía tener inteligencia y había sabido enfrentarse a cada novedad del día. Su francés era excelente, sin duda, y se había dado cuenta de que los negociadores franceses respondían a su habilidad para descargar el ambiente y limar tensiones cuando traducía.
Era una pena que fuera tan… buscó la palabra… Que le distrajera tanto. Necesitaba una secretaria que estuviera siempre lista, con la información necesaria, y que el resto del tiempo desapareciera en un segundo plano. Pero no parecía que Flora fuera capaz de desaparecer. Le hacía pensar en el mar, el sol y el calor cuando sólo debía pensar en márgenes comerciales.
Matt siempre había celebrado su capacidad de concentrarse en un tema y le molestaba verse perturbado por una chica como Flora. No es que fuera hermosa.
Tenía una nariz grande y una mandíbula demasiado voluminosa. Con los ojos cerrados, podía definirla sin engañarse como del montón.
El problema era que no podía explicar la urgencia con la que deseaba inclinarse sobre ella y apartarle los rizos de la cara y acariciar la piel cálida de sus pómulos.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Flora abrió los ojos, y se encontró sumido en aquella mirada intensa y azul. Un sentimiento inesperado, como un puño apretándole el corazón, le dejó inmóvil y mudo hasta que fue capaz de apartar la vista.
La mirada de los ojos verdes había sido tan peculiar que Flora no pudo evitar llevarse los dedos a los labios. ¿Se habría quedado dormida con la boca abierta? ¿Por qué la miraba Matt de esa manera?
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