– Creo que he debido quedarme dormida -dijo al fin-. Ha sido un día muy largo.

– Tienes que acostumbrarte a estos horarios si quieres trabajar para mí -dijo Matt con tono brusco.

El rostro de Flora se iluminó al oírlo:

– ¿Quiere decir que tengo el trabajo?

Matt estaba enfadado consigo mismo por sus dudas sobre la joven. Le distraía sin duda, pero había trabajado duro y no se había quejado ni una sola vez. Tampoco tenía mucha elección…

– Si lo deseas, creo que puede funcionar. Y puedes tutearme -dijo al fin.

La sonrisa de Flora era mareante.

– No te arrepentirás -prometió.

Pero Matt ya empezaba a arrepentirse.

Capítulo 2

Matt se esforzó en dejar de mirar el rostro de Flora y contemplar el paisaje, pero era como si su sonrisa siguiera grabada en su mente.

– ¿Cómo conociste a Paige? -preguntó de pronto. Paige llevaba años con él y era una secretaria perfecta, pero era tan discreta que apenas sabía nada de ella. Cuando intentaba conjurar su imagen surgía ante sus ojos el rostro de Flora, con su sonrisa luminosa-. No os parecéis.

– No -asintió Flora. Se desabrochó el cinturón y dobló sus piernas como una niña pequeña-. Paige es increíblemente paciente y tranquila, pero eso ya lo sabes -hacía falta paciencia para estar cuatro años con Davenport, pensó para sí.

Sin embargo, Matt captó su insinuación.

– Ya lo sé -repitió con ironía.

– Y tiene una organización impresionante -siguió Flora-. Todas deseábamos poder odiarla por ser tan perfecta, pero es imposible, es demasiado encantadora.

– ¿Todas?

– Éramos una pandilla en la universidad. Paige estuvo un año, estudiando francés, como yo. Compartíamos la misma residencia y nunca perdimos el contacto.

Matt la miró con seriedad. Su historia era razonable, pero costaba imaginar a la elegante Paige conviviendo con Flora. Sin embargo, la había recomendado con insistencia.

– Paige estaba empeñada en que probara contigo, ¿por qué?

– Sabe que no me interesa un trabajo fijo -dijo Flora con cautela, pues no quería revelar las preocupaciones de su amiga-. Pero me había oído decir que necesitaba dinero, y pensó que yo sería la persona ideal para este puesto.

– Ideal no es la palabra que yo hubiera usado -dijo Matt con una mirada humorística.

– Ya sabes -Flora movió las manos en el aire-. Tú dispones de un puesto bien pagado de tres meses y yo necesito un puesto bien pagado por tres meses; necesitas a alguien que hable francés y yo hablo francés -extendió las manos, riendo-. Estamos hechos el uno para el otro, querido.

Hubo un silencio incómodo y Flora se mordió el labio, pensando que había vuelto a meter la pata. Con temor, sus ojos se encontraron con los de Matt y, aunque la mirada gris era inescrutable, sintió que le subía el color a las mejillas.

– Es una forma de hablar -añadió a su pesar.

– Lo he entendido -dijo Matt con una frialdad que aumentó su vergüenza-. ¿Por qué no buscas un trabajo permanente si tienes tantas habilidades?

– No he encontrado todavía un trabajo con el que quiera comprometerme más de unos meses -dijo Flora-. La incertidumbre es molesta a veces, pero me gusta no saber a dónde voy, incluso cuando termino en un puesto horrible. Siempre puedo dejarlo al final del mes. Además -añadió con animación-, lo que quiero es viajar. Me gusta Londres, pero quiero conocer el resto del mundo. Por desgracia, mi banco no está de acuerdo. Dice que no puedo moverme hasta que pague mi préstamo y la deuda de mi tarjeta de crédito.

Flora se quedó seria recordando la entrevista en el banco. Matt no debía tener la menor idea de lo brutales que podían ser los gerentes bancarios. Él podía pedir prestados millones y hasta perderlos sin que nadie le humillara y le obligara a dar explicaciones. La vida no era justa.

– ¿Así que piensas ahorrar ese enorme salario que crees que voy a pagarte?

Aquello no era muy prometedor para Flora, pero sin duda ambos no tenían un concepto similar de lo que era un buen salario.

– Eso pretendo -explicó-. Aunque ahorrar no es lo mío. Pero esta vez tengo un plan, así que igual lo consigo.

– ¿Y en qué consiste ese plan?

– Ya te he dicho que quiero viajar.

– Ya, pero, ¿dónde? -Matt siempre se ponía nervioso con las ideas vagas de los demás.

– ¡A todas partes! -exclamó Flora y Matt suspiró.

– Muy específico -dijo.

Flora ignoró la acidez de su tono.

– Es que es así -explicó y de nuevo sus manos abandonaron la calma de su regazo para moverse en el aire, acompañando su entusiasmo-. Quiero conocerlo todo. Hay un mundo esperándome. Sólo he viajado por Europa. Pero quiero subir montañas y atravesar selvas y desiertos. Quiero tumbarme en playas desiertas a escuchar el oleaje. Quiero ver cómo corren las jirafas por la sabana. Necesito nuevos olores, nuevos sabores…

Se detuvo ante la expresión poco convencida de su audiencia.

– Supongo que pensarás que es mejor buscar un buen trabajo, adecuado como dice mi banquero -dijo a la defensiva.

Matt se encogió de hombros, incapaz de reconocer que envidiaba el celo y la alegría de su rostro soñador.

– Pienso que eres una romántica -dijo y sonó como un insulto.

Flora pareció abatida:

– Eso dice Seb.

– ¿Quién es Seb?

– Mi novio. O debería decir mi ex-novio -se corrigió con un gesto duro-. Hemos estado juntos desde la universidad, pero nos peleábamos tanto sobre el futuro que decidimos ser sólo amigos. Seb no entiende que quiera irme un par de años a viajar -continuó ante el silencio de Matt-. Es muy ambicioso, y cree que es una locura largarse cuando uno debe empezar su carrera.

– Parece un hombre inteligente -dijo Matt, aunque se preguntó cómo un hombre inteligente se conformaba con ser amigo de una chica como Flora.

– Ya sabía que dirías eso -Flora había olvidado con quién hablaba-. Te entenderías muy bien con Seb, pero yo quiero vivir un poco. Me decepcionó cuando decidió quedarse en Londres, pero ahora me parece que estoy mejor sola.

Matt miró un instante por la ventana.

– ¿Así que no tienes ningún compromiso?

– Hasta que encuentre a alguien dispuesto a dejarlo todo para seguirme, lo que es improbable.

– Me alegra oírlo -dijo Matt.

El corazón de Flora se sobresaltó y preguntó tontamente:

– ¿Por qué?

– Necesito una secretaria que esté en la oficina el tiempo que sea necesario y que esté dispuesta a dejarlo todo para acompañarme a un viaje sorpresa, sin un novio que se pase el día quejándose de que llega tarde -dijo en tono despectivo-. No quiero distracciones sentimentales. Si trabajas para mí, Flora, espero ser tu prioridad número uno.

¿Qué había esperado? ¿Que la quisiera por su cara bonita? Una decepción ridícula se apoderó de Flora y tuvo que alzar la barbilla para no mostrar su frustración.

– Pagar mis deudas para poder marcharme es mi prioridad -dijo con firmeza-. Puedes ser la segunda prioridad, en todo caso.

Sorprendido, Matt la miró y Flora se estremeció un poco, segura de que había ido demasiado lejos, pero después de unos instantes él se echó a reír.

– Tienes valor, desde luego.

Esta vez le tocó a Flora mostrarse desconcertada. Atónita sería más apropiado. Pues la risa le transformó por completo, disolviendo la mirada dura de sus ojos verdosos y creando arrugas nuevas en su rostro. Tenía unos dientes muy blancos y fuertes, y su sonrisa era tan devastadora e inesperadamente encantadora que tuvo que tomar aire para recuperar el equilibrio.

– Sólo era sincera -dijo con un hilo de voz.

Matt seguía sonriendo cuando la miró y dijo:

– Muy bien. Si trabajas como hoy hasta que vuelva Paige, no me importa ser el número dos.

Flora tomó aire de nuevo. Sólo era una sonrisa. No había razón alguna para que su corazón se desbocara.

– Es -se interrumpió para carraspear-. Es un trato.

Las ocho y veinticinco. Flora no podía creerse que hubiera llegado a la hora.

– Ven a las ocho y media -había dicho Matt a modo de despedida la noche anterior-. Y haz algo con tu pelo.

Flora, cuyos zapatos la estaban matando, le observó partir hacia su coche con rencor. Pero el rencor duró poco. Tenía el trabajo, eso era lo importante. Podría pagar sus deudas y el mundo sería suyo.

Mientras subía en el ascensor hasta el despacho del presidente, Flora examinó su imagen con recelo. Se había pasado horas para hacerse un moño, pero por algún motivo no resultaba tan elegante en ella como en otras chicas. Pero así tendría que ser y esperaba no escuchar más protestas.

Tras las críticas del día anterior a su atuendo, se había puesto una falda larga, color marrón y una blusa beis de manga corta. Tenía un aspecto endomingado y aburrido, pero parecía discreta y esperaba que apropiada.

Para su sorpresa, no vio a Matt cuando atravesó la puerta de su despacho. Todo estaba oscuro y silencioso. El lugar le pareció tan presidencial que no dudó que era el despacho de Matt, hasta que otra puerta al fondo le hizo comprender que aquel era su despacho. Era confortable, espacioso, ordenado y limpio, un lujo para Flora.

Dejó su bolso en una silla y se sentó frente a su mesa, pasando la mano por la madera noble y pulida y abriendo los cajones. Estos se deslizaron sin ruido para mostrar su contenido impecable. El equipo informático era tan moderno que apenas reconoció la mitad de los aparatos. Ya se preocuparía por eso más adelante, se dijo con su característico optimismo y giró varias veces en su silla, aprobando su elegante confort.

¡Esto es vida! Se habían acabado los trabajos en oficinas cutres, los cafés de máquina, los archivos desordenados, los programas anticuados. Durante tres meses, trabajaría rodeada de lujo. Con una exclamación de alegría, Flora se impulsó para dar una vuelta completa en su silla.

Matt eligió ese instante para abrir la puerta. Estaba de mal humor porque no había conseguido deshacerse de la imagen de Flora en toda la noche. Su humor no mejoró al verla girando como una loca en su silla, mucho más viva que sus recuerdos. Evidentemente, no era una chica fácil de ignorar.

Flora captó la imagen de Matt y puso los pies en tierra para detener su giro abruptamente. Su corazón dio un brinco ante la mirada de incredulidad que le estaba lanzando su jefe desde la puerta.

– Hola -dijo débilmente y se sonrojó. Para ocultar su confusión, se puso en pie.

– Oh, eres tú -dijo Matt, de nuevo desconcertado. Acababa de darse cuenta de que Flora se había retirado el cabello rebelde de la cara y que llevaba una ropa que cubría sus bonitas rodillas y hombros. No estaba elegante, pero sí más apropiada.

Los ojos azules y el gesto orgulloso de la mandíbula eran los mismos y no era su culpa si la blusa primorosa le hacía sentir nostalgia de su escote del día anterior.

Tampoco era culpa suya que recordara sus piernas, pero no por ello dejaba de sentirse irritado.

– ¿Qué haces con la silla? -preguntó malhumorado.

– No hacía nada -se disculpó Flora-. Sólo estaba… viendo cómo funciona.

– Si quieres ver cómo funcionan las cosas, enciende el ordenador -replicó Matt, avanzando hacia su despacho-. O mejor, sígueme con el cuaderno. Quiero dictar unas cartas antes de que empiecen a sonar los teléfonos.

Flora lo miró como si no hubiera entendido.

– ¿Ahora mismo?

– ¡Ahora! ¿Cuándo si no?

– ¿No quieres una taza de café primero? -insistió Flora sin perder la esperanza, pero Matt la miró con ira.

– No. Esto es una oficina y si quiero un café, lo pediré. Quiero dictarte una carta, por si no me has oído.

Flora bajó la mirada y buscó en el primer cajón un cuaderno y un bolígrafo.

Cuando entró en el despacho de Matt, éste estaba sentado tras su mesa y dispuesto a empezar. Apenas tuvo tiempo de tomar asiento antes de que empezara a dictar.

– Para un minuto, por favor -pidió Flora un rato después. Le dolía la mano y Matt dictaba tan rápido que empezaba a perderse.

Matt esperó de mala gana, mirando a Flora con gesto impaciente mientras ésta completaba sus garabatos para ser capaz de reconocerlos después.

Ojalá pudiera recordar el aspecto de su melena suelta.

– Ya -Flora alzó la mirada y se encontró con los ojos pensativos de Matt. No parecía haberla oído, de forma que repitió-. Estoy lista.

Matt la miró y de pronto recordó en qué había estado pensando mientras la miraba. Lo peor era que había perdido por completo el hilo de lo que estaba dictando. Ni siquiera recordaba de qué trataba la carta.

– Tienes que leerme las últimas frases -dijo, furioso consigo mismo-. E intenta seguir el ritmo en el futuro.

Alivió parte de su ira dictando un montón de cartas a gran velocidad, y Flora estaba agotada cuando al fin la dejó marchar.