– Quería agradecerte todo lo que has trabajado -dijo-. Y siento no haberte llevado a París -vaciló-. Te eché de menos -añadió como si le hubieran arrancado las palabras y Flora alzó la cabeza lentamente.

– ¿En serio?

Matt tuvo que tragar saliva ante la imagen de Flora entre flores, bañada en la luz de la mañana.

– Todos te echamos de menos -repitió y se dio la vuelta para encerrarse en su despacho.

Flora se quedó mirando la puerta, desconcertada. De nuevo un gesto típico de Matt. Primero la dejaba pensar que era insoportable y de pronto la corregía con un detalle encantador. Y cuando estaba dispuesta a apreciarlo de nuevo, la dejaba plantada con la palabra en la boca.

Pero había dicho que la había echado de menos. Flora miró el ramo y sonrió.

Encontró un jarrón y puso las flores en agua antes de llamar a la puerta de Matt.

– Quería darte las gracias por las flores. Son preciosas.

Matt dejó de mirar la pantalla de su portátil y dijo:

– Me alegra que te gusten. No hubiéramos preparado el acuerdo a tiempo sin tu ayuda -se puso en pie y fue hacia ella-. Quería que supieras que aprecio cómo has trabajado. Sé que a veces soy una persona difícil.

Flora sonrió.

– No eres difícil -dijo-. Eres imposible.

Matt la miró seriamente.

– Ya lo sé.

Y ambos rieron.

Una vez que empezaron a sonreír no podían parar, aunque los dos sentían que la complicidad amistosa había sido suplantada por una sensación más peligrosa y perturbadora que les mantenía inmóviles, mirándose el uno al otro.

Cuando sonó el teléfono, ambos se sobresaltaron.

– Voy a contestar -dijo Flora apresurándose, casi aliviada por la interrupción.

Su alivio se evaporó al descubrir al otro lado de la línea a Venezia Hobbs. ¿Qué había esperado? ¿Que Matt no iba a hablar con otras mujeres por haberle regalado flores? No era más que un buen jefe capaz de reconocer el esfuerzo de un subordinado.

Incluso consiguió convencerse de que no le molestaba que Matt le hubiera pedido que reservara una mesa para dos. ¿Así que salía con Venezia? Dentro de pocos meses, ella estaría recorriendo el mundo, y no se le ocurriría preguntarse qué hacía Matt con la modelo de moda o con cualquier otra mujer despampanante. Flora sacó de un cajón los folletos turísticos y se pasó la hora de la comida contemplándolos y haciendo planes. Era mucho mejor decidir si volaría directamente a Australia o empezaría por Malasia su viaje, que comer en un restaurante chic con Matt. ¿O no?

Mientras tanto, Matt se estaba aburriendo. Había invitado a Venezia a comer en un impulso, por huir del inquietante deseo de besar a Flora que había sentido mientras los dos hablaban. En realidad, Venezia le había salvado la vida y era la clase de chica que le gustaba, cómoda con su fortuna, y lo bastante lista para saber que cualquier exigencia emocional le haría huir.

Entonces, ¿por qué no podía olvidar la imagen de Flora con el ramo entre los brazos y los ojos azules como el cielo de verano?

No iba a permitir que su secretaria le distrajera de sus obligaciones.

Para probarse que era un hombre libre, Matt salió las semanas siguientes con una serie de chicas encantadoras y dispuestas a pasarlo bien sin pedirle ningún compromiso.

Flora estaba harta de hacer reservas en todos los restaurantes románticos y caros de la ciudad. Las amigas de Matt pasaban a veces a buscarlo a la oficina y como Venezia, eran rubias, altas, angulosas, frías y con nombres ridículamente fantasiosos.

De manera que su madre se equivocaba al decir que los hombres se interesaban más por la personalidad que por la belleza, pensó Flora con amargura. Pero ella tenía su propia vida que empezaría en Australia. Si a Matt le gustaban las descerebradas, peor para él.

De todas formas, no pudo evitar mostrarse huraña un día en que Matt se fue a comer y no regresó hasta las cinco. Cuando la llamó al despacho para dictarle una carta, estalló:

– ¡Pero si son las cinco y media!

– ¿Y qué? -dijo Matt sin dejar de mirar una carta.

Flora lo miró con ira:

– Igual te parece raro, pero tengo una vida fuera de la oficina. Por si te interesa he quedado esta noche.

La frase le obligó a mirarla:

– ¿Una cita? -dijo con sequedad.

Flora jugó con la idea de hacerle pensar que era una cita amorosa, pero decidió decir la verdad:

– No -admitió con poca gracia-. He quedado con unos amigos y dije que llegaría a las seis.

– ¿No importará que llegues tarde? -preguntó Matt con impaciencia y los ojos de Flora lanzaron chispas.

– No tendría por qué llegar tarde si me hubieras dado el trabajo antes -replicó-. Contigo todo es urgente.

– Los negocios a este nivel son así -explicó Matt con ecuanimidad-. Se le llama presión.

– ¿Y quién te ha presionado para pasar cuatro horas comiendo con tu último bombón? -la rabia la había obligado a hablar-. ¡No parece que tuvieras mucha prisa!

– Puede que te interese saber que la comida duró sólo una hora -dijo Matt secamente-. Después tuve una reunión para un negocio de millones de dólares cuyos detalles debo enviar a Nueva York. Siempre que mi secretaria no se niegue.

Flora se sintió ligeramente avergonzada, pero no quiso ceder del todo.

– No es que me niegue, es que he quedado. Pero si de veras es urgente, lo haré.

– ¡Ni hablar! -Matt alzó las manos en un gesto de horror burlón-. Por nada del mundo. ¿Cómo van a ser importantes treinta millones de dólares comparados con tu cita?

– No es una cita -repitió Flora exasperada-. He quedado, eso es todo -se sentó y abrió el cuaderno-. Si quieres dictarme lo más urgente…

– Insisto en que no -ahora Matt se estaba haciendo el mártir-. Sólo soy tu jefe. Siento ser tan esclavista y hacerte trabajar cuando podrías estar de juerga.

– Ya te he dicho… -dijo, pero no pudo seguir pues Matt la hizo levantarse y la empujó haciendo teatro hacia la puerta.

– Por favor, márchate -hizo una cómica reverencia-. Y no te preocupes por mi futuro o el de la empresa. ¿Qué son treinta millones de dólares?

Flora estaba tan enfadada que no se dignó contestar. No iba a rogarle a Matt que le permitiera escribir su maldita carta, así que se encogió de hombros, se dio la vuelta y se marchó de la oficina.

Matt cerró la puerta detrás de ella con ira, lo que provocó que unos papeles apilados sobre su mesa se cayeran al suelo. Mientras los recogía se preguntó qué le había puesto tan nervioso. Las cartas no eran tan urgentes, en realidad podían perfectamente esperar hasta el lunes.

No, era un problema de principios. Colocó los papeles con tanta furia sobre la mesa que a punto estuvieron de caerse de nuevo. Flora era su secretaria y eso significaba que se quedaría en la oficina hasta que él le diera permiso para marcharse. Recordó con nostalgia que Paige jamás se hubiera marchado con un trabajo pendiente y mucho menos hubiera antepuesto su vida privada, que para él no existía.

Matt hizo una mueca de disgusto mientras se sentaba en su mesa y miraba la pantalla de su ordenador. Él también tenía planes para la noche. ¿Por qué entonces le sacaba de quicio que Flora pensara en pasarlo bien? Ya estaría en algún bar, riendo y contándoles a sus amigos sus historias del trabajo. Era ridículo que pensara en ello.

En ese momento, Flora estaba atrapada en un vagón de metro atestado, entre un ejecutivo de traje gris y un grupo de estudiantes extranjeros. Prevé el riesgo rezaba el cartel que estaba leyendo de una compañía de seguros. Quizás debería contratar una póliza contra Matt Davenport, sobre todo cuando se mostraba simpático dos minutos seguidos.

Llegó media hora tarde al bar donde la esperaban sus amigos.

– ¿Matt Davenport te ha estado torturando? -preguntó Seb cuando se deslizó junto a él.

– Algo así -dijo Flora todavía sin aliento. Seb y ella se llevaban mucho mejor desde que habían roto, pero no podía olvidar que, como ambicioso reportero que era, Seb estaba mucho más interesado en el millonario Davenport que en ella.

Seb le sirvió un vaso de vino de la botella.

– ¿Le has preguntado a Davenport si me va a conceder una entrevista?

– No -respondió Flora. Tenían la misma conversación cada vez que se veían-. Matt no concede entrevistas. Ya te lo he dicho. Tienes que hablar con su responsable de prensa.

– No me sirve -masculló Seb-. Lo que me interesa es el tipo. Estoy seguro de que podrías convencerlo.

Para alivio de Flora, su compañera de piso, Jo, se inclinó sobre la mesa y les interrumpió:

– Flora, estábamos hablando del baile.

Jo trabajaba en una organización sin ánimo de lucro que organizaba un baile para recaudar fondos.

– Necesito saber cuántos vamos a ser para las invitaciones. Seb va con Loma, así que somos once, a menos que tú vayas con alguien.

Flora se giró hacia Seb.

– ¿Loma?

Seb sonrió con malicia y mostró las manos en gesto de falsa inocencia.

– Quedamos en que iríamos cada uno por nuestra cuenta.

Era cierto. Pero Flora no había esperado que Seb la sustituyera tan fácilmente. Y con Loma. Loma llevaba años persiguiéndolo.

Flora dio un trago de vino. No podía evitar sentirse ofendida. Era más una cuestión de orgullo que de sentimientos, pero la traición de Seb se añadía a la corte de chicas espectaculares que veía a diario pasar por la oficina.

– No importa si no vienes con pareja -dijo Seb con condescendencia-. De todos modos, vamos en grupo.

Flora alzó la barbilla al oírlo.

– ¿Quién dice que no tengo pareja?

– ¿No irás a traer a Jonathan? -preguntó Jo con irónico temor. Llevaba años aguantando a Jonathan, un chico perfecto, cursi, educado, increíblemente aburrido, y que estaba loco por Flora a pesar de todos los intentos de ésta por disuadirlo.

– No -dijo Flora que estaba pensando en invitarle para salvar la cara.

– ¿Quién es?

Más tarde, Flora se preguntaría qué locura la había llevado a decir lo que dijo, pero entonces sólo pensó en borrar la burla del rostro de Seb.

– Matt Davenport -dijo en tono neutral.

– ¿Matt Davenport va a ir al baile contigo?

El tono de Seb indicaba que creía que era un farol, de manera que insistió con coquetería:

– Quería que fuera un secreto, pero a Matt le pone celoso que vaya a cualquier sitio sin él.

Hubo un silencio atónito. Estaba claro que ninguno sabía si hablaba en serio o bromeaba.

– Pero creí que estaba saliendo con esa modelo -dijo Sarah después de un rato.

Flora hizo un gesto irónico.

– Es una pantalla -dijo-. Si la prensa cree que sale con ella, nos dejará en paz.

– ¿Tienes una aventura con Matt Davenport? -repitió Jo con incredulidad-. ¿Desde cuándo?

– ¿Recuerdas esas noches en que volví tarde y te dije que era por el negocio de Francia? -Flora dejó en suspenso la pregunta, y sonrió evocadoramente. Empezaba a divertirse-. Pues no trabajábamos -confesó-. Nunca me había pasado algo así. Estábamos trabajando juntos y de pronto me besó y no pude resistirme.

Las expresiones de la mesa iban de la incredulidad y la sorpresa a la curiosidad y la envidia.

– ¿Por qué no nos lo has contado antes? -exclamó Sarah.

– No queríamos que nadie se enterara -dijo Flora, cada vez más en su papel-. El secreto era parte del juego. Pero claro, ahora Matt dice que está loco por mí, que quiere conocer mi vida y a mis amigos. El baile será una buena ocasión.

Jo la miró de pronto, llena de dudas:

– Flora, ¿no vendrás al baile con Matt, verdad? Dime la verdad.

– Claro que no -rió Seb-. Nos está engañando.

Hubiera sido un buen momento para echarse a reír y reconocer que bromeaba, pero Seb estaba tan seguro de sí mismo que Flora deseó ponerlo en su sitio. Y no podía permitir que los demás pensaran que estaba celosa de Loma.

De forma que en vez de retroceder, Flora miró a su ex-novio con gesto desafiante y dijo:

– ¿No? Espera al baile, Seb, y verás si viene o no conmigo.

Capítulo 4

Flora tardó una semana en reunir el valor suficiente para pedirle a Matt que la acompañara al baile. ¿Por qué no iba a hacerlo? Valía la pena intentarlo, en todo caso. Al fin y al cabo, Matt tenía tantas novias que simular salir con ella no le molestaría. Si decía que no, lo que era probable, se buscaría otra pareja.

Mientras hacía el recorrido en metro, Flora iba practicando mentalmente cómo plantearía su petición a Matt. Pero en el mundo real, no resultaba nada sencillo y no terminaba de encontrar el momento adecuado. De manera que el jueves, a menos de diez días para el baile, se decidió a dar el paso.

Tomó aire, preparó unas cartas que Matt tenía que firmar y llamó a su puerta.