¿Llegaría a importarle a Stephen algún día?
Hayley volvió a negar con la cabeza. Las probabilidades no estaban precisamente a su favor.
Pero, independientemente de cuáles fueran sus probabilidades de éxito, ¿acaso no merecía la pena arriesgarse?
Capítulo 11
Cuando a la mañana siguiente Stephen entró en la habitación del desayuno, la encontró vacía, exceptuando a tía Olivia, que estaba sentada a la mesa tomándose un café a sorbos lentos.
– Buenos días, señor Barrettson -dijo ella-. Hay café, fruta y bollitos en el aparador.
– Muchas gracias, señorita Albright -dijo Stephen agradecido. Tenía un insoportable dolor de cabeza debido a lo mucho que se había excedido con el brandy la noche anterior. Deseó desesperadamente que Sigfried estuviera allí para aliviarle el dolor con alguno de los horribles brebajes que solía darle tras una noche de excesos. Puesto que su ayuda de cámara no estaba presente, el café le pareció el mejor candidato para aliviarle el malestar. Le debía a Hayley una disculpa, y quería que todas sus facultades estuvieran intactas antes de enfrentarse a ella.
– Por favor, llámeme tía Olivia -le dijo con una cordial sonrisa-. Todo el mundo lo hace. Y ahora usted forma parte de la familia, querido muchacho.
La mano de Stephen se detuvo a medio camino cuando estaba haciendo el ademán de coger una taza de café. «¿Parte de la familia?» Si apenas sentía que formaba parte de su propia familia.
– Eh… gracias… tía Olivia. -Para disimular su confusión, dio un par de sorbos al café.
– Esta mañana se ve un poco pálido -comentó tía Olivia.
La imagen de Hayley le vino súbitamente a la mente.
– Me temo que no he dormido muy bien.
– No se preocupe, querido. Yo tampoco oigo muy bien algunas veces, aunque la mayor parte del tiempo mi oído es bastante fino, por mucho que se empeñen mis sobrinos en decir que estoy medio sorda. -Negó con la cabeza en señal de disgusto.
Stephen dio otro sorbo al café y estuvo a punto de atragantarse.
– He dicho que no he DORMIDO muy BIEN.
– ¿Ah, no? ¿Y cómo se encuentra esta mañana?
– Me encuentro bien, gracias.
Una radiante sonrisa iluminó el rostro de querubín de tía Olivia.
– ¿Ah, sí? Me alegra oírlo, aunque me extraña un poco. Está bastante pálido.
– Estoy bien -dijo Stephen con cierto deje de crispación. Aquella conversación le estaba empeorando el dolor de cabeza-. ¿Dónde está todo el mundo? -preguntó levantando un poco la voz para asegurarse de que tía Olivia le oía bien.
– Hayley está dando clase a los niños en el lago.
– ¿Clase? ¿En el lago?
– Claro que sí. Hayley siempre les imparte las clases al aire libre si el tiempo acompaña. -Luego se inclinó hacia delante-. Yo me he quedado en casa para supervisar lo que hace la mujer que viene del pueblo a lavar la ropa. Hayley dice que no sabe cómo se las arreglaría si yo no estuviera aquí para controlar la tina de lavar. ¡Si no estoy encima de ella, podría estropearnos toda la ropa!
Una media sonrisa iluminó los labios de Stephen. Nadie como Hayley para hacer que su tía se sintiera importante. Se acabó el café, se levantó de la silla y se acercó a tía Olivia. Cuando estuvo justo enfrente de ella, le tomó la mano, le hizo una reverencia formal y le dio un breve beso en el dorso de la mano.
– Hayley y los niños tienen mucha suene pudiendo contar con usted, tía Olivia. -Le dijo en voz alta, y supo que ella le había oído cuando un sonrosado rubor le iluminó las mejillas.
– Bueno. -Se atusó el pelo y dejó caer los párpados con disimulada coquetería-. ¡Qué cosas tan maravillosas dice, señor Barrettson! Apostaría a que usted es incluso más encantador que el mismísimo rey. -Lo miró tímidamente desde abajo y se ruborizó todavía más.
Stephen se rió.
– No estoy muy seguro de que la palabra «encantador» sea la más adecuada para describir a Su Majestad.
A tía Olivia se le pusieron los ojos como platos.
– ¡Santo Dios! Pero… ¿acaso usted le conoce en persona?
– Por supuesto. -De repente Stephen se dio cuenta de lo que estaba diciendo y añadió-: No. -Luego tosió varias veces-. Por supuesto que no. -«¡Maldita sea!, tengo que acordarme de quién soy, o mejor, de quién se supone que soy. Desde luego, los tutores no suelen intimar con reyes»-. Si me disculpa -prosiguió- creo que voy a dar un paseo hasta el lago para ver a los demás. -Volvió a hacer una reverencia sobre la mano de tía Olivia y salió del comedor.
– ¡Qué joven tan simpático! -dijo tía Olivia en voz alta cuando se quedó sola-Es tan encantador. Y tan endiabladamente apuesto. Me pregunto qué estará planeando mi sobrina al respecto.
Stephen oyó sus voces antes de verlos.
Deteniéndose tras un bosquecillo de hayas, se mantuvo fuera de la vista del grupo y estuvo un rato escuchando.
– Excelente. -Era la voz de Hayley-. Y ahora, quién puede decirme quién era Brabancio?
– Era el padre de Desdémona en Otelo -contestó Nathan-. Se oponía tajantemente a su matrimonio con el moro.
– Correcto -dijo Hayley-. ¿Y qué me decís de Goneril?
– Era la malvada hermana mayor del rey en El Rey Lear -contestó Andrew-. Ésta es muy fácil, Hayley. Pregúntanos algo más difícil.
– Está bien. ¿Quién era Demetrio?
– El joven que estaba enamorado de Hermia en El sueño de una noche de verano -dijo Nathan.
– No -objetó Andrew-. Era un amigo de Marco Antonio en Marco Antonio y Cleopatra, ¿verdad, Hayley?
– De hecho, los dos tenéis razón -dijo Hayley-. Shakespeare solía utilizar los mismos nombres para los personajes de obras distintas.
Stephen dio un paso y salió de detrás de los árboles.
– Demetrio también era el hermano de Chiron en Titus Andronicus.
La «clase» era una enorme colcha apolillada extendida sobre la hierba. Nathan y Andrew estaban tumbados boca abajo. Hayley estaba sentada con las piernas dobladas y la falda marrón extendida a su alrededor, mientras Pamela y Callie estaban sentadas a cierta distancia delante de sendos caballetes con pinceles en las manos.
Hayley se giró al oír la voz de Stephen.
– ¡Ste… señor Barrettson! ¡Qué… grata sorpresa!
– ¿Puedo unirme a ustedes?
Hayley dudó un momento y luego se apartó para hacerle sitio.
– Por supuesto.
Stephen se sentó a su lado. La repasó disimuladamente con la mirada y se le desbocó el corazón. El fuerte sol matutino centelleaba sobre su melena castaña, produciendo suaves reflejos rojizos, y un delicado rubor rosáceo le coloreaba los pómulos. A pesar del vestido, sencillo y bastante soso, estaba absolutamente preciosa.
Alargando la mano, Stephen le obsequió con un ramillete de flores.
– Para usted.
Una lenta y bonita sonrisa iluminó por completo el rostro de Hayley, y a él, bastante previsiblemente, le dio un vuelco el corazón.
– Pensamientos -dijo ella con dulzura-. Muchísimas gracias.
Él se le acercó, se inclinó hacia ella y en voz baja, para que sólo ella lo pudiera oír, le dijo:
– Discúlpame, por favor. Ayer por la noche dejé que las cosas se me fueran de las manos.
El rubor de Hayley se intensificó, adquiriendo una tonalidad rosa intenso.
– Por supuesto.
Stephen sintió un gran alivio, aunque todavía le gustó más comprobar que a ella le perturbaba su presencia.
– ¿Quiere unirse a nuestra clase? -le invitó ella-. Casi había olvidado que usted es tutor.
La mirada de Hayley se deslizó hacia abajo, deteniéndose en la boca de Stephen, y éste ahogó un suspiro. A él aquella mirada le afectó como si ella le hubiera acariciado. Tardó varios segundos en procesar aquel comentario. Hayley había olvidado que él era tutor. «Yo había olvidado que te dije que era tutor. Estaba demasiado ocupado recordando nuestros besos.»
Con un gran esfuerzo, dejó de mirar a Hayley y se obligó a centrar la atención en Nathan y Andrew.
– Parece que realmente domináis la obra de Shakespeare -comentó Stephen. «Menos mal que no he llegado en medio de la clase de latín», pensó para sus adentros.
– ¿Le gusta Shakespeare, señor Barrettson? -preguntó Andrew, con los ojos brillantes de curiosidad.
– Sí, pero siempre he preferido las historias del rey Arturo y los caballeros de la tabla redonda. -Recordó sus años de infancia, en que se escapaba furtivamente a los bosques que rodeaban Barrett Hall, con Gregory y Victoria, y jugaban a que estaban buscando el Santo Grial.
Era uno de sus mejores recuerdos de infancia. Pero el juego se acabó en cuanto su padre se enteró de «semejante tontería».
– ¡Nosotros jugamos muchas veces a ser caballeros del rey Arturo! -exclamó Nathan. Señaló un claro del bosque en la distancia-. Estamos construyendo un castillo con piedras en el prado que hay más arriba. Andrew es Arturo y yo Lancelot. Nos falta alguien que haga de Galahad. ¿Le gustaría jugar con nosotros?
– Si no recuerdo mal, Galahad es un joven virtualmente sin defectos -dijo Stephen frunciendo el ceño teatralmente-. No creo que diera la talla.
– ¿Y qué me dice de Perceval? -intervino Andrew-. Era uno de los tres caballeros que buscaban el Santo Grial.
– De acuerdo -asintió Stephen-. Yo seré Perceval. -Se giró hacia Hayley-. ¿Y qué papel desempeña usted en Camelot?
Ella se rió.
– Pamela y yo compartimos el papel de la reina Ginebra. Raramente participamos en las grandes hazañas de los caballeros. Nuestra función consiste en cuidar del castillo y esperar el regreso de los valientes caballeros.
– Callie es el paje del rey Arturo -dijo Nathan.
– Realmente parece que tenéis una buena pandilla para buscar el Santo Grial. ¿Cuándo es la próxima expedición? -preguntó Stephen.
Andrew y Nathan miraron a Hayley expectantes e ilusionados.
– ¿Hoy, Hayley? ¡Por favor!
– Mañana, mis valientes caballeros. No habrá búsqueda del Santo Grial hasta que acabemos las clases y las tareas que tenemos pendientes.
Andrew y Nathan se quejaron, pero obedecieron cuando Hayley les indicó que tenían que proseguir con la clase. Stephen observó con interés los métodos de enseñanza de Hayley. Dio instrucciones a Nathan para que redactara un breve relato, se inventó media docena de complicados problemas de matemáticas para Andrew, indicó a Callie que hiciera dibujos con objetos que empezaran por las distintas letras del abecedario. Y, por último, comentó algunos aspectos de las tareas domésticas con Pamela mientras preparaban el picnic del mediodía. Aquello no tenía nada que ver con las frías y disciplinadas clases que Stephen había recibido de sus rígidos tutores particulares durante su infancia.
¿Hacía aquella mujer algo de forma convencional? Por supuesto que no. Y él estaba empezando a sospechar que aquello formaba parte de su tremendo atractivo.
Cuando los niños hubieron completado sus tareas, todo el mundo se reunió en torno a la colcha para comer. Hayley sacó fuentes conteniendo pasteles fríos de carne, pollo, pescado y queso, mientras Pamela iba cortando rebanadas de pan.
Después de servir a los niños, Hayley se dirigió a Stephen.
– Espero que tenga hambre, señor Barrettson.
– Muchísima -le aseguró Stephen, recordándose a sí mismo que estaban hablando de comida.
– ¿Qué parte del pollo prefiere? -le preguntó, mirando dentro de la cesta de la comida-. Tengo tres muslos, una pechuga y dos alas.
– ¿En serio? Debe de verse negra para encontrar ropa que le vaya bien.
Al principio pareció confundida por aquellas palabras y luego, cuando se dio cuenta de lo que significaban, se le tiñeron las mejillas de un rojo intenso.
– No me refería a…
– Estaba bromeando, Hayley -dijo con dulzura, sintiéndose más alegre de lo que se había sentido en muchos años. Alargó el brazo alrededor de Hayley, cogió un muslo de pollo y le dio un mordisco con fruición-. Delicioso -proclamó, guiñándole el ojo con descaro. «Nunca pensé que ser tutor fuera tan divertido.»
Inclinándose hacia Hayley, le dijo bajando la voz:
– Te estás sonrojando, Hayley. Igual que cuando me dijiste que tu nombre significaba «prado de heno». -Hizo una pausa y le miró directamente a la boca-. Creo que ahora nos conocemos lo suficiente para que me expliques por qué el significado de tu nombre te enciende de ese modo las mejillas.
Mirando a su alrededor, Stephen comprobó que Andrew y Nathan estaban absortos en la improbable combinación de actividades que suponía comer pasteles de carne e intentar coger un saltamontes. Pamela y Callie estaban sentadas en el extremo más alejado de la extensa colcha, comiendo, mientras se reían de las payasadas de Andrew y Nathan.
– Esto es todo lo solos que podremos estar entre semejante multitud. Cuéntamelo ahora -le instó.
"Rosas Rojas" отзывы
Отзывы читателей о книге "Rosas Rojas". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Rosas Rojas" друзьям в соцсетях.