– Una vez que te haces hombre, la vida se vuelve… complicada. Hay innumerables normas que seguir y te asaltan muchas obligaciones y responsabilidades. Tienes que aprender a confiar en ti mismo. El mundo está lleno de gente de la que no te puedes fiar, que intentará aprovecharse de ti o hacerte daño. -«O matarte.»
Nathan se acercó rápidamente a Stephen hasta que chocaron sus rodillas y le dijo:
– Pero Hayley nunca permitiría que nadie nos hiciera daño. Ella nos protege y cuida de nosotros.
– Sí, es verdad -asintió Stephen-, pero, cuando te conviertas en un hombre, serás tú quien tendrá que cuidar de ella. Y también de Pamela y de Callie.
Andrew se puso serio de repente.
– Pero no tendré que asistir a las aburridas meriendas de Callie, ¿verdad que no?
– Cuando digo «cuidar de ellas», me refiero a ser considerado con ellas -aclaró Stephen-, respetarlas, hacer cosas por ellas sin protestar. Protegerlas de todo mal y de la gente mala. Creedme, no todo el mundo es tan bueno y generoso como vuestra familia, de modo que tenéis que estar atentos para protegeros y proteger a los vuestros. -Dudó un momento y luego añadió-: Y, por supuesto, luego está el tema de… las chicas.
Nathan soltó un bufido.
– ¿Chicas? ¡Menuda lata! Yo no soporto a las chicas. Sólo quieren jugar con muñecas y no soportan ensuciarse.
Stephen le despeinó.
– Lo verás diferente dentro de unos años.
– ¿Cuando necesite afeitarme?
Conteniendo una risita, Stephen contestó:
– Sí, Nathan. Ese es más o menos el orden de los acontecimientos. Primero te das cuenta de que te gustan las chicas, luego te empiezas a afeitar y luego te conviertes en un hombre.
Los ojos de Nathan brillaron como si, súbitamente, hubiera caído en la cuenta de algo.
– ¡Por eso a Andrew le está empezando a salir bigote! ¡Es porque le gusta Lizzy Mayfield!
– ¡No es verdad!
Intentando evitar la incipiente discusión, Stephen puso una mano en el hombro de cada uno de los chicos.
– Ya basta, caballeros. Nathan, haz el favor de dejar de meterte con tu hermano. Entenderás por qué cuando tengas catorce años. Y tú, Andrew, no hay nada malo en que te guste una chica. Tan sólo es una parte de hacerse mayor. -Y, dirigiéndole un guiño de complicidad, añadió-: La mejor parte.
Andrew esbozó una sonrisa.
– Gracias, señor Barrettson. Yo…
– ¡Ahí están!
Stephen se giró y vio a Hayley, Pamela y Callie avanzando entre las altas hierbas del prado.
Nathan se puso de pie de un salto y dijo:
– Voy a coger la armadura de nuestro escondite secreto antes de que lleguen. -Y desapareció entre los árboles.
– Parece ser que nuestra conversación de hombre a hombre ha llegado a su fin -dijo Stephen.
– ¿De hombre a hombre? -preguntó Andrew, con los ojos como platos.
Stephen asintió.
– De hombre a hombre. -Luego tendió la mano a Andrew. La mirada del chico se deslizó del rostro a la mano de Stephen. Tragó saliva visiblemente y luego estrechó con fuerza la mano de Stephen. La gratitud que brillaba en los ojos de Andrew llenó a Stephen de orgullo.
– ¡Mirad qué castillo! -chilló Callie, batiendo palmas mientras corría hacia la estructura.
Hayley y Pamela inspeccionaron el muro y lo declararon una maravilla arquitectónica. Luego se reunieron con Andrew y Stephen.
Apoyándose en los codos, Stephen decidió concederse una satisfacción y se permitió mirar a Hayley. Deslizó la mirada hasta su rostro y se le desbocó el corazón al comprobar que ella estaba mirando fascinada su camisa medio desabrochada.
Inmediatamente Stephen se la imaginó tocándolo, desrizándole las suaves manos por el pecho, los hombros, y descendiendo luego por la espalda. El dolor le atenazó las partes íntimas y se sentó de golpe, con expresión de seriedad. «¡Santo Dios! ¡Esta mujer es capaz de endurecer mi virilidad sólo con mirarme! Si no vuelvo pronto a Londres y hago una visita a mi amante, voy a volverme loco.»
– ¿Dónde está Nathan? -preguntó Pamela, escudriñando el prado con la vista.
– Ha ido a buscar la armadura a nuestro escondite secreto -contestó Andrew.
– Voy a buscarlo -dijo Callie, corriendo hacia el bosque-. Ya sé dónde está vuestro escondite secreto.
– ¿Cómo lo sabes? -le gritó Andrew.
Callie se limitó a reír entre dientes y se dirigió hacia el bosque.
– ¿Está lejos? -preguntó Hayley viendo que Callie cruzaba el prado corriendo y entraba en el bosque.
– No, está justo después de pasar ese grupo de árboles -dijo Andrew señalando un denso robledal.
– Dígame, señor Barrettson -le preguntó Pamela sonriéndole-, ¿cómo le han convencido Andrew y Nathan para que les ayude a construir Camelot? En el desayuno ha mencionado que había perdido una apuesta.
Stephen dirigió una mirada de soslayo a Andrew.
– Andrew apostó que su hermana me ganaría al ajedrez. Yo no le creí, aunque debería haberlo hecho. -Su mirada se cruzó con la de Hayley-. Ella me dio una paliza. Y construir Camelot ha sido el precio que he tenido que pagar por dejarme ganar.
– ¡Qué lástima que no te apostaras nada con el señor Barrettson, Hayley! -dijo Andrew entre risas.
– Sí, ya lo creo que lo hizo -dijo Stephen regodeándose con una lenta sonrisa, sin poder evitar pinchar a Hayley. Le encantaba ver cómo se le sonrojaban las mejillas-. Ya he zanjado mi deuda con tu hermana -contestó a Andrew sin apartar los ojos del ruborizado rostro de Hayley-. Ella no es ninguna negrera, como tú y Nathan.
Andrew miró a Stephen con una gran curiosidad.
– ¿Qué le hizo hacer?
– Me hizo…
– ¡Santo Cielo! Se está haciendo tarde. -Interrumpió Hayley, con un tono de voz que denotaba una mezcla de vergüenza y desesperación. Frunció el ceño y dirigió una mirada de aviso a Stephen-. Deberíamos ir volviendo a casa.
Antes de que Andrew pudiera satisfacer su curiosidad, la atención del grupo se centró en Callie. Acababa de salir del bosque y estaba corriendo por el prado mientras agitaba los brazos frenéticamente.
– ¡Hayley! ¡Hayley! ¡Ven, deprisa!
El miedo se apoderó de Hayley cuando vio los ojos abiertos de par en par de Callie y percibió el pánico en su voz. Corrió inmediatamente hacia la niña, alejándose de Andrew, Stephen y Pamela.
Cuando llegó hasta Callie, se arrodilló y apartó los rizos del asustado rostro de la pequeña.
– ¿Qué pasa, Callie? ¿Qué ha ocurrido?
– Es Nathan -dijo Callie jadeando y con los ojos como platos-. Se ha caído, creo que de un árbol, y está herido. Le he oído quejarse y lo he encontrado, pero no me contesta cuando le hablo.
A Hayley se le cayó el alma a los pies.
– Llévame adonde está -le ordenó, intentando mantener la calma.
– ¿Qué ha pasado? -preguntaron Stephen, Andrew y Pamela sin aliento y al unísono.
– Nathan se ha caído de un árbol y está herido -dijo Hayley lacónicamente-Guíanos hasta él, Callie.
El grupo siguió a la pequeña, que entró en el bosque, pasó de largo un alto robledal y señaló:
– Ahí está, al pie de ese árbol.
Hayley corrió hacia allí y al cabo de varios minutos encontró a Nathan, hecho un ovillo debajo de un árbol, con un saco entre los brazos.
– ¡Dios mío! -susurró Hayley mientras se le aceleraba el pulso. Nathan tenía un hilillo de sangre en la sien y el rostro de una palidez mortecina.
– ¿Está bien? -preguntó Stephen visiblemente preocupado, arrodillándose junto a Hayley.
– No… no lo sé -susurró, apenas capaz de pronunciar palabra con el pesado nudo que se le había hecho en la garganta. Alargando el brazo, colocó un dedo en el cuello de Nathan, rezando para encontrarle el pulso. Cuando palpó un latido regular y fuerte, casi se desmaya del alivio.
– El pulso es normal -consiguió decir.
– Gracias a Dios -dijo Pamela. Tomó a Callie y a Andrew de la mano y dejó que Hayley examinara a Nathan.
Con la ayuda de Stephen, Hayley examinó al niño en busca de posibles huesos rotos.
– Por lo que he visto -dijo Hayley al cabo de varios minutos- creo que no se ha roto ningún hueso. Parece que sólo se ha dado un golpe en la cabeza.
– ¿Y si tiene una hemorragia interna? -preguntó Andrew aterrado, con los ojos abiertos de par en par.
– No lo creo -dijo Hayley intentando aparentar una calma que estaba lejos de sentir. Tenía ganas de gritar, llorar, tirarse de los pelos, pero no podía perder el control y asustar a los demás. Se volvió hacia Stephen y preguntó:
– ¿Puedes llevar a Nathan a casa? Yo iré en busca del médico.
Stephen asintió.
– Por supuesto. -Se agachó y cogió con suma delicadeza al niño con sus fuertes brazos. Nathan emitió un leve gemido.
Hayley tocó la frente de Nathan y luego volvió a mirar a Stephen, consciente de que su mirada era la de una mujer aterrada.
Stephen le mantuvo la mirada, con ojos preocupados pero serenos.
– Yo cuidaré de él, Hayley. Va a ponerse bien. Coge a Pericles y ve a buscar al médico.
Incapaz de pronunciar palabra alguna con aquella angustia que se le clavaba en la garganta, Hayley asintió nerviosamente con la cabeza y desapareció corriendo a toda velocidad hacia el establo. Cuando llegó, ensilló rápidamente a Pericles y, sin pensar ni por un momento en lo poco femenino de su comportamiento, se levantó la falda hasta los muslos, saltó sobre el caballo y lo montó a horcajadas.
Apretó las rodillas contra los flancos de Pericles, y galoparon hacia el pueblo como alma que lleva el diablo.
Capítulo 14
Media hora después, Hayley entraba como un rayo en casa de los Albright con el doctor Marshall Wentbridge pisándole los talones.
– ¿Dónde están? -preguntó a Grimsley jadeando.
– En la alcoba del señorito Nathan -dijo Grimsley retorciéndose las nudosas manos, visiblemente preocupado.
Hayley subió las escaleras de tres en tres, seguida de Marshall. Cuando llegaron a la puerta de la alcoba, entró Marshall y ordenó que saliera todo el mundo.
– Les diré algo en cuanto le haya examinado -dijo con firmeza, y luego les cerró la puerta en las narices, dejándolos angustiados en el pasillo.
– ¿Ha recuperado la conciencia mientras yo estaba fuera? -preguntó Hayley mirando alternativamente a Stephen y a Pamela, temiéndose la respuesta que se reflejaba en la expresión de ambos.
Stephen negó repetidamente con la cabeza.
– No. Se ha quejado un par de veces, pero no ha llegado a abrir los ojos.
– ¿Se va a morir? -preguntó Callie con un hilillo de voz y expresión asustada. Apretó a la señorita Josephine contra su pecho y miró a Hayley con los ojos como platos.
Intentando desterrar sus propios miedos, Hayley se arrodilló y abrazó a la pequeña.
– No, cariño, Nathan no se va a morir -le contestó, intentando con todas sus fuerzas que no le temblara la voz. «Me niego a dejarle morir.» Le dio un beso en la frente y añadió-: El doctor Wentbridge va a dejar a Nathan como nuevo. De hecho, estoy segura de que va a despertarse pronto, ¿y qué te apuestas a que lo primero que querrá hacer será comerse una de las galletas de azúcar de Pierre?
– Seguro que sí, Callie -intervino Pamela-. ¿Por qué no nos vamos las dos a la cocina y preparamos una merienda con todas las pastas preferidas de Nathan?
Callie inspiró haciendo ruido por la nariz y luego se la frotó con el dorso de la mano.
– ¿Una merienda con pastas? -preguntó, mirando a todos los presentes.
– La merienda más maravillosa del mundo -le prometió Hayley con una sonrisa.
– De acuerdo -dijo Callie, dándole la mano a Pamela y dejándose guiar hacia la cocina.
Hayley se volvió hacia Andrew.
– ¿Por favor, te importaría ir a ver cómo están Pericles y el caballo del doctor Wentbridge? Los hemos dejado atados en la entrada. Los dos necesitan agua y pienso, y Pericles que lo cepillen.
Andrew miró de soslayo la puerta cerrada.
– ¿Me explicaréis lo que diga el médico? -preguntó, visiblemente reacio a marcharse.
– En cuanto salga de la habitación -le prometió Hayley. Dio a Andrew lo que intentaba ser una palmadita tranquilizadora en el hombro y luego observó cómo se alejaba. En cuanto su hermano estuvo fuera del alcance de su vista, a Hayley se le desplomaron los hombros y hundió el rostro en las manos.
Stephen sabía que estaba luchando por no perder el control, y eso le encogió el corazón. Estaba intentando con todas sus fuerzas parecer entera ante todo el mundo, pero él sabía que estaba aterrada. ¡Maldita sea! Nunca se había sentido tan impotente en toda su vida. No lograba recordar la última vez que había pedido algo a Dios, pero desde que habían encontrado a Nathan no había dejado de rezar para que el niño estuviera bien. Alargó el brazo y tocó la manga de Hayley.
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