– En el caso de que Jeremy esté realmente interesado por Hayley -prosiguió Lorelei-, ella sería estúpida si rechazara su proposición. Ya no es ninguna niña, y no puedo imaginarme a ningún otro hombre cortejándola. -Miró a Stephen a los ojos-¿Sabe que no hace mucho Hayley y Jeremy tuvieron una relación… muy estrecha?
– Sí, pero tenía la impresión de que Popplepart [12] no estaba dispuesto a hacerse cargo de toda la familia de la señorita Albright. -«Es evidente que es un completo idiota.»
– Popplemore… Jeremy me ha confiado que, puesto que lo más probable es que Pamela se case pronto, y los niños ya no son tan pequeños, cree que podrá convencer a Hayley para que delegue parcialmente el cuidado de sus hermanos en Pamela.
– ¿Ah, sí? -preguntó Stephen con una calma sólo fingida. Si Poppledart [13] estaba barajando la idea de que Hayley dejara tirada a su familia, aquel tipo todavía era más estúpido de lo que él creía. Un impulso arrollador de agarrar a aquel desgraciado por el cuello y sacudirlo hasta que le castañearan los dientes se adueñó de Stephen. Mientras contemplaba la posibilidad de dejarse llevar por ese impulso, le interrumpió su fastidiosa voz interior. «Déjalos en paz. Ella merece ser feliz y, si Popplepuss es el hombre que va a hacerla feliz, es mejor que te mantengas al margen. Te vas de Halstead mañana. No la volverás a ver nunca más. No estropees lo que podría ser su última oportunidad para ser feliz.»
Stephen aspiró profundamente y se obligó a relajarse, a luchar contra aquellos celos que le corroían ante la idea de que Hayley estuviera con otro hombre. Ella no era suya, no le pertenecía. No tenía ningún derecho a impedir que Hayley estuviera con otro hombre. De hecho, lo mejor que podía hacer por ella era lanzarla en los brazos de Jeremy. Sólo con pensarlo se le revolvían las tripas. «¡Maldita sea! No creo que sea capaz de ser tan considerado.»
– ¿Le importaría traerme otro vaso de vino? -le preguntó Lorelei con una voz ronca que pretendía ser seductora.
Stephen hizo un esfuerzo por centrarse en su acompañante. La mirada de sugerente invitación en los ojos de Lorelei era inequívoca. La mejor forma de incitar a Hayley a pasar la velada con Poppledart sería ocuparse en otra actividad.
– ¿Un vaso de vino? Por supuesto. -Cruzó el salón y se dirigió hacia la mesa de las bebidas, contento de poder alejar puntualmente la atención de sus mortificantes pensamientos.
Hayley estuvo sonriendo, aunque sólo por fuera, durante toda la cena, pero, por dentro, estaba furiosa. Lorelei presidía la mesa, con Jeremy a su derecha y Stephen a su izquierda. Sentada al lado de Jeremy y prácticamente enfrente de Stephen, Hayley observó, sumida en la desdicha y la desesperación, cómo Lorelei coqueteaba descaradamente con este último durante toda la cena, sonriéndole con los ojos y apretando su escandaloso escote contra su brazo.
Pero lo que más le dolía de todo era que Stephen también estaba coqueteando con ella. Aquella encantadora y devastadora sonrisa dirigida a Lorelei, aquellos ojos verdes que la miraban con sensualidad y admiración, hicieron que a Hayley le entraran ganas de gritar.
Intentaba negárselo a sí misma, pero estaba celosa. Completa, absoluta y desagradablemente corroída por los celos. Cada vez que la risa ronca pretendidamente seductora de Lorelei llegaba a los oídos de Hayley y cada vez que oía el sensual rumor de la voz rasgada de Stephen, Hayley tenía ganas de romper algo. Nunca se había sentido tan mal y tan fuera de sitio en toda su vida.
Desesperada, se volvió hacia Jeremy, incapaz de seguir escuchando u observando a Stephen y Lorelei durante más tiempo. Jeremy estuvo divertido, solícito y muy pendiente de ella durante toda la cena. Hayley habló brevemente con Marshall, pero Pamela estaba sentada al otro lado del médico, de modo que la atención de Marshall estaba en otra parte.
Hayley hizo un esfuerzo por disfrutar de aquella suntuosa comida, que constaba de faisanes a la brasa, guisantes a la crema y surtido de pescado, pero todos aquellos manjares no le supieron a nada. Por puro orgullo, se esforzó en conversar con Jeremy, pero su corazón estaba en otra parte. Por el rabillo del ojo, vio cómo Lorelei deslizaba lentamente un dedo por la manga de Stephen y que él respondía a su gesto rozando la copa de su solícita acompañante con la suya.
No. El corazón de Hayley estaba, sin lugar a dudas, en otra parte.
Y se le estaba haciendo añicos.
Capítulo 20
Tras la cena, había baile en el salón. Mientras los invitados estaban comiendo, los sirvientes habían retirado los muebles y se había instalado una orquesta de tres músicos en una esquina del gran salón.
Jeremy tendió la mano a Hayley.
– ¿Me concedes el honor de este baile, Hayley?
A Hayley no le apetecía nada bailar. Quería irse a casa. Quería despojarse de aquel maldito vestido y lanzárselo a la cara al sinvergüenza que se lo había regalado.
Forzando una sonrisa, contestó:
– Por supuesto. -Tomó la mano de Jerermy y bailaron una cuadrilla. Hayley consiguió olvidar momentáneamente el enfado mientras se concentraba en los pasos del intrincado baile. Al acabar de bailar, Jeremy se separó de ella para ir a buscarle un ponche.
Los ojos de Hayley inspeccionaron el salón. Una sonrisa iluminó sus labios cuando divisó a Pamela y a Marshall riéndose juntos cerca de la orquesta. Pamela irradiaba felicidad, y Hayley se alegró sinceramente por ella.
La mirada de Hayley siguió vagando por el salón hasta que se detuvo, por casualidad, en las puertaventanas. La sonrisa se le petrificó cuando vio a Stephen saliendo sigilosamente por la puerta que conducía a los jardines. Segundos después, tras dirigir una rápida y disimulada mirada al salón, Lorelei se coló por la misma puerta.
– Ahí la tienes -murmuró Hayley en voz baja. Tan enfadada que apenas podía hablar y tan dolida que apenas podía respirar, se abrió paso por el salón hasta el rincón donde se encontraban Pamela y Marshall.
– ¿Marshall, sería tan amable de acompañar a Pamela a casa esta noche? Me siento indispuesta y preferiría retirarme.
Una mirada de preocupación se dibujó inmediatamente en el rostro de Marshall.
– Está un poco pálida -ratificó Marshall-. ¿Es el estómago? ¿Quiere que le traiga una infusión?
Hayley negó con la cabeza, desesperada por salir de allí cuanto antes.
– No, gracias. De hecho, es la cabeza. -«Mejor dicho, el corazón»-. Ya me prepararé una infusión al llegar a casa. Sólo necesito saber si usted se encargará de que Pamela llegue a casa sana y salva.
– Te acompaño -dijo Pamela enseguida, visiblemente preocupada.
Hayley se volvió hacia Pamela y le cogió las manos.
– Por favor -imploró-, quiero que disfrutes de la fiesta. Pero yo debo irme. -Su voz se convirtió en un angustiado susurro-. Debo irme. -«Ahora. Inmediatamente. Antes de que me ponga a llorar y haga el ridículo.»
– Te acompaño hasta la puerta -dijo Pamela, tomando a Hayley del brazo. Anduvieron hasta el vestíbulo, donde esperaron a que el lacayo les trajera la calesa.
– Sé lo que te molesta tanto, Hayley. Ya he visto cómo esa insoportable coquetea descaradamente con el señor Barrettson. Pero eso no significa que él…
– Están fuera, en el jardín, juntos -dijo Hayley con un susurro entrecortado.
– Oh, Hayley. -Pamela la rodeó con ambos brazos y le dio un fuerte abrazo. Hayley casi sonríe cuando oyó decir a su hermana una palabrota de la cosecha de Winston.
– Disfruta de la compañía de Marshall -dijo Hayley, separándose de Pamela-Quiero que mañana me lo cuentes todo con pelos y señales.
El lacayo anunció la llegada de la calesa, y Hayley se dirigió rápidamente hacia la puerta de salida. Se subió al asiento, cogió las riendas y partió como alma que lleva el diablo. No permitió que le cayeran las lágrimas hasta que estuvo lejos de la casa de Lorelei Smythe.
– ¿Dónde está Hayley? -preguntó Stephen a Pamela casi media hora más tarde.
Había salido a fumarse un puro y casi inmediatamente se encontró en compañía de Lorelei. Stephen reprimió una palabrota. Aquella mujer no sólo era molesta y aburrida, sino que encima era tenaz. Le recordaba a las mujeres de la ciudad a quienes tanto detestaba. Había tolerado su compañía durante la mayor parte de la velada, pero ya había tenido suficiente. Siguió fumando, ignorando su vacua conversación, y se deshizo de ella con brusquedad, antes de haberse fumado siquiera medio puro.
En cuanto entró en el salón, sus ojos inquisidores buscaron a Hayley, pero no la pudo encontrar. Divisó a Jeremy en la otra punta del sajón, pero no había ni rastro de Hayley. Finalmente, se acercó a Pamela, que estaba sola junto a una ventana.
– Me sorprende que se atreva a preguntarme por el paradero de Hayley, señor Barrettson -contestó Pamela con voz gélida.
Stephen la miró fijamente, sin poder ocultar su sorpresa ante aquel gélido tono.
– ¿Y por qué le extraña tanto?
Pamela le dirigió una mirada inequívocamente reprobatoria.
– Quizá porque, hasta ahora, llevaba toda la noche ignorándola completamente y parecía encontrarse bastante a gusto haciéndolo.
– Estaba bien acompañada -dijo Stephen con la boca pequeña.
– La ha humillado delante de esa odiosa mujer -dijo Pamela echando fuego por los ojos-. Hayley sólo le ha dado bondad. ¿Cómo ha podido ser tan cruel con ella?
A Stephen le embargó un intenso sentimiento de culpa. No había sido su intención hacerla sufrir. Sólo había intentado hacer lo que él creía que era mejor para ella. Mantenerse alejado y dejar que otro hombre -un hombre que no la iba a abandonar- se fijara en ella.
– Le aseguro que no era mi intención hacerla sufrir.
– Pero lo ha hecho. Le ha hecho mucho daño.
– Dígame dónde esta. Quiero pedirle disculpas.
– Se ha ido.
Stephen miró a Pamela fijamente.
– ¿Qué?
– Se ha ido. Supongo que no se dio cuenta de su marcha porque estaba demasiado ocupado en el jardín con la señora Smythe. -Miró a Stephen de arriba abajo con evidente deprecio-. Sinceramente, señor Barrettson, me ha sorprendido. Hasta esta noche, le tenía por un hombre bueno, considerado, un hombre digno de la admiración de Hayley. Es obvio que estaba equivocada. -Se volvió para alejarse, pero Stephen la retuvo cogiéndola del brazo.
Lo cierto es que le había sorprendido mucho el breve discurso de Pamela. Al parecer, estaba destinado a recibir duras reprimendas de las hermanas Albright. Pero su sorpresa quedó eclipsada por la profunda y dolorosa sensación de pérdida que le invadió inmediatamente. Le molestaba tremendamente que Pamela le estuviera mirando como si fuera un perro abandonado. Debía de estar realmente enfadada para hacer semejante exhibición de genio.
Y la mera idea de que Hayley estuviera sufriendo por su culpa, de que ya no le tuviera en tan alta estima, le oprimía el pecho y le llenaba de remordimientos. Le dolía muchísimo que cualquiera de aquellas dos mujeres pudiera pensar mal de él, especialmente Hayley.
– No estaba equivocada -contestó él dulcemente-. Le aseguro que tengo a su hermana en la más alta estima y que jamás le haría daño a propósito.
La mirada de Pamela no se suavizó ni un ápice.
– Entonces, ¿porqué…?
– No lo sé. -Una sonrisa de arrepentimiento apareció en el rostro de él-. Soy un imbécil.
Pamela lo miró sin parpadear, con expresión implacable.
– No pienso llevarle la contraria -dijo con brutal sinceridad-, pero se lo está explicando a la señorita Albright equivocada. -Se liberó de los dedos de Stephen con un ademán brusco-. Ahora, por favor, discúlpeme.
Stephen observó cómo Pamela se reunía con Marshall. La orquesta empezó a tocar una nueva melodía, y los dos se dirigieron hacia la pista de baile. Stephen entró a pasos largos en el vestíbulo y salió del edificio a toda prisa.
La caminata de tres cuartos de hora hasta la casa de los Albright ofreció a Stephen la oportunidad que tanto necesitaba para pensar.
Sabía que aquella noche había hecho lo mejor que podía hacer por el bien de Hayley, pero, de todos modos, se sentía como un canalla. Estaba tan hermosa, con el rostro ruborizado e irradiando felicidad, tan increíblemente encantadora con su nuevo vestido. Había deseado tanto tocarla, besarla, cogerla en brazos y llevársela a un lugar íntimo donde pudieran estar los dos solos…
Pero ¿cómo iba a hacerlo yéndose a la mañana siguiente? Era un canalla, pero no tan canalla como para eso.
La idea de su inminente marcha le llenó de una profunda sensación de vacío, y sintió una fuerte opresión en el pecho. Se había encariñado mucho con los Albrigth en aquella breve estancia en su casa. Con todos ellos. Sobre todo con Hayley.
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