«¡Maldita sea!», pensó. Encariñarse era un eufemismo rayano con el ridículo. La admiraba. La respetaba. Le gustaba tremendamente.

Le importaba. Muchísimo.

Entró en la casa de los Albright. Grimsley no estaba en la puerta, de modo que Stephen asumió que se había retirado a su alcoba. Buscó a Hayley en la biblioteca y en el despacho, pero los dos estaban vacíos, de modo que supuso que se había acostado. Decidió esperar. Ya hablaría con ella a la mañana siguiente antes de partir. Así tendría toda la noche para pensar en las palabras adecuadas, aunque dudaba que existieran.

Mientras subía las escaleras, se aflojó el cuello de la camisa. Cuando entró en su alcoba, se quitó rápidamente la chaqueta y la dejó caer, junto con la corbata, sobre la butaca que había junto a la chimenea. Estaba desabrochándose la camisa cuando vio la cama por el rabillo del ojo. Sus dedos se detuvieron súbitamente y miró fijamente en aquella dirección.

El vestido que le había regalado a Hayley estaba desparramado sobre la cubierta.

Como si estuviera hipnotizado, se acercó a la cama. El precioso vestido estaba cuidadosamente extendido sobre la cama, con una nota encima del suave tejido. Al lado del vestido, perfectamente apilados, Hayley había dejado la combinación, las medias y los zapatos. Stephen alargó el brazo y cogió la nota.


Señor Barrettson,

Quiero darle las gracias por este precioso vestido y sus complementos, pero tras reconsiderarlo, opino que sería impropio aceptar un regalo tan elaborado y personal.

Mañana debo ir a un pueblo vecino para visitar a una amiga de la familia que está enferma y pasaré allí la noche. Puesto que sus heridas parecen estar bastante curadas, creo que sería mejor que usted se hubiera ido para cuando yo esté de vuelta pasado mañana.

Cuidarle ha sido un placer para mí y para toda mi familia y estamos muy contentos por su pronta recuperación. Por favor, acepte mis felicitaciones por su buena salud y mis más sinceros deseos de que siga así.

Cordialmente,

Hayley Albright


Stephen volvió a leer la nota, mientras su opresión en el pecho iba en aumento hasta que sintió como si un piano le estuviera aplastando los pulmones. Le estaba echando. Le había devuelto su regalo y le pedía que se marchara antes de que ella volviera a casa.

La cabeza le decía que Hayley estaba haciendo lo correcto. Era mejor así. Cuando ella regresara, él se habría marchado. Sin tristes despedidas. Sin tener que admitir sus mentiras.

Pero su corazón sabía que no podía marcharse de ese modo.

Sin saber lo que iba a decirle, Stephen cogió precipitadamente el vestido y los complementos, salió de la alcoba y cerró la puerta tras él.

Capítulo 21

Stephen oyó los llantos en cuanto se acercó a la alcoba de Hayley.

Llamó suavemente a la puerta, pero, al no obtener respuesta, hizo girar el pomo con delicadeza. La llave no estaba echada. Entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí.

Hayley se hallaba de pie junto a la ventana, dándole la espalda y con la cara hundida en las manos.

Stephen sintió que aquellos sollozos ahogados le destrozaban el corazón.

– Hayley.

Hayley dio un respingo y se volvió, con los ojos anegados en lágrimas y abiertos de par en par. Se secó las lágrimas con dedos temblorosos.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– He venido a devolverte tu regalo…

Ella miró las prendas por un instante, luego se le endureció la mirada y se volvió.

– Ya te he dicho que no puedo aceptarlo -dijo-. Ahora, por favor, vete.

Stephen dejó las prendas sobre una silla.

– Ya lo habías aceptado.

– Sí. Pero eso era antes -dijo ella con voz cortante.

– Sí -ratificó Stephen, colocándose justo detrás de ella-. Eso era antes de que yo me comportara como un imbécil. Antes de que te ignorara. Antes de que te hiciera daño. -Le puso las manos sobre los hombros y la instó a girarse.

Ella primero se resistió, pero él ejerció una suave presión hasta que ella se dio la vuelta. A pesar de que estaba de cara a él, Hayley seguía mirando al suelo.

– Mírame, Hayley. -Colocándole un dedo en la barbilla, la obligó a levantar la cara. Las lágrimas seguían manando, dejando regueros plateados en sus mejillas color crema.

A él se le hizo un nudo en la garganta cuando vio cómo una sola lágrima resbalaba por el rostro de Hayley.

– Me he comportado mal esta noche. Por favor, perdóname. Te prometo que no quería hacerte daño. Jamás querría hacértelo.

Ella respiró hondo y tragó saliva con dificultad.

– No lo entiendo -susurró con voz temblorosa-. ¿Por qué le has tenido que seguir el juego? -Se le escapó un sollozo ahogado-. Me he puesto un vestido adecuado. Me he arreglado el pelo, me he comportado como una dama. Pero seguía sin ser suficientemente buena para ti. ¿Qué tengo de malo?

A Stephen se le escapó un atormentado suspiro y la estrechó entre sus brazos, hundiendo el rostro en el suave cabello de Hayley con olor a rosas.

– Hayley… Hayley -le susurró al oído-. ¡Dios! No tienes nada malo. Eres la mujer más extraordinaria que he conocido. Eres dulce y buena y generosa… -Dio un paso atrás y ahuecó ambas palmas alrededor de sus mejillas, apartándole delicadamente las lágrimas con los pulgares-. Eres un ángel. Lo juro por Dios, un verdadero ángel.

– ¿Entonces por qué…?

– Estaba pensando en ti, en tu felicidad. No quería echar a perder tu oportunidad de rehacer tu vida con Popplepuss.

– Popplemore.

– En serio. -Stephen sondeó la mirada de Hayley y se forzó a decir las palabras que sabía iban a hacerle daño-. Los dos sabemos que tendré que irme. Pronto. -«¡Santo Dios! Si supieras lo pronto que me voy a ir!»

– Lo sé -susurró ella.

– No quería echar a perder tu oportunidad de rehacer tu vida con otro hombre. Créeme cuando te digo que he tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano. Quería estar contigo, Hayley. Te lo prometo. Lorelei Smythe no te llega a la suela del zapato. -Negó repetidamente con la cabeza-. La primera vez en mi vida que actúo con nobleza y lo echo todo a perder.

– ¿La…? ¿La has besado?

– No. No tenía el menor deseo de hacerlo. -Sintió un gran alivio cuando vio que parte del dolor desaparecía de los ojos de Hayley.

– A ver si lo he entendido correctamente. Querías estar conmigo, pero has hecho un esfuerzo por comportarte con nobleza alejándote de mí y dejando el campo libre a Jeremy porque vas a irte pronto de Halstead y no querías interferir en mi oportunidad de ser feliz con otro hombre. -Lo miró con expresión interrogativa-. ¿Correcto?

– Sí, más o menos, eso viene a resumirlo todo.

Ella sacudió repetidamente la cabeza.

– ¡Dios mío! ¡Vaya plan tan enrevesado! ¿Cómo se te ocurrió tramar algo tan ridículo?

– Me pareció una gran idea, al principio -musitó Stephen-. De hecho, podría haber funcionado perfectamente, salvo por un detalle.

– ¿Qué detalle?

Él le cogió las manos y se las acercó a los labios, probando el sabor salado de las lágrimas que le impregnaban las yemas.

– Cada vez que Popplepart te tocaba, cada vez que te miraba o te hablaba, tenía ganas de estrangularlo, al muy canalla.

– Popplemore.

– Ya lo creo. Poco me ha faltado para cruzar el salón, agarrarlo por su escuálido cuello y hundirlo en la ponchera.

A Hayley se le pusieron los ojos como platos.

– ¿En serio?

Stephen asintió con expresión solemne.

– Completamente en serio. -Consciente de que estaba jugando con fuego, pero incapaz de contenerse, besó los dedos de Hayley y pasó suavemente la lengua por su piel con olor a rosas. «Déjalo ya. Dile que te vas mañana. Díselo ahora y sal de su alcoba. Antes de que sea demasiado tarde. Antes de que hagas algo de lo que ambos os arrepentiréis.»

– Entonces, ¿podrías… podrías plantearte la posibilidad de quedarte?

Él levantó despacio la mirada buscando la de ella. A Hayley le ardían las mejillas, y sus ojos, todavía húmedos, eran dos inmensos estanques de agua que reflejaban una combinación de incertidumbre y esperanza.

– ¿Qué?

– Si es eso realmente lo que sientes, entonces no te vayas de Halstead. Puedes buscar trabajo en el pueblo o alguna localidad vecina. Si no encontraras nada, siempre te podría contratar yo para que dieras clases a los chicos y a Callie. -Con labios temblorosos, esbozó una dubitativa sonrisa-. Mis hermanos te han cogido muchísimo cariño, y tía Olivia cree que el sol sale y se pone sólo para ti. Hasta has conseguido ganarte a Pierre, una gran hazaña, te lo puedo asegurar. Todos queremos que te quedes. -Su voz se convirtió en un susurro-. Yo quiero que te quedes.

Stephen la miró fijamente, completamente sin habla. ¿Por qué no había previsto que le pediría aquello? Según él mismo le había explicado, podía trabajar en cualquier sitio. Entonces, ¿por qué no en Halstead? «¡Dios mío! ¡Hasta qué punto he liado las cosas!» Tenía que decirle inmediatamente que no podía hacer lo que le pedía.

– Hayley yo…

– Me he enamorado de ti, Stephen. Te quiero.

Aquellas palabras, dichas con una inmensa dulzura, calaron muy hondo en Stephen, dejándole sin habla, anulando absolutamente su capacidad para pensar. Completamente. Irrevocablemente. La miró y vio claramente aquellas palabras reflejadas en sus ojos.

Hayley le quería.

Aquel maravilloso, generoso y hermoso ángel le quería. Se sentía como un completo canalla. «¿Qué voy a hacer ahora?»

– Hayley debo decirte…

Ella le puso la yema de un dedo sobre los labios, sin dejarle continuar.

– No te lo he dicho para que te sientas obligado a decirme lo mismo. Te lo he dicho sólo porque ya no podía callármelo más tiempo. Y quería que supieras, que supieras sin ninguna duda en absoluto, que quiero que te quedes. Y que, si te quedas, siempre serás bien recibido en esta casa y formarás parte de nuestra familia.

A Stephen se le hizo un inmenso y pesado nudo en la garganta. Intentó alejarlo de allí, pero estaba firmemente alojado, como un trozo de pan seco. Cerró los ojos e hizo un esfuerzo por controlar la batalla que se estaba librando en su interior entre sus nobles intenciones y sus deseos. Si no se alejaba de ella rápidamente, sabía quién saldría victorioso. Pero le resultaba imposible pensar con el eco de las palabras de Hayley resonando en su interior. «Me he enamorado de ti. Te quiero, Stephen. Te quiero, Stephen.»

Él no merecía su amor. «¡Dios mío! ¡Si ni tan siquiera sabe quién soy!» Ella se había enamorado de Stephen Barrettson, tutor. Le rechazaría si supiera que le había estado mintiendo todo el tiempo, que en el fondo era un noble de vida disoluta, con una larga lista de amantes, una excusa superficial como familia y un asesino pisándole los talones. Sólo de pensar en que ella pudiera mirarle con desprecio, esfumándose el amor y la confianza de su mirada y dando paso al rechazo, Stephen sentía un dolor desgarrador, como si estuvieran partiéndole en dos.

Tenía que hacer lo que era mejor para ella. Por mucho que le costara.

Stephen soltó un suspiro y apoyó decididamente las manos en los hombros de Hayley. Mirándola directamente a los ojos, rezó para que ella percibiera la profundidad de su tristeza.

– Hayley, no tengo nada que ofrecerte. No puedo darte todo lo que te mereces, lo que querría darte, como querría dártelo. No puedo.

Aquellas palabras apagaron el tenue brillo de la esperanza en los ojos de Hayley, extinguiendo sus tiernos anhelos, instaurando el vacío donde había latido el deseo hacía sólo un momento. A Stephen el sufrimiento que traslucía aquella mirada se le clavó en las entrañas como una fría puñalada.

Zafándose de él, Hayley se acercó a la ventana y miró fijamente la negra noche con la mirada perdida. Él se quedó mirándole fijamente la espalda y tuvo que hacer de tripas corazón para no lanzarse sobre ella, estrecharla entre sus brazos. Hacerla suya.

Cuando por fin Hayley se dio la vuelta y se encaró a Stephen, tenía los dedos de ambas manos fuertemente entrelazados y la mirada clavada en el suelo.

– Lo entiendo. Disculpa mi desmesurado atrevimiento. Es obvio que no deseas… -Su voz se fue desvaneciendo y cerró fuertemente los ojos.

La visión de Hayley, destrozada y humillada, destruyó a Stephen, haciéndole añicos por dentro. Cruzó el espacio que los separaba con dos largas zancadas y la agarró por los hombros.

– ¿Qué no deseo? ¿Que no te deseo…? -Respiró entrecortadamente y se le escapó una risa llena de amargura-. ¡Por el amor de Dios, Hayley! Te deseo tan terriblemente que estoy temblando. Te deseo tanto que no puedo dormir por las noches. Sufro por ti constantemente.

Le cogió la mano y se la restregó lentamente por la entrepierna de los pantalones, presionando la palma de Hayley contra la dura prominencia de carne palpitante.