– Lo estamos haciendo muy bien -le susurró Liz al bebé-. Hemos estado juntas casi veinticuatro horas y hemos evitado cualquier tipo de crisis. Yo voto porque sigamos así. ¿Qué te parece, cariño?

Natasha se movió un poco, bostezó y volvió a dormirse.

Liz sonrió y sintió que se le llenaba el alma de amor. Su hija, pensó felizmente, mientras miraba a un lado y otro de la calle, antes de cruzar. Su propia hija. Las dos serían…

– ¿Es usted americana?

Sorprendida, Liz se volvió hacia el hombre que se lo había preguntado. No lo había oído acercarse. Era alto y delgado, con los ojos oscuros y los dientes sucios. Instintivamente, Liz se alejó de él un par de pasos.

– ¿Qué?

– Americana.

El hombre dijo algo más, pero ella no lo entendió. Dio otro paso atrás.

La acera estaba abarrotada y se chocó con alguien. Se dio la vuelta y el hombre se acercó más.

– ¿Qué quiere? -le preguntó Liz. No le gustaba nada su aspecto sucio ni su olor. Entonces, se dio cuenta de que no le importaba nada lo que quisiera. Miró a ambos lados y cruzó la calle corriendo.

– ¡Espere! -le dijo el hombre, mientras la seguía. Continuó hablando, pero entre el ruido del tráfico y su fuerte acento ruso, Liz no entendió lo que le estaba diciendo.

– Déjeme en paz.

Él dijo algo más, pero lo único que ella entendió fue que iba a llevarse a la niña.

Tuvo un ataque de pánico y agarró a Natasha con fuerza, apretándola un poco más contra el pecho.

– ¿Qué ha dicho?

En vez de responder, el hombre alargó los brazos hacia Natasha.

Liz gritó y aquello despertó a la niña. Natasha se puso a llorar, pero incluso así, el hombre no se rindió.

Liz se dio la vuelta y corrió hacia la entrada del hotel, esquivando a la gente que iba por la acera. Fue directamente hacia la recepción del hotel y le gritó al hombre que estaba allí.

– ¡Quieren llevarse a mi hija! ¡Ayúdeme!

Capítulo 6

David estaba revisando unos documentos cuando sonó el teléfono de su despacho.

– ¿Sí?

– Tiene una llamada, señor Logan. Una tal Liz Duncan. Ha dicho que era muy importante.

David le pidió a su secretaria que le pasara la llamada inmediatamente.

– ¿Liz?

– ¡Oh, David, gracias a Dios que estás en la oficina!

Parecía aterrorizada. David se irguió en el asiento.

– ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

– No lo sé. Creo que sí, pero alguien ha intentado quitarme a Natasha y… -un sollozo ahogó el resto de la frase.

– ¿Qué dices? ¿Qué ha ocurrido?

– Fue un hombre. Me estaba hablando, pero yo no entendía nada de lo que me decía y entonces, intentó agarrar a la niña -dijo y comenzó a llorar-. David, intentó quitármela de los brazos. No lo entiendo. Tienes que sacarme de aquí. No es seguro.

David no supo si se refería al hotel o al país.

– ¿Dónde estás ahora?

– En el hotel.

– Quédate ahí. Voy a llamar a la recepción para asegurarme de que vigilen a todo el que entre o salga. Dame diez minutos para resolver las cosas aquí e iré directamente al hotel. ¿Estarás bien?

– Sí, creo que sí.

Después de colgar, David llamó a la recepción del hotel, terminó de revisar los informes rápidamente y llamó a Ainsley, una de sus agentes.

– Quiero que me confirmes un par de cosas sobre el mercado negro de niños -le dijo-. Nunca secuestran a niños que están en proceso de adopción, ¿verdad?

– No -respondió Ainsley-. Supongo que no quieren ese tipo de problemas. Normalmente, los bebés que secuestran son demasiado pequeños como para que haya empezado el proceso. ¿Por qué?

– Alguien a quien conozco está adoptando a un bebé. Creo que tiene unos cuatro meses. Mi amiga dice que han intentado quitársela de los brazos.

– No lo había oído nunca. ¿No cabe la posibilidad de que fuera un atraco y su amiga se confundiera?

– Voy a indagarlo. Gracias por la información.

– De nada.

David se marchó al hotel. Liz abrió enseguida la puerta de la habitación.

– Has venido -dijo, mientras se abrazaba a él como si de ello dependiera su vida-.Tenía miedo de que hubieras pensado que estaba loca, o muy nerviosa y me hubiera imaginado cosas.

Él la abrazó con fuerza y disfrutó del contacto con su cuerpo. Entonces se recordó que aquélla no era una visita de placer y se retiró.

– Lo que pienso es que alguien te atacó y que ahora estás asustada -le dijo. Entró en la habitación y le hizo unas cosquillas a Natasha, que estaba sobre la cama. La niña se rió al verlo y extendió los brazos hacia él. Después, David se volvió hacia Liz-. Empieza por el principio y cuéntame lo que ocurrió. Quiero saber todo lo que puedas recordar.

Mientras hablaba, Liz caminaba por la habitación, cruzándose y descruzándose de brazos.

– Era un hombre alto, de unos treinta años. Estaba muy sucio y tenía el pelo largo y los ojos oscuros. No se había duchado desde hace años.

Ella le explicó el encuentro con todo detalle y le refirió lo que le había dicho el hombre. David hizo que se lo explicara todo por segunda vez, mientras tomaba notas en el cuaderno que siempre llevaba en el bolsillo. Después repasó con ella las notas y cuando Liz terminó, él hizo que se sentara en la única butaca que había en la habitación. Se agachó ante ella y le tomó la mano.

– Ahora respira profundamente. La niña y tú estáis bien.

Ella asintió.

– Estoy empezando a sentirme mejor.

– Eso es un comienzo. He estado investigando un poco antes de venir aquí. En Moscú hay un mercado negro de niños, pero se dirigen principalmente a niños mucho más pequeños que Natasha, de sólo unas semanas de edad. Además, nunca se han llevado a un niño cuyo proceso de adopción ya hubiera comenzado.

– Entonces, ¿qué quería ese hombre? ¿Era el padre de Natasha?

– No es probable. Ella ha estado en el orfanato desde que tenía un par de días. Si su padre hubiera querido reclamarla, sólo habría tenido que ir allí y llevársela. Supongo que ese tipo sería un delincuente de poca monta que se imaginó que podría llevarse a la niña y pedir un rescate por ella. Me has dicho que lo primero que te preguntó fue si eras americana. La mayoría de la gente supone que los turistas norteamericanos son ricos.

Liz apretó los labios.

– Quizá.

Él no la culpaba por resistirse a creer su versión. En el fondo, tenía el presentimiento de que estaba ocurriendo algo más, pero no sabía qué. Había miles de bebés abandonados en Moscú. ¿Por qué habían elegido a aquella niña?

David miró su reloj.

– Voy a ir al orfanato a hablar con la gente de allí.

– Maggie se queda hasta las cinco -le dijo Liz-. Tenía una reunión antes, así que todavía estará allí.

– Bien. Hablaré con ella también. Quizá haya alguna información interesante en el expediente de Natasha. ¿Estarás bien?

– Sí. Estoy bien.

Sin embargo, era evidente que estaba muy asustada.

– Volveré cuando haya terminado.

– No -respondió Liz y le soltó la mano-. Si averiguas algo muy importante, quiero saberlo, pero de otro modo yo me las arreglaré -le dijo y sonrió débilmente-. Cabe la posibilidad de que reaccionara desproporcionadamente ante lo que ocurrió, ¿no? Creo que tu versión de la americana rica tiene sentido. Los otros padres están en este piso también, así que me siento segura en la habitación.

Él se incorporó y la miró.

– ¿Estás segura? No me importa volver.

– Ya has hecho demasiado por mí, David. No quiero que pienses que soy una inútil.

– No lo eres.

– Entonces, deja que te lo demuestre -le pidió ella y le besó la mejilla-. Gracias por tu ayuda.

Él la miró a los ojos, intentando convencerse de que Liz estaría bien sola.

Ella lo empujó suavemente hacia la puerta.

– Vete. Haz tu trabajo de espía. Nos veremos mañana.

David asintió.

– Llámame si empiezas a preocuparte. Tienes el número de mi apartamento -se dio la vuelta para marcharse-. Estaremos en contacto -añadió.


Sophia se detuvo a la salida del edificio de su apartamento. Eran casi las cinco de la tarde, e incluso su callejón estaba lleno de gente y de coches. En aquella época del año, todavía quedaban varias horas para que anocheciera y los residentes aprovechaban aquella ventaja para hacer recados y visitar a los amigos.

Sophia no quería salir de su casa, pero no le quedaba más remedio. El día anterior se había quedado sin comida. Aunque había aguantado todo lo que había podido, finalmente el hambre la había empujado a salir.

Él la estaría buscando. Ella lo sabía. Lo que no sabía era cómo mantenerse a salvo. No tenía adonde ir, ni nadie a quien acudir.

Había recibido el primer mensaje casi una semana antes, diciéndole que había llegado el momento. La pareja americana rica había entregado el dinero y querían el bebé que habían elegido. Vladimir Kosanisky le había dicho que le entregara a Natasha hacía dos días y ella no lo había hecho.

Kosanisky no sabía que ella había dejado a Natasha en el orfanato cinco días después de su nacimiento. Sophia no quería deshacerse de su bebé, pero no sabía cómo podría conseguir que estuviera segura. Cuando Kosanisky había insistido en que le diera fotografías de la niña, Sophia había obedecido. Había tenido la esperanza de que Natasha fuera adoptada y de que estuviera fuera del país antes de que su jefe la reclamara. Pero aquello no había ocurrido.

Sophia se había quedado muy asombrada al enterarse de que en el mercado negro de niños, los bebés eran mucho más pequeños que los que se adoptaban legalmente. Afortunadamente, la primera pareja que se había interesado en Natasha no había podido reunir el dinero que les había pedido Kosanisky. Entonces él se había puesto a buscar otros clientes y había dejado a la niña al cuidado de su madre. O eso era lo que él creía.

Sophia había visitado todos los días a su hija, preocupándose por ella y queriéndola. Siempre había querido estar con ella, pero aquello no era posible. Quería que su niña tuviera una vida mejor que la suya. Una oportunidad. En América cuidarían y educarían a Natasha. Tendría comida y una casa y nadie esperaría de ella que se ganara la vida por sí misma desde los doce años.

Sophia miró a su alrededor. Cuando estuvo segura de que nadie la estaba vigilando, se dirigió hacia la calle principal y hacia el mercado, que estaba a dos manzanas de su casa.

Había hecho lo correcto, se dijo. Kosanisky no sabía que Natasha estaba en el orfanato, lo cual significaba que la niña estaba a salvo. Los americanos ricos que él había encontrado, tan ansiosos por comprar un niño, tendrían que conformarse con el bebé de otra. Natasha se iba a ir con Liz Duncan. La señora americana sería muy buena con ella. Sophia las había visto juntas y había visto el amor en los ojos de Liz. Sí, el hecho de darle a su hija le rompía el corazón, pero era lo mejor…

– ¡Allí!

Oyó aquella única palabra y al instante, se puso alerta. Incluso mientras se volvía a mirar hacia el lugar del que provenía la voz, echó a correr.

Había dos hombres. Los dos eran grandes, tenían un aspecto amenazado y corrían tras ella. Sophia intentó distraerlos, pero no pudo. La atraparon y la arrastraron hacia una furgoneta blanca. Ella gritó pidiendo ayuda, pero nadie se detuvo. Sólo unas cuantas personas se volvieron a mirar. Nadie quería involucrarse.

La puerta se cerró tras ella y la furgoneta se perdió entre el tráfico.

Sophia se quedó tumbada en el lugar donde la habían tirado. Estaba aterrorizada y temblaba. ¿Qué podría decirles para evitar que la mataran?

Uno de los hombres se puso al volante y el otro se sentó en el asiento del fondo. Al mirar a su alrededor, Sophia se dio cuenta de que Kosanisky estaba sentado en el suelo de la furgoneta, frente a ella.

– ¿Acaso creías que no me enteraría de lo del orfanato? -le preguntó tranquilamente, mientras sacaba un cigarrillo, lo encendía e inhalaba profundamente.

Sophia tragó saliva.

– Nunca me habías dicho nada -dijo ella.

Él se encogió de hombros.

– ¿Qué me importa a mí dónde tengas a la cría con tal de que esté lista cuando yo diga? Pero no lo está, ¿verdad? Se la has dado a una americana.

Sophia tuvo pánico. ¿Sabían lo de Liz? ¿Cómo era posible?

Kosanisky se rió.

– Me has subestimado, Sophia y eso es muy peligroso. ¿Cuántas veces tengo que decirte que yo lo sé todo? Ésta es mi ciudad. Soy su propietario, igual que soy tu propietario.

Él pánico se convirtió en terror. Era cierto que era su dueño. Lo había sido durante años. Sophia tenía que obedecerlo si no quería terminar en el fondo del río.

– A Natasha la van a adoptar -dijo en tono desafiante, sin estar segura de cómo había reunido el valor de hacerlo-. No dejaré que la vendas. A mi hija no.