Él le lanzó una mirada de desprecio.
– Eres una prostituta, Sophia. A nadie le importan las prostitutas.
Ella no acusó el golpe. Había oído cosas mucho peores. Además, lo que decía era cierto. Así era como ella se ganaba la vida. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Kosanisky le hizo un gesto al hombre que se había sentado junto a la puerta y el tipo agarró a Sophia por los brazos. Ella comenzó a retorcerse mientras Kosanisky se acercaba. Le dio una profunda calada al cigarro y se lo acercó al brazo.
– Vas a traerme a esa niña -le dijo.
– No.
Él le apretó el cigarrillo contra la piel. Ella gritó e intentó apartarse, pero el hombre la apretó con fuerza los brazos.
Sophia luchó por mantenerse alerta, por no rendirse al dolor. Mientras Kosanisky le acercaba el cigarrillo a la mejilla, ella echó la pierna hacia atrás y después le dio una patada en la entrepierna con tanta fuerza como pudo. Él dio un grito y cayó hacia delante.
Asombrado, el hombre que la estaba sujetando la soltó y se inclinó sobre su jefe. Sophia se escabulló, consiguió abrir la puerta trasera de la furgoneta y se tiró a la calle.
Se dio un fuerte golpe contra la carretera y los demás coches pitaron a su alrededor. Un taxi estuvo a punto de atropellada y ella sintió que tenía los huesos rotos. Sin embargo, se obligó a ponerse en pie, pese al dolor de la caída y de la quemadura. La camioneta se dio la vuelta para seguirla. Sophia miró a su alrededor y vio las brillantes cúpulas de la catedral de San Basilio. Era el lugar perfecto para perderse entre la muchedumbre de turistas.
Cojeó hacia un grupo grande de personas que seguían a un guía, con la esperanza de no estar sangrando demasiado.
David entró a la oficina principal del orfanato y se encontró a Maggie hablando con el director.
– ¿Qué ocurre? -le preguntó ella al verlo.
– Quizá nada. No estoy seguro.
Entonces, David le explicó lo que le había ocurrido a Liz. El director, un hombre de baja estatura y calvo, puso mala cara.
– ¿Y por qué iba a querer alguien a uno de nuestros huérfanos?
Aquella pregunta sorprendió a David.
– Usted debe de saber que hay un mercado negro de niños en la ciudad.
El hombre desestimó aquel comentario agitando la mano.
– Hay rumores, pero yo no los creo -dijo y tomó un expediente-. Si me disculpan, tengo que ir a hablar con una de las enfermeras.
– Supongo que negarlo le permite conciliar el sueño -dijo David, mientras tomaba nota de que tenía que investigar a aquel hombre.
Maggie arqueó las cejas.
– Seguramente. ¿Por qué ni siquiera está un poco alarmado? -Maggie frunció el ceño-. Oh, no. No me digas que es sospechoso.
– Hasta el momento no lo había sido.
– Por primera vez en mi vida voy a rezar porque uno de los hombres con los que trabajo sea un ingenuo o un idiota. Hemos tenido una gran relación con este orfanato. No querría que eso se desmoronara.
– No saques conclusiones apresuradas. Sólo porque no quiera oír nada sobre el mercado negro no tiene por qué estar involucrado. El director no está en ninguna de las listas.
– ¿Tienes listas?
David se encogió de hombros.
– Es parte de mi trabajo.
– No quiero saber lo que haces -dijo ella y se acercó a un archivador que había contra la pared-. ¿Qué crees que ha ocurrido esta tarde con Liz y Natasha?
– No lo sé. O Liz entendió mal lo que estaba ocurriendo, o es cierto que alguien intentó llevarse a la niña.
Maggie abrió un cajón y comenzó a buscar entre las carpetas.
– Quizá haya algo en el expediente de Natasha que pueda darnos una pista. No creo que sepamos nada de sus padres, porque fue un caso de abandono claro. La dejaron aquí a los pocos días de su nacimiento. Ocurre a menudo.
– Si la dejaron aquí sin más, ¿cómo puede ser adoptada? No hay ningún papel.
Maggie cerró el cajón y abrió el segundo.
– Tú ya llevas el tiempo suficiente en Rusia como para saber que siempre hay papeles. Después de unos días, se rellenan formularios en los tribunales. Es algo común. El orfanato quiere dar en adopción todos los niños que pueda. Y los que más fácilmente encuentran un hogar son los bebés.
– ¿De dónde vienen?
– De todas partes. La mayoría son hijos de chicas muy jóvenes que no pueden mantenerse. Hay cientos de prostitutas adolescentes en la ciudad. La mayoría acaban con el embarazo lo antes posible, pero algunas no se dan cuenta de que están embarazadas hasta que es demasiado tarde, o no pueden permitirse abortar. Es un gran riesgo para ellas.
– ¿Abortar?
– No, continuar con el embarazo. Un vientre abultado les impide ganarse la vida. ¿Qué sentido tiene tener un hijo cuando no se tiene qué comer?
Aunque David estaba en contacto con el lado malo de la vida, normalmente se las veía con gente que vendía o compraba armas y secretos políticos. No tenía que enfrentarse a la situación de adolescentes embarazadas que luchaban por sobrevivir.
– Supongo que no tienen adonde ir -dijo.
– Claro que no. Si esas chicas tienen un hijo sano, no pueden mantenerlo.Así que los bebés terminan aquí, donde tienen una segunda oportunidad.
– ¿Es eso lo que le ocurrió a Natasha?
Maggie sacó una carpeta del cajón.
– No podemos saberlo, pero es probable.
Cuando ella dejó la carpeta sobre la mesa y la abrió, David se inclinó para leer el contenido. Sin embargo, no había nada.
Maggie tomó aire bruscamente.
– ¡Ha desaparecido!
A David no le sorprendió.
– ¿Qué había aquí dentro?
– Todo. Estaba la historia médica de Natasha, las notas de los empleados del orfanato y la declaración de que había sido abandonada. Ha desaparecido su expediente completo -ella lo miró fijamente-. Pero esto es una locura. Hace menos de dos horas que dejé aquí copias de su certificado médico. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué significa esto?
Él no tenía respuestas. ¿Por qué se habían llevado el contenido sin la carpeta? ¿La habrían dejado allí para que no llamara la atención su ausencia, si alguien hacía un recuento? ¿Se la llevarían después, cuando el bebé desapareciera? ¿Acaso alguien estaba intentando borrar cualquier señal de la existencia de Natasha?
A David no le gustaba nada aquello.
– Una de mis empleadas se encarga de los casos de bebés secuestrados para el mercado negro. Voy a involucrarla en esto. Quizá ella pueda investigar qué está sucediendo -le dijo a Maggie y le escribió el nombre de Ainsley Johnson en un papel-. Ella se pondrá en contacto contigo. Te agradecería que cooperaras con ella en todo lo posible.
– Por supuesto -respondió Maggie-. ¿Estará bien Liz?
– Liz no es el objetivo.
¿Lo era Natasha?
David salió del orfanato y fue a su oficina. No quería preocupar a Liz apareciendo en su habitación, pero no estaba dispuesto a dejarla desprotegida. Hizo unas cuantas llamadas y arregló las cosas para que hubiera un refuerzo discreto de la seguridad en las puertas del hotel. Después llamó a Ainsley y le explicó lo que había ocurrido con el expediente de Natasha.
– ¿Es posible que esos tipos del mercado negro lo hayan robado?
– Es posible -respondió ella-. Aunque normalmente, ellos elaboran documentos falsos. No hay nada en este caso que siga las pautas precedentes, pero investigaré por ahí.
– Te lo agradezco.
Colgaron y David se quedó sentado a su mesa. Había algo extraño en todo aquello pero, ¿qué? ¿Y cómo iba a conseguir proteger a Natasha y a Liz durante el tiempo que tardaran en dejar el país?
Liz estaba paseándose por la habitación cuando sonó el teléfono.
– ¿Diga? -dijo, después de descolgar el auricular.
– Soy David.
El alivio reemplazó al miedo.
– ¿Qué está ocurriendo? ¿Has averiguado algo?
– No mucho. Mi contacto dice que no es probable que Natasha sea objetivo de esos tipos del mercado negro. Pero hasta que esté seguro de lo que ocurre, he puesto seguridad extra en la planta de tu habitación. Eso hará que te sientas más segura.
– ¿Y puedes hacer eso?
Él se rió.
– Sí, claro. Parte de mi trabajo consiste en velar por la seguridad de los norteamericanos. Eso os incluye a Natasha y a ti.
– Técnicamente no será norteamericana hasta que aterricemos en Estados Unidos.
– Suficiente para mí.
Liz no podía creerse que él se hubiera tomado tantas molestias por ella.
– Te agradezco muchísimo todo esto. Eres estupendo.
– Tú también. Ahora intenta descansar. Yo pasaré mañana por ahí para acompañarte al orfanato. No quiero que estés sola durante los próximos días.
Ella no estaba segura de que pudiera descansar, pero sí estaba muy contenta de que David fuera a buscarla.
– Estaremos esperándote.
Vladimir Kosanisky le dio una patada a una caja de cartón vacía que había en el pequeño almacén.
– ¡Sólo es una niña! -les gritó en ruso a los tres hombres que tenía enfrente-. Tiene diecisiete años, ¿y no habéis sido capaces de encontrarla?
Ninguno de los tres dijo una palabra y Kosanisky les lanzó una mirada asesina.
– Peor aún, enviasteis a un aficionado a recoger al bebé. ¿En qué estabais pensando? Ahora esa mujer está sobre aviso. Y no sabemos a quién ha podido contárselo. ¿Es que queréis que se entrometa la policía?
Ellos continuaron en silencio.
– Sois unos idiotas.
Kosanisky se acercó a los hombres y le dio al de en medio un puñetazo en el estómago. El hombre jadeó y se agarró los costados, pero no dijo nada.
– ¡Tenemos que conseguir a esa niña! -les gritó Kosanisky-. Nuestro contacto americano la está esperando. Ya han pagado por ella. Coincide con la descripción física que ha dado la pareja y no tenemos tiempo de conseguir otra niña.
Soltó una imprecación. La huida de Sophia lo tenía frustrado. Ella lo había desafiado de muchas maneras y se merecía un castigo.Tenía que encontrarla: sabía demasiado y él tenía que evitar que hablara.
Capítulo 7
Cuando amaneció, Liz no había conseguido dormir. Estaba demasiado nerviosa como para seguir el consejo de David. La niña se despertó cuando ella todavía estaba en camisón, así que le dio de comer, la cambió y la vistió mientras jugaba con ella.
Después de arreglar a Natasha, Liz se vistió también y a los pocos minutos, David la llamó desde recepción y subió a la habitación.
– Hola -le dijo al entrar-. ¿Has conseguido dormir?
– Un poco -respondió Liz, encogiéndose de hombros.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
– Así que mi guardia de seguridad no ha conseguido que te tranquilices.
– Me ha ayudado. De veras, he dormido un poco.
– Vaya, vaya. Eso no es suficiente. Necesitas descansar.
Ella le agradecía que se preocupara, pero sabía que David no podía hacer nada por cambiar la situación.
– Me desquitaré cuando llegue a casa.
– Claro. Porque Natasha no te dará trabajo.
Liz sonrió.
– Eres muy amable por preocuparte.
– Soy algo más que amable. Soy práctico -dijo él. Se acercó a la cama y apartó las sábanas-.Vamos, métete ahora mismo ahí.
– No puedo.
– Claro que puedes. ¿Ha desayunado la niña?
– Sí, pero…
– Pero nada. Natasha y yo nos vamos a ir por ahí durante unas horas. Volveremos a media mañana para ir al orfanato.
Parecía que estaba hablando completamente en serio. Ella se quedó anonadada al verlo tomar la bolsa de la niña y colocar a Natasha en su sillita.
– ¿De veras la vas a cuidar?
– ¿Dudas de mis habilidades?
– No exactamente.
– Lo cual significa que sí.
Ella se encogió de hombros.
– Bueno, sí. Al fin y al cabo, eres un hombre.
– ¿Eres así de machista? Bueno, pues te diré que todo lo que tú hagas yo puedo hacerlo igual de bien.
– Al menos no has dicho que mejor.
– No soy tan tonto.
Él abrochó el cinturón de la niña y Liz se dio cuenta de que Natasha estaba tan contenta con David como pudiera estarlo con ella. Aquella pequeña tenía muy buen gusto con los hombres.
David miró la hora.
– Bueno, tienes cuatro horas. Duerme. Avisaré en recepción de que no manden a las limpiadoras hasta mediodía.
Ella se sentó al borde del colchón y sintió de golpe todo el agotamiento.
– Eres maravilloso por hacer esto.
– Ya lo sé -dijo él. Se inclinó hacia Liz y le besó la frente-. Hasta luego.
Liz lo vio marcharse con Natasha. Después, la puerta se cerró y ella se tumbó en la cama. Debería levantarse y ponerse el camisón. O al menos, quitarse los pantalones vaqueros. Todo se le iba a arrugar… poco a poco, se le cerraron los ojos y se quedó dormida.
David abrió su coche y puso a Natasha en el asiento trasero.
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