Ella se ruborizó.

– No me refería a eso.

– ¿No? Desde el principio hubo química entre nosotros. ¿No te acuerdas de lo que ocurrió en Portland?

– Me acuerdo de cada segundo. Tengo que confesarte que estaba avergonzada de lo mucho que tardé en superarlo.

– Yo también tardé. No dejaba de pensar que debería haberte traído conmigo.

– Y yo no dejaba de pensar que debería aparecer en la puerta de tu casa algún día. Y finalmente, lo hice. Aparecí sin avisar.

– Me alegro mucho de que lo hicieras.

– Yo también. Incluso en estas circunstancias -dijo Liz y se rió-. Me apuesto lo que quieras a que si alguna vez creíste que nos veríamos de nuevo, nunca había un bebé de cuatro meses en la imagen.

– Natasha es maravillosa y yo admiro lo que estás haciendo al adoptarla.

Ella le agradeció aquel cumplido.

– Eres muy amable por decírmelo, pero mis razones no son del todo nobles. La vida de mi abuela cambió después de que la adoptaran y ella y yo hablamos a menudo de los huérfanos de este país. La semilla se plantó hace mucho tiempo.

– De todas formas, Natasha tendrá una oportunidad que muchos niños no tienen. Aunque tú perdiste a tus padres, te criaste con un familiar. Cuando un niño no tiene eso… -David se encogió de hombros-. Es muy duro.

– ¿Estás hablando por experiencia propia?

Él asintió.

– Tengo una hermana melliza, Jillian. Nuestra madre era drogadicta y nos dejó con mi abuela.

Liz no podía creerlo.

– ¿Tú también?

– Mi historia no tiene un final feliz, como la tuya. Por lo menos, no al principio. Nuestra abuela tuvo una apoplejía y no podía hablar.Apenas podía cuidarnos. Jillian y yo tuvimos que criarnos prácticamente solos. Cuando el Estado nos encontró, teníamos cinco años. Habíamos desarrollado un lenguaje propio y nos perdimos muchas oportunidades de aprendizaje. Eso convirtió la escuela en todo un desafío.

Al mirarlo en aquel momento, Liz nunca habría pensado que David no había tenido una infancia perfecta.

– Qué historia más asombrosa.

– A causa de nuestras circunstancias únicas, nos pusieron bajo el cuidado de Children's Connection, en vez de en casas de acogida. La teoría era que Jillian y yo recibiríamos cuidados y terapia mejores para superar nuestros problemas. Sé que era lo correcto, pero estábamos aterrorizados. Nunca habíamos visto a otros niños. Creo que nunca habíamos salido de la casa de mi abuela. No entendíamos nada y pensábamos que iban a separarnos.

Liz estudió su rostro, buscando rastros de su pasado. Él era un Logan, así que ella había asumido que había crecido entre riqueza y privilegios. ¿Cómo era posible que no fuera cierto?

– ¿Y qué ocurrió?

– Nos enviaron a clases especiales para aprender a hablar. Durante un tiempo, los expertos pensaron que nunca llegaríamos a ser normales. Entonces apareció Leslie Logan y nos adoptó -David sonrió-. Una vez le pregunté por qué. ¿Por qué nos eligió a nosotros, habiendo tantos niños normales a los que podía adoptar? Ella me dijo que nosotros necesitábamos más y ella quería que la necesitaran.

– ¿Así que los Logan te llevaron a su casa y te dieron su apellido?

– Sí -respondió David y agudizó la mirada-. Eso es lo que soy, Liz. No soy un Logan de nacimiento, sino el hijo de una drogadicta.

– Y mira lo que has hecho con tu vida. Es impresionante.

Él sacudió la cabeza.

– Pero aún hay muchos agujeros negros y muchos defectos.

– ¿Y te parece que el resto de nosotros somos perfectos? -Liz se rió-. David, tú te has enfrentado a tus demonios y has sobrevivido. Para mí, eso significa que estás por delante de los demás.

– Tú no lo entiendes.

– Lo entiendo perfectamente -replicó ella con un suspiro y miró la hora en su reloj-. No podemos quedarnos aquí para siempre. ¿A qué hora quieres que nos marchemos?

Él titubeó, como si quisiera decir algo más, pero se limitó a mirar la hora.

– Dentro de unos quince minutos.

– Entonces, será mejor que recoja las cosas de Natasha.


– Ya han pagado por el bebé -dijo Stork, en voz baja, en tono de ira-. Los padres fueron muy concretos a la hora de describir lo que querían en cuanto edad, sexo y color. No me digas que no puedes encontrar al bebé que necesitamos.

Kosanisky tragó saliva.

– Sabemos dónde está -respondió.

Estaba con una mujer americana a la que alguien más estaba ayudando. Y el hombre era mucho mejor que cualquiera que Kosanisky hubiera contratado en su vida.

– Pagaron un extra de quince mil dólares sobre el precio normal -le recordó Stork-. No quiero tener que devolverlo.

– No. No tendrás que hacerlo.

– Me alegro de oírlo. Tienes cuarenta y ocho horas para encontrar a esa niña. Si no lo haces, lo lamentarás. ¿Me he expresado con claridad?

Kosanisky pensó en el agua fría del río y en cuántos desaparecían en sus turbias profundidades.

Capítulo 11

Liz y David recorrieron con Natasha el camino hacia el aparcamiento subterráneo, donde los estaba esperando un coche diferente y dos hombres.

– Refuerzos -dijo él y le presentó a los dos agentes. Uno era ruso y el otro norteamericano. Ella sonrió y les estrechó la mano, pero unos segundos después ya no recordaba sus nombres.

Era el miedo. Aquella emoción oscura no le dejaba pensar, respirar ni albergar esperanzas. Allí fuera había unos extraños que querían llevarse a su hija y ella tenía miedo de no poder detenerlos.

David condujo hasta el orfanato por carreteras secundarias y callejones. Por fin llegaron al edificio. El agente norteamericano salió del vehículo y se quedó cerca, mientras el ruso desabrochaba el cinturón de la silla de Natasha. Mientras se la entregaba a Liz y a David, tres hombres se acercaron a ellos. Eran altos y amenazadores y uno de ellos llevaba una pistola.

– El bebé. ¡Ahora!

Aquellas palabras fueron pronunciadas en voz muy baja, pero Liz asimiló el significado. Su miedo se intensificó. No podía moverse, lo único que podía hacer era observar el cañón del revólver que los estaba apuntando. Supo que moriría pronto, porque no estaba dispuesta a entregar a Natasha.

David se acercó a ella. Aunque Liz no se volvió, sintió su presencia. Inesperadamente, él hizo un movimiento ágil y le dio una patada al hombre armado en el brazo. La pistola salió volando. Entonces, ella sintió que alguien la empujaba hacia el orfanato. Cuando hubo entrado en el vestíbulo pudo darse la vuelta y se dio cuenta de que el agente norteamericano la estaba dirigiendo hacia el interior del edificio.

– David -jadeó ella.

– Estará bien.

– Pero eran tres.

El hombre, alto y rubio, le sonrió.

– No se preocupe.

Torcieron una esquina y se encontraron con Maggie.

– Estaba mirando por la ventana y he visto lo que ha ocurrido. ¿Estás bien?

– Sí -respondió Liz-. Gracias a él -dijoy se volvió hacia el hombre-. Lo siento, pero no recuerdo su nombre.

– Robert.

– Muchísimas gracias por todo.

– Sólo he hecho aquello para lo que estoy entrenado.

Liz no estaba muy segura de querer saber en qué consistía su entrenamiento. Siguió a Maggie hasta la guardería, donde puso a Natasha en una cuna. Después se inclinó hacia ella.

– No te preocupes -le dijo Maggie para intentar calmarla, al darse cuenta de que estaba temblando incontroladamente-. Natasha y tú estáis bien.

– Sí, pero, ¿por cuánto tiempo? -Liz apretó los puños con fuerza e intentó no llorar-. ¿Cuándo volverán? ¿Qué ocurrirá después?

– Que los encontraremos -dijo David desde la puerta.

Liz actuó por instinto. Se dio la vuelta y lo abrazó. Él le devolvió el abrazo.

– Sé fuerte, Liz -le pidió-. Es la única forma de vencer a esos miserables.

Era un buen consejo, pero Liz no estaba segura de poder seguirlo durante mucho más tiempo.

– ¿Se han escapado? -preguntó Robert.

– Sí. Casi los teníamos, pero salieron corriendo. Dimitri fue tras ellos, pero no creo que encuentre nada -David se apartó y miró a Liz-. Voy a dejar a Robert aquí para que vigile.

Ella asintió. Habría preferido que se quedara David, pero sabía que tenía que trabajar.

– Estaremos bien.

Él sonrió.

– No sabes mentir.

– Tengo que practicar.

– No será necesario. Cuando vuelva a la oficina, voy a ver qué puedo hacer para que otro juez se haga cargo de este caso y Natasha y tú podáis salir de aquí cuanto antes -le dijo y le dio un beso en la mejilla-. Ahora tengo que irme.Tienes mi número si necesitas hablar conmigo. Volveré en un par de horas.

Ella asintió y vio cómo se marchaba. Tenía ganas de llamarlo, pero la parte sensata de su cabeza le dijo que sería mejor acostumbrarse a estar sin David. En cuanto se marchara de Moscú, él estaría fuera de su vida para siempre.

A los pocos minutos de que David saliera, el otro hombre que los había acompañado al orfanato entró en la guardería. Era alto y musculoso y tenía rasgos eslavos. Cuando Liz se volvió hacia él, sacudió la cabeza.

– Los he perdido -dijo en inglés, con un fuerte acento ruso-. David me pidió que hiciera guardia por el jardín y por el edificio -añadió y miró a Maggie-. ¿Necesitas ver mi identificación?

Pareció que ella se sentía incómoda, pero asintió. Después, estudió la placa que él le mostró.

– Sé que estás aquí para proteger a Natasha y a Liz -le dijo la asistenta social-. Pero por favor, recuerda que aquí hay muchos niños, así que no ataques a todo lo que salga corriendo de un armario.

El hombre sonrió, mostrando sus blanquísimos dientes.

– Tendré cuidado -prometió.

Hubo algo en su voz, algo grave y seductor. Liz tardó un instante en darse cuenta de que estaba mirando fijamente a Maggie de una forma que no tenía nada que ver con el trabajo y todo con el hecho de ser un hombre y estar en presencia de una mujer atractiva.

Liz miró a uno y al otro. Tenía sentido. Maggie tenía menos de treinta años, era muy guapa y a juzgar por la ausencia de alianza en su dedo anular, soltera.

Liz se levantó.

– Voy a estirar las piernas durante un rato. ¿Puedo pasear por el jardín?

Dimitri asintió.

– Sí, pero no salgas más allá de la verja.

– Por supuesto que no.

No tenía planeado hacerlo. Además, no era ella la que le interesaba a aquellos tipos que estaban esperando fuera.


Debido a que llevaba varios días encerrada, estaba ansiosa por disfrutar del sol y del jardín. Se alejó un poco del área de juegos de los niños y se dirigió hacia el pequeño huerto que cultivaban los empleados del orfanato. Vio judías verdes, tomates, zanahorias, patatas y remolachas. Cuando pasó junto al pequeño cobertizo en el que seguramente se guardaban las herramientas y las semillas, percibió un movimiento extraño por el ventanuco y oyó un crujido de la madera. Al acercarse aún más a la puerta, alguien salió cojeando a la luz del sol.

– ¡Sophia!

Liz reconoció el miedo en los ojos de la muchacha justo cuando se volvía para echar a correr.

– ¡No te vayas! -le dijo Liz-. Por favor, quiero ayudarte.

Sophia se volvió lentamente. Liz se estremeció al ver los moretones que tenía en la cara y el tremendo arañazo que se había hecho en un brazo.

– Por favor, Sophia. Nadie quiere causarte problemas. He estado muy preocupada por ti.

– Estoy bien -respondió Sophia en tono desafiante.

– No lo parece. Parece que has estado huyendo. ¿Es porque te están persiguiendo los mismos hombres que quieren llevarse a Natasha?

Sophia abrió mucho los ojos y Liz reconoció su terror.

– No la tienen -se apresuró a decir Liz-. Han intentado quitármela, pero nos las hemos arreglado para impedírselo.

La expresión de Sophia se endureció.

– ¿Quiénes?

– David Logan y yo. El hombre que estaba conmigo el otro día. El norteamericano. Me está ayudando.

– Ya debería haberse ido -dijo Sophia con aspereza-. ¿Cuándo tiene la vista con el juez?

– Es una larga historia. Por favor, permite que te ayude.

La muchacha sacudió la cabeza y comenzó a caminar cojeando. Liz fue tras ella.

– ¡Sophia, espera! Sé la verdad. Sé que eres la madre de Natasha.

Fue todo un farol, pero funcionó. La chica se quedó petrificada.

– No. No es mía.

Sin embargo, sus palabras no resultaron muy convincentes, porque había comenzado a temblar. Liz se acercó a ella y le puso un brazo sobre los hombros, con delicadeza.

– Vamos, entra -le pidió-. Podrás lavarte un poco y comer algo. Hablaré con David y encontraremos un lugar seguro para que te quedes.

La chica se encogió de hombros para zafarse del brazo de Liz.

– ¿Y por qué iba a ayudarme? -le preguntó con desconfianza.