– Yo también -dijo él. Le puso el dedo en la barbilla e hizo que lo mirara-. No puedo decidir si deberíamos mantenernos en contacto o separarnos.

– No lo sé.

Liz tenía un nudo en la garganta. Lo deseaba. No sólo sexualmente, sino de otras muchas maneras. Quería aprenderlo todo sobre él. Quería conocer a su familia, hablar de objetivos, tener citas y peleas y atesorar recuerdos. Si no fuera una locura completa, podría jurar que se había enamorado de él.

– Llévame contigo -dijo, impulsivamente-. A Rusia.

– No sabes lo mucho que me tienta esa idea, Liz. Podríamos darnos calor el uno al otro durante el largo invierno.

Podría funcionar, pensó ella frenéticamente. Al ser ilustradora por cuenta propia, no tenía que atenerse a horarios.

– Podría trabajar desde allí y enviar mis dibujos a los clientes -le dijo-. Me tomaría un par de días dejarlo todo arreglado aquí, pero podría…

Él la acalló con un beso. La dulce presión de su boca le dio a entender su respuesta, aunque no quisiera creerlo. Comenzaron a arderle los ojos.

– Lo sé, es una locura -susurró Liz.

– Pero un gran sueño.

Un sueño. Aquello era un sueño. Un sueño perfecto y bello, pero que nunca podría convertirse en realidad. ¿Marcharse a Rusia? ¿Por un hombre? Nunca. David era maravilloso pero, ¿qué sabía en realidad sobre él?

Dividida entre lo que era razonable y lo que le gritaba su corazón, Liz abrió la puerta del coche y se obligó a salir.

– Gracias por este día inolvidable, David Logan -le dijo, intentando contener las lágrimas-. No creo que hubiera podido ser más perfecto. Deberíamos guardar este recuerdo intacto y no intentar repetirlo.

Él asintió.

– Tienes razón. Pero si alguna vez vas a Moscú…

– Te buscaré. Y cuando tú vengas a Portland, haz lo mismo.

– De acuerdo.

Liz contempló su rostro, sus ojos. Estaba haciendo lo correcto. Los dos lo estaban haciendo.

– Tú no eres el que está huyendo -dijo con firmeza.

– Ni tú tampoco.

Mientras cerraba la puerta del coche, Liz sabía que los dos estaban mintiendo.

Capítulo 2

Casi cinco años más tarde

Normalmente, David Logan evitaba los eventos sociales de la embajada. Su trabajo requería que estuviera presente en muchos cócteles y en muchas fiestas en las que debía vigilar a gente peligrosa, o extraer información sin que la persona en cuestión se diera cuenta. Las conversaciones ya no le parecían relajantes ni divertidas. Lo estimulaba más un buen secuestro encubierto o la liberación de un prisionero.

Sin embargo, aquella noche era distinta. Aunque era su día libre, se encontraba asintiendo amablemente a la gente a la que había visto en aquellos eventos muchas veces y dándole conversación a las esposas de los empleados. Incluso mientras hablaba de béisbol con un operativo de seguridad de la embajada británica, mantenía la atención fija en la multitud que circulaba por la sala. Habían invitado a un grupo de casi treinta turistas norteamericanos a la celebración de aquella noche, incluyendo a una tal Elizabeth Duncan de Portland, Oregón.

Liz, por fin, había ido a Rusia.

David sabía que su visita no tenía nada que ver con él, porque no habían tenido contacto desde que se habían separado, el mismo día en el que él había tomado el vuelo hacia Moscú. Sin embargo, él había ido a aquella fiesta para verla. Quería observarla, hablar con ella y averiguar en qué había cambiado y en qué seguía siendo la misma.

Era extraño, pero después de todos aquellos años, recordaba perfectamente el día que habían pasado juntos. Aunque no estaba dispuesto a admitir que había sido ella la que había huido, sí reconocía cierto interés. Nunca había podido olvidarla. ¿Podría decir ella lo mismo con respecto a el?

David terminó su conversación con el británico y se dirigió hacia la barra. Mientras atravesaba la gran estancia, miró hacia la puerta y vio al grupo de americanos. Algunos eran turistas, otros habían ido a Moscú a adoptar niños y otros estaban allí por trabajo.

El grupo se separó y entonces, captó la visión de una bella pelirroja que llevaba un vestido negro. No estaba lo suficientemente cerca como para ver el color de sus ojos, pero David los recordaba bien: verdes. Y también recordaba su curiosidad, su sentido del humor y su energía.

– Champán -le dijo al camarero-. Dos copas, por favor.

Después de tomar las copas, se dirigió hacia el grupo.

Liz estaba charlando con una pareja. Llevaba el pelo recogido en un moño, de forma que su cuello desnudo quedaba expuesto a la vista. David quería acercarse a ella, tanto como poder acariciarle la piel blanca con los labios. Y también quería hacer más cosas. Los delgados tirantes de su vestido ofrecían muchas posibilidades.

– Tranquilo, muchacho -murmuró mientras se acercaba. Se estaba comportando como si no hubiera estado con ninguna mujer desde que se había separado de Liz y aquello no era cierto. Había estado con muchas. Sin embargo, ninguna había sido como ella.

– ¿Liz?

Dijo su nombre suavemente. Ella le estaba dando la espalda y cuando oyó que la llamaban, se quedó inmóvil. Después se volvió con lentitud.

Aquello le dio tiempo a David para ver su perfil y después su rostro. El buen humor, la sorpresa y la emoción bailaban en sus grandes ojos verdes. Sonrió, dándole la bienvenida y el calor estalló entre ellos.

– David Logan -dijo, con la voz exactamente tal y como él la recordaba-. Me estaba preguntando si todavía estarías paseando por los pasillos del Departamento de Estado en Moscú.

Había pensado en él. Aquella noticia lo satisfizo mucho más de lo que hubiera debido.

David le entregó la copa de champán.

– Aquí estoy -le dijo-. Bienvenida a Moscú.

Liz tocó suavemente la copa de David con la suya y después le dio un sorbo al champán.

– Gracias -dijo-. ¡Oh, permíteme que te presente a…!

Miró hacia atrás y vio que la pareja con la que había estado hablando se había retirado discretamente hacia los demás invitados. Liz se volvió de nuevo hacia él.

– Supongo que tendré que dejar las presentaciones para más tarde.

– Como quieras.

A él no le importaba volver a hablar con nadie más. Liz era la persona que le interesaba.

– Ha pasado mucho tiempo -le dijo.

– Casi cinco años -respondió ella, con una sonrisa-. Mmm… quizá no debería haber admitido que he contado el tiempo. ¿Parece que estaba anhelando este momento?

– No. ¿Lo anhelabas?

Ella sonrió aún más.

– No durante todo el tiempo. ¿Y tú?

– Cuando vi tu nombre en la lista de invitados, supe que tenía que venir a verte.

– Pues aquí estoy.

Él observó su elegante vestido, que trazaba con precisión las magníficas curvas de su cuerpo y se deslizaba hasta sus tobillos. Ya no llevaba aros en las orejas, sino unos pendientes de diamantes. David reconoció la marca de su reloj y el aire de seguridad que desprendía.

– Has tenido éxito -le dijo.

– En mi pequeño mundo, sí. Pero no tanto como para que me persigan los paparazzis.

– ¿Y quieres que lo hagan?

Ella se rió.

– Pues claro que no. Sólo he querido decir que el éxito es relativo. He ganado unos cuantos premios, he agradado a unos cuantos clientes bien situados y he conseguido buenos ingresos.

– Bien. ¿Todavía vives con los jugadores de fútbol?

– No. Ahora vivo sola, lo cual es mucho mejor. Cuando aquellos dos se peleaban, se ponían imposibles.

No se había casado. David se dijo que aquella información no debería importarle, pero aun así, le gustaba saberlo.

– ¿Y tú? ¿Cómo te va el trabajo de espía?

– He estado mejorando la tinta invisible.

– ¿Y qué tal funciona?

– Muy bien. Pero mi trabajo desaparece siempre.

– Eso puede ser un gran problema.

David seguía siendo el mismo, pensó Liz alegremente. Encantador, agradable… pero parecía distinto. Más duro, más fibroso, más peligroso. Sus ojos oscuros contenían secretos. Estaba haciendo bromas sobre la tinta invisible, pero ella sospechaba que la verdad de su trabajo haría que se estremeciera de miedo.

Él le rozó el brazo y ella sintió que el calor de aquel roce le recorría el cuerpo hasta los dedos de los pies.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó David-. Te has puesto muy seria de repente.

Ella apretó la copa e intentó relajarse.

– En ti. Cuando estaba preparando mi viaje, me preguntaba si estarías aquí. Pensé en buscarte, pero… -Liz se encogió de hombros-. Sólo fue una tarde…

Él la miró fijamente a los ojos.

– Fue mucho más que eso.

A Liz se le encogió el estómago. Para ella también había sido mucho más.

– A veces pensaba que me lo había imaginado todo -admitió-. Que en realidad, no habíamos conectado tan rápidamente.

– Fue real.

David se acercó un poco más a ella. Lo suficiente como para que a Liz se le entrecortara la respiración y pensara en besarlo, en acariciarlo y en que él la acariciara, en todas las habitaciones vacías de aquella enorme embajada y en cómo podrían…

Liz se apartó aquellas ideas de la cabeza y respiró profundamente. Había llegado la hora de pensar con claridad.

– Bueno -dijo, intentando hablar en tono alegre-. ¿Y cómo está la señora Logan?

Él se rió.

– Mi madre está bien. Muy ocupada con sus proyectos benéficos. Me acordaré de decirle que has preguntado por ella. Estuvo aquí hace unas semanas. Mis padres me visitan un par de veces al año. Hacía mucho frío y llovió durante su visita, pero tú has venido en una buena época.

El tiempo de Moscú parecía un tema seguro.

– Me alegro. Espero tener tiempo de ver unas cuantas cosas mientras estoy aquí.

– ¿Estás buscando un guía?

– Quizá. ¿Conoces a alguien?

– A un tipo estupendo.

– ¿Habla ruso e inglés? -le preguntó ella.

– ¡Oh, claro que sí! Y también chapurrea alemán y podría deslumbrarte en francés.

– No es fácil deslumbrarme.

– Pues él está a la altura de la tarea.

– ¿De veras?

– Te lo prometo.

Estaban hablando de algo más que de una excursión de la ciudad, pensó Liz, con excitación y nerviosismo.

– Quizá pudieras darme su número de teléfono.

– Creo que te lo voy a presentar yo mismo. Así todo será mucho más personal. ¿Cuánto tiempo tienes para conocer la ciudad?

Liz tomó un sorbo de champán y se dio cuenta de que David no tenía ni idea del motivo por el que ella estaba en Moscú. ¿Cambiaría las cosas aquella información? Una pregunta tonta. Claro que sí.

– Tengo un par de días antes de que las cosas se compliquen -respondió-. No he venido de vacaciones. Estoy con el grupo de Children's Connection.Voy a adoptar a una niña.

La expresión de David no cambió, ni su lenguaje corporal y aquellas señales le dieron a entender a Liz que no debería jugar nunca al póquer con él.

– ¿No trabajabas para ellos cuando nos conocimos? -le preguntó David.

– Sí. Les hice los dibujos para su folleto.

– Y ahora vas a adoptar a una niña con su ayuda. Mi familia apoya lo que hacen. Ésa es la razón por la que mis padres vinieron. Bueno y también a visitarme.

– Qué irónico que nos conociéramos por Children's Connection y ahora nos hayamos reencontrado por ellos.

– Recuérdame que les envíe una nota de agradecimiento.

Liz aún no sabía lo que él estaba pensando. Era muy frío. ¿Acaso no tenía preguntas que hacerle?

– ¿Quieres hacer algún comentario sobre mi decisión de adoptar una niña? -le preguntó.

Él continuó estudiando atentamente su rostro.

– Es una decisión interesante para una mujer soltera -dijo David.

– Es cierto. Hay muchas razones. Tengo una buena situación económica y puedo permitirme el lujo de cuidar de un bebé. Además, mi horario es flexible.

– La mayoría de las mujeres prefieren esperar a tener un marido y un hogar.

– Cierto. Yo ya tengo un hogar, pero no tengo intención de esperar a un marido.

Casarse implicaba enamorarse y Liz no sentía demasiada inclinación por hacerlo. En su experiencia, el amor era algo demasiado caro y ella no quería pagar el precio.

– Aunque es posible que esta pregunta sea demasiado personal, ¿por qué no tienes un hijo propio? -le preguntó él.

– Seguramente no lo recuerdas, pero a mí me crió mi abuela.

– Claro. Era rusa.

– Me impresiona que te acuerdes.

– Es lo de ser espía. Nunca se me olvida ningún detalle.

Pese a que su conversación estaba siendo relativamente seria, Liz sonrió.

– Sigues siendo muy guapo y encantador. No me puedo creer que nadie te haya atrapado.

– Quizá no haya estado disponible.

– Ellas se lo pierden.