– Seguro que sí. Al parecer, tener trillizos es muy duro para el cuerpo de una mujer. Estuvo en el hospital después de damos a luz y durante un tiempo los médicos pensaron que no saldría adelante. Mi padre tenía que estar aterrado y mis hermanos eran muy pequeños y echaban de menos a mamá. Por si eso no era suficiente, se acercaba la Navidad y para distraerlos, mi padre les dijo que podían elegir nuestros nombres, pero que los tres tenían que ponerse de acuerdo.
Se detuvo y arrugó la nariz.
– Por eso somos Dakota, Nevada y Montana.
– Muy patriotas.
Ella se rio.
– Cuando me enfadaba por los nombres que habían elegido, mi madre me recordaba que podría haber sido peor. Al parecer, Oceanía estaba entre los candidatos.
– Parecéis una familia muy divertida.
– Lo somos. ¿Cómo era la tuya antes de perder a tus padres?
– Buena. Divertida. Estábamos muy unidos -se encogió de hombros-. Mis hermanos eran mucho más pequeños que yo y eso marcó la relación.
– Debiste de quedarte hundido cuando tus padres murieron.
Asintió.
– Sí. No sabía cómo iba a hacerlo. No sabía cómo criar a los chicos y hacerlo bien.
– Puedes estar orgulloso de lo que has conseguido. Yo no creo que pudiera haberlo hecho. Perdimos a mi padre hace diez años. Mis hermanas y yo acabábamos de salir del instituto e íbamos a ir a la universidad. Mis hermanos estaban ya en la facultad y otros habían terminado. Fue muy duro seguir adelante, así que no puedo imaginarme tener que enfrentarme a esa pérdida emocional y además criar a dos hermanos pequeños.
Finn parecía incómodo con los cumplidos.
– Hice lo que tenía que hacer. Algunos días pienso que lo hice bien, y otros, como cuando estoy en el hotel, aquí en Fool’s Gold, pienso que lo he estropeado todo completamente.
– No es así. Lo que están haciendo ahora no tiene nada que ver contigo.
La miró.
– Quiero creerte.
– Pues deberías.
– Eres una mandona. ¿No te lo han dicho nunca?
– ¿Estás de broma? ¿Con tres hermanos? Tengo una corona y todo. Soy la reina de los mandones.
Finn se rio y ese cálido sonido llenó la habitación y la hizo sonreír. Siguieron hablando hasta que sonó el timbre del horno.
– Vamos -le dijo ella levantándose-. Nuestra sorpresa de tofu nos espera.
Finn disfrutó de la cena. No solo por el pollo y el puré de patatas, que fueron lo mejor que había comido en meses y tal vez en años, sino también por la conversación. Dakota le contó divertidas historias sobre su vida en Fool’s Gold.
Él sabía cómo eran los pueblos pequeños, pero South Salmon hacía que Fool’s Gold pareciera Nueva York. Dónde él vivía, la gente solía ser muy reservada. Sí, claro que podías contar con la ayuda de los vecinos, pero nadie se metía en tus asuntos. Por lo que Dakota había dicho, Fool’s Gold era un pueblo que se entrometía en todo.
– Si hubieras venido aquí en otras circunstancias, estoy segura de que te habría gustado mucho más.
– Me gusta Fool’s Gold.
– Para ti, éste siempre será el lugar al que huyeron tus hermanos.
– Míralo de este modo: cuando Sasha se mude a Los Ángeles, en lugar de odiar este lugar, odiaré aquello.
– Eso no es muy reconfortante.
Se sonrieron. A Finn le gustaba cómo la luz parecía juguetear con el cabello de Dakota marcando en él distintas tonalidades de rubio. Cuando ella se reía, sus ojos se arrugaban de un modo que lo hacían querer reír a él también. Era una mujer con la que resultaba sencillo hablar. Ya había olvidado lo agradable que podía ser disfrutar de la compañía de una mujer.
– ¿Cómo es que tienes un jefe tan comprensivo? Me dijiste que tenías otro trabajo. ¿Qué hace mientras tú trabajas en el programa?
Dakota arrugó la nariz.
– No me echa de menos -farfulló-. Raúl está ocupado jugando a las casitas con su mujer, acaban de casarse. ¿Te gusta el fútbol?
– Un poco. ¿Por qué?
– Mi jefe es Raúl Moreno.
– ¿El quarterback de los Cowboys de Dallas?
– Eso es. Cuando se retiró, se vino a vivir aquí. Había un campamento abandonado en las montañas y lo compró y lo reconstruyó. Me contrató para coordinar los distintos programas educativos y tuvo la idea de tenerlo abierto todo el año. En invierno íbamos a ofrecer programas de Matemáticas y Ciencias. Cursos intensivos para chicos de secundaria, para que se interesen en las posibilidades que tienen.
– ¿Y qué pasó?
– Una de las escuelas de primaria se incendió y Raúl se ofreció a ceder el campamento para dar las clases. Fue en septiembre. Hasta que se construya una nueva escuela y los niños regresen a ella, el campamento estará lleno, así que nuestros grandes planes están en suspenso, lo cual es una de las razones por las que no le importó que ayudara con el programa.
Se inclinó hacia él.
– La otra razón es que acaba de casarse. Pia, su mujer, está embarazada de gemelos. Dará a luz en pocos meses y eso lo tiene muy ocupado.
– ¿Qué harás cuando acabe el programa y hasta que la escuela deje de utilizar el campamento?
– Raúl quiere que siga trabajando para él. Hay mucho que hacer. Tenemos que solicitar subvenciones, encontrar patrocinadores, redactar un plan de estudios.
– Y preferirías estar haciendo todo eso ahora.
Ella sonrió.
– Totalmente.
– ¿Marcharte es una opción? ¿Alguna vez has pensado en vivir en otra parte?
– He vivido en otras partes. Me gradué en la universidad de California, hice el máster y el doctorado en Berkeley. Pero Fool’s Gold es mi hogar. Es el lugar al que pertenezco. ¿Tú piensas en marcharte de South Salmon?
Durante un tiempo lo hizo, cuando había tenido la edad de sus hermanos y había soñado con ver mundo. Pero entonces sus padres habían muerto y él se había quedado con dos hermanos que criar. No había tenido tiempo para soñar.
– Tengo un negocio allí, así que marcharme no es una opción. No sería muy práctico.
– ¿Y tú eres un tipo práctico?
– He aprendido a serlo.
– Dijiste que habías sido un rebelde -lo miró a los ojos-. ¿Me habrías gustado?
– Te habría gustado.
Todo en Dakota lo atraía. Era preciosa, sin duda, pero había mucho más que eso. Le gustaba escucharla, le gustaban sus opiniones y cómo veía el mundo. Tal vez a una parte de él le gustaba que estuviera tan unida a Fool’s Gold como él lo estaba a South Salmon. Sin embargo, no podían cometer un error porque aquello no podía ir a ninguna parte.
El deseo salió a la superficie. Había pasado mucho tiempo desde que había tenido el tiempo o la energía para sentirse atraído por una mujer, y, dado lo preocupado que estaba por sus hermanos, era algo extraordinario que ahora lo estuviese. Por eso, la pregunta era: ¿Qué tenía que hacer ahora?
– Tengo postre -dijo Dakota al levantarse-. Y no está hecho de soja. ¿Te apetece?
Él también se levantó y rodeó la mesa. Supuso que debía preguntar, porque, después de todo, no se trataba solo de él. Dakota era una mujer racional, sensata. Pero en lugar de preguntarle, se acercó, tomó su cara entre sus manos y la besó.
Capítulo 5
Dakota se había esperado algo del estilo: «¿Qué sabor de helado tienes?», pero lo que no se había esperado era que Finn la besara.
Sentía la calidez de sus manos en su cara, y resultaba bastante agradable. Pero lo que de verdad captó su atención fue la sensación de su boca sobre la suya. Sus labios eran lo suficientemente suaves como para tentarla y firmes como para permitirle relajarse. La besó con delicadeza, pero con una determinación que le hizo saber que la deseaba. La besó como si estuviera hambriento y ella fuera un bufé que no se había esperado encontrar.
Sus labios se movían como en busca del mejor lugar donde posarse. Había pasado mucho tiempo desde que un hombre la había besado. Mucho tiempo desde que lo había deseado. El otoño anterior, antes de descubrir que estaba rota por dentro, habría dicho que quería tener una relación. Después, todo había cambiado. Y ahora no estaba segura. Pero con Finn, no importaba porque él no se quedaría allí y cualquier cosa que sucediera entre los dos no sería permanente.
Él bajó las manos hasta su cintura y la llevó hacia sí. Ella lo rodeó con sus brazos y se dejó abrazar. Ladeó la cabeza y él se acercó más. Finn sabía al vino que habían tomado en la cena, olía a limpio, a un aroma masculino.
Y cuando Dakota deslizó las manos sobre sus brazos, pudo sentir lo fuerte que era.
El beso continuó. Piel contra piel, calidez. Atracción.
Y entonces algo cambió. Tal vez fue el modo en que él movía las manos y le acariciaba la espalda, tal vez fue el hecho de que sus muslos se rozaran, tal vez la posición de la luna en el cielo, o tal vez que por fin había llegado el momento de que le sucediera algo bueno.
Fuera cual fuera la razón, pasó de estar disfrutando del decente beso de un encantador hombre a verse invadida por un fuego que arrasó su cuerpo. Fue tan inesperado como intenso. El calor estaba por todas partes. El calor y un deseo que podía hacer suplicar a una mujer.
La necesidad de acercarse más y más a él fue aumentando hasta hacerse abrumadora. Separó los labios esperando que el beso se intensificara y por suerte, él pareció leerle la mente. Su lengua acarició la suya y se coló dentro.
Fue como el paraíso. Cada caricia la hacía estremecerse de placer por dentro, hacía que le temblaran las piernas. Le devolvió el beso con una excitación cada vez mayor. Quería dejarse llevar, quería recordar todo lo que podía hacer su cuerpo.
Se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo aletargada, desconectada de todo menos del dolor. Había bloqueado casi todas sus emociones, tanto que había acabado engañándose a sí misma.
Finn la besó con más intensidad. Ella cerró los labios alrededor de su lengua y él tensó su abrazo.
Iba a detenerse, pero no podía. Ella lo necesitaba. Tenía que…
Pero no, él no tenía por qué hacer nada. Ésa no era ella; ella no asaltaba a hombres en su cocina… ni en ninguna otra parte. Lo más educado era dar un paso atrás.
Oh, pero cuánto lo deseaba. Le ardían los pechos. Tenía los pezones tan sensibles que solo el roce del sujetador era como una agonía. Entre sus piernas, estaba inflamada y hambrienta. Quería que esas grandes manos la tocaran por todas partes. Quería verlo desnudo y excitado en su cama. Quería que él la llenara por dentro una y otra vez.
Necesitó todo su autocontrol, pero de algún modo logró apartar las manos de él y poner algo de espacio entre los dos. Era consciente de su respiración acelerada y esperaba no parecer demasiado desesperada. La confianza en el terreno sexual resultaba atractiva; la desesperación hacía que un hombre saliera corriendo.
Los ojos de Finn estaban oscuros de pasión, y eso era agradable. Se vio tentada a bajar la mirada para comprobar si había alguna prueba física de lo que estaba sintiendo, pero no sabía cómo hacerlo sin resultar demasiado obvia. Aun así, era muy probable que él no hubiera querido más que ofrecerle un educado beso y que ella se hubiera lanzado a por él como un mono hambriento de sexo.
– Yo… eh… no sé qué decir… -admitió ella sin mirarlo a los ojos.
– No debería haberlo hecho -murmuró Finn-. Tú no… no es la razón por la que… -se aclaró la voz.
Ella frunció el ceño, no estaba segura de si estaba disculpándose o intentando escapar.
– Me alegra que lo hayas hecho -dijo ella diciéndose que lo mejor era mostrar valentía.
– ¿De verdad?
Se obligó a mirarlo y vio que él estaba mirándola. Oh, sí. Eso sí que era pasión.
– Me alegro mucho.
Finn enarcó una ceja.
– Yo también.
El calor teñía las mejillas de Dakota, pero aun así se lanzó otra vez.
– Podríamos repetirlo.
– Podríamos, pero hay un problema.
¿Estaba casado? ¿Habría sido una mujer antes? ¿Era gay?
– No estoy seguro de que pudiera parar -admitió.
El alivio que Dakota sintió fue casi tan bueno como el beso en sí. Dakota fue hacia él y no se detuvo hasta que sus cuerpos estuvieron pegados el uno contra el otro… y con lo que obtuvo una respuesta a la pregunta que se había hecho antes sobre lo que sentía Finn.
– Por mí, está bien -susurró.
Ella había pensado decir más, proponerle que fueran a su dormitorio, pero no quería correr el riesgo.
Una vez más, Finn la besó. Y aunque no fue algo tan inesperado como la primera vez, ella quedó abrumada de nuevo.
Se entregó a su fuerte abrazo queriendo sentir sus brazos rodeándola. Separó la boca y él se coló dentro, provocándola, mientras con las manos recorría todo su cuerpo. Le acarició la espalda y desde ahí fue descendiendo hasta sus nalgas, las cuales apretó hasta hacerla arquearse hacia él.
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