El vientre de Dakota rozaba su erección. Estaba muy excitado y la imagen que ese contacto dibujó en su mente le hizo gemir. Sin pensarlo, le agarró las manos y las llevó hasta sus pechos.

En cuanto él la tocó, comenzó a derretirse. Las manos de Finn cubrían sus curvas, acariciaban su piel mientras la recorrían centímetro a centímetro. Sus dedos jugueteaban con sus pezones. Y entonces, él le quitó el jersey.

Apenas había tenido tiempo de dejarlo caer y ella ya estaba desabrochándose el sujetador. Solo esperaba que el horno estuviera apagado para que, si aterrizaba ahí, no sucediera nada.

Mientras, Finn se quitó la camisa y se descalzó. A continuación, se agachó y comenzó a besarle un pezón produciendo en Dakota un cosquilleo que le llegó hasta el vientre.

La combinación del movimiento, el calor y la humedad casi la hicieron caer de rodillas. Se aferró a él con fuerza para mantenerse en pie. El pasó al otro pecho y utilizó sus dedos para acariciarla primero mientras ella deslizaba los suyos por su pelo y lo acercaba a su cara para besarlo.

Cuando sus lenguas se entrelazaron, él le desabrochó el botón de los vaqueros y ella se descalzó. Segundos después, los pantalones y sus braguitas cayeron al suelo. Finn se puso de rodillas y le separó los muslos para besarla íntimamente. Así, sin previo aviso. Nada podía haberla preparado para ese cálido ataque de sus labios y de su lengua. Estaba indefensa mientras la exploraba una y otra vez.

Con cada erótico movimiento de su lengua, ella iba acercándose más al clímax. Le temblaron las piernas hasta que le fue imposible mantenerse en pie. Hundió los dedos en sus hombros, pero eso no le bastó. Podía notar cómo iba cayéndose.

Él la agarró y la llevó contra su pecho. Su piel ardía contra la de ella. Y entonces, Finn la levantó en brazos. Dakota pensó en darle indicaciones, pero solo había dos habitaciones y una única planta, así que pensó que podría encontrar el camino solo. Y, cómo no, él fue directo al dormitorio y la tendió sobre la colcha. Antes de reunirse con ella en la cama, terminó de desnudarse y tiró la ropa.

Se tumbó a su lado y posó las manos sobre su cuerpo. Comenzó por la frente y fue recorriendo suavemente su piel. Le tocó las mejillas, las orejas, la mandíbula, los hombros, la clavícula… antes de posarse sobre sus pechos.

De ahí, pasó a su cintura, pasando por encima de las caderas hasta la «v» que quedaba formada entre sus piernas. Dakota pensó que se quedaría ahí un momento para terminar lo que había empezado, pero él siguió descendiendo hasta sus muslos y sus tobillos.

Hizo el camino de vuelta muy lentamente y cuando llegó a la suave piel del interior de sus muslos, se situó entre ellos y se agachó para besarla.

Inmediatamente su lengua se detuvo sobre su punto más sensible y ahí comenzaron las caricias a un ritmo diseñado para arrastrarla a la locura y hacerla gemir. Era como si su cuerpo no fuera suyo y él controlara cada reacción, cada sensación. Una y otra vez.

Sus músculos se tensaron y se vio de nuevo acercándose al final.

Pero no. Aún no. Era demasiado bueno. Tenía que hacer que durara. Sin embargo, era imposible no ir dirigiéndose hacia lo inevitable.

Entonces él hundió un dedo en su interior y ella estuvo perdida. Su cuerpo se retorció de placer, un placer que la invadió por todas partes. Pero gradualmente esas sacudidas fueron deteniéndose y ella fue regresando al mundo real. Aletargada y satisfecha. Hacía mucho tiempo que no se había sentido tan bien.

Y justo cuando su clímax estaba disipándose, Finn se adentró en ella con un suave pero firme movimiento y la llenó por completo.

Una vez estuvo dentro, ella abrió los ojos y le sonrió.

– Qué bien -le susurró.

Él también sonrió.

– ¿Te gusta?

– Sí.

Lo rodeó por la cintura con las piernas y lo acercó a sí. Cuando él se retiró para volver a hundirse en ella, Dakota lo instó a adentrarse más y más. Lo quería todo de él. Quería perderse en lo que estaban haciendo. Así era la vida. Eso era lo que hacía la gente que estaba viva.

Cada vez que la llenó, su excitado cuerpo lo aceptó y Dakota pudo sentir cómo Finn se perdía en ella y en el placer.


Sasha y Lani estaban sentados sobre la única cama de la habitación del motel de ella. Una vez que habían sido elegidos para el programa, la productora les pagaba la comida y el alojamiento y ya que Geoff no veía la necesidad de pagar por nada extravagante, seguían en el mismo sitio donde se habían alojado al llegar.

Cuando terminara el programa, a cada uno les darían veinte mil dólares; más que suficiente para mudarse a Los Ángeles.

Lani extendió varios papeles sobre la cama. Unos parecían nuevos, pero otros tenían manchas, rajas y arrugas por haber sido doblados una y otra vez.

– Quiero ser muy famosa para cuando cumpla los veintidós -dijo Lani con su marrón mirada cargada de convicción-. Sería genial hacer películas, pero la televisión me parece algo más seguro. El año pasado fui a Los Ángeles para una audición de una serie piloto -se detuvo y lo miró.

Sasha asintió. Sabía que cada año las productoras producían capítulos piloto para series de televisión. Después, los ejecutivos de distintas cadenas decidían cuáles podían emitirse y cuáles eran eliminadas antes siquiera de empezar. Las audiciones eran una parte importante del proceso de grabación de un piloto y los desconocidos eran bienvenidos.

Participar en un piloto era genial, pero no te daba garantías. Incluso aunque la serie se eligiera para emitirse, podían sustituirte por otra persona. Era como jugar a la lotería.

– ¿Qué tal te fue?

Ella suspiró.

– Participé en dos pilotos, pero ninguno llegó a ninguna parte.

Alzó los brazos por encima de la cabeza y se estiró. Al moverse, su camiseta se tensó sobre sus pechos.

Sasha la miró, aunque más que nada por inercia. Lani era preciosa. Tenía unos rasgos muy exóticos y seguro que era muy fotogénica.

– ¿Y qué me dices de ser modelo?

– Soy demasiado baja. Jamás lo lograría. He hecho algunos anuncios de bañadores, catálogos y cosas así. Claro que me han hecho montones de ofertas para hacer desnudos, pero de ninguna manera. No querría que esas fotografías me persiguieran dentro de unos años, cuando me nominen para un Óscar.

Él quería salir de Alaska, ser famoso y muy rico, y ser una estrella era el modo de lograrlo. Pero Lani lo quería todo. Una carrera seria, premios y hordas de paparazzi siguiéndola a todas partes.

– Tenemos que trazar bien nuestro plan -dijo ella hojeando los papeles. Su larga y oscura melena le caía sobre los hombros.

Él supuso que debería apetecerle tener sexo con ella y si ella se quitaba la ropa y se ofrecía, no se negaría, pero no estaba tan interesado en esa chica. Lani era la primera persona que había conocido que quería lo mismo que él, más incluso. Sabía que si colaboraban el uno con el otro, tendrían mayores oportunidades de conseguirlo todo.

– Si ganamos, nos darán ciento veinticinco mil dólares a cada uno -dijo él recostándose contra la almohada-. Además de los veinte mil. Quiero alquilar una casa en Malibú.

– No seas idiota. Eso es sin descontar los impuestos. Tendremos suerte de acabar con setenta mil. Y es un dinero que te tiene que durar. Yo voy a alquilar un apartamento en el Valle de San Fernando, cerca de los estudios de Burbank. Así puedo estar en Century City o en Hollywood enseguida. Sé que si no me contratan nada más llegar, tendré que encontrar un trabajo -lo miró-. ¿Tienes tu lista soñada de agentes?

¿Agentes?

– Eh… la verdad es que no.

– Yo sí. Una vez que este programa empiece a emitirse, haré unas llamadas y les pediré a sus ayudantes que me vean. No habrá modo de contactar con el agente que quiero, pero a los ayudantes les encanta recibir esas llamadas. Siempre están buscando a alguien y quieren encontrarlo y presentarle a su jefe a ese cliente potencial.

Sasha la miró. Lani y él debían de tener la misma edad, pero de pronto, él se sintió como un crío. ¿Cómo sabía todo eso?

Su rostro debió de reflejar todas sus dudas porque ella le sonrió y le dijo:

– No estés tan sorprendido. He estado preparando esto desde que tenía trece años.

– Supongo que eso debería hacerme sentir mejor.

Ella sacudió la cabeza.

– Ya te pondrás al día. No es tan difícil. Todo se trata de captar la atención, de conseguir tus quince minutos de fama y hacer que se conviertan en una hora. He estado pensando que necesitamos un guion.

– ¿Qué quieres decir?

– Unas citas típicas no es algo interesante. ¿Quién quiere ver eso? ¿Nos vamos a sentar a charlar sin más? -sacudió la cabeza-. No. Necesitamos algo mejor. Necesitamos una razón mejor para que los telespectadores quieran que ganemos.

Él se inclinó hacia ella.

– De acuerdo. ¿Cómo qué? ¿Algo de una película?

– He pensado en una de las historias de amor clásicas -admitió-. Pero no estoy segura de por dónde llevar la historia. Demasiada gente estaría familiarizada con el argumento. Además, no es suficiente. No podemos hacer que nadie nos rapte, aunque eso sería fabuloso.

Ella agarró uno de los papeles y lo agitó ante sus ojos.

– He visto culebrones y algunos de los argumentos son muy buenos. La gente ve esas series porque en ellas siempre pasa algo, así que tenemos que hacer que se fijen en nosotros y tenemos que darles algo interesante que ver -lo miró-. El sexo vende.

– Eso puedo hacerlo -dijo él con una sonrisa.

Lani volteó los ojos.

– Ya te he dicho que nada de porno, pero eso no significa que no podamos ser románticos y apasionados. A la gente le encanta eso. Estoy pensando que podríamos tener una de esas relaciones en las que nos enamoramos, discutimos, rompemos y volvemos juntos. A la cámara le encanta el drama. A la cámara le encanta la acción. Si le damos al director algo interesante que grabar, tendremos muchas horas en pantalla y eso es lo que queremos.

– Se me da bien la acción -dijo Sasha, aún un poco impresionado por la determinación de Lani de hacer lo que fuera para conseguir lo que quería. Lo máximo que él había hecho había sido dejar la facultad y alejarse de su hermano mayor. En ese momento, le había parecido toda una hazaña, pero ahora no estaba tan seguro.

– Seremos la pareja de la que todo el mundo hablará -dijo ella emocionada.

– Totalmente. Bueno, ¿cuál es el plan?

Lani sonrió.

– No estoy segura. ¿Es que tienes miedo?


Grabar un programa de televisión era mucho más complicado de lo que Dakota se habría imaginado. Con diez parejas concursantes, casi el mismo número de localizaciones distintas y lo que a ella le parecía un equipo de grabación muy pequeño, el caos reinaba. Cada pareja tendría una cita local y algunas tendrían citas fuera de allí. En su opinión, que la primera semana de concurso te eligieran para tener una cita fuera del pueblo, te facilitaba mucho la permanencia en el programa.

Siempre había sido seguidora de programas como Súper Modelo y Top Chef, pero no podía imaginarse que cuarenta y cinco minutos de programa llevaran tanto trabajo. Ese día, dos parejas se conocerían mientras paseaban por Fool’s Gold; una primera cita que sería muy agradable en la vida real, pero que, por lo que veía por los monitores, no debía de resultar muy excitante por televisión.

Miró su carpeta para comprobar cuánto tenía que durar la cita y al volver a mirar a la pareja vio a un alto y guapísimo hombre caminando hacia ella.

Hacía casi dos días que no veía a Finn, no desde que había estado en su casa y habían hecho algo que la había hecho flotar. Una cualidad que podía gustarle mucho en un hombre.

Mientras se preguntaba si se sentiría avergonzada o incómoda a su lado, su cuerpo se vio invadido por un cosquilleo.

– Buenos días -dijo él.

– Hola.

Lo miró a los ojos y sonrió. Por su parte, no había ninguna sensación desagradable y su cosquilleo mejoró aún más cuando él le devolvió la sonrisa.

– ¿Qué tal?

– Mejor. He estado ocupándome de alguna que otra crisis en casa, he volado a Eugene y a Oregón transportando mercancías y ayer pasé la mayor parte del día intentando convencer a los gemelos de que volvieran a Alaska.

– ¿Y cómo te ha ido?

– Cuando terminamos de hablar, me golpeé la cabeza contra un muro para sentirme mejor.

– ¡Ay! ¿De verdad esperabas que tus hermanos se subieran a un avión para volver contigo?

Él se encogió de hombros.

– Todo hombre puede soñar, ¿no? -sacudió la cabeza-. No, no esperaba que vinieran conmigo. Sabía que no funcionaría, pero me veía obligado a intentarlo. Puedes llamarme idiota.

– Lo cierto es que creo que eres una persona que se preocupa mucho por su familia. No lo estás haciendo bien, pero eso nos pasa a todos.