Él se rio.

– Gracias… creo.

– Estaba siendo simpática -le dijo ella.

– De un modo muy sutil.

Dakota se rio. No se había imaginado que estar con Finn pudiera ser divertido. «La mañana después» podía resultar algo embarazosa, incluso habiendo pasado varios días, pero se sentía tan cómoda con él como antes de que hubieran hecho el amor.

– Sobre lo de la otra noche… -comenzó a decir él.

– Lo pasé genial.

– Yo también. Fue una sorpresa, y no es que me esté quejando -la miró-. ¿Tú te quejas?

– Nunca me había sentido mejor.

La sexy sonrisa de Finn regresó.

– Bien. Y el hecho de que fuera tan inesperado y todo eso… no utilicé nada… ¿supone algún problema?

Ella tardó un segundo en darse cuenta de lo que estaba queriendo decir. Protección, métodos anticonceptivos.

– No hay problema.

– ¿Estás tomando la píldora?

Lo más sencillo habría sido decir que sí, pero por alguna razón, no quería mentir a Finn.

– No me hace falta. No puedo tener hijos. Una cuestión médica. Técnicamente, si todos los planetas se alinearan un día de eclipse y aterrizaran los alienígenas, tal vez podría pasar.

Finn ni dio un paso atrás ni se mostró ridículamente aliviado. Por el contrario, su rostro reflejó compasión y comprensión.

– Lo siento.

– Yo también. Siempre he querido tener hijos, una familia. Siempre he querido ser madre.

Ahí estaba, pensó. La tristeza. Cuando se enteró de lo que le pasaba, la tristeza la había invadido, le había arrebatado la vida. A pesar de todas sus clases, de las conferencias, nunca había llegado a comprender la depresión. Nunca había comprendido cómo alguien podía llegar a perder toda esperanza.

Pero ahora lo sabía. Había tenido días en los que apenas había sido capaz de moverse. Quitarse la vida o hacerse daño no era algo que entrara dentro de su personalidad, pero salir de un estado constante de apatía le había resultado una de las cosas más difíciles que había hecho nunca.

– Hay más de un modo de obtener lo que quieres, pero eso ya lo sabes.

– Sí. Me lo digo todo el tiempo y, si tengo un buen día, me creo -lo observó-. Tú, por otro lado, no pareces estar buscando familia.

– ¿Es una evaluación profesional?

– ¿Me equivoco?

– No. Ya he pasado por eso.

Y tenía razón. Finn se había visto obligado a responsabilizarse de sus hermanos siendo muy joven, así que, ¿por qué iba a querer empezar de nuevo con una nueva familia?

Le gustaba Finn. Se habían divertido juntos, pero querían cosas distintas y, ahora, lo último que necesitaba era un corazón roto.

– ¿Te he asustado? -le preguntó ella.

– No. ¿Lo pretendías?

Dakota se rio.

– No, la verdad es que no. Es que no quiero que las cosas se tensen entre nosotros ni que estemos incómodos.

– No pasará.

– Bien -se acercó un poco y lo miró-. Porque la otra noche fue divertidísima.

– A mí me pareció lo mismo. ¿Quieres repetirla?

¿Sexo con un hombre que no se quedaría a su lado? ¿Diversión y nada de compromiso? Nunca había sido esa clase de chica, pero tal vez había llegado el momento de un cambio.

Sonrió.

– Creo que sí.

Capítulo 6

Dakota no podía recordar la última vez que había tenido tanto frío. Aunque el calendario decía que estaban a mitad de primavera, un frente polar había tocado la zona haciendo que la temperatura cayera varios grados y depositando una capa de nieve en las montañas.

Se abrochó la chaqueta y deseó haberse llevado los guantes. Por desgracia, ya había guardado casi todas las prendas de invierno y tendría que conformarse con ponerse encima capas y capas de ropa. La espesa manta de nubes tampoco ayudaba, pensó mientras miraba al grisáceo cielo.

Oyó a alguien decir su nombre y se dio la vuelta. Montana la saludaba mientras corría por la calle, y parecía ir muy calentita con su abrigo. Un colorido gorro de punto le cubría la cabeza y llevaba manoplas a juego.

– Parece que tienes frío -le dijo su hermana-. ¿Por qué no llevas algo de más abrigo?

– Lo tengo todo guardado.

Montana sonrió.

– A veces es mejor dejar las cosas para más tarde.

– Eso parece.

– Se supone que subirán las temperaturas en unos días.

– Qué suerte tengo.

Montana se acercó y se agarraron del brazo.

– Nos daremos calor corporal -señaló al lago-. ¿Qué está pasando?

– Estamos grabando una cita.

– ¿En exteriores? ¿Van a hacer que los concursantes estén en el agua cuando casi está helando?

– A alguien se le olvidó consultar el tiempo y lo peor de todo es que es una de las parejas más mayores. Se suponía que iban a tener un picnic romántico. He oído que el chico de sonido se queja de que no puede entender nada; entre lo fuerte que sopla el viento y cómo les castañetean los dientes, no se oye mucha conversación.

Montana miró la pequeña barca que había en mitad de las oscuras aguas.

– La televisión no es como yo pensaba.

– Grabar segmentos lleva mucho tiempo. Cuando se vayan de aquí, no les echaré de menos.

– Entiendo por qué. Oye, no hay música. ¿La añaden después?

– Probablemente -Dakota tembló de frío-. Las siguientes citas son fuera del pueblo. Stephen y Aurelia irán a Las Vegas y se suponía que Sasha y Lani iban a ir a San Diego, pero Geoff se ha asustado con el precio de las habitaciones, así que es probable que se queden aquí.

– Son los gemelos, ¿verdad? -preguntó Montana-. Son guapísimos.

– Un poco jóvenes para ti, ¿no? -dijo Dakota secamente.

– Oh, ya lo sé. No me interesan. Solo digo que es muy agradable mirarlos.

Dakota se rio.

– Se permite mirar, pero que no te vea Finn. Está decidido a llevarse a sus hermanos a casa.

– ¿Cómo lleva el plan?

– No muy bien, pero no porque no lo esté intentando.

Finn era un hombre decidido, además de muchas otras cosas, pero eso no iba a compartirlo con Montana. Lo último que necesitaba era que sus hermanas especularan sobre su vida privada porque, aunque no lo hicieran con mala intención, no podría soportarlo.

– Entonces, ¿va a quedarse?

– Sospecho que hasta el final.

– Pobre chico -Montana miró a su izquierda y le dio un codazo a Dakota-. ¿Es él?

Dakota se giró y vio a Finn caminando hacia ellas. Vestía una cazadora de cuero y, aunque no llevaba ni gorro ni guantes, no parecía tener el más mínimo frío. Probablemente porque, comparado con la fría primavera de South Salmon, esas temperaturas para él serían suaves.

– Es él. No me avergüences.

Montana le soltó el brazo.

– ¿Cuándo he hecho yo eso?

– No tenemos tiempo suficiente para que empiece a hacer la lista.

Su hermana empezó a decir algo, pero por suerte se calló antes de que Finn estuviera lo suficientemente cerca.

– ¿De quién ha sido la idea? -preguntó él-. Hace demasiado frío para que estén en el lago. ¿Quién planea estas cosas?

Dakota hizo lo que pudo por no sonreír.

– Finn, te presento a mi hermana Montana. Montana, él es Finn. Sus dos hermanos están en el programa.

Finn las miró a las dos.

– Lo siento, estaba distraído. Encantado de conocerte -le dijo a Montana y le estrechó la mano.

– Lo mismo digo. No parece que lo estés pasando bien.

– ¿Tan obvio es? Bueno, qué más da. No creo que quiera que respondas -las miró de nuevo-. Sois idénticas, ¿verdad? Mis hermanos son gemelos idénticos y siempre han dicho que tienen una relación que yo no puedo entender. ¿Es verdad?

– Lo siento -contestó Montana-, pero sí. Es algo extraño ser idéntico a otra persona. Siempre sabes qué está pensando y no me puedo imaginar la vida de otro modo.

– Imaginaba que dirías eso. Dakota me dijo lo mismo.

– ¿Pero no querías creerme? -preguntó Dakota, no segura de sí debería enfadarse o no.

Finn la miró.

– Te creí, pero quería que estuvieras equivocada.

– Por lo menos es sincero -dijo Montana-. El último hombre sincero del mundo.

– No digas eso. No podría soportar tanta presión -miró a Dakota-. He oído que mañana vamos a Las Vegas.

– ¿Has estado allí alguna vez? -no le parecía que fuera una ciudad que pudiera gustarle a Finn.

– No. No me va, aunque seguro que a Stephen le encantará -suspiró-. ¡Maldito programa!

– Todo se solucionará -le dijo.

– ¿Puedes decirme cuándo para poder estar deseando que llegue ese momento?

– Ojalá lo supiera.

Se giró hacia Montana.

– Ha sido un placer conocerte.

– Lo mismo digo.

Finn se despidió y se marchó.

Dakota lo vio alejarse. Le gustaba cómo se movía y esa sencilla seguridad en sí mismo que tenía. Y aunque se sentía mal porque estuviera tan preocupado por sus hermanos, había una parte de ella que estaba deseando estar con él en Las Vegas. Había estado allí con sus amigas un par de veces y había sido divertido, así que podía imaginarse cómo sería esa ciudad con un hombre como Finn.

– Interesante -dijo Montana-. Muy, muy interesante. ¿Qué tal el sexo?

Dakota casi se atragantó.

– ¿Cómo dices? ¿Qué clase de pregunta es ésa?

– Una muy obvia. No intentes fingir que no ha pasado nada. Te conozco. Finn y tú os habéis acostado. No voy a preguntarte por los detalles, solo quiero saber cómo estuvo.

– Yo… eh… -Dakota tragó saliva. Sabía muy bien que no debía fingir para librarse de decir la verdad, no con una de sus hermanas.

– Bien. Sí, he estado con Finn. Fue genial -sonrió-. Mejor que genial.

– ¿Vas a repetirlo? -preguntó Montana.

– La posibilidad está sobre la mesa. Me gustaría.

Montana la observó.

– ¿Va en serio?

– No. Por muy tentada que me viera, no puede ser. Finn no va a quedarse aquí, prácticamente vive en otro planeta y mi vida está aquí. Además, ninguno de los dos está buscando nada importante ni duradero. Así que estaremos bien.

– Espero que tengas razón, porque a veces cuando las cosas van muy bien encontramos lo único que fingimos no estar buscando.


– ¿Qué quieres decir con que la mercancía ha llegado antes? ¿Trescientas ochenta cajas? ¿Estás diciéndome que hay trescientas ochenta cajas en nuestro almacén? -preguntó Finn.

– No son cajas -contestó su socio-. Son cajones de madera. ¡Malditos cajones de madera! ¿Qué va a construir? ¿Un arca?

Eso no podía estar pasando, pensó Finn. No podía ser. Ahora no. No, mientras estuviera allí.

Uno de sus mayores clientes había decidido construir un barco a mano. Lo había encargado de Dios sabía dónde y había hecho que le enviaran las piezas a South Salmon. Ahora tenían que llevarlos hasta su propiedad, a quinientos kilómetros al norte.

Cuando Finn se había enterado, había pensado que se trataría de una docena de cajas como mucho, pero al parecer, se había equivocado.

– El peso está anotado en el lateral de cada cajón -dijo Bill-. Estamos hablando de entre tres y cuatro cajones por viaje, en el mejor de los casos. ¿Quieres echar las cuentas?

Finn maldijo. ¿Cien viajes?

– No es posible. Tenemos más clientes.

– Está dispuesto a pagar. Finn, no podemos perder a este tipo. Hace que salgamos adelante durante el invierno.

Su socio tenía razón. La mayor parte de su trabajo llegaba entre abril y octubre, pero ¿cien viajes?

– Ya he corrido la voz y tenemos los aviones, pero lo que necesitamos son pilotos. Tienes que volver.

Finn miró el avión de Aerolíneas Suroeste; los pasajeros ya estaban embarcando. Stephen y la devora jóvenes iban a Las Vegas y él tenía que estar allí para asegurarse de que todo iba bien. No confiaba en esa mujer, ni en Geoff ni en nadie relacionado con el programa… a excepción de Dakota. Igual que él, ella solo hacía lo que tenía que hacer.

– No puedo. Sasha y Stephen me necesitan.

– Tonterías. Tienen veintiún años. Estarán bien solos. Tú tienes que estar aquí, Finn. Vuelve.

Había sido responsable de sus hermanos desde hacía ocho años y ahora no podía abandonarlos sin más.

– ¿A quién has llamado? ¿Has probado con Spencer? Es un buen piloto y suele estar disponible en esta época del año.

Hubo un largo silencio antes de que Bill volviera a hablar.

– Bueno, ¿ésa es tu respuesta? ¿Que contrate a otro?

Finn dio la espalda al resto de pasajeros y bajó la voz.

– ¿Cuántas veces has necesitado que te cubra? Antes de casarte, ¿cuántas veces tenías una cita ardiente en Anchorage o querías ir detrás de turistas solitarias en Juneau? Siempre accedí a todo lo que me pediste. Ahora yo estoy pidiéndote que me des un respiro. Volveré cuando pueda y, hasta entonces, tú tendrás que ocuparte.

– De acuerdo -respondió Bill enfadado-. Pero será mejor que vuelvas pronto o habrá problemas.