– ¿Por eso quieres adoptar?

Las preguntas se solaparon unas encima de otras, pero a Dakota no le importó. Lo único importante era que el amor de sus hermanas estaba arropándola, arropando su alma.

– Estoy muy bien -les respondió-. En serio. Estoy perfectamente.

– No me lo creo -dijo Nevada-. ¿Cómo puede ser? Siempre has querido tener hijos. Muchos.

– Y por eso voy a adoptar. Estoy en la lista. Podrían llamarme cualquier día.

Lo cual era una exageración. Hasta el momento, su experiencia con la adopción había sido nefasta, pero podía cambiar. Se negaba a perder la esperanza.

Montana la abrazó.

– Hay otros modos de quedarse embarazada, ¿no?

– Necesitaría mucha ayuda si quisiera tener a mi propio hijo.

– ¿Te has dado por vencida? -le preguntó Montana.

– ¿Sobre tener hijos? No. Tendré un hijo -no sabía cómo, pero sabía que sucedería.

– Esto no cambia nada -le dijo Nevada-. Eres genial, inteligente y preciosa y con una gran personalidad. Cualquier hombre sería afortunado de tenerte.

Agradeció ese voto de confianza, sobre todo porque sabía que Nevada no se veía nada atractiva, lo cual era un interesante cisma mental: si Nevada creía que ella era muy guapa y las dos eran idénticas, ¿cómo no podía admitir que ella también lo era? Tal vez ése debería haber sido el tema principal de su tesis.

– Los hombres parecen estar ciegos -dijo Montana-. Es irritante.

– ¿Quién te ha gustado que no haya sentido nada por ti? -preguntó Dakota.

– Ahora mismo no se me ocurre nadie, pero seguro que me ha pasado -se sentó sobre la alfombra y apoyó la barbilla en las manos-. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué no podemos encontrar un tipo del que nos enamoremos? Todo el mundo tiene una relación, incluso mamá está pensando en salir con alguien. Pero aquí estamos nosotras… solas.

Montana miró a Dakota.

– Lo siento. No pretendía desviarme del tema. Podemos seguir hablando de lo de los niños.

Dakota se rio.

– Me parece bien haberlo zanjado ya. Y en cuanto al tema de los hombres, no tengo respuesta.

– No la necesitas. Tú tienes a Finn.

No tanto como ellas pensaban…

– Pero está aquí de manera temporal. En cuanto logre que sus hermanos vuelvan a casa o él comprenda que ha llegado el momento de dejarlos tranquilos, volverá a South Salmon.

– ¿Y qué pasa con las relaciones a larga distancia? -preguntó Montana.

Dakota sacudió la cabeza.

– Finn y yo queremos cosas distintas. Está cansado de ser responsable y yo quiero algo serio. Es más, me ha dicho que le preocupa que me vincule demasiado a él, así que no creo que vayamos a seguir viéndonos.

Sus dos hermanas la miraron.

– Capullo -farfulló Montana-. Me caía bien. ¿Por qué todos los hombres tienen que comportarse como unos cretinos?

– Max no es un cretino -dijo Nevada.

– ¿Te acostarías con Max? Podría ser mi padre y aunque es muy simpático y todo eso… em… ¡Es mi jefe!

– Los romances entre secretaria y jefes son muy populares -dijo Dakota con voz jocosa-. ¿Qué me dices de ese momento: «señorita Jones, está usted preciosa»? Podría ser divertido.

– No quiero acostarme con Max. ¡Jamás!

Nevada miró a Dakota.

– Espero que se decida pronto porque tanta indecisión me agota.

Dakota suspiró y se recostó en su sillón.

– A mí también.

– Os estoy ignorando.

Nevada se rio.

– Todas encontraremos a alguien -les dijo Dakota a sus hermanas-. Estadísticamente, tiene que pasar.

– Me encantan las matemáticas como a la que más -apuntó Nevada-, pero no me siento muy cómoda cuando se aplican a la vida amorosa.

– Podrías irte a South Salmon con Finn -sugirió Montana.

Dakota negó con la cabeza.

– Primero, no me lo ha pedido -le había dejado claro que no quería verla en los próximos días, así que mucho menos en los próximos veinte años-. Segundo, yo no quiero. Estoy segura de que es un lugar maravilloso, pero mi vida está aquí. Adoro Fool’s Gold. Mi familia está aquí. Mi historia, mis amigos. Este es mi sitio. Cuando termine el programa de Geoff, voy a volver al trabajo y desarrollaré el plan de estudios para el programa que quiero empezar.

También estaba pensando en abrir una consulta privada a tiempo parcial.

– ¡Más pierde él! -dijo Nevada firmemente-. Creía que era listo, pero me equivoqué.

– Ojalá tuviera un perro al que le gustara morder a la gente -dijo Montana arrugando la nariz-. Un perro muy grande, que diera miedo y mordiera mucho. A lo mejor puedo entrenar a alguno para que muerda.

Dakota se inclinó hacia delante y las abrazó.

– Os quiero -susurró.

– Nosotras también te queremos.

Tenía suerte, se recordó. Pasara lo que pasara, jamás tendría que verse sola. Había gente a la que le importaba, gente que siempre estaría a su lado. Y con el tiempo, porque se negaba a perder la esperanza… tendría un hijo. Y con eso le bastaría.

Capítulo 10

Finn encontró a Sasha y a Lani jugando al voleibol en el parque. Su hermano se había recuperado de las quemaduras leves y parecía estar bien. Sasha lo vio y lo saludó, pero no dejó de jugar.

Después de mirarlos unos minutos, se alejó. Era sábado por la tarde de un cálido día de primavera. La mayor parte del pueblo había salido a pasear y a hacer recados.

Vio a padres con niños pequeños y a ancianas paseando a sus perros. Había niños por todas partes y los restaurantes y cafeterías habían colocado mesas fuera para aprovecharse del buen tiempo.

Dos de las parejas del programa estaban fuera, en el Lago Tahoe, o eso creía. Ese día no había grabaciones en el pueblo.

Paseó por el parque y recordó que Stephen le había dicho que Aurelia y él irían a tomar un picnic junto al lago. Veinte minutos después, los encontró en una manta bajo la sombra de un árbol. Aurelia estaba sentada con las piernas cruzadas y Stephen tumbado boca abajo, mirándola. Había intensidad en sus ojos, como si estuvieran hablando de algo serio.

Finn vaciló, dividido entre la educada actitud de no querer molestarlos y el deseo de interponerse entre una mujer mayor y sofisticada y su hermano. Entonces Aurelia lo vio y lo saludó indicándole que se acercara.

– ¿Qué tal? -preguntó sin pisar la manta. No se sentía cómodo sentándose.

Stephen se incorporó.

– Bien. Estábamos hablando.

– Tengo una madre demasiado opresiva -admitió Aurelia-. Estamos hablando de cómo voy a enfrentarme a ella y a decirle que me deje tranquila -arrugó la nariz-. Aunque no soy tan valiente. Me siento valiente hasta que la veo y entonces me vengo abajo -miró a Finn-. ¿Alguna sugerencia para reunir valor a la vez que te enfrentas a tus demonios internos? Y no es que mi madre sea un demonio, sino que se cree que tiene motivos para arruinarme la vida.

A Finn le estaba costando seguir la conversación.

– Seguro que todo saldrá bien.

Stephen se rio.

– La típica respuesta masculina a un problema emocional. Ante la duda, distánciate y sal corriendo.

– Tú no estás corriendo -dijo Finn-. ¿Por qué?

– Porque me gusta Aurelia. Tenemos mucho en común. Somos los callados y los tranquilos de la familia, nos gustan las mismas películas y nos gusta leer.

– Yo he terminado la universidad, pero tú no -dijo Aurelia con una sonrisa-. Oh, espera… Eso cuenta como diferencia.

Su jocoso comentario sorprendió a Finn.

– ¿Estás de mi parte en el tema de los estudios? -preguntó él incrédulo.

– Creo que es tener muy poca vista pasar hasta el último semestre y abandonar -en lugar de mirar a Stephen, Aurelia lo miró a él-. Stephen ha estado especializándose en ingeniería.

– Lo sé -respondió. No lo comprendía. Era como si ella pensara que esas palabras eran importantes. Era el hermano mayor de Stephen. ¡Claro que sabía lo que estaba estudiando!

Stephen le lanzó una mirada que la hizo callar y, cuando ella agachó la cabeza, él alargó una mano y le acarició el brazo.

Finn estaba allí de pie, sintiéndose como si sobrara. Había algo que no entendía y eso le hacía sentirse incómodo… lo cual le llevó a echar de menos a Dakota. Ella lo habría entendido y habría controlado la situación. Siempre lo hacía.

– Yo… eh… tengo que irme -dijo rápidamente-. Pasadlo bien, chicos.

Se marchó corriendo, sin saber dónde ir, sabiendo solo que tenía que alejarse de allí.

¿Qué pasaba con esos dos? Y en cuanto al apoyo de Aurelia a la idea de que Stephen terminara los estudios, no sabía si lo hacía porque era buena persona, tal como le había dicho Dakota, o porque eso formaba parte de un papel.

Siguió caminando. El parque estaba lleno de residentes y turistas. Los niños les daban pan a los patos junto al estanque y entre ellos vio a alguien con el pelo rubio y una silueta familiar. ¡Dakota!

Se giró hacia ella y frunció el ceño al verla mejor. No. No era Dakota, era una de sus hermanas paseando a varios perros. Se quedó sin moverse hasta que ella se alejó y en ese momento sonó su teléfono.

Miró la pantalla y reconoció el número de Bill.

– ¿Qué tal va todo?

– Genial. El nuevo chico es un piloto alucinante. Hace su trabajo y se va casa, no da ningún problema. Me gusta. Ya hemos repartido sesenta cajones.

– Qué rápido -dijo Finn sorprendido de que las cosas fueran tan bien.

– ¡Y que lo digas! Si este chico quiere quedarse más tiempo, puedes estar allí todo el tiempo que quieras.

– Es bueno saberlo. No me gustaba la idea de dejarte con tanto trabajo.

– Ahora tengo mucha ayuda -le dijo Bill-. Bueno, tengo que colgar. Ya hablamos luego.

Finn escuchó a su compañero colgar y se quedó en medio del parque pensando que no tenía nada que hacer durante el resto del día. Miró a su alrededor. Todo el mundo tenía algún lugar adonde ir, todo el mundo tenía alguien con quien estar. A excepción de con sus hermanos, la única persona con la que él quería estar era Dakota, pero el problema era que la última vez que la había visto, se había comportado como un cretino.

Y no había sido por ella, sino por él. Quería decirle que había actuado así porque sabía que la relación no duraría y solo intentaba protegerla, pero eso lo habría convertido en un mentiroso. La realidad era que se había sentido cada vez más unido a ella y que eso lo había aterrorizado. Por eso había actuado así, había reaccionado así. Por eso la había rechazado.

Y ahora tenía que hacer frente a las consecuencias.

Sabía que, tanto si ella lo perdonaba como si no, tenía que disculparse y por eso echó a andar en dirección a su casa.

Cuando llegó a la puerta delantera, llamó y esperó. Si no estaba en casa, volvería más tarde.

La puerta se abrió unos segundos más tarde y Dakota enarcó las cejas al verlo allí, pero no dijo nada. Llevaba unos vaqueros y una camiseta y estaba descalza. Tenía su melena rubia enmarañada, pero estaba guapa. Más que guapa. Estaba sexy y eso lo enfureció.

– Lo mejor es que sea el primero en hablar.

Ella apoyó un hombro contra el marco de la puerta.

– Me parece buena idea.

– Tengo una excusa para haberme comportado como un cretino.

– Estoy deseando oírla.

Se aclaró la voz.

– ¿Bastaría con decir que soy un hombre?

– Probablemente no.

Había merecido la pena intentarlo…

– Estaba frustrado y furioso por lo de mis hermanos y, por otro lado, estaba empezando a sentir algo por ti. Esto último no debería haber pasado. Sabes que me marcharé y sé que me marcharé.

– Y por eso optaste por la respuesta más madura.

– Lo siento. No te merecías eso. Me equivoqué.

Ella dio un paso atrás.

– Venga, pasa.

– ¿Así de fácil?

– Ha sido una buena disculpa. Te creo.

Él entró en la casa y ella cerró la puerta.

– Finn, lo he pasado muy bien contigo. Me gusta hablar contigo y el sexo es genial -sonrió-. Pero no dejes que eso último se te suba a la cabeza.

– No lo haré -prometió, aunque le habría gustado disfrutar del halago por un segundo al menos.

La sonrisa de Dakota se desvaneció.

– Tengo muy claro que tu estancia aquí es temporal y, cuando te marches, te echaré de menos. A pesar de eso, no voy a volverme loca ni intentaré convencerte para que te quedes.

– Lo sé. No debería haber dicho todo eso. Yo también te echaré de menos.

– Después de haber dejado claro cuánto vamos a echarnos de menos el uno al otro, ¿sigues queriendo pasar algo de tiempo conmigo mientras estás aquí?

Finn no había tenido muchas citas en los últimos ocho años porque después de la muerte de sus padres no había tenido mucho tiempo. Por eso no sabía si la actitud tan directa de Dakota era porque era una mujer madura o una mujer muy especial. Sin embargo, tenía la sensación de que era lo último.