Ella asintió, más que hablar. Se había pasado la mayor parte del día llorando y si intentaba darle las gracias, las lágrimas volverían a brotar. Ese hombre se merecía un descanso.
Dakota dejó que sus hermanas la llevaran de vuelta al salón, donde su madre seguía acunando a Hannah y el bebé parecía más relajado en brazos expertos. Varias de las mujeres le hicieron sitio en el sofá y Dakota se dejó caer en él. Le pusieron un plato entre las manos y un vaso de algo que parecía Coca Cola light sobre la mesita de café, delante de ella.
– Ahora empieza desde el principio y cuéntanoslo todo -dijo su madre-. ¿Está bien Hannah? Finn ha dicho que tenía que ir a por una medicina.
– Se pondrá bien -respondió Dakota pinchando la ensalada de pasta que tenía en el plato-. Puede que lleve un tiempo, pero se pondrá bien.
Aurelia estaba en la acera rodeada por la calidez de la noche y desde ahí podía ver a Sasha y Lani en el parque, discutiendo. Estaban gritando y agitando los brazos, pero de pronto, Sasha agarró a Lani de los brazos, la acercó a sí y la besó.
Lani se resistió al principio, se giró a un lado y después alzó la mano como si fuera a abofetearlo, pero él le agarró la mano y volvió a besarla. En esa ocasión, ella se dio por vencida. Incluso a varios metros de distancia, se podía ver claramente que los jóvenes amantes habían superado la crisis.
Pero Aurelia sabía muy bien que la pelea estaba preparada, que era una escenita para las cámaras.
– Tienes que admitir que son muy buenos -le dijo a Stephen-. Tanto si llegan o no a la final, está claro que tienen lo que se necesita para ser actores de éxito.
Stephen apoyó las manos sobre sus hombros, aunque ella no sabía por qué. Era un buen tipo. Inteligente y divertido y muy atento. Estar con él resultaba muy sencillo, incluso aunque eso no se reflejara en la cámara.
Cada vez que los grababan juntos, la situación se volvía muy incómoda por parte de los dos, no solo por ella. Geoff decía que las grabaciones de esa pareja eran absolutamente horribles.
– Hola, Aurelia.
Aurelia se giró al oír su nombre y vio a su madre caminando hacia ella. Entre el trabajo y el programa, no había tenido mucho tiempo de ir a visitarla. La había llamado con frecuencia, aunque eso no había sido suficiente para su madre.
– Tu madre, supongo -le susurró Stephen al oído.
Antes de poder asentir, él se puso delante y se presentó. Se dieron la mano y, sin soltarla, Stephen le dio las gracias por haber insistido en que Aurelia entrara en el programa.
– Su hija habla de usted con frecuencia. Veo lo mucho que se preocupa por usted.
– No, no se preocupa -dijo su madre apartando la mano-. Si de verdad se preocupara por mí, se pasaría a verme más a menudo.
– Está ocupada con el trabajo y el programa.
Aurelia se puso entre los dos. Sabía los derroteros que tomaría la conversación y aunque agradecía que Stephen quisiera defenderla, sabía que había llegado el momento de enfrentarse sola a su madre.
– Stephen, ¿podrías damos un minuto?
Él asintió y retrocedió.
Aurelia llevó a su madre hasta un banco, pero antes de poder hablar, la mujer dijo:
– No puedo creer lo joven que es. Esperaba que estuvieran exagerando, pero ahora puedo verlo en persona. Está claro que no era una exageración. Es humillante. ¿Sabes lo que están diciendo mis amigas? ¿La gente del trabajo? ¿Es que no te importo? -su madre suspiró y sacudió la cabeza-. Siempre has sido una egoísta, Aurelia. Y ya que estamos, ¿dónde está mi cheque del mes?
Aurelia miró a la mujer que la había criado. Siempre habían estado solas y durante mucho tiempo con eso había bastado. Había creído que la familia lo era todo y que ocuparse de su madre era su responsabilidad. Se había dicho que la amargura de su madre podía justificarse, pero ahora que lo pensaba, no estaba exactamente segura de por qué su madre estaba enfadada todo el tiempo.
Stephen no valoraba lo que estaba haciendo Finn y lo veía como una irritante intromisión en su vida, pero ella sabía que no era así. Finn lo había hecho porque estaba preocupado por sus hermanos, no quería nada para él, todo lo que hacía era por ellos. Su madre, en cambio, nunca había hecho nada parecido.
En la familia de Aurelia, su madre siempre iba primero. Su madre era la importante. Y de algún modo, Aurelia había permitido que la manipulara. Parte de la culpa recaía en su madre, pero la otra parte recaía en ella. Tenía casi treinta años y ya era hora de cambiar las reglas.
– Mamá, de verdad que agradezco que me animaras para entrar en el programa. Tenías razón, no he estado haciendo nada para pasar al siguiente nivel en mi vida. Quiero casarme y tener hijos, pero me escondo en el trabajo y me paso todo el tiempo que tengo libre contigo.
– Últimamente no -le contestó su madre bruscamente.
– Lamento que sientas que no te he estado prestando atención, pero el tiempo que estoy pasando en el concurso me ha ayudado a ver las cosas con perspectiva. Soy tu hija y siempre te querré, pero necesito tener mi propia vida.
– Entiendo -dijo la mujer con frialdad-. Deja que adivine. Yo ya no importo.
– Importas mucho, pero creo que puedo tener mi propia vida independientemente de que las dos sigamos estando unidas -Aurelia respiró hondo. Ahora venía la parte más difícil. Tenía un nudo en el estómago, una bola de miedo y culpabilidad-. Tienes un trabajo muy bueno -dijo lentamente-. La casa ya está pagada, y tu coche también -y ella lo sabía bien porque había pagado los dos préstamos-. Está claro que si hay una emergencia, te ayudaré, pero por lo demás tienes que responsabilizarte de tus propias facturas.
Su madre se puso de pie y la miró.
– Aurelia, no te eduqué para esto. Soy la única madre que tendrás nunca. Cuando esté muerta, tu egoísmo te perseguirá y te atormentará para siempre.
Aurelia la vio alejarse. Sabía que su madre se esperaría que saliera corriendo detrás de ella, pero no podía hacerlo. La relación que habían tenido antes había sido retorcida y complicada. Si quería que algo cambiara, tendría que ser fuerte.
Stephen se acercó a ella y la rodeó con su brazo.
– ¿Cómo estás?
– Tengo náuseas -se llevó la mano al estómago-. Esto no acaba aquí. Volverá. Pero al menos siento que he dado el primer paso y eso ya es algo.
– Es genial.
Ella lo miró y sonrió.
– Lo único que he hecho ha sido enfrentarme a mi madre, no es para tanto.
– ¿Y cuándo fue la última vez que lo hiciste?
– Tendría unos cinco años.
– Pues entonces, sí que es para tanto.
– Eres demasiado bueno conmigo.
– Eso es imposible.
Caminaron por el parque, alejándose del camino que había seguido su madre. Aurelia se dijo que ignorara el sentimiento de culpa y que, con el tiempo, se desvanecería.
La realidad era que su madre era más que capaz de mantenerse sin ayuda de nadie, pero por alguna razón, quería que su hija se ocupara de ella.
– A lo mejor piensa que el hecho de que le pague todas sus cosas demuestra que la quiero -dijo pensando en voz alta.
– O que quiere poder decírselo a todas sus amigas para destacar por encima de ellas.
– No había pensado en eso. En mis días buenos, me digo que tengo que compadecerme de ella más que estar enfadada o resentida.
– ¿Y te funciona?
– A veces.
Pararon junto al lago Ciara. El sol se había puesto y el cielo había oscurecido. Podían ver las primeras estrellas saliendo. De pequeña, había pedido deseos a las estrellas y por aquel entonces la mayoría de sus sueños habían estado protagonizados por un guapo príncipe que la rescataba.
Ahora, echando la vista atrás, se daba cuenta de que ese rescate equivalía a huir de su madre. Era una relación con demasiadas reglas y ataduras e incluso de niña había sentido la necesidad de verse querida, querida por ser ella misma.
Ese deseo seguía vivo, pero sabía que no podía pedírselo a las estrellas. Más bien, tendría que crecer como persona para poder aceptar esa clase de amor. Esa noche había dado el primer paso. Si su madre regresaba e intentaba arrastrarla hasta su antigua relación, haría todo lo posible por mantenerse firme.
– Te veo muy seria.
– Estoy recordándome que debo mantenerme firme.
Él la miró a los ojos.
– Te admiro muchísimo.
– ¿Cómo dices?
– Has tenido que enfrentarte a muchas cosas y ahora estás enfrentándote a la única familia que tienes.
– Tengo casi treinta años y debía haberme enfrentado a mi madre hace mucho tiempo. Además, tú también te has enfrentado a tu hermano. Creo que me has inspirado.
– Pero vosotras dos estabais solas y cambiar vuestra relación no es fácil. Lo cierto es que yo no le planté cara a mi hermano; más bien, hui.
– Eso es diferente.
Sin previo aviso, él se acercó y la besó. Sentir su boca contra la suya hizo que cada parte de su cuerpo se debilitara invadida por el deseo. Se entregó a una fuerza mayor que todas sus dudas. Él era alto y fuerte y la hacía sentirse segura. Stephen siempre le hacía pensar que, si estaba a su lado, nada malo podía sucederle.
Cuando su lengua le rozó el labio inferior, ella la recibió con otra caricia. Stephen deslizaba las manos por su espalda, de arriba abajo, hasta que llegó a sus caderas. Aurelia se acercó y pudo sentir su erección contra su vientre.
Se quedó impactada. Dio un paso atrás, con la respiración entrecortada, y lo miró.
– Para -dijo-. Tienes que parar. Tenemos que parar. Esto es una locura.
Los ojos azules de Stephen brillaban de pasión mientras se acercaba de nuevo a ella, pero Aurelia dio otro paso atrás.
– Lo digo en serio -dijo con tanta fuerza como pudo. Era difícil hacerse la dura cuando lo único que quería era echarse a sus brazos, dejarse abrazar, hacer el amor con él.
– No lo entiendo. Creía que… -miró a otro lado-. Es culpa mía.
– No -lo agarró de un brazo-. Lo siento. Todo esto está mal. Stephen, no es por ti. Es por mí, por nosotros, y por el punto en que se encuentran nuestras vidas -lo miró esperando que la entendiera-. Tienes veintiún años. Tienes que terminar los estudios y vivir tu vida. Te esperan muchas experiencias, muchas primeras veces, y yo no quiero interponerme en tu camino.
Él no parecía estar ni entendiendo ni agradeciendo ese intento de autosacrificio por parte de ella.
– ¿De qué demonios estás hablando? Estás actuando como si me sacaras cien años. Sí, vale, eres unos años mayor que yo, pero ¿qué más da? Me gusta estar contigo y creía que tú sentías lo mismo.
¿Le gustaba estar con ella? Después de oír eso, costaba centrarse en lo que era importante. En cuanto a lo de las primeras veces…
– ¿Qué me dices de enamorarte por primera vez? Tiene que casarte con alguien de tu edad.
Él la miró fijamente y en ese momento no hubo nueve años entre ellos. Eran iguales, o tal vez incluso él parecía más maduro.
– ¿De quién has estado enamorada tú?
– Eh… bueno… técnicamente no he estado enamorada, pero no estamos hablando de mí.
– Tu argumento es que hay todo un mundo ante mí que no he experimentado, pero eso no es verdad. Me has dicho que mientras estabas en la universidad, volvías a casa todos los fines de semana, así que no puede decirse que tuvieras una gran aventura amorosa. Y desde entonces, has estado dividida entre el trabajo y tu madre.
Aurelia comenzó a lamentar todo lo que le había dicho a Stephen. No había caído en la cuenta de que él podría utilizarlo para ganarse un argumento.
– No eres virgen, ¿verdad?
Ella se sonrojó, pero logró seguir mirándolo.
– No. Claro que no -había tenido sexo… una vez. En la universidad. La noche había sido un desastre; fue la única vez que no volvió a casa a pasar el fin de semana. Se había quedado en el campus y había ido a una fiesta donde se había emborrachado por primera y última vez en su vida.
Recordaba haber ido a la fiesta y haber conocido a un chico. Había sido simpático y divertido y se habían pasado horas hablando. Después, la había besado y… Nunca llegó a estar segura de lo que había pasado después. Todo estaba muy borroso en su cabeza. Recordaba que la había tocado por todas partes, que había estado desnuda y que el sexo le había dolido mucho más de lo que podría haberse imaginado nunca. Pero no había detalles, solo imágenes difusas.
Se había pasado las siguientes tres semanas sufriendo por si estaba o no embarazada, y los siguientes meses esperando a ver si había algo más de lo que tuviera que preocuparse. Había logrado escapar de aquella experiencia relativamente ilesa, pero no había habido nada en ese encuentro que le hubiera dado ganas de repetirlo. Hasta ahora. Hasta que un chico de veintiún años la había abrazado y la había besado.
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