La vida era de lo más inesperada, pensó con tristeza. Por fin había encontrado a alguien, pero todo estaba mal. Aunque suponía que podía haber sido peor; podría haber estado casado o ser gay.

– Sé lo que quiero hacer con el resto de mi vida -dijo ella. Tenía que hacer lo correcto-. Tengo un trabajo estable y algo que se parece a una vida. Sí, tengo problemas con mi madre, pero estoy trabajando en ello. Y voy a seguir haciéndolo. Tú tienes que terminar la universidad y ver qué quieres hacer con el resto de tu vida. Tienes que encontrar una chica de tu edad, enamorarte y casarte y tener unos bebés preciosos.

Hablar resultaba difícil. Tenía un nudo en la garganta y le ardían los ojos.

– Eres muy especial, Stephen. Quiero lo mejor para ti.

– Tonterías. ¿Crees que me importa lo que piense la gente? ¿Qué tiene que ver la edad? ¿Por qué no puedes ser tú esa chica? En cuanto a lo que quiero hacer con mi vida, ¿por qué no puedo compartirla contigo?

– Porque no puedes.

– Eso no es un argumento -la agarró por los hombros-. Tú eres la chica que quiero.

– Eso lo dices ahora, pero mañana podrías cambiar de opinión.

– Y tú también. ¿Debería confiar más en ti que tú en mí solo porque eres mayor?

Lo peor de todo, lo que la asustaba, era que sabía que él tenía razón.

– Me das miedo -admitió con voz temblorosa.

Inmediatamente, él la soltó y dio un paso atrás.

– Lo siento, no pretendía…

– No, no en ese sentido -se apresuró a decir-. No tengo miedo de ti. Me da miedo lo que siento cuando estoy contigo. Me da miedo lo que quiero -sacudió la cabeza-. No quiero volver a verte en privado. Tendremos las citas del programa, pero eso será todo. No puedo hacer otra cosa.

– ¡Aurelia, no!

Ella se dio la vuelta y se alejó. No fue fácil, pero era lo correcto. Lo oyó echar a correr detrás, pero entonces Stephen debió de cambiar de idea. «Es para mejor», se dijo. Con el tiempo lo superaría y saldría adelante. Él tenía que estar con otra persona y en cuanto a ella… bueno, siempre se le había dado muy bien pensar primero en los demás.


Finn sujetó la puerta mientras salían los últimos invitados de Dakota. Al volver de la farmacia, la casa seguía llena de amigas que, como pudo ver, le habían enseñado el mejor modo de dar de comer a la niña. Después, habían venido una demostración de cambio de pañales y muchos otros consejos.

Denise, la madre de Dakota, se había ofrecido a quedarse con ella, pero su hija se había negado.

– Necesito saber si puedo hacerlo sola -le dijo sonando muy valiente.

– Llámame si necesitas algo. Puedo estar aquí en diez minutos.

Dakota estuvo a punto de cambiar de opinión y pedirle a su madre que se quedara, pero no lo hizo.

– Estaremos bien.

Finn acompañó a Denise a la puerta.

– Si las cosas se ponen mal -le susurró-, llámame.

– Lo haré -aunque si las cosas se ponían mal, el plan de Finn era quedarse allí a pasar la noche. Había pasado mucho tiempo desde que sus hermanos eran pequeños, pero aún recordaba cosas.

Volvió al salón y lo encontró vacío. Recorrió el corto pasillo y entró en la habitación de la bebé.

Hannah estaba en su cuna; Dakota le había cambiado la ropa y había optado por saltarse el baño, ya que las demás le habían dicho que la niña ya había tenido demasiadas nuevas experiencias por un día.

La pequeña miraba fijamente el móvil que giraba suavemente sobre su cabeza; estaba hipnotizada por los conejitos que daban vueltas y fue cerrando los ojos.

– No me esperaba que fuera tan preciosa -susurró Dakota mientras acariciaba la mejilla de su hija.

Él se acercó por detrás y puso una mano sobre su cintura.

– En unos quince años, tendrás un montón de chavales haciendo cola en la puerta.

Dakota le sonrió.

– Ahora mismo me conformo con pasar una buena noche.

– Ha tomado la medicina y parece estar mejor. Tiene el estómago lleno y ya sabes cómo cambiarle el pañal.

Dakota se apartó de la cuna y él la siguió hasta el salón.

– Tienes razón. Lo haré bien -sonrió, aunque a Finn no lo engañaba-. Has estado genial. Te agradezco mucho toda tu ayuda. Ha sido un día muy largo y debes de estar agotado.

Finn podía ver el terror en sus ojos, a pesar de que fingía estar bien; estaba decidida a ser valiente.

Había llegado el momento de irse. Ahí acababa todo lo que fuera que habían tenido. Había sido divertido y sin complicaciones, pero Hannah lo cambiaba todo. Ahora Dakota era madre, había nuevas reglas y no iba a echarlo todo a perder. Lo más sensato era marcharse ahora que podía.

Sin embargo, no quería hacerlo. La valentía fingida de Dakota le había calado hondo. La admiraba por el modo de lanzarse a una situación para la que no estaba preparada en absoluto, y eso, sumado al hecho de que le gustaba desde hacía tiempo, le impedían marcharse de su lado. Ni siquiera aunque fuera lo más sensato.

– Me quedo. No puedes hacerme cambiar de opinión, así que no te molestes. Pasarás la noche conmigo.

– ¿En serio?

Él asintió.

Ella se dejó caer en el sofá y se cubrió la cara con las manos.

– ¡Gracias a Dios! Estaba intentando hacer creer a todo el mundo que sé lo que estoy haciendo, pero no tengo ni idea. Nunca había estado más asustada en mi vida. La niña depende completamente de mí y yo no sé lo que estoy haciendo.

Él se sentó a su lado y la abrazó.

– Esto es lo que vamos a hacer. Vas a sacar el intercomunicador y lo vas a poner en la habitación. Después, nos prepararemos para irnos a dormir. Yo estaré aquí, así que podrás dormir todo lo que quieras.

– Me gustaría dormir -admitió y apoyó la cabeza en su hombro.

– Pues aquí tienes tu oportunidad.

– Gracias por todo. Eres mi héroe.

– Nunca antes había sido el héroe de nadie.

– Lo dudo.

Finn se levantó y tiró de ella. Juntos, fueron hasta el dormitorio.

En su interior, una voz le gritó que estaba metiéndose en problemas, pero él silenció esas palabras. No se involucraría demasiado. Se quedaría solo esa noche y después las cosas volverían a ser como antes.

Capítulo 13

– Tenemos que hacer que el programa resulte más interesante -dijo Geoff-. Quiero utilizar uno de los festivales como telón de fondo. En este pueblo hay uno cada semana.

– A veces más -dijo Dakota-. Creo que el Festival del Tulipán es este fin de semana. Hablaré con la alcaldesa y veré qué le parece que filméis allí.

Tenía la sensación de que a Marsha la idea no le haría ninguna gracia, pero les daría permiso de todos modos. Después de todo, tener a Geoff a la vista era más seguro para todo el mundo.

– Bien -le dijo Geoff-. Tenemos que añadirle un poco de drama al programa. He recibido quejas de los ejecutivos y no estoy seguro de que el festival vaya a ser suficiente. ¿Crees que podríamos conseguir una emisora de la policía y perseguir a los polis? O a lo mejor… si hubiera una explosión o algo…

– Nada de explosiones -le dijo ella.

– Pues es una pena.

Dakota no supo qué decir a eso.

Geoff miró la libreta que tenía en la mano y en ese momento Hannah hizo un arrullo.

El productor se giró hacia el sonido y vio a la bebé mirando al móvil que Dakota había enganchado al parque de juegos.

– ¿Es eso un bebé?

– Ajá.

– ¿Es tuyo?

Ella ocultó una sonrisa.

– Sí.

Geoff se giró dispuesto a marcharse, pero se dio la vuelta.

– ¿Estabas embarazada y no me he dado cuenta?

– Tiene seis meses.

– ¿Entonces eso es un «no»?

No pudo evitar sonreír.

– No estaba embarazada.

– De acuerdo, porque me han dicho que no soy muy observador cuando se trata de algo que no tenga que ver con el programa, pero me habría dado cuenta si hubieras estado embarazada.

– Seguro que sí.

Geoff miró a Hannah.

– ¿Así que es tuya?

Dakota pensó en explicarle lo de la adopción, pero decidió que a él no le interesaría realmente.

– Es mía.

– Bueno, entonces, ¿vas a preguntar lo de la explosión?

– No, pero preguntaré por el festival.

Geoff suspiró.

– Supongo que esto tendrá que valer.

– Supongo que sí.

Y se marchó.

Dakota se rio y sacó a Hannah del parque.

– Qué hombre más tonto -dijo abrazando a su hija.

Le tocó la frente y, complacida, comprobó que estaba fría. El antibiótico estaba funcionando rápidamente.

Su madre se había pasado por casa esa misma mañana para ver cómo estaban y le había advertido que la fiebre de Hannah podría bajar y subir a lo largo del día, pero Dakota estaba preparada con gotas de Tylenol. Hasta el momento, sin embargo, todo parecía estar marchando bien. Hannah había estado comiendo y parecía menos asustada de tantas experiencias nuevas.

Mientras estaba sentada en su sillón, acunando a la bebé, llamó a la alcaldesa y le explicó lo del festival.

– Si digo que no, ¿se irá a otra parte con este programa?

– Probablemente no.

– Entonces supongo que sí que puede grabar. ¿Cómo está Hannah?

– Bien. Anoche durmió varias horas seguidas. Además, está comiendo bien.

– Genial. Ya sabes que puedes llamarme cuando necesites algo.

– Sí, lo sé. Gracias.

Dakota hizo un par de llamadas y se dio una vuelta por las oficinas de producción con la niña. Nadie pareció demasiado interesado en conocer a su hija y no le importaba. Esa gente no la conocía.

Cuando volvieron a su despacho, sentó a la niña en la sillita del coche y la colocó mirando hacia la ventana. Intentaba trabajar, pero en lugar de eso, acabó mirando los ojos de Hannah.

¡Tenía un bebé! Una hija propia. Aún no lo había asimilado, era un milagro.

Unos minutos después, Bella Gionni, una de las hermanas Gionni, entró en su despacho.

– Quería ver cómo van las cosas -dijo la cuarentona de pelo oscuro-. Estábamos preocupadas por cómo te habría ido tu primera noche. ¿Qué tal?

– Bien. Hannah ha dormido relativamente bien y está mejor. No creo que le molesten mucho los oídos.

Lo que no admitió fue que Finn había pasado la noche con ella. Cada vez que Hannah había emitido el más mínimo ruido, Dakota se había levantado y había ido corriendo a la habitación. Y Finn había estado con ella, ayudándola con el biberón, acunándola. No podría haberlo hecho sin él.

– ¿Puedo tenerla en brazos?

– Claro.

El médico le había dicho que hiciera que la vida de Hannah fuera lo más normal posible y en Fool’s Gold eso significaba conocer a mucha, mucha, gente.

Sacó a la bebé de la sillita y Bella la tomó en brazos. Por lo que Dakota pudo ver, la pequeña estaba disfrutando siendo el centro de atención.

– ¿Quién es la niña más bonita del mundo? -preguntó Bella-. Eres tú. Sí, sí. Sin duda, vas a ser una rompecorazones.

Dakota sabía que ésa sería la primera de muchas visitas. Las mujeres del pueblo se ocuparían de las dos.

Mientras que agradecía todo ese apoyo, sabía que la última noche había sido Finn el que había evitado que se volviera loca. Tenerlo en casa había significado todo para ella. Había sido mejor que el sexo… y eso que el sexo con él había sido increíble. Pero esa noche la había cuidado, había sido el hombre que necesitaba.

Nunca antes había dependido de un hombre y la experiencia era nueva y le estaba gustando. Aun así, no era algo a lo que debiera acostumbrarse. Después de todo, Finn se iría. Eso lo había dejado claro.

Sin embargo, estaba decidida a disfrutar de lo que tenía mientras durara.


Aurelia sabía que había un problema cuando pasaron tres días sin saber nada de su madre. Por lo general, no pasaba un día entero sin que hablaran al menos dos veces. Aunque sabía que tenía que aprender a estar sola, no había razón para perder el contacto de esa manera con la única familia que tenía. Por eso, el viernes después del trabajo fue a casa de su madre.

– Hola, mamá.

– ¿Has venido a verme? -preguntó su madre fingiendo sorpresa.

– Sí. Hace días que no hablamos y quería saber cómo estabas.

– No sé por qué. Me dejaste muy claro que no te importaba. Podría caerme muerta en la calle y tú pasarías por encima de mí.

Aurelia se dijo que no perdiera la paciencia. Había establecido unos límites que a su madre no le gustaban y tendría que ponerlos a prueba. Si se respetaba, su madre aprendería a respetarla también.

En lugar de enfadarse o frustrarse, sonrió.

– Se te dan muy bien las palabras. Ojalá hubiera heredado esa habilidad de ti -y con eso, pasó por delante de su madre y entró en la casa-. ¿Has hecho té? -le preguntó de camino a la cocina. Su madre siempre hacía té después del trabajo, a menos que fuera a salir con sus amigas.