La tetera no estaba en el fuego y eso significaba que esa noche su madre saldría. Bien. Así la conversación no se alargaría durante horas.
Su madre la siguió y se detuvo en mitad de la cocina, con los brazos cruzados.
– ¿Has venido para burlarte de mi pobreza?
Aurelia enarcó las cejas.
– ¡Ya estás otra vez! Mamá, ¿has pensado alguna vez en escribir novelas de ficción? Serías genial. O tal vez relatos, ya sabes, para esas revistas femeninas.
– No me gusta que te burles de mí.
– No lo hago. Quería saber cómo estabas y asegurarme de que todo iba bien. Siento que no te sientas cómoda llamándome y espero que eso cambie.
– Cambiará cuando dejes de ser tan egoísta. Hasta entonces, no quiero saber nada de ti.
Ya estaba. En el pasado, Aurelia siempre había cedido. La idea de ser abandonada por su madre había aplastado la poca voluntad que tenía, pero ahora era distinto. Lo que había dicho antes iba en serio. Con mucho gusto la ayudaría ante una emergencia, pero ya estaba bien de darle tanto apoyo económico y emocional.
Stephen había respetado sus deseos. ¿Por qué a su madre le resultaba tan sencillo ignorarla mientras que a Stephen le resultaba tan sencillo hacer exactamente lo que le pedía? Era un dilema que ya analizaría más adelante.
– Espero que te diviertas con tus amigas esta noche. Me ha encantado verte, mamá -y se giró para marcharse.
Su madre la alcanzó en el pasillo.
– ¿Te marchas? ¿Así?
– Has dicho que no querías saber nada de mí a menos que volviera a ser como era antes. No puedo hacerlo. Lo siento si crees que eso me convierte en una egoísta, pero yo no creo que lo sea.
– Soy tu madre. Debería ser lo primero en tu vida.
Aurelia sacudió la cabeza.
– No, mamá. Primero tengo que encontrar mi propia vida, tengo que cuidar de mí misma.
Su madre posó las manos en las caderas.
– Ya veo. Egoísta hasta el final. Supongo que todo es culpa mía.
– Yo no he dicho eso y no lo pienso, pero si tú eres la primera en tu vida y la primera también en la mía, ¿dónde me sitúa eso a mí?
No se esperaba una respuesta, pero esperó unos segundos de todos modos. Le parecía lo más educado. Su madre abrió la boca para decir algo, pero la cerró al instante.
– Ya hablaremos -dijo Aurelia y se marchó.
De camino a casa, recordó la conversación. Por una vez se alegraba de lo que había dicho. Estaba haciendo progresos.
Quiso llamar a Stephen y contarle lo que había pasado, pero no podía. Iban a verse en el programa, únicamente allí. Sabía que había tomado la decisión correcta, pero eso no hacía que la soledad fuera más fácil de soportar.
Dakota envolvió a Hannah con la toalla. Su hija estaba sonrosada después del baño. Denise se encontraba al otro lado del cambiador desde donde le hacía cosquillas suavemente a su nieta en los pies.
– ¿Quién es la bebé más preciosa? -preguntó Denise con una melodiosa y cantarina voz-. ¿Quién es especial?
Hannah agitó los dedos y se rio.
– Está mucho mejor -dijo Dakota. Saber que su hija se estaba recuperando era todo un alivio. Acostumbrarse a cuidar de un niño era duro, pero cuando ese bebé estaba enfermo, se convertía en una pesadilla.
Hannah y ella ya llevaban juntas casi una semana y tenían una rutina establecida. La visita al pediatra había ido mucho mejor que la primera. La doctora había dicho que Hannah estaba muy bien, que había subido de peso y que tenía los oídos limpios. Hannah tenía que terminar de tomar los antibióticos y aún tenían que salirle dientes, pero todo eso era llevadero.
– Está comiendo bien -dijo Denise-. Está claro que está mejor. ¿Ya has pasado a darle la nueva leche?
– Sí y hemos tenido suerte. Su estómago ha tolerado bien el cambio. La doctora dijo que empezara a ingerir alimentos sólidos la semana que viene, una semana antes de lo esperado. Eso la ayudará a ganar más peso y a ponerse a la altura de los bebés de su edad.
Terminó de secar a la pequeña, le puso un pañal limpio y el pijama. Para cuando terminó, la niña ya estaba medio dormida. Tenía los ojos medio cerrados y el cuerpo muy relajado.
– Adelante -le dijo a su madre-. Métela tú en la cuna.
Denise le sonrió.
– Gracias -susurró y levantó a la bebé.
Hannah se le acurrucó antes de que Denise la metiera en la cuna. Después de conectar el intercomunicador, bajaron la intensidad de las luces y salieron del dormitorio.
– Tengo mucha suerte con ella -dijo Dakota subiendo el volumen del intercomunicador-. A Hannah le gusta estar con gente. He oído que algunos niños que han vivido en orfanatos son más miedosos a la hora de conocer a alguien y, en este pueblo, eso sería un problema.
Se sentaron en el sofá y su madre la miró.
– Lo estás haciendo muy bien. Sé que estás aterrorizada la mitad del tiempo, pero no se nota. Pronto estarás aterrorizada solo un cuarto del tiempo.
– Gracias. Tienes razón. Estoy asustada, pero cada vez va a mejor. Saber que se está curando me ayuda mucho, y también me ayuda tanta compañía. Ethan y Liz vinieron hace unos días y en el trabajo recibo muchas visitas -sonrió a su madre-. Y tú estás ayudándome mucho.
– Me encanta tenerla aquí. Por fin una nieta que vive cerca de mí. Tendrás que avisarme si me convierto en una de esas abuelas pesadas y metomentodo. No estoy diciendo que fuera a cambiar mi comportamiento, pero por lo menos me sentiría culpable por ello.
Dakota se rio.
– Siempre que te sientas culpable, me parece bien.
– Entonces, ¿estás menos estresada? ¿Duermes bien?
– Mejor que antes -Finn se había quedado con ella las últimas noches y tenerlo cerca había hecho que todo fuera mejor. Pero sabía que en algún momento tendría que enfrentarse sola a la maternidad. No había dormido nada la primera noche que él no había estado allí, pero desde entonces había dormido cada vez más.
– A veces me pongo histérica sin motivo. ¿Eso mejora?
– Sí y no -respondió su madre-. Cuando empiezas a ponerte menos histérica, ellos se hacen adolescentes y entonces empieza la verdadera pesadilla -Denise sonrió-. Pero para eso falta mucho tiempo. Disfruta de Hannah mientras aún es pequeña y racional.
– Nosotros no fuimos tan malos.
– No hacía falta que lo fuerais, erais seis.
– Supongo que tienes razón.
Su madre la miró y le dijo:
– Aun a riesgo de meterme donde no me llaman, ¿cómo van las cosas con Finn? No lo he visto por aquí. ¿O acaso es que viene cuando yo no estoy?
– Finn ha sido una gran ayuda con Hannah -admitió Dakota-. Lo cual ha sido maravilloso, pero románticamente…
Costaba explicar la relación, sobre todo porque ni ella misma la comprendía.
– Es un tipo genial, pero queremos cosas distintas. Estábamos divirtiéndonos juntos y la cosa empezó a complicarse. Está aquí por sus hermanos y… -se encogió de hombros-. Lo cierto es que no tengo respuesta para eso.
– Yo sí. Me preguntaba si la relación con él estaba volviéndose seria.
– No -le aseguró Dakota antes de preguntarse si estaría mintiendo.
Pensaba mucho en Finn y lo echaba de menos. Sabía que estaba trabajando en el aeropuerto y se decía que ésa era la razón por la que no lo había visto. Además, Raúl había hablado de otra reunión con Finn para empezar con un programa no lucrativo.
– Entiendo. Ninguna de mis chicas está casada y a veces creo que es culpa mía.
– Por mucho que me gustaría echarte las culpas a ti, no creo que pueda. Nunca he estado enamorada, siempre he querido estarlo y siempre pensé que lo estaría, pero no. En la universidad conocí a chicos fantásticos, pero no me veía pasando el resto de mi vida con ellos. Puede que sea yo.
– No eres tú. Eres completamente adorable. Creo que los hombres de este pueblo son estúpidos.
Dakota se rio y se inclinó hacia delante para abrazar a su madre.
– Gracias por tu apoyo. Y en cuanto a los hombres de este pueblo, no tengo respuesta para eso.
– ¿Estás segura de lo de Finn?
– Está buscando menos responsabilidades, no más. Una vez sus hermanos estén asentados, volverá a su vida normal. Y, además, ahora Hannah lo cambia todo.
Dakota era muy consciente del hecho de que tener un bebé, ser madre soltera, no haría más que complicar el tema hombres. No quería tener que renunciar a una clase de amor por otro.
– Quiero lo que tú tuviste -le dijo a su madre-. Quiero un gran amor. Un amor que me dure el resto de la vida.
– ¿Es eso lo que piensas? ¿Que solo tenemos un gran amor?
– ¿Es que tú no lo crees?
– Tu padre fue un hombre maravilloso y lo quería muchísimo, pero no creo que haya un solo hombre para nosotras. El amor está por todas partes. Puede que sea una tonta y demasiado vieja para pensar esto, pero me gustaría volver a enamorarme.
Dakota hizo lo que pudo por no mostrarse impactada. Tener citas era una cosa, ¿pero enamorarse? Siempre había dado por hecho que para su madre no habría otro hombre como su padre.
Ahora, mirando a Denise, la vio por lo que era: una mujer atractiva y vital. Seguro que habría muchos hombres interesados en ella.
– ¿Tienes a alguien en mente?
– No, pero estoy abierta a toda posibilidad. ¿Te molesta?
– Me da envidia -admitió Dakota-. Estás dispuesta a arriesgarte otra vez.
– Tú te has arriesgado al adoptar a esta pequeña. El hombre adecuado aparecerá. Ya lo verás.
– Eso espero.
Ella también quería enamorarse, pero el problema era que pensar en estar enamorada le hacía pensar en Finn. ¿De verdad estaba interesada en él? ¿O simplemente era más sencillo distraerse deseando al único hombre que no podía tener?
Capítulo 14
Dakota estaba sentada en el suelo con su hija sobre una manta en mitad del salón. Había varios juguetes tirados por el suelo y ella tenía un enorme libro de dibujos que estaba leyéndole a la pequeña.
– El conejito solitario se alegró de haber encontrado un amigo -señaló al dibujo-. ¿Ves al conejito? Ya no está solo. Ahora tiene un amigo. ¿Ves al gatito? -señaló al gatito-. Es blanco.
A juzgar por todo lo que había leído, Hannah necesitaba mucho estímulo visual y verbal y la niña parecía comprender la historia. Se fijaba en donde señalaba y los brillantes colores del libro llamaban su atención. Dakota estaba a punto de pasar la página cuando alguien llamó a la puerta.
Se levantó, recogió a Hannah del suelo y se le encogió el corazón al ver a Finn esperando en su pequeño porche.
Estaba tan sexy como siempre, sobre todo cuando le lanzó esa lenta sonrisa que hizo que le ardieran los muslos.
– Hola. Debería haberte llamado primero. Lo siento. He estado volando mucho y éste es mi primer descanso. ¿Cómo estás?
– Bien. Pasa.
Él entró en la casa y se dirigió a Hannah.
– ¿Cómo está mi chica favorita?
La bebé le echó los brazos y él la acurrucó contra su pecho mientras la niña reaccionaba como si también lo hubiera echado de menos.
– Estás creciendo mucho -susurró y la besó en la cabeza-. Ya lo noto -miró a Dakota-. Tú también estás muy guapa, por cierto.
Ella sonrió.
– Vaya, gracias. Te agradezco el cumplido, aunque me lo hayas dicho un poco tarde.
Fueron al salón, donde Finn se sentó en la manta con Hannah sobre su regazo. Dakota se sentó frente a él.
Él siempre había tenido ese aspecto que le hacía pensar en sábanas arrugadas y en mañanas pasadas en la cama. Pero ver a un hombre fuerte y seguro de sí mismo abrazando a un bebé tenía algo… resultaba mucho más atractivo.
– ¿Cómo van las cosas con el programa? Hablé con Sasha hace unos días y se quejaba de que no les daban una de esas citas ardientes en las que los sacan del pueblo.
– Mala elección de palabras, después de lo del incidente del fuego. Creo que hasta Geoff se muestra reacio a dejar a esos dos sueltos.
– Creo que por eso siempre están cerca de casa. Por otro lado, no se ha planeado nada para Stephen y Aurelia. Me parece que a Geoff no le interesan demasiado.
– Probablemente no. Está histérico con mantener la audiencia. Dijo que le encantaría que hubiera una explosión en el Festival del Tulipán y yo le dije que eso no sucedería bajo ningún concepto. Pero bueno, ¿qué tal los vuelos? ¿Echas de menos las montañas de Alaska?
– No tanto como me habría imaginado. Hay mucha gente que prefiere venir volando a Fool’s Gold antes que en coche. No lo entiendo, el trayecto en coche es maravilloso y te lo digo yo, que soy piloto. Aun así, eso me mantiene ocupado. He hecho algunos transportes de mercancía y pasé una tarde muy interesante trasladando a una grulla macho desde San Francisco a San Diego. Se supone que ese pájaro era como un semental -se rio-. A mí no me lo parecía, pero claro, yo no soy una grulla chica.
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