– No quería hacerte daño. Nunca he querido ser nadie de quien luego te lamentaras. No tengo miedo por mí. Tengo miedo por ti.

Se llevó una mano a la boca, pero era demasiado tarde para contener esas palabras. Nunca debería haberle dicho eso, nunca debería haber admitido la verdad. Él pensaría que era una idiota o peor, sentiría compasión por ella.

Sin pensarlo, Aurelia comenzó a alejarse sin rumbo fijo, solo con un deseo de escapar. Pero antes de poder ir a ninguna parte, él se plantó delante, posó las manos sobre sus hombros y su intensa mirada azul sobre su cara.

– Jamás podría lamentarme de ti. De nosotros.

¡Cuánto deseaba Aurelia que eso fuera verdad! Y en ese momento probablemente lo era, pero había que pensar en el futuro.

– Supongamos que te creo. ¿Qué pasa después? ¿Qué vas a hacer?

Él sonrió y a ella la recorrió un escalofrío.

– Volver a la universidad.

– ¿Cómo dices? ¿Volver a la universidad? Eso es lo que ha querido tu hermano todo este tiempo. ¿Por qué accedes ahora?

– Porque sé que eso hará que me tomes en serio.

– ¿En serio?

Stephen asintió.

– Me gustaba la universidad, me gustaba estudiar Ingeniería, la universidad nunca fue el problema. Era Finn. Sabe que a Sasha no le interesa el negocio familiar, así que espera que yo me una a él. Me gusta volar, pero no quiero que ése sea mi trabajo. Nunca lo he querido.

– Lo sé, pero Finn no lo sabe. Tienes que decírselo.

– ¿Se lo dirías si fueras yo? Creo que todo es debido a la muerte de mis padres y al hecho de que tuviera que criamos. Ha hecho un buen trabajo, pero se ha acostumbrado demasiado a dirigir nuestras vidas. Sabía que Finn esperaba que me uniera al negocio familiar y no sabía cómo decirle que yo no quería hacerlo. Por eso hice algo drástico y me fui con Sasha para participar en el concurso. Jamás me esperé encontrarte.

Ella lo miró.

– No lo entiendo -su voz era poco más que un susurro.

– Creía que estaba buscando algo, pero ahora sé que estaba buscando a alguien. A ti. Volveré a la universidad y me graduaré porque eso te hace feliz. Pero también porque eso me convertirá en el hombre que tú quieres. Todo esto es por ti, Aurelia. ¿No lo entiendes?

Pero ella lo único que oía era un zumbido; el mundo parecía moverse a su alrededor y tardó un segundo en darse cuenta de que estaba al borde del desmayo. No podía respirar, pero de pronto, Stephen estaba besándola y, en ese instante, nimiedades como el hecho de respirar ya no importaron.

Le devolvió el beso y se perdió en ese momento que tanto había deseado, en ese hombre que tanto había deseado.

Él alzó la cabeza y la miró.

– Te quiero. Creo que te quiero desde la primera vez que te vi.

– Yo también te quiero.

Jamás pensó que pudiera llegar a decirle esas palabras a un hombre, pero ahora, al pronunciarlas, supo que eran las palabras adecuadas.

Por supuesto, eso no hacía que desaparecieran las complicaciones. Había cosas que solucionar. Había cosas que explicar. Pero eso quedaría para más tarde. Ahora mismo solo importaban Stephen y el hecho de que la amaba.

Volvió a besarla y ella se acercó…

– ¡A esto me refería! -dijo Geoff-. Esto sí que es televisión de la buena.

Stephen se puso recto, tan impactado como ella. ¡Las cámaras! ¿Cómo podían haberse olvidado de las cámaras? No habían tenido una conversación privada. Estaban en televisión.

Stephen maldijo.

– Lo siento. He olvidado que estaban aquí.

– Y yo.

De nada serviría hablarlo con Geoff porque él no comprendería el concepto de privacidad e intimidad. A él lo único que le interesaban eran las audiencias y resultaba que esa aburrida pareja acababa de darle un gran éxito.

Pronto todo el mundo lo vería.

– ¿Quieres cambiar de opinión?

– No.

– Yo tampoco -le sonrió-. Creo que vamos a tener que preparamos para lo peor. ¿Cómo es esa frase de una película? «Si tú saltas, yo salto».

– Es una caída grande.

– No te preocupes. Yo estoy contigo.

Capítulo 15

Dakota y Finn estaban en el sofá viendo Amor verdadero o Fool’s Gold. El avance que habían emitido justo antes de la publicidad lo protagonizaban Aurelia y Stephen, en algún punto del pueblo, y mirándose con intensidad.

– No sabía que saldrían esta semana -dijo Dakota-. No tenían una cita, ¿no?

– No que yo sepa -dijo Finn pasándole el cuenco de palomitas.

Había ido a cenar y ella había preparado bistecs y ensalada. Se habían sentado a la mesa y habían charlado y se habían reído mientras se turnaban para tener a Hannah en brazos. «Una buena noche», pensó Dakota recordándose que no debía emocionarse demasiado. Claro que había disfrutado de la compañía de Finn, pero solo como un amigo. ¿Cómo era esa frase? ¿Amigos con derecho a roce?

Hannah ya estaba durmiendo y Dakota esperaba que, después del programa, Finn y ella también se fueran a la cama. Aunque la parte de dormir no era la que más le interesaba.

La publicidad terminó y el programa volvió. Una larga toma de Aurelia y Stephen le hizo ver que la cámara estaba demasiado lejos y que sus voces habían sido amplificadas, como si no hubieran llevado el micrófono puesto.

Tardó un segundo en darse cuenta de lo que Aurelia estaba diciendo, algo sobre no querer hacerle daño a Stephen y que no quería que él se lamentara de nada. La mirada del chico al decirle que él jamás se lamentaría de tener una relación con ella impresionó a Dakota.

– No me había dado cuenta -¡vaya con la pareja más aburrida! Cuando nadie había estado observándolos, habían seguido adelante con su relación y estaba claro que se habían enamorado.

A Finn no le haría ninguna gracia.

Lo miró por el rabillo del ojo y lo vio mirando fijamente a la pantalla. Antes de poder decir algo, el tema de conversación de la pareja cambió.

– «Sabía que Finn esperaba que me uniera al negocio familiar y no sabía cómo decirle que yo no quería hacerlo».

Finn le pasó el cuenco de palomitas y se levantó.

– ¡Mierda!

Dakota dejó el cuenco en la mesa y se levantó.

– Vamos, no creo que esto sea una novedad para ti.

Finn la miró.

– Claro que lo es. Llevamos hablando de esto años, de que cuando Stephen terminara los estudios se uniría al negocio familiar. Siempre ha sido así.

Pero Dakota no se lo creía del todo, ya que, por lo que había podido ver, el chico nunca había mostrado interés en el negocio. Estaba especializándose en Ingeniería y si de verdad hubiera querido trabajar con su hermano, ¿no habría estudiado Empresariales o algo relacionado con la aviación?

– No te molesta que no quiera trabajar contigo, lo que te molesta es que no te lo haya dicho. Que hayas tenido que enterarte de esta forma.

– Sí, es algo así. ¿Por qué demonios no ha podido venir a hablar conmigo? Es mi hermano. ¿Por qué no me ha contado la verdad?

– Tal vez porque a ti no te interesa la verdad. Solo quieres oír la historia que quieres oír y sospecho que tus hermanos llevan tiempo diciéndote cosas. No han decidido venir hasta aquí por un simple capricho, llevaban tiempo buscando un modo de escapar y el programa se lo ha puesto fácil.

– No sabes tanto como crees -dijo furioso, aunque Dakota tenía la sensación de que estaba más enfadado consigo mismo que con ella.

– Sé que estás presionándolos, sé que lo has hecho durante mucho tiempo. Quieres dirigir sus vidas porque crees que es el único modo de mantenerlos a salvo -respiró hondo-. Finn, has hecho un trabajo increíble con ellos. Todo el mundo puede verlo.

Él se apartó.

– No sabes de lo que hablas.

– Claro que lo sé. Déjalos libres. Les has dado todo lo que han necesitado para tener éxito en la vida. Confía en ti mismo y confía en ellos.

– ¿Aunque eso implique que no terminen sus estudios?

– Sí.

– No es posible -se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros.

– ¿Y qué vas a hacer? ¿Forzar a Stephen a trabajar en el negocio familiar? Tú no eres así. No quieres que lleve esa vida de obligación.

– Eso es lo que tuve yo. A mí nadie me preguntó lo que quería. A nadie le importó mi vida. Un día mis padres estaban vivos y todo era genial. Al día siguiente estaban muertos. Y yo estaba allí. ¿Lo sabías? Yo pilotaba el avión cuando se estrelló. Había una tormenta y mi madre no quería salir a volar, así que decidimos esperar. Pero estaba preocupada por mis hermanos y finalmente volamos. Un trueno alcanzó el avión y caímos. Estaban heridos y yo logré ir a buscar ayuda, pero cuando volvimos, ya estaban muertos.

Ella jamás le había preguntado por los detalles del accidente y nunca se habría imaginado algo tan terrible ni que él hubiera estado allí. Ahora no le extrañaba que no quisiera responsabilidades, que no quisiera implicarse con nadie.

Ahora todo tenía sentido, esa preocupación por el futuro y la seguridad de sus hermanos. Intentaba controlar el destino y eso era imposible.

Se puso delante de él y lo miró a los ojos.

– Hiciste lo que tenías que hacer. Te ocupaste de ellos tú solo y tus padres habrían estado muy orgullosos de ti.

Él empezó a darse la vuelta, pero Dakota lo agarró por la camisa.

– Tienes razón. Nadie te preguntó si querías aceptar esa responsabilidad, lo hiciste porque son tu familia y era lo correcto. Lo entendiste, igual que ahora entiendes y sabes que no quieres que Stephen entre en el negocio familiar si él de verdad no lo desea.

Finn se quedó mirándola un largo rato y extendió los brazos. Ella lo abrazó como si no fuera a soltarse jamás.

– Debería habérmelo dicho -susurró él-. Debería habérmelo dicho. Lo habría entendido.

Ella pensó en argumentar que Stephen aún era un crío, pero eso no habría tenido sentido cuando estaba diciéndole a Finn que dejara a sus hermanos ser independientes y vivir su propia vida. Además, comprendía su dolor. Él había entregado mucho y ahora se sentía traicionado.

La vida familiar era complicada. La familia era algo genial, pero complicado. O tal vez era el amar a otro lo que hacía que las cosas se volvieran complicadas.

Mientras seguía abrazada a él se dio cuenta de que su madre había tenido razón: enamorarse de Finn sería fácil. ¡Demasiado fácil! Y tendría que tener mucho, mucho, cuidado.


Dakota y sus hermanas estaban tumbadas en varias mantas en el jardín y Hannah estaba sentada entre ellas, riéndose con sus bromas. La temperatura era cálida, el cielo azul y Buddy, uno de los perros de Montana, un labrador color crema, las observaba.

– No puedo creerme que seas madre -dijo Nevada-. Todo ha pasado tan deprisa. El mes pasado eras soltera y ahora tienes un hijo.

– Y que lo digas -dijo Dakota girándose hacia su hija-. Pero, claro, sigo siendo soltera -sonrió.

Hannah intentaba alcanzar su elefante de peluche, pero estaba demasiado lejos y la pequeña se cayó de lado. Montana la levantó y la alzó en el aire. La bebé se reía mientras Buddy gimoteaba nervioso.

– No pasa nada -le dijo Montana al perro-. La pequeña está bien.

Volvió a dejarla en la manta y el perro se acercó a ella ladeando su cuerpo como para protegerla.

– Es muy bueno con ella.

Montana asintió.

– Se comporta de maravilla con los niños pequeños, aunque se preocupa demasiado. Se vuelve loco cuando se caen, pero es muy paciente. No le importa que los niños se le suban encima ni que le tiren del pelo ni del rabo. En parte se debe a su entrenamiento, pero también a su personalidad. Es un perro niñera -acarició la cabeza de Buddy-. ¿Verdad que sí, chico grande?

El perro no dejaba de prestarle atención a la niña y gimoteó un poco, como preocupado porque no estuvieran demasiado pendientes de ella.

– Quiero un bebé -murmuró Nevada-. O por lo menos creo que lo quiero, aunque no así.

– ¿Nunca te plantearías la adopción? -le preguntó Dakota, un poco sorprendida por la reacción de su hermana.

– Claro que sí, pero no tan rápido. Sí, ha sido un acto deliberado que venías pensando desde hace mucho tiempo, pero la decisión tuviste que tomarla rápidamente. ¿No te asustó?

– Me aterrorizó, aunque eso forma parte del proceso. No tuve tiempo para hacerme a la idea, pero… -acarició el cabello negro de su hija- no cambiaría esto por nada del mundo.

– Eres más valiente que yo -admitió Montana-. Los perros son lo máximo de lo que me puedo ocupar. Además, no creo que pudiera ser una buena madre.

– ¿Por qué no? -Dakota creía que su hermana sería una madre genial-. Eres cariñosa y das todo lo que tienes. Solo hay que ver cómo te comportas con los perros.

– Eso es distinto.

– No lo creo -dijo Nevada-. No eres tan poco fiable como crees.