A Hannah se le cayó el elefante y se estiró para recogerlo. Buddy se lo acercó con el hocico, como si quisiera asegurarse de que la niña tenía cuidado.
– ¿Cómo lleva Finn todo esto? -le preguntó Montana en un intento no muy sutil de cambiar de tema-. Él te llevó a Los Ángeles a recogerla. Fue un gran gesto por su parte.
Había hecho muchas otras cosas, y no solo en lo referente al transporte.
– Es un buen tipo y lo del bebé no lo hizo salir corriendo. Sus hermanos son bastante más pequeños que él y eso ha ayudado. Aún se acuerda de cuando eran bebés.
Pero además de todo eso, tenía mucho cuidado de no implicarse demasiado.
Mientras veía a su hija reír, se preguntó cómo sería todo si Finn no se marchara: tenerlo allí a su lado sería increíble, sobre todo, si decidiera quedarse a vivir con ella.
– ¿Dakota?
Alzó la mirada y vio a sus hermanas mirándola.
– ¿Estás bien?
– Sí, muy bien. Solo soñando despierta.
– ¿Con algún guapo piloto? -preguntó Montana con una sonrisa-. Tiene pinta de ser muy bueno besando.
– Lo es, pero solo somos amigos. Cualquier otra cosa sería una tontería.
– ¿Por tu parte o por la suya?
– Sabéis por qué está aquí -les recordó Dakota-. Cuando se asegure de que sus hermanos están bien solos, se marchará. Después de todo, en Alaska tiene todo lo que necesita.
– Pero tú no estás allí -dijo Montana-. Ni Hannah. Además, le gusta el pueblo. ¿Quién no querría vivir en Fool’s Gold?
– Seguro que cientos de personas -murmuró Nevada.
Dakota decidió que estaba cansada de hablar de sí misma.
– ¿Alguien sabe si mamá ha tenido una cita?
– No -respondió Nevada-. Hay un par de hombres que conozco, unos contratistas que son muy buenos tipos. Tienen su edad y supongo que si fuera una hija mejor, les habría preparado una cita, pero no podría hacer eso.
– ¿Crees que es algo malo? -preguntó Montana.
– No. Quiero que sea feliz y ya han pasado casi diez años de la muerte de papá, así que no es que me parezca demasiado pronto.
– ¿Entonces qué? -quiso saber Dakota.
Nevada sonrió.
– Creo que me da miedo que encuentre a alguien en treinta segundos. ¡Sería deprimente! No puedo recordar la última vez que tuve una cita.
– ¡Dímelo a mí! -dijo Montana con un suspiro.
– ¿Qué me dices de esos contratistas? -preguntó Dakota-. ¿Alguno es lo suficientemente joven como para resultar interesante?
– Trabajo con ellos y no es bueno salir con alguien con quien trabajas.
– ¿Por qué no? -preguntó Montana-. Si trabajas con ellos, entonces tienes la oportunidad de verlos en toda clase de circunstancias. Sabrás mucho sobre su carácter. ¿No es eso algo bueno?
Nevada se encogió de hombros y se giró hacia Dakota.
– Supongo que tú no estás interesada en salir con nadie.
– Tengo un bebé.
– Y un hombre. Admítelo. El sexo es fabuloso.
Dakota no se molestó en ocultar su sonrisa.
– Mejor aún de lo que os imagináis.
Finn hizo todo lo que pudo por evitar a su hermano.
No había nada de lo que pudiera decirle Stephen que quisiera oír. Pero dos días después de la emisión del programa, su hermano lo acorraló en el aeropuerto. Estaba cargando unas cajas en el avión y, al alzar la mirada, se encontró allí a Stephen.
– Estoy ocupado -le dijo con brusquedad.
– Algún día tendrás que hablarme.
– Hace una semana que no te veo. No hagas que parezca como si llevaras días yendo detrás de mí.
– Ya sabes lo que quiero decir -le dijo su hermano-. Estás cabreado.
Finn colocó la caja y se puso derecho.
– ¿Porque has salido en la televisión nacional diciéndole al mundo que soy un cretino? ¿Por qué iba a estar cabreado por eso?
– Yo no dije nada de eso. Dije que… -Stephen sacudió la cabeza-. Olvídalo -se dio la vuelta-. No importa. De todos modos no vas a escucharme. No sé ni por qué me molesto.
Stephen comenzó a alejarse. La primera intención de Finn fue dejarlo marchar; ese chico estaba actuando como un crío mimado. Había intentado dejar algo claro y había abandonado al primer intento. Y eso que Dakota decía que sus hermanos ya eran lo suficientemente maduros como para seguir su camino solos.
Sin embargo, era él el que tenía que ser el maduro en su relación.
– Solo tenías que habérmelo contado.
Stephen se detuvo, pero no se giró.
– No me habrías escuchado. Me habrías dicho que volviera a la universidad y fuera haciéndome a la idea de entrar en el negocio familiar. Siempre supiste que a Sasha no le interesaba y diste por hecho que a mí sí.
Finn se obligó a calmarse. Comunicación. Sí. En eso se basaba una conversación, no en gritar. No en salir ganando.
– No querría que hicieras algo que te hiciera infeliz. Creía que estabas estudiando Ingeniería porque te parecía interesante, no porque quisieras ser ingeniero.
Su hermano lo miró.
– Tuve una clase introductoria el primer curso y me enganchó. No te tomes esto a mal, pero no quiero ser tú. Me gusta volar, es divertido y te lleva a distintos lugares, pero no es mi vida. No querer formar parte del negocio familiar no significa no apreciar y agradecer lo que has hecho. Renunciaste a todo cuando papá y mamá murieron. Estuviste a nuestro lado. Solo soy un poco más pequeño de lo que eras tú cuando todo pasó y no puedo imaginarme haciendo lo que tú hiciste.
– No tienes a un par de chicos dependiendo de ti. Eso lo cambia todo.
– Nos cuidaste y te lo agradezco muchísimo. Los dos te lo agradecemos -le sonrió-. Yo más que Sasha.
Finn notó cómo se le relajaban los hombros.
– Papá quería que continuara la empresa familiar. Bill siempre me estaba diciendo que la vendiera y yo no quería por vosotros dos.
– Creía que te encantaba volar. Creía que ese negocio lo era todo para ti.
– Sí que me encanta volar, pero transportar mercancías de un lado para otro no es mi idea de pasar un buen rato. Quiero crear una compañía de vuelos chárter y llevar a gente a distintos lugares. Incluso puede que enseñe a niños a pilotar. A veces he pensado en irme a alguna otra parte. Empezar de nuevo. El mundo no empieza ni termina en Alaska.
– No sabía que pensaras eso.
– Tengo mis días.
– Siento lo que pasó en el programa. No sabíamos que las cámaras estaban allí. Solo estábamos charlando.
– Ya me lo imaginé. Solo me habría gustado que me lo hubieras contado a mí antes. Eso habría cambiado las cosas.
– Tienes razón y lo siento.
Esas eran unas palabras que no oía a menudo. Eran unas buenas palabras.
– Yo también lo siento. No pretendía obligarte a hacer nada que no quisieras.
– Gracias. Aunque supongo que ha funcionado porque voy a volver a la universidad.
– ¿Cuándo lo has decidido?
– Así fue cómo empezó la conversación con Aurelia. Dije que iba a volver a la universidad y de ahí pasamos a hablar de lo de la ingeniería.
– Ah, sí, ya lo recuerdo.
– Deja que adivine… solo le prestaste atención a la parte en la que dije que no quería entrar en el negocio familiar, ¿verdad? ¿No escuchaste nada más?
Finn sacudió la cabeza.
– Al parecer, no. Supongo que sí que debería haber prestado más atención.
– No quisiste escuchar nada sobre Aurelia -dijo algo incómodo.
– Le estoy muy agradecido. No sé cómo ha logrado que vuelva a interesarte la universidad, pero me alegro de que lo haya hecho.
– Es más que eso. Tienes razón. Ella… eh… ha estado hablándome sobre lo importante que es recibir una buena educación y tener estudios.
Finn sospechaba que su hermano, o estaba ocultando algo o intentaba despistarlo. Lo que no sabía era de qué se trataba. Pensó en presionarlo un poco, pero decidió dejarlo pasar. Dakota tenía razón. Sus hermanos ya habían crecido y podían ocuparse de sus propias vidas. Por lo menos Stephen volvería a la universidad. Sabía que Sasha se marcharía a Los Ángeles o tal vez a Nueva York, pero Stephen terminaría lo que había empezado y eso era toda una victoria.
Lo que había comenzado como un tranquilo almuerzo con sus hermanas se había acabado convirtiendo en una fiesta de chicas. Resultó que casi todas las mujeres que Dakota conocía habían decidido ir ese día a almorzar al Fox and Hound. Habían juntado mesas en el centro del restaurante y los turistas se habían quedado en los bancos observando a esa escandalosa multitud de mujeres.
Hannah y ella eran el centro de atención, sobre todo Hannah. La bebé pasaba de brazo en brazo, la achuchaban, la besaban y la acunaban.
– Por lo menos no tienes que enfrentarte a los Kilos de después del embarazo -le dijo Pia, revolviéndose en su silla. Estaba de unos siete meses y esperaba gemelos. Solo con mirarla, Dakota se sentía incómoda.
– ¿Cómo duermes? -le preguntó Dakota.
– Apenas descanso, estoy inquieta. Si logro una postura cómoda, duermo muy bien, pero el problema es cuando no la encuentro. Eso y querer comer. Estoy hambrienta todo el tiempo. Es verdad que estoy comiendo por tres, pero dos pesan menos de dos kilos. Cualquiera se pensaría que voy a dar a luz a dos jugadores de rugby.
– Seguro que al final merecerá la pena -le dijo la alcaldesa.
– Estoy emocionada con los bebés, pero es lo mucho que he engordado lo que me preocupa. He leído un poco y creo que si les doy el pecho, me ayudará.
– Dar el pecho a gemelos va a ser todo un reto -dijo una mujer entre carcajadas-. Pero sí que te ayudará a perder peso. Además, es mejor para los bebés porque fortalece su sistema inmunológico y crea un lazo más estrecho con la madre.
– Pues ojalá Raúl pudiera darles el pecho -murmuró Pia.
Dakota sonrió al imaginarse al antiguo jugador de fútbol americano dando de mamar a un niño.
– Pero puede ayudarte mucho en otros aspectos.
– Sin duda, lo está intentando -admitió Pia-. Adora a estos bebés y eso que ni siquiera han nacido aún.
– Y tú lo adoras a él -dijo Nevada desde el otro lado de la mesa.
Pia sonrió.
– Sí. Es increíble. Tuve mucha suerte al enamorarme de él. Claro que yo le digo que fue él el que tuvo suerte al enamorarse de mí. Creo que eso ayuda a que no se le suba a la cabeza. Sé que sería muy difícil para mí estar haciendo esto sola.
– Los gemelos son un desafío -dijo la alcaldesa-. De todos modos, nos habrías tenido a todas. Igual que Dakota.
Dakota asintió.
– Yo no me siento nada sola -y era verdad. Mientras que sería genial tener a su lado a un hombre, sabía que si necesitaba ayuda, ellas siempre estarían ahí.
Por otro lado, tenía que admitir que sentía cierta envidia al oír hablar a Pia sobre Raúl. A su amiga se le iluminaban los ojos y la boca se le curvaba en una especial sonrisa. Igual que a su madre cuando hablaba de su difunto marido. Estar enamorada hacía maravillas en una mujer.
Ella siempre se había dicho que encontraría a alguien especial, pero ahora ya no estaba tan segura. Hannah era maravillosa y estaba agradecida de tenerla, pero ser madre soltera haría que eso de enamorarse fuera muy complicado.
Pero merecía la pena con tal de tener a Hannah, que por cierto estaba con Gladys, una de las mujeres más mayores del pueblo.
– Entonces, ¿dar el pecho evita que te quedes embarazada? -preguntó Pia.
– Eso creo -respondió Denise-. ¿O era otra cosa? Ha pasado mucho tiempo y, por desgracia, no tengo sexo con nadie.
– ¡Dímelo a mí! -comentó Gladys, entregándole a regañadientes la niña a Alice Barns, la jefa de policía-. Claro que hay más hombres que antes, pero todos son demasiado jóvenes. ¿Por qué no traemos hombres más mayores? -sonrió-. Pero no demasiado, ¿eh?
Todas se rieron.
– Sé que pasa tiempo hasta que vuelves a tener el periodo después de dar a luz -dijo Denise-. Eso sí que lo recuerdo. Pero creo que puedes quedarte embarazada antes de que te vuelva. Me parece que al menos uno de mis chicos fue el resultado de esa falta de información -se rio-. Y no es que me queje, ¿eh?
– ¿Por lo del niño o por lo del sexo? -preguntó Gladys.
– Por las dos cosas.
Dakota se recostó en su silla y disfrutó estando con las mujeres que quería. Ese pueblo era especial. Pasara lo que pasara, siempre se apoyaban. Todo el mundo estuvo ahí para ayudarla cuando adoptó a Hannah. Si hubiera elegido ser madre soltera al estilo antiguo, también la habrían apoyado.
Aunque eso no habría sido muy probable. Una posibilidad entre cien, o incluso una entre un millón. Si alguna vez se quedaba embarazada, debería ir y comprarse un billete de lotería. No había forma de…
Se quedó sin aliento y todo en su interior se detuvo al darse cuenta de que hacía tiempo que no tenía el periodo. Seguro que no desde que tenía a Hannah y tampoco durante algún tiempo atrás.
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