– No. Aunque tengo un doctorado y debería obligarlo a llamarme «doctora».
– Por lo que sé de Geoff, no creo que eso fuera a servir de algo.
Dakota mordió la patata. Odiaba admitirlo, pero la alcaldesa Marsha tenía razón. Geoff era el productor del reality show que había invadido la ciudad, Amor verdadero o Fool’s Gold. Después de seleccionar a veinte personas y emparejarlas al azar, éstas celebrarían unas románticas citas que serían grabadas, editadas y después emitidas por televisión con una semana de retraso.
El país votaría para eliminar a la pareja que tuviera menos probabilidades de establecer una relación.
Al final, la última pareja que quedara recibiría doscientos cincuenta mil dólares y una boda gratis, si de verdad estaban enamorados.
Por lo que Dakota sabía, a Geoff lo único que le importaba era conseguir buenas audiencias, y el hecho de que el pueblo no quisiera que rodaran allí el programa no le había molestado lo más mínimo. Al final, la alcaldesa había cooperado con la condición de que alguno de sus empleados estuviera presente en todo momento para velar por los intereses de los buenos ciudadanos de Fool’s Gold.
Para Dakota todo eso tenía sentido, aunque aún no sabía por qué le habían dado ese trabajo a ella. No era especialista en relaciones públicas, ni siquiera funcionaría del Ayuntamiento. Era una psicóloga especializada en desarrollo infantil. Por desgracia, su jefe había ofrecido sus servicios e incluso había accedido a pagarle su sueldo mientras trabajaba con la productora. Ahora, por todo ello, Dakota seguía sin dirigirle la palabra.
Habría rechazado el trabajo de no ser porque la alcaldesa Marsha se lo había suplicado. Dakota había crecido allí y sabía que, cuando la alcaldesa necesitaba un favor, los buenos ciudadanos accedían. Hasta que había aparecido la productora, Dakota habría jurado que con mucho gusto haría lo que fuera por su pueblo y, de todos modos, como le había dicho a Finn hacía unas horas, solo serían diez semanas. Podría sobrevivir a casi todo durante ese tiempo.
– ¿Se han elegido ya a los concursantes? -preguntó Marsha.
– Sí, pero van a mantenerlo en secreto hasta el gran anuncio.
– ¿Alguien de quién tengamos que preocupamos?
– No lo creo. He mirado los archivos y todo el mundo parece bastante normal -pensó en Finn-. Aunque sí que tenemos a un familiar que no está nada contento -le explicó lo de los gemelos de veintiún años-. Si en persona son la mitad de guapos de lo que son en las fotos, estarán en el programa.
– ¿Crees que su hermano dará problemas?
– No. Si los chicos todavía fueran menores, me preocuparía, pero lo único que puede hacer es preocuparse y amenazarlos.
Marsha asintió como si comprendiera a ese hombre. Dakota sabía que la única hija de la alcaldesa había sido una rebelde que se había quedado embarazada y se había escapado de casa. No podía ser fácil criar a un hijo o, en el caso de Finn, a dos hermanos. Aunque ella no sabía nada sobre ser madre.
– Podemos ayudar -dijo Marsha-. Busca a los chicos y avísame si los eligen para el programa. No tiene por qué gustarnos que Geoff nos haya traído todo este jaleo, pero podemos asegurarnos de que lo mantenemos controlado.
– Seguro que el hermano de los gemelos te lo agradece -murmuró Dakota.
– Estás haciendo lo correcto -le dijo Marsha-. Ten el programa vigilado.
– No me has dado mucha elección.
La alcaldesa sonrió.
– Ése es el secreto de mi éxito. Arrincono a alguien y le obligo a acceder a hacer lo que yo quiera.
– Pues se te da muy bien -Dakota le dio un trago a su refresco light-. Lo peor es que me gustan estos programas de televisión… O me gustaban hasta que conocí a Geoff. Ojalá hiciera algo ilegal para que la jefa Barns pudiera detenerlo.
– La esperanza es lo último que se pierde -suspiró Marsha-. Has renunciado a mucho, Dakota, y quiero darte las gracias por hacerte cargo del programa y cuidar del pueblo.
– Yo no he hecho todo eso. Simplemente estoy presente y me aseguro de que no cometen ninguna locura.
– Me siento mejor sabiendo que estás cerca.
Y eso era positivo, pensó Dakota mientras miraba a la mujer. Años de experiencia. Marsha era el alcalde que más tiempo llevaba en su cargo de todo el estado. Más de treinta años. Pensó en todo el dinero que se había ahorrado el pueblo en membretes: ¡nunca tenían que cambiarlos!
Mientras que se alejaba mucho del trabajo de los sueños de Dakota, trabajar para Geoff tenía el potencial de ser interesante. No sabía nada sobre hacer un programa de televisión y se dijo que aprovecharía la oportunidad de aprender algo sobre ese negocio. Por lo menos, era una distracción y eso era algo que últimamente necesitaba… Lo que fuera para evitar sentirse tan… rota.
Se recordó que no debía adentrarse en ese terreno. No todo tenía solución y cuanto antes lo aceptara, mejor. Aún podía disfrutar de una buena vida y la aceptación sería el primer paso para seguir adelante. Era una profesional cualificada, después de todo. Una psicóloga que comprendía cómo funcionaba la mente humana.
– ¡Esto va a ser genial! -dijo Sasha Andersson apoyado contra el destartalado cabecero mientras hojeaba el ejemplar de Variety que había comprado en la librería de Logan. Algún día estaría ganando miles, millones de dólares, y se suscribiría y haría que se lo enviaran a su teléfono, como hacían las estrellas de verdad. Hasta entonces, compraba un ejemplar cada ciertos días para no gastar mucho.
Stephen, su hermano gemelo, estaba tumbado en la otra cama del pequeño hotel. Una desgastada revista Coche y Conductor estaba abierta sobre el suelo. Stephen tenía la cabeza y los brazos colgando fuera de la cama y hojeaba un artículo que probablemente habría leído cincuenta veces.
– ¿Me has oído? -le preguntó Sasha impaciente.
Stephen alzó la mirada y su oscuro cabello le cayó sobre los ojos.
– ¿Qué?
– El programa. Va a ser genial.
Stephen se encogió de hombros.
– Eso, contando con que nos elijan.
Sasha tiró el periódico a los pies de la cama y sonrió.
– ¡Ey! Somos nosotros. ¿Cómo podrían resistirse?
– He oído que hay unos quinientos aspirantes.
– Han reducido esa cifra a sesenta y vamos a llegar a la final. ¡Venga! Somos gemelos y eso le encanta al público. Deberíamos fingir que no nos llevamos bien, peleamos y esas cosas. Así tendremos más minutos de cámara.
Stephen se movió en la cama y se tumbó boca arriba.
– Yo no quiero más minutos de cámara.
Lo cual era cierto e irritante a la vez, pensó Sasha. A Stephen no le interesaba ese negocio.
– Entonces, ¿por qué estás aquí?
Stephen respiró hondo.
– No me apetece volver a casa.
Y eso era algo en lo que coincidían. Su casa era un diminuto pueblo de ochenta personas. South Salmon, Alaska. En verano, los invadían turistas que querían ver la «verdadera» Alaska y durante casi cinco meses, cada momento que se estaba despierto se pasaba trabajando a unas horas imposibles. En invierno, había oscuridad, nieve y un aplastante aburrimiento.
Los otros residentes de South Salmon decían amar sus vidas, pero a pesar de ser descendientes directos de inmigrantes rusos, suecos e irlandeses que se habían establecido en Alaska hacía casi cien años, Sasha y Stephen querían estar en cualquier parte menos allí. Cosa que su hermano mayor, Finn, jamás había comprendido.
– Esta es mi oportunidad -dijo Sasha con firmeza-. Y voy a hacer todo lo que haga falta para que se fijen en mí.
Sin ni siquiera cerrar los ojos, pudo verse siendo entrevistado en un programa de televisión hablando del éxito de taquilla que protagonizaba. En su mente, había recorrido un millón de alfombras rojas, había acudido a fiestas de Hollywood, se le habían presentado mujeres desnudas en su habitación del hotel suplicándole que se acostara con ellas… Y él, pensó con una sonrisa, había accedido con mucho gusto. Porque así era él.
Durante los últimos ocho años, había querido salir en la tele y en películas, pero la industria no había llegado a South Salmon y Finn siempre le había dicho que cuando creciera olvidaría esos sueños.
Cuando, por fin, había llegado a ser lo suficientemente mayor como para hacer lo que quería sin el permiso de su hermano, Sasha había visto su oportunidad en el anuncio del casting para Amor verdadero o Fool’s Gold. La única sorpresa había sido que Stephen había querido ir con él a la entrevista.
– Cuando llegue a Hollywood, voy a comprarme una casa en las colinas. O en la playa.
– En Malibú -dijo Stephen tumbándose boca arriba-. Chicas en bikinis.
– Eso es. Malibú. Y me reuniré con productores, iré a fiestas y ganaré millones de dólares -miró a su hermano-. ¿Qué vas a hacer tú?
Stephen se quedó callado un momento antes de responder:
– No lo sé. No ir a Hollywood.
– Te gustaría.
Stephen sacudió la cabeza.
– No. Yo quiero algo distinto. Algo…
No completó la frase, aunque tampoco hacía falta. Sasha ya lo sabía. Tal vez su gemelo y él no compartieran el mismo sueño, pero lo sabían todo el uno del otro. Stephen quería encontrar su sitio, fuera lo que fuera que eso significaba.
– Es culpa de Finn que no estés emocionado por esto -refunfuñó Sasha.
Stephen lo miró y sonrió.
– ¿Te refieres a que insiste demasiado en que terminemos la facultad y tengamos una buena vida? ¡Qué estúpido!
Sasha se rio.
– Sí. ¿A qué viene que nos exija que tengamos éxito en los estudios? -dejó de reírse-. A menos que no se trate de nosotros, sino de él. Quiere poder decir que ha hecho un buen trabajo.
Sasha sabía que era más que eso, pero no estaba dispuesto a admitirlo. Al menos, no en voz alta.
– No te preocupes por él -dijo Stephen agarrando la revista-. Está a miles de kilómetros.
– Es verdad -respondió Sasha-. ¿Por qué dejar que nos arruine este buen momento? Vamos a salir en la tele.
– Finn nunca irá el programa.
Y era cierto. Finn no hacía nada divertido. Ya no. Antes había sido un salvaje, un rebelde; antes de…
Antes de que sus padres murieran. Así era cómo los chicos Andersson medían el tiempo. Todo lo que sucedía era o antes o después de la muerte de sus padres. Pero su hermano había cambiado después del accidente hasta tal punto que ahora Finn no podría reconocer un momento divertido ni aunque lo tuviera delante de las narices.
– Que Finn sepa dónde estamos no significa que vaya a venir a buscamos -dijo Sasha-. Sabe cuándo lo han vencido.
Alguien llamó a la puerta.
Sasha se levantó y, cuando abrió, Finn estaba allí, tan furioso como aquella vez que ellos habían atrapado una mofeta y la habían metido en su cuarto.
– Hola, chicos -dijo entrando-. Vamos a hablar.
Capítulo 2
Finn se dijo que gritando no conseguiría nada. Sus hermanos eran técnicamente adultos, aunque lo cierto era que, por mucho que fueran mayores de edad, eran unos idiotas.
Entró en la diminuta habitación de motel compuesta por dos camas, una cómoda, una televisión destartalada y la puerta que daba a un baño igual de pequeño.
– Es bonita -dijo mirando a su alrededor-. Me gusta lo que habéis hecho con este sitio.
Sasha volteó los ojos y se dejó caer en la cama.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– He venido a buscaros.
Los gemelos intercambiaron miradas de sorpresa.
Finn sacudió la cabeza.
– ¿De verdad creíais que mandarme un e-mail diciéndome que habéis dejado los estudios para venir aquí es suficiente? ¿Creíais que yo diría: «No pasa nada, divertíos. ¡Qué más da si abandonáis la facultad en el último semestre!»?
– Te dijimos que estábamos bien -le recordó Sasha.
– Sí, lo hicisteis y os lo agradezco.
Al no haber demasiados moteles en Fool’s Gold, localizar a los gemelos había sido relativamente sencillo. Finn sabía que andarían cortos de dinero y eso había eliminado los mejores sitios. El gerente del motel los había reconocido inmediatamente y no le había importado darle a Finn su número de habitación.
Stephen lo miraba con cautela, pero no dijo nada. Siempre había sido el más callado de los gemelos. A pesar de que eran casi exactamente iguales, tenían personalidades muy distintas. Sasha era extrovertido, impulsivo y distraído. Stephen era más callado y, por lo general, pensaba antes de actuar. Finn podía entender que Sasha quisiera irse a California, ¿pero Stephen?
«Cálmate», se recordó. Conversar con ellos le llevaría más lejos que ponerse a gritar. Sin embargo, cuando abrió la boca, se vio gritando desde la primera palabra.
– ¿En qué demonios estabais pensando? -dijo cerrando la puerta de un golpe y plantando las manos sobre sus caderas-. Os faltaba un semestre para terminar. ¡Solo uno! Podríais haber terminado las clases y haberos graduado para después obtener una licenciatura, algo que nadie podría haberos arrebatado. Pero, ¿pensasteis en eso? ¡Claro que no! En lugar de eso, os largasteis, os marchasteis antes de terminar. ¿Y para qué? ¿Para participar en un ridículo programa?
"Sólo para mí" отзывы
Отзывы читателей о книге "Sólo para mí". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Sólo para mí" друзьям в соцсетях.