– ¿Llegamos muy tarde? -gritó Montana-. No quiero perderme la parte divertida.

Montana y Nevada entraron en la habitación y vieron toda esa cantidad de ropa y accesorios.

– No he oído que haya pasado un tornado por aquí -dijo Nevada-. ¿Hay alguien herido?

– Ya veo que os he criado con demasiada libertad y cariño. Debería haberos reprimido más. Tal vez así me trataríais con más respeto.

– Te queremos, mamá -dijo Nevada-. Y te respetamos. No sabía que tuvieras tanta ropa.

Dakota se rio.

– No sigas por ahí o te arrancará la cabeza de un mordisco.

Montana sacó a Hannah del parque y la abrazó.

– ¿Quién es la niña más preciosa? Vamos a ignorar a todas estas gruñonas, ¿vale?

– Estaba diciéndole a vuestra hermana que no puedo hacer esto. No puedo tener una cita, así que estábamos pensando en decirle que tengo la fiebre tifoidea.

Nevada puso los ojos en blanco.

– Sí, genial, porque él no se dará cuenta de que estás mintiendo si le dices eso. Vamos, mamá. Es solo una noche. Tienes que salir y ver si te apetece salir con alguien. Si te resulta horrible, no tendrás que volver a hacerlo. Además, estás volviéndonos locas a todas porque ninguna tenemos citas -miró a Dakota-. Bueno, Dakota tal vez sí, aunque es imposible sacarle algo sobre su relación con Finn. Por lo que sabemos, mañana se fugarán a las Bahamas para casarse.

– ¿Vas a casarte? -le preguntó su madre.

Dakota suspiró.

– No finjas mostrar interés por algo que sabes que no es verdad. Nevada tiene razón. Prueba con la cita -evitó preguntar qué era lo peor que podía pasarle porque normalmente esa pregunta nunca salía bien.

– Bueno, ¿y quién es él? -preguntó Montana, aún con Hannah en brazos.

– Un amigo de Morgan -dijo Denise.

– Nos cae bien Morgan. Eso es buena señal.

Denise se levantó, nerviosa.

– Puede que su amigo no tenga nada que ver con él. A lo mejor es un asesino en serie o un travestido.

– Por lo menos así tendrás un montón de ropa que dejarle -dijo Montana.

Dakota y Nevada se rieron y su madre las miró.

– No estáis ayudándome nada y voy a tener que pediros que os marchéis. Hannah puede quedarse, ella sí que me apoya -miró a la pequeña-. No tengas hijas nunca. Hazme caso. Solo te romperán el corazón.

Nevada fue hasta la cama y miró las prendas. Al cabo de un segundo metió la mano en esa pila de ropa y sacó un vestido azul y blanco con estampado floral.

– Ponte esto. Queda bien casi en cualquier sitio. Te sienta genial y es muy cómodo. Es perfecto para esta época del año y tienes esos preciosos zapatos azules que te quedarán genial. Va a quedarse impresionado.

– ¿En serio?

Dakota asintió.

– Sabes cuánto odio admitir que Nevada tiene razón, pero en esta ocasión la tiene. Ese vestido es perfecto. Estarás preciosa y, lo más importante, te sentirás bien -se acercó a su madre y la abrazó-. Sé que esto te da miedo, pero es importante. Papá se fue hace casi once años y está bien que sigas adelante. Mereces ser feliz.

Su madre se emocionó.

– De acuerdo. Iré a la cita y me pondré el vestido. Ya estoy maquillada y no puedo hacerle nada más al pelo, así que lo único que tengo que hacer es vestirme -miró el reloj-. ¡Oh! Tengo dos horas hasta que venga. Creo que voy a vomitar -se abanicó con las manos-. Rápido. Necesito distraerme con algo. Que alguna diga algo que me haga olvidar que tengo una cita.

Montana y Nevada se miraron y se encogieron de hombros, como si no tuvieran nada que ofrecer. Y entonces, Dakota pensó que era el mejor momento para dar su noticia.

– A ver si esto te sirve -dijo con una sonrisa-. Mamá, tengo algo que contarte. Estoy embarazada.

Capítulo 18

Las hermanas de Dakota se miraron con idénticas expresiones de sorpresa. Su madre se abalanzó sobre ella y la abrazó.

– ¿De verdad? ¿No estás gastándome una broma para distraerme?

– Nunca haría eso. Estoy embarazada, lo cual es muy inesperado dado mi historial médico. No tenía esto planeado, pero no puedo evitar alegrarme.

– Finn debe de tener unos espermatozoides asombrosos -dijo Montana-. Es de Finn, ¿verdad?

Dakota se rio.

– Sí, es suyo. No ha habido nadie más. Sé que es complicado y que él no quería esto, pero no puedo evitar estar feliz. Voy a tener un bebé cuando pensaba que jamás podría tenerlo.

– Seguro que estás practicando tanto sexo que has vencido todo pronóstico -le dijo Nevada-. Estadísticamente siempre es posible. Solo necesitas que se den las circunstancias apropiadas.

Dakota dio un paso atrás y se dio una vuelta.

– Me da igual si han sido sus espermatozoides, o la luna o una invasión alienígena. ¡Estoy emocionada! -sí, seguro que tener dos hijos tan seguidos era todo un desafío, pero si otras mujeres habían podido con ello, ella también podría.

– Cuando decidiste ser madre, lo hiciste a lo grande -dijo Denise con una carcajada-. Si tú estás feliz, yo estoy feliz.

– Lo estoy. A Hannah le va a encantar tener un hermanito o hermanita.

Montana y Nevada se miraron y Dakota supo exactamente lo que estaban pensando.

– No, no se lo he dicho -dijo respondiendo a la pregunta que no le habían formulado-. Lo haré. Sé que tengo que hacerlo. Y sé que no se lo va a tomar bien. Finn me dejó claro qué es lo que quiere de la vida y no quiere más responsabilidades. Ha sido genial con Hannah, pero no es su hija. Puede irse cuando quiera. Un bebé lo cambiará todo para él.

Se acercaba una gran tormenta emocional. Por mucho que quisiera creer que a él le haría feliz, sabía bien que no sería así. Incluso podría pensar que ella había intentado engañarlo. Pasara lo que pasara, lo superaría. Y aunque él se marchara, estaría bien. Los corazones rotos acababan sanándose y el suyo también lo haría. Porque tendría a su bebé.

– Puede que te sorprenda -le dijo su madre con una expresión esperanzada.

– No lo creo -respondió Nevada-. En estos casos los hombres suelen decir la verdad. Si un hombre dice que no quiere familia, lo más seguro es que no esté mintiendo -se giró hacia Dakota-. Lo siento. Ojalá me equivoque, pero no quiero verte sufrir más.

– Lo sé -Dakota comprendía los riesgos que corría. Finn y ella habían comenzado una relación movidos por el sexo y la atracción y a lo largo del camino, ella había ido descubriendo que era un tipo genial. Había empezado a sentir que estaba enamorándose y se había dado cuenta de que ése era el mayor problema al que se enfrentaría: estar enamorada de un hombre que lo único que quería era marcharse de allí.

Ahora tenía que explicarle que eso de que no podía tener hijos había resultado no ser verdad del todo y la conversación no pintaba muy bien.

– A lo mejor te sorprende -dijo Montana-. Puede que se enfade al principio y que luego se dé cuenta de que esto es lo que ha querido siempre. A lo mejor está enamoradísimo de ti y no sabe cómo decírtelo.

– Lo siento, cielo, pero creo que Dakota tiene razón -dijo su madre entre suspiros-. No creo que Finn se alegre de esto.

– Lo sé -Dakota sonrió-. Estaré bien, pase lo que pase. Sé que os tengo a vosotras, a mis hermanos y a todo el pueblo. Y tengo a Hannah… y voy a tener un bebé. ¡Es un milagro! Pase lo que pase, tendré mi milagro. Casi nadie puede decir eso, la mayoría de la gente vive su vida sin experimentar algo así. Tener a Finn a mi lado habría sido fantástico, pero me conformo con lo que tengo.

– Lo quieres -dijo Nevada.

– Pero no quería admitirlo.

¿Amor? Amor… Le dio vueltas a ese concepto en su cabeza y vio que encajaba. Lo amaba. No había duda de que lo amaba desde hacía tiempo.

– Será un final feliz nada convencional -les dijo-. No tendré al chico, pero tendré todo lo demás. Y con eso me bastará.

Se acercaron a ella y la abrazaron. Ella sintió su amor bañándola y fortaleciéndola. Había gente que tenía que pasar sola por situaciones mucho peores, pero ella era afortunada. Tenía a su familia y se tenía a sí misma.


Finn comprobó las cajas que había cargado. Era un buen día para volar; el viento era suave, el cielo estaba despejado e iría a Reno. Estaría de vuelta en menos de una hora, pero siempre era interesante volar a un lugar donde no había estado antes.

Estaba disfrutando del espacio aéreo de la Costa Oeste. El tiempo era predecible y había mucho más aeropuertos. Había gente por todas partes, pequeños pueblecitos y grandes ciudades. En lugar de montañas heladas y tormentas árticas, tenía que encontrar su camino tras la estela de aviones comerciales 757. Distintos retos, la misma emoción.

Llevaba eso de volar en la sangre y era algo de lo que no podía, ni quería, escapar. Lamentaba que ninguno de sus hermanos estuviera interesado en la aviación, pero lo aceptaba. A él tampoco le habría gustado que lo hubieran obligado a dedicarse a otra cosa.

Terminó de hacer anotaciones y fue hacia la oficina. Si volvía pronto, podría hacer un segundo trayecto ese mismo día y Hamilton se pondría muy contento. Ese hombre le recordaba a su abuelo; ambos inteligentes emprendedores, pacientes, honestos y generosos. Eran hombres de otro tiempo.

– ¿Finn?

Se detuvo y se dio la vuelta. Sasha estaba allí.

Lo habían expulsado del programa la noche anterior, pero dado lo que se había emitido sobre Lani y él, no era de extrañar que los espectadores se hubieran sentido engañados.

Se había preguntado si Sasha estaría decepcionado, pero ahora que lo veía acercarse con esa expresión, supuso que traía buenas noticias.

Sabía que no volvería a South Salmon, pero aun así se detuvo y esperó a que su hermano hablara.

– ¿Viste el programa? -le preguntó más contento que triste-. No puedo creerme que nos pillaran. Habíamos tenido mucho cuidado -se encogió de hombros y sonrió-. Aunque supongo que no lo suficiente.

– No pareces muy disgustado.

– Me voy a Los Ángeles. Esta mañana me ha llamado un agente y quiere que me vaya allí. Vamos a hablar y ya tiene algunas ideas sobre dónde va a mandarme. Hay una serie en la que quieren sustituir a uno de sus personajes y también un pequeño papel en una película.

Sasha siguió hablando y contándole que esa misma tarde, Lani y él podrían rumbo hacia allí y que se alojarían en un apartamento. Al parecer, ella también tenía un casting.

Finn supo que había llegado el momento de dejarlo volar.

– Esto es lo que quiero de verdad, aunque sé que estás decepcionado.

– Un poco, aunque no sorprendido. Llevabas tiempo apuntando en esta dirección.

– Casi parece que no estés enfadado.

– Y no lo estoy. No diré que no me hubiera gustado que todo fuera distinto, pero tienes que tomar tus propias decisiones y vivir con las consecuencias. Espero que todo esto sea para mejor y que salgas en la tele o en una película.

– ¡Gracias! -exclamó su hermano, feliz y sorprendido-. Creía que estarías furioso.

– Me has dejado agotado, chaval. Ya no tengo fuerzas ni para eso -sacó su cartera y contó el dinero que había sacado de su cuenta esa misma mañana-. Aquí tienes trescientos dólares y un cheque con mil más. Búscate un lugar decente donde vivir e intenta comer bien.

– No sé qué decir -admitió aceptando el dinero-. De verdad que te lo agradezco. Esto cambiará mucho las cosas.

– Tu hermano va a terminar los estudios. El dinero sigue ahí, en vuestro fondo de estudios. Si decides volver, podrás terminar siempre que quieras.

– Eres el mejor hermano que alguien puede tener. Sé que he sido un fastidio, pero no lo hice a propósito.

Finn sintió un nudo en la garganta.

– La mayoría de las veces, sí.

Sasha se rio.

– Puede que un cincuenta por ciento -se puso serio-. Has hecho un gran trabajo con nosotros. Mamá y papá estarían orgullosos. Tengo un plan. Ya puedes dejar de preocuparte por mí.

– Eso no pasará nunca, pero estoy preparado para dejarte marchar.

Se dieron un abrazo y unas palmaditas en la espalda, conteniendo la emoción para no mostrar demasiados sentimientos, y después Sasha se guardó el dinero y se alejó.

Finn había ido a Fool’s Gold para obligar a sus hermanos a volver a casa. Había creído que el único lugar donde tenían que estar era o la universidad o South Salmon, pero se había equivocado. Ninguno de sus hermanos regresaría y, por extraño que pareciera, le parecía bien.


Dakota llegó al trabajo a la mañana siguiente con grandes ansias de café y la promesa de que antes de que se pusiera el sol, le habría contado a Finn lo del bebé o tal vez, antes de que terminara la semana.

No quería ser una cobarde ni ocultarle esa información, pero es que estaba tan feliz que quería seguir estándolo un poco más. Quería fingir que todo estaba bien y quería imaginarse una casa con un gran árbol en el jardín y dos niños jugando junto a ella y Finn.