– ¿Qué te ha dicho tu compañero? -le preguntó Hamilton.

– No le ha hecho gracia que siga aquí. Le he dicho que tomaré una decisión dentro de una semana.

Hamilton enarcó sus canosas cejas.

– ¿Estás pensando en comprarme el negocio? Porque tengo los documentos preparados.

El anciano le ofrecía el negocio prácticamente cada vez que lo veía. El precio era justo y tenía mucho potencial.

– Te lo diré también la semana que viene.

– ¿Qué tienen de especial estos siete días? ¿Estás leyendo los posos del café o algo?

– No, es solo que tengo que solucionar algunas cosas.

Hamilton sacudió la cabeza.

– Los jóvenes de hoy en día no queréis tomar decisiones. Sé lo que te retiene aquí. Es esa chica del pueblo. Me parece muy guapa, pero ¿qué sé yo de eso? Llevo casado cuarenta años -sonrió-. Hazle caso a un anciano. El matrimonio es una buena opción.

¿Matrimonio? ¿De eso estaban hablando? En su cabeza lo veía como un paso lógico, pero la idea le hacía querer dar un paso atrás. Dakota tenía una hija, ¿estaba preparado para ser padre? ¿No había desempeñado ya ese papel con sus hermanos?

Suponía que todo se reducía a lo que sintiera por ella. Sabía que le gustaba y que había sido un inesperado y grato descubrimiento en lo que debería haber sido una situación terrible. Era cariñosa y comprensiva. Le gustaba verla con Hannah; era una buena madre y una buena amiga. Y seguro que sería una esposa fantástica. El problema era que él no creía que estuviera buscando una.

– Una semana -repitió.

Hamilton levantó un brazo.

– Por mí, vale. Tómate el tiempo que necesites. Creo que te gusta estar aquí y que estás buscando una excusa para quedarte. Si tantas ganas tuvieras de volver a Alaska, ya lo habrías hecho. Pero, ¿qué sé yo si no soy más que un viejo?

Finn sonrió.

– Dices eso mucho, que eres viejo y que no sabes nada, pero me parece que tienes una opinión sobre todo.

Hamilton se rio.

– Cuando tengas mi edad, chico, tú también tendrás una opinión sobre todo.


El domingo por la mañana, Dakota se reunió con sus hermanas en la casa de su madre para un desayuno informal. Hacía cada vez más calor según se acercaban a los meses de verano y ese día Denise había puesto la mesa en el jardín. Había un cuenco con fruta fresca, zumo, pastas y bollos y huevos. El aroma a café recién hecho competía con el delicado perfume de las flores de la mañana.

– Bueno, ¿qué tal fue la cita? -preguntó Nevada, que se sirvió un café antes de pasarle la cafetera a Montana-. ¿Hiciste algo salvaje y te arrestaron?

Denise le dio un sorbo a su zumo y dejó el vaso en la mesa.

– Estuvo bien.

Montana se rio.

– ¿Bien y ya está? ¿Te divertiste? ¿Te gustó? Empieza por el principio y cuéntanoslo todo.

– Es un hombre muy agradable y hablamos de muchas cosas. Es divertido y ha viajado mucho. Estuvo bien. No me esperaba algo que me cambiara la vida, no fue más que una cita.

Dakota pensó en los momentos que pasaba con Finn.

– A veces una simple cita puede cambiarte la vida.

– No lo creo. Tienes que conocer a la persona. ¿De verdad existe el amor a primera vista? No estoy segura. Tal vez ésas son cosas que te pasan solo cuando eres joven, cuando no tienes que tener cuidado.

– ¿Y por qué tienes tú que tener cuidado? -le preguntó Nevada.

– Por muchas razones. Hace treinta años que no tengo una cita y no sé cómo han cambiado las reglas. Además, no soy una cría. Tengo responsabilidades. Tengo hijos y nietos y un lugar en la comunidad. No voy a largarme con un hombre solo porque me haga arder de pasión.

– Pues yo sí que me largaría con él -dijo Nevada y sonrió-. Suponiendo que lo digas en el buen sentido y no te refieras a que te prenda fuego con una cerilla.

– No, claro que no estoy interesada en salir con un pirómano -dijo Denise-. Es muy complicado a mi edad. No lo entendéis, aún sois muy jóvenes y para vosotras las reglas no son las mismas.

– ¿Estás diciendo que te sientes atraída sexualmente hacia él, pero que tienes miedo de actuar? -le preguntó Dakota, asustada ante cuál podría ser la respuesta porque por muy adultas que fueran todas, se le hacía algo incómodo estar manteniendo esa conversación con su madre.

– No, hablaba solo hipotéticamente. No había química entre los dos. Nos besamos y nada más -se estremeció-. Creo que soy demasiado vieja para que un hombre me meta la lengua en la boca.

Dakota y Nevada se quedaron tensas y Montana chilló y se tapó los oídos.

– No puedo -dijo-. Sé que es inmaduro, pero no puedo oírte hablar de esto. Es demasiada información.

Hannah dio una palmada y se rio con las payasadas de su tía.

– Por lo menos tú te diviertes -le dijo Dakota a su niña y la besó en la frente. Se dirigió a su madre-: Aunque intento ser más madura que mi hermana en esto, he de decir que se me hace extraño hablar de sexo contigo. Pero como profesional, te escucharé.

Denise se rio.

– Sois ridículas, chicas. He hablado de un beso con lengua, no es que os haya descrito veinte minutos de acto sexual.

Montana volvió a taparse los oídos y comenzó a canturrear. Nevada tenía aspecto de ir a salir corriendo.

– Lo mejor sería que no tuvieras relaciones en la primera cita -le dijo Dakota con calma, aunque estaba con sus hermanas. Las discusiones de sexo con los padres deberían estar prohibidas por ley-. Ha pasado mucho tiempo, así que lo más sensato es que vayas despacio.

– Eso pensaba yo -dijo su madre-. Lo del beso fue solo un experimento, me preguntaba cómo sería besar a otro hombre… y no fue genial.

– A lo mejor no fue por el beso en sí, sino por el hombre -dijo Montana-. La química importa, tiene que haber chispa.

– Era un hombre agradable, pero no había chispa, así que no saldré con él otra vez. Me gustaría decir que no pienso volver a tener otra cita, pero sería estúpido tomar esa decisión basándome en una única experiencia. Pensaré en ello.

Se giró hacia Dakota.

– Y ya que estamos hablando de pensar cosas… ¿Le has contado a Finn lo del embarazo?

– ¿Es que Finn está embarazado? -dijo Montana sonriendo.

– Estoy ignorándote -le contestó su madre-. Tómate el desayuno.

– Sí, señora.

Miraron a Dakota.

– No se lo he dicho exactamente.

La expresión de su madre reflejó desaprobación.

– Ésa es una clase de información que no debes guardarte. Finn tiene derecho a saber que va a ser padre.

– Lo sé y voy a decírselo pronto -respiró hondo-. Cada vez que pienso en hacerlo, se me hace un nudo en el estómago. Sigue aquí, aunque ya no tiene por qué. Todo está arreglado con sus hermanos y aún no ha dicho cuándo se irá, lo que me hace pensar que es posible que yo sea la razón por la que va a quedarse.

– Temes decirle lo del bebé y que salga corriendo -dijo Nevada.

– Sí -susurró Dakota sabiendo que, aunque era cobarde, era la verdad-. Lo quiero. Quiero que se quede. Me rompería el corazón si se marchara.

– Pues díselo -sugirió Montana-. Saber cómo te sientes podría hacerle cambiar de opinión y no sabes si le alegraría ser padre. Puede que te sorprenda.

A Dakota le gustaría creerlo, pero eso de confesarle lo que sentía…

– No quiero que vea mis sentimientos como una trampa -admitió-. No quiero que piense que estoy diciéndole que lo quiero para que se quede. Pero si le digo primero lo del bebé, es probable que después no tenga oportunidad de decirle que lo amo. No sé cómo arreglarlo.

– Porque no hay nada que arreglar -le dijo su madre-. No hay nada que resolver, sino una información que compartir y unos planes que hacer. En cuanto a lo de qué decirle primero, entiendo tu dilema. Decidas lo que decidas, él tiene que saber que estás embarazada, tiene ese derecho. Así que no esperes a que llegue el momento adecuado, porque no existe ese momento.

Hacía años que su madre no la reprendía, pero sabía que tenía razón. Estaba escondiéndose, huyendo de la situación, evitando lo que se tenía que hacer. Fuera cual fuera el resultado, tenía que decírselo.

– Se lo diré hoy.

«Y seguro que mañana ya se habrá ido».


– Sasha ha llamado desde Los Ángeles. Ha encontrado un apartamento y lo comparte con otros dos chicos. No sé qué habrá pasado con Lani, pero bueno, el caso es que parece contento.

A Dakota le resultaba difícil concentrarse en la conversación de Finn porque la necesidad de contarle la verdad estaba asfixiándola y aún no sabía qué palabras emplear.

– Tengo que decirte una cosa -dijo interrumpiéndolo-. Es importante -estaban sentados en el suelo del salón con Hannah entre los dos sobre la alfombra. La pequeña estaba jugando con un llavero de juguete, deleitada por el sonido que hacía.

– ¿Va todo bien? ¿Es Hannah?

Dakota respiró hondo. No tenía más que decirlo, soltarlo, y esperar a que sucediera lo mejor.

– No es Hannah. Soy yo -sacudió la cabeza-. No, no quiero decir eso… yo…

Maldijo en silencio, ¡qué difícil estaba siendo!

– Has sido maravilloso conmigo y sé que no querías venir aquí, pero me alegro de que lo hicieras. Me alegra haberte conocido y haber pasado tiempo contigo. Eres muy especial para mí.

Tragó saliva. Estaba a punto de decir lo que nunca le había dicho a un hombre. Amaba a su familia, pero esto era distinto. Era un amor romántico.

– Y estoy enamorada de ti. No pretendía que pasara, pero ha sido así. Y sé que probablemente no quieras quedarte, pero aún no te has marchado y esperaba que Hannah y yo fuéramos parte de la razón. Hay muchas complicaciones, pero esperaba que pudiéramos encontrar una solución.

Finn no dejaba de mirarla con una expresión imposible de interpretar. No sabía si eso era bueno o malo.

Ahora venía la parte más difícil.

– Y hay una cosa más.


Finn desconocía qué sería esa otra cosa. Que Dakota le hubiera mostrado sus sentimientos había sido toda una sorpresa; nunca nadie había sido tan sincero con él, así que un punto más a su favor.

Tenía razón. Él no había planeado quedarse en Fool’s Gold ni había querido ir allí en un principio, pero ahora se alegraba de haberlo hecho. Estar allí le había enseñado a confiar en sus hermanos. Estar allí le había permitido ver que eran adultos. Estar allí incluso le había dado la oportunidad de enamorarse de Dakota.

Miró a Hannah. Sí, cierto, no quería tener más responsabilidades, pero eso era distinto. Era una niña genial y la idea de tener un bebé cerca resultaba divertido. Jamás se habría imaginado queriendo involucrarse tanto en una relación, pero así era la vida.

– Estoy embarazada. Sé que es un impacto, sé que te dije que no podía tener hijos y era verdad. Bueno, está claro que no verdad del todo, pero mi doctora me dijo que tenía una probabilidad entre un millón y que probablemente se haya debido a que tus espermatozoides son fabulosos y… -lo miró-. Pues eso, que estoy embarazada.

Embarazada.

Sabía lo que significaba esa palabra, sabía de dónde venían los bebés, lo había sabido desde que tenía diez años, pero… ¿embarazada?

Quería levantarse y alzar los brazos al cielo, pero no podía. Le había dicho que no podía quedarse embarazada y él la había creído.

Dakota seguía hablando, pero él no estaba escuchando. Oyó algo sobre «suerte».

– ¿Suerte? ¿Te parece que esto es tener suerte? -ahora sí que se levantó-. No es tener suerte. Es una mierda. ¿De verdad estabas enferma o solo querías ponerme una trampa?

Mientras formulaba la pregunta, ya supo la respuesta. Dakota nunca le haría eso. No era su estilo. Había sido sincera desde el primer día, pero ¡maldita sea! ¿Por qué había tenido que pasar eso?

Ella se levantó con Hannah en sus brazos y la niña extendió sus brazos hacia Finn.

– No lo hice a propósito.

Él comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación.

– Lo sé -respondió casi gritando-. Pero esto no es lo que yo quería. No ahora. No otra vez. Quería ser libre y ahora vuelvo a estar atrapado.

– No estás atrapado. Siéntete libre de marcharte. No te necesitamos aquí, Finn. Te lo digo porque es lo que tengo que hacer, no porque quiera nada de ti.

Lo cual sonaba bien, pero no era creíble. Después de todo, ella había empezado esa conversación diciendo que lo quería. ¿Eso era verdad o una forma de convencerlo para que se quedara?

– ¿Cómo sé que todo esto no es más que un juego por tu parte?

– Porque aquí no hay ganadores. Creía que querrías saber que vas a ser padre, pero no te preocupes. Puedo verlo en tus ojos. Quieres irte y me parece bien. Adelante. Ahí está la puerta y no voy a detenerte.

En ese segundo, Dakota contuvo el aliento. Deseaba desesperadamente que Finn quisiera quedarse, que se diera cuenta de que él también la quería y que tenían que estar juntos.