Los hombres tenían su lugar allí: una pequeña sala en la parte trasera con una mesa de billar. Pero sin estar previamente preparado, ver el bar de Jo podía suponer un gran impacto para un hombre normal.

– No pasa nada -dijo Dakota mientras conducía a Finn hacia la barra-. Te acostumbrarás.

Él sacudió la cabeza como si intentara aclararse la vista.

– ¿Son rosas las paredes?

– Malva. Un color de lo más favorecedor.

– Es un bar -miró a su alrededor-. O creía que era un bar.

– Aquí en Fool’s Gold hacemos las cosas un poco distintas. Es un bar que sirve principalmente a mujeres. Aunque los hombres son bienvenidos. Vamos. Siéntate. Te invito a una copa.

– ¿Llevará una sombrillita dentro?

Ella se rio.

– A Jo no le gusta poner sombrillitas en las bebidas.

– Supongo que eso ya es algo.

La siguió y se sentó. El taburete acolchado parecía un poco pequeño para su cuerpo, pero no se quejó.

– Nunca había estado en un lugar así -admitió mirándola.

– Somos únicos. Ya habrás oído lo de la escasez de hombres, ¿no?

– Eso es lo que atrajo a mis hermanos a venir hasta aquí.

– Muchos de los empleos que suelen desarrollar los hombres, aquí los desarrollan las mujeres: casi todos los bomberos, los policías, el jefe de policía y, claro, la alcaldesa.

– Interesante.

Jo se acercó.

– ¿Qué vais a tomar? -les preguntó Jo con una picara mirada.

– He quedado con mis hermanas -se apresuró a decir Dakota-. He rescatado a Finn. Es su primera vez aquí.

– Por lo general, os servimos en la parte trasera -le dijo Jo-, pero ya que estás con Dakota puedes quedarte aquí.

Finn frunció el ceño.

– Estás de broma, ¿verdad?

Jo sonrió y se dirigió a Dakota.

– ¿Lo de siempre?

– Por favor.

Jo se apartó.

Finn miró a Dakota.

– ¿No va a servirme nada?

– Va a traerte una cerveza.

– ¿Y si no quiero cerveza, qué?

– ¿No quieres?

– Claro, pero… -volvió a sacudir la cabeza.

Dakota contuvo una carcajada.

– Te acostumbrarás, no te preocupes. Jo es un encanto, aunque le gusta vacilar un poco a la gente.

– Querrás decir a los hombres. Le gusta vacilar a los hombres.

– Todo el mundo necesita una afición. Bueno, ¿y cómo van las cosas? ¿Ya has convencido a tus hermanos de que se vayan?

La expresión de Finn se tensó.

– No. Están decididos a hacerlo. Solidaridad entre hermanos.

– Siento que las cosas no estén saliendo como querías, pero no me sorprende. Y tienes razón con eso de la solidaridad. Soy trilliza y mis hermanas y yo siempre nos protegíamos las unas a las otras -pensó en la conversación que tendría con ellas después-. Y aún lo hacemos.

– ¿Trillizas idénticas?

– Ajá. Era divertido cuando éramos pequeñas. Ahora es menos emocionante que te confundan con otra persona e intentamos diferenciamos todo lo posible -ladeó la cabeza-. Ahora que lo pienso, vernos diferentes ha ido siendo más fácil según hemos ido creciendo y hemos empezado a desarrollar nuestro propio estilo -miró su jersey azul y sus vaqueros-. Eso, suponiendo que se pueda llamar «estilo».

Jo apareció con su martini con una gota de limón y una cerveza. Le guiñó un ojo a Finn y se dio la vuelta.

– Voy a ignorarla -murmuró él.

– Seguro que será lo mejor -Dakota dio un sorbo a su copa-. ¿Y ahora qué? Si tus hermanos se quedan, ¿volverás a Alaska?

– No. He hablado con Geoff -dio un trago a su cerveza-. Lo he amenazado y él me ha amenazado a mí. Me dijo que Sasha y Stephen van a entrar en el programa y me he ofrecido a trabajar como su piloto para transportar a los participantes y esas cosas. Así que me quedo aquí.

Dakota se dijo que tener a un hombre alto, guapo y atento en el pueblo no significaba nada; que cualquier placer que le produjera estar sentada a su lado era natural y le habría pasado lo mismo con cualquier otra persona. En absoluto estaba impresionada por el ángulo de su barbilla, por las arruguitas de sus ojos cuando sonreía o por cómo le sentaba esa sencilla camisa.

– ¿Eres piloto?

Él asintió con gesto ausente.

– Tengo una empresa de transportes en South Salmon -levantó su cerveza-. Preferiría dejarlos inconscientes y llevármelos a casa, pero voy a hacer todo lo posible por contenerme.

– Piensa en esto como en una experiencia enriquecedora.

– Preferiría no hacerlo.

Ella sonrió.

– Pobrecito. ¿Tienes donde quedarte estas semanas? Eh… quiero decir… si no quieres alojarte en un hotel, puedo recomendarte algún piso de alquiler o… -dio un trago.

Finn se giró hacia Dakota y clavó sus ojos en ella.

Fue una mirada intensa que hizo que la recorriera un cosquilleo. Un suave cosquilleo.

– Tengo un sitio, gracias.

– De nada. Yo… he… creo que tus hermanos van a estar mucho tiempo dentro del programa.

– Eso es lo que me temo. Tengo mi vida en Alaska y Bill, mi socio, se va a poner hecho una furia cuando le diga que tengo que quedarme -se pasó una mano por su oscuro pelo-. Es inicio de primavera, dentro de seis semanas tendremos la época de más trabajo. Para entonces tengo que estar de vuelta. Espero que ya hayan entrado en razón.

Dakota quería darle esperanzas, pero sabía que mentir no serviría de nada.

– No lo sé. Depende de lo mucho que estén divirtiéndose. Podrían echarlos pronto.

– Y después se marcharían a Los Ángeles -se estremeció-. Eso es lo que dijo Geoff. Por lo menos aquí puedo tenerlos vigilados. Estos chicos son como una patada en el trasero. ¿Tienes hijos?

– No -dio un trago a su copa intentando cambiar de tema-. ¿Sois solo tres hermanos?

– Sí. Nuestros padres murieron en un accidente de avión.

– Lo siento.

– Fue hace mucho tiempo. Hemos estado solos mucho tiempo. Mis hermanos eran geniales de pequeños e intentaban ser responsables. ¿Qué demonios ha pasado?

Ella lo miró a los ojos.

– No te lo tomes como algo personal. Has hecho un gran trabajo con ellos.

– Está claro que no.

Dakota le tocó un brazo y pudo sentir calor a través del algodón de su camisa. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido a un hombre en su cama… y eso había que cambiarlo.

– Esto es un punto de luz en sus vidas. Están probándose, están viendo cuáles son sus límites, pero tú estarás aquí para ayudarlos -apartó la mano despacio y esperó a que se disipara esa sensación de calor.

Pero no fue así.

– No me pedirán ayuda -farfulló él, al parecer, nada afectado por la caricia de Dakota, lo cual resultaba irritante.

– Puede que sí. Además, debería enorgullecerte el hecho de que estén tan satisfechos con sus vidas como para arriesgarse a decepcionarte. No les preocupa perder tu amor ni tu apoyo.

El hombre de mirada colérica que había conocido esa mañana volvió.

– Eres una persona demasiado alegre, ¿no? Lo sabes, ¿verdad?

Ella se rio.

– La verdad es que soy bastante normal en la escala de la felicidad. Creo que eres un cínico.

– Eso es verdad -se acabó su cerveza y dejó unos billetes sobre la barra-. Gracias por escuchar.

– De nada.

Se levantó.

– Supongo que nos veremos en el programa.

– Allí estaré.

Se miraron y, durante un segundo, ella pensó que podría acercarse y besarla. Su boca estaba más que preparada para ello, pero Finn no hizo nada. Se limitó a esbozar una mínima sonrisa y se marchó.

Dakota lo vio salir y no pudo evitar fijarse en su bonito trasero. ¡Vaya con los hombres de South Salmon! ¡Qué bien se criaban!, pensó mientras alzaba su vaso hacia el norte.

Se dijo que era positivo encontrar a Finn atractivo, ya que no había tenido un pensamiento sexual desde el último otoño, cuando su ginecóloga le había hablado de su incapacidad para tener hijos. Así que pensar en él debía de suponer que estaba curándose.

Habría sido mejor que Finn la hubiera besado, pero por el momento se conformaría con lo que tenía.

Capítulo 3

– ¿Quién es el chico? -preguntó Montana al acercarse a Dakota-. Es muy mono.

– Lo más seguro es que sus hermanos salgan en el programa y no le hace ninguna gracia. Quiere que terminen los estudios.

Montana enarcó las cejas.

– Guapo y responsable. ¿Está casado?

– No, que yo sepa.

Montana sonrió.

– Mejor que mejor.

Jo la saludó y señaló a una mesa que se había quedado libre en una esquina. A diferencia de los demás bares, el de Jo estaba más lleno a mitad de semana, que era cuando las mujeres tenían más tiempo libre. Al llegar el fin de semana, se convertía más en un lugar de citas y eso no le hacía tanta gracia a las habituales.

Dakota agarró su bebida y siguió a su hermana hasta la mesa vacía. Montana se había dejado crecer el pelo y le caía a mitad de la espalda, una cascada de distintos tonos de rubio. El año anterior lo había llevado castaño, pero el rubio le sentaba mejor.

Las tres hermanas tenían el pelo rubio y los ojos marrones oscuro de su madre. Denise decía que era el resultado de haber surfeado de pequeña… un comentario humorístico teniendo en cuenta que había nacido y crecido en Fool’s Gold y que el pueblo estaba a cientos de kilómetros de la playa más cercana.

Dakota se sentó frente a Montana.

– ¿Qué tal?

– Bien. Max me tiene muy ocupada. Un tipo del gobierno ha venido a comienzos de semana; no estoy segura de para qué agencia trabaja, más que nada porque no nos lo dijo, pero quiere probar algunos de nuestros perros por su capacidad para diferenciar los olores.

El otoño anterior, Montana había dejado su trabajo en la biblioteca y se había ido a trabajar con un hombre que entrenaba a perros para diferentes terapias. Había asistido a varios seminarios, había aprendido a entrenar perros y parecía que le encantaba su nuevo trabajo.

Dakota le dio un sorbo a su copa mientras una canción de Madonna sonaba de fondo.

– ¿Por qué?

Montana se inclinó hacia ella y bajó la voz.

– Creo que los entrenarían para detectar explosivos. Ese tipo no fue muy claro y conocía a Max de antes, lo cual me ha despertado una gran curiosidad por su pasado. Aunque no le he preguntado nada. Sé que le caigo bien y todo eso, pero juro que a veces me mira como si se preguntara si me falta un hervor.

Dakota se rio.

– Estás siendo demasiado dura contigo misma.

– No lo creo.

Nevada se acercó a la mesa. Aunque medía y pesaba lo mismo que sus hermanas, no lo parecía. Tal vez era por su pelo corto, sus vaqueros y esas camisetas de manga larga que tanto le gustaban. Mientras que Montana siempre había sido la más femenina, Nevada prefería un aspecto más de chicazo.

– Hola -dijo al sentarse frente a Dakota-. ¿Qué tal?

– Deberías haber llegado antes -le dijo Montana con una sonrisa-. Dakota estaba con un chico.

Nevada había levantado un brazo para avisar a Jo, pero al oír eso se quedó paralizada y se giró hacia su hermana.

– ¿En serio? ¿Alguien interesante?

– No estoy segura de si es interesante, pero está como un tren -contestó Montana.

Dakota sabía que no había modo de luchar contra lo inevitable, y aun así, lo intentó.

– No es lo que creéis.

– No sabes lo que estoy pensando -dijo Nevada.

– Puedo imaginármelo -suspiró Dakota-. Se llama Finn y sus hermanos participarán en el programa.

Les contó el problema, al menos, desde el punto de vista de Finn.

– Deberías ofrecerte para consolarlo en sus malos momentos -le dijo Montana-. Para darle un abrazo que dure. Un suave beso con un susurro. Excitantes caricias que… -miró a sus hermanas-. ¿Qué?

Nevada miró a Dakota.

– Creo que está perdiendo la cabeza.

– Creo que necesita un hombre -dijo Dakota antes de mirar a Montana-. ¿Excitantes caricias? ¿En serio?

Montana se cubrió la cara con las manos.

– Necesito pasar un buen rato con un hombre desnudo. Ha pasado demasiado tiempo -se puso derecha y sonrió-. O podría emborracharme.

– Lo que haga falta -murmuró Nevada aceptando el vodka con tónica que le había llevado Jo-. Montana está perdiendo la cabeza.

– Eso nos pasa a las mejores -dijo Jo con tono alegre, pasándole a Montana su ron con Coca Cola light.

Cuando Jo se marchó, la puerta delantera se abrió y Charity y Liz entraron. Charity era la urbanista del pueblo y estaba casada con el ciclista Josh Golden, mientras que Liz se había casado con Ethan, el hermano de las trillizas. Las dos vieron a las hermanas y se acercaron.

– ¿Qué tal va todo? -preguntó Charity.

– Bien -respondió Dakota mirando a su amiga-. Estás fantástica. Fiona tiene… ¿cuántos? ¿Tres meses? Nadie diría que acabas de tener un bebé.

– Gracias. He estado caminando mucho y Fiona ahora duerme más, así que eso ayuda.