– Te veo enfadado -dijo Dakota al acercarse-. ¿Estás planeando secuestrarlos?

Finn se quedó impresionado por sus habilidades para leer la mente.

– ¿Quieres ser mi cómplice?

– Tengo la norma de evitar situaciones que me harían acabar en la cárcel. Sé que eso me hace menos divertida, pero puedo vivir con ello.

Él la miró y vio sus ojos marrones llenos de luz y diversión.

– No estás tomándote mi dolor en serio -le dijo.

– Tu dolor está dentro de tu cabeza. Sabes que tus hermanos son capaces de tomar sus propias decisiones.

– Si excluimos su situación actual.

– No estoy de acuerdo con eso.

Ella se giró hacia el escenario.

– Todo el mundo se merece seguir su sueño.

– A ellos les vendría mejor terminar sus estudios y asentarse.

– ¿Tú lo hiciste?

Miraba a sus hermanos.

– Claro. Soy el paradigma de la responsabilidad.

– Porque tuviste que hacerlo. ¿Cómo eras antes de que tus padres murieran y te dejaran al cuidado de dos niños de trece años? Algo me dice que eras mucho más rebelde de lo que ellos han sido nunca.

Maldita sea, ¡cuánta razón tenía!

– No puedo recordarlo.

– ¿Esperas que me crea eso?

– Tal vez fui ligeramente irresponsable.

– ¿Ligeramente?

Le habían encantado las fiestas, las mujeres y desafiar las leyes de la física en su avioneta. Había sobrepasado los límites, había sido un imprudente.

– Eso era distinto. No sabíamos qué podría pasar.

– ¿Y ellos sí? Tienen veintiún años. Dales un respiro.

– Si vuelven a la facultad, les daré un respiro.

– Qué estúpido eres -le dijo con una mirada que se movía entre la lástima y la diversión.

En circunstancias normales, eso probablemente lo habría puesto furioso, pero estaba dándose cuenta de que le gustaba estar con Dakota. Incluso aunque no le diera la razón, le gustaba oír lo que le tenía que decir.

Estaban entre las sombras de la parte trasera del escenario. Desde ahí lo verían todo y nadie lo sabría. Por un momento, se preguntó qué habría pensado de ella en otras circunstancias, si no estuviera allí por sus hermanos. Si no tuviera que preocuparse por su bienestar. Si no fuera más que un tipo intrigado por una atractiva mujer con una sonrisa de infarto.

Pero esas circunstancias en las que se encontraba no le permitían ninguna distracción. Se había prometido que una vez que sus hermanos terminaran la facultad, le tocaría a él seguir sus sueños. Después de ocho años cuidándolos, se lo merecía. No quería pasar el resto de su vida transportando mercancías en avión. Pero ya pensaría en ello más tarde, después de haber sacado a sus hermanos de ese jaleo y cuando supiera que estaban a salvo.

Geoff echó a todo el mundo del escenario y reunió a los potenciales concursantes.

Dakota miró el reloj.

– Hora del espectáculo -murmuró.

Por lo que Finn sabía, habría una combinación de escenas en directo y segmentos grabados de los distintos concursantes. Miró a sus hermanos deseando que de pronto entraran en razón, pero ninguno de ellos lo vio.

Se encendieron los grandes focos y alguien gritó: «En el aire en cinco, cuatro, tres…». Las cámaras se movían en silencio y entonces salió el presentador.

Dio la bienvenida a los telespectadores, explicó las premisas del concurso y comenzó a presentar a los posibles concursantes. Dakota agarró a Finn de la mano y lo llevó al otro lado, desde donde verían mejor la pantalla.

Le soltó y se inclinó hacia él para decirle al oído y con una voz suave:

– Ahí sale el forraje.

Él inhaló un femenino aroma floral, y el calor del cuerpo de Dakota pareció recorrerle el brazo. Se fijó en sus curvas y, por un segundo, pensó en acercarla a sí en medio de la oscuridad y fijar la atención en sus labios en lugar de en la pantalla.

«No sigas por ahí», se dijo. «Es un gran error». Tenía que recordar lo que era importante y ahora mismo lo importante eran los gemelos.

Sobre el escenario, el presentador comenzó a decir nombres y Finn se puso tenso.

– Os prometí algunos concursantes muy divertidos -dijo el presentador con una sonrisa-. Y ahora la cosa se pone interesante -indicó a Stephen y a Sasha que subieran al escenario-. Gemelos -dijo con una sonrisa-. ¿Os lo podéis creer? Sasha y Stephen.

Finn observó a sus hermanos, que parecían muy cómodos sobre el escenario. Sonreían a la cámara y charlaban con el presentador. Estaban como pez en el agua.

– ¿Quién es quién? -preguntó el presentador.

Sasha, que llevaba vaqueros y un jersey azul del mismo color que sus ojos, sonrió.

– Yo soy el más guapo, así que soy Sasha.

Stephen le dio un empujón a su hermano.

– Yo soy más guapo. Vamos a hacer una votación.

El presentador se rio.

– Vamos a ver si entráis en el programa.

Finn cerró los puños y la tensión invadió su cuerpo. Sabía lo que iba a pasar; había sido inevitable desde el día en que sus hermanos se habían marchado de South Salmon.

El presentador miró la tarjeta que tenía en la mano. Le dio la vuelta y la enseñó a la cámara. El nombre de Sasha se veía claramente. El público aplaudió. El presentador sacó otra tarjeta del bolsillo de su traje. Las chicas que esperaban justo detrás de él se inclinaron hacia la cámara.

– ¿Estás preparado? -le preguntó a Sasha.

Sasha sonrió a la cámara.

– Estoy deseando conocerla.

– Pues vamos a reuniros -giró la segunda tarjeta hacia la cámara-. Lani, ven a conocer a Sasha.

Una joven bajita, morena y preciosa fue hacia Sasha. Tenía los ojos muy grandes y una encantadora sonrisa. Se movía con una elegancia que hizo que todos los hombres presentes, incluso Finn, se fijaran en ella y en su belleza.

A Sasha se le salieron los ojos de las órbitas y casi tropezó.

– Hola -dijo ella con voz suave-. Encantada de conocerte.

– Ah, encantado de conocerte.

Se miraron y Finn habría jurado que aquello fue amor a primera vista, pero sabía muy bien que no. O, mejor dicho, sabía cómo era su hermano. Sasha jamás permitiría que una chica se interpusiera entre él y sus sueños.

– Hacen buena pareja -dijo Dakota-. ¿O no debería decir eso? ¿Estás bien?

– Sobreviviré, si eso es lo que preguntas.

– ¿No te gustará?

– ¿Qué tiene que gustarme?

– No eres un tipo que se deje llevar por los demás, ¿verdad?

– ¿Qué me ha delatado?

– Algo me dice que vamos a ver mucho a estos dos concursantes -dijo el presentador con tono alegre.

Finn no sabía el nombre de ese tipo, pero sabía que no le gustaba. No podía imaginarse tener que escucharlo durante diez o doce semanas, o lo que fuera que durara el programa. Aunque que no le gustara el presentador era el menor de sus problemas.

Sasha y Lani entrelazaron las manos y se situaron a un lado del escenario. El presentador rodeó a Stephen con un brazo.

– Tú eres el siguiente. ¿Nervioso?

– Más bien emocionado que nervioso -respondió el joven.

El presentador asintió hacia las chicas que esperaban detrás de él.

– ¿Alguna favorita?

Stephen sonrió. A diferencia de su hermano, no tenía la necesidad de encandilar al mundo. Siempre había sido un chico serio y formal, más estudioso y con una sinceridad que siempre había gustado a las chicas.

– ¿Tengo que elegir solo a una? -preguntó.

El presentador se rio.

– Tienes que dejar alguna para el resto de concursantes. ¿Y si elijo yo por ti?

Stephen se giró hacia la cámara.

– La que elijas por mí me parecerá bien.

El presentador pidió silencio y Finn se aguantó las ganas de decir que eso era innecesario porque no había nadie hablando. De nuevo, el presentador sacó una tarjeta de su bolsillo y la mostró a la cámara.

– Aurelia.

La cámara enfocó a las chicas y se detuvo en una de ellas, que dio un paso adelante. Finn frunció el ceño. No era que la chica no fuera atractiva, ni siquiera que estuviera mal vestida. Era… distinta a las demás. Menos pulida, menos sofisticada. Demasiado simple.

Llevaba un vestido azul marino que le caía por debajo de las rodillas, unos zapatos planos y nada de maquillaje. Su largo cabello le caía por la cara dificultando que se le vieran los ojos. Cuando finalmente se situó junto a Stephen y lo miró, su expresión fue más de horror que de entusiasmo.

Finn la observó un segundo y frunció el ceño.

– Espera un minuto… ¿cuántos años tiene?

– ¿Aurelia? -Dakota se encogió de hombros-. Veintinueve o treinta. Iba un año o dos por delante de mí en el colegio.

Él maldijo.

– Esto no puede ser. Voy a aplastar a Geoff. Voy a dejarlo desangrándose en una cuneta.

– ¿Qué pasa?

Se giró hacia Dakota y la miró.

– ¿Es que no lo ves? Es casi diez años mayor que Stephen. De ningún modo voy a quedarme quieto mientras mi hermano es devorado por una come jóvenes.

– ¿Hablas en serio? ¿Crees que Aurelia es así?

– ¿Cómo es si no? Mírala.

– Mírala tú. Es muy tímida. Siempre fue así en el instituto. No conozco toda su historia, pero recuerdo que tenía una madre horrible. Aurelia nunca pudo hacer nada. No la dejaba ir a los bailes ni a los partidos. Es muy triste. No tienes que preocuparte, no es de ésas que lo atrapará quedándose embarazada ni nada por el estilo.

– Puedes decir lo que quieras; no me importa su pasado, me importa que esté con mi hermano -se quedó paralizado-. ¿Embarazada? -maldijo de nuevo-. No puede quedarse embarazada.

– No debería haber dicho eso. Deja de preocuparte. No supone ningún problema para Stephen. Vamos, Finn, es una buena chica. ¿No es eso lo que quieres para tu hermano? ¿Una buena chica?

– Claro que quiero una buena chica, pero quiero una buena chica que tenga su edad.

Dakota sonrió.

– Ahora puede parecer mucha diferencia de edad, pero cuando él tenga cuarenta, ella solo tendrá cincuenta.

– No estás haciéndome sentir mejor. No creo que lo estés intentando ni siquiera.

Ya bastaba de hablar. Era bastante malo que sus hermanos hubieran llegado a Fool’s Gold siguiendo ese estúpido programa y aun así podría asumirlo, pero no iba a quedarse de brazos cruzados mientras dejaba que su hermano cometiera ese error.

Pero antes de poder subir al escenario e interrumpir el programa en directo, Dakota se puso delante de él.

– No subas ahí -le dijo con firmeza mirándolo a los ojos-. Lo lamentarás, pero, sobre todo, los chicos quedarán humillados en televisión. Jamás te perdonarán. Ahora mismo eres un hermano enfadado que quiere mantenerlos a salvo, pero tienes que controlarte. Te lo digo en serio, Finn.

No quería hacerle caso, no quería creerla, pero sabía que tenía que hacerlo. Aunque la idea de dejar a su hermano solo con esa mujer…

– No tiene dinero.

– Aurelia no va detrás del dinero.

– ¿Cómo lo sabes?

– Tiene un empleo fantástico. Es contable. Por lo que he oído, hace un trabajo increíble. Hay lista de espera para ser uno de sus clientes -volvió a agarrarlo del brazo y lo miró a los ojos-. Finn, sé que estás preocupado y puede que tengas razones para estarlo. Habría sido genial que tus hermanos no hubieran dejado los estudios, pero lo han hecho. Por favor, no empeores esto subiendo ahí y comportándote como un idiota.

– Sé que intentas ayudar -dijo sabiendo que parecía frustrado.

– Míralo de este modo. Si es tan aburrida como creo que es, los echarán pronto.

– Si no, él tendrá problemas.

– Estarás aquí para asegurarte de que no pasa nada malo.

– Eso suponiendo que me escuche.

Miró hacia el escenario. Aurelia estaba junto a Stephen, cruzada de brazos y tan tensa que parecía que estaba hecha de acero; estaba claro que no estaba muy contenta con la situación. Tal vez él tenía suerte y no durarían mucho como pareja. Se merecía un poco de suerte.

– Eres un tipo duro. ¿Es algo típico en Alaska?

– Puede que sí -respiró hondo y la miró a los ojos-. Gracias por convencerme para que no lo haya hecho.

– Soy una profesional, es mi trabajo.

– Pues eres muy buena.

– Gracias.

Siguió mirándola a los ojos, sobre todo porque le gustaba. Era agradable estar con ella y su cuerpo no podía evitar fijarse en la suavidad de su piel, en la forma de su boca.

– Tengo que irme. ¿Puedo fiarme de ti?

– Claro.

– Ten un poco de fe -dijo dando un paso atrás-. Todo saldrá bien.

Eso era algo que ella no podía saber, pero por el momento la creería.

Esperó a que ella se marchara antes de salir del estudio. Sacó su móvil y marcó el número de su despacho en Alaska.

– Transportes South Salmon -dijo una familiar voz.

– Hola, Bill, soy yo.

– ¿Dónde demonios estás, Finn?

– Sigo en California -Finn se cambió el teléfono de oreja-. Me parece que tendré que quedarme aquí un tiempo. Los dos han entrado en el programa.