– Estás tan bien hecho, Ethan. Eres tan pero tan fuerte.

Él tragó con fuerza y ella se deleitó al ver que el hambre le oscurecía los ojos y que la piel se le ruborizaba.

– No es que me sienta muy fuerte ahora mismo -dijo él con una voz que parecía más un gruñido ronco.

– Oh, ¿cómo te sientes?

– Conquistado.

Envolvió los dedos alrededor de su excitación y apretó con suavidad. Los ojos de Ethan se cerraron de golpe.

– Vencido -susurró.

– ¿Quieres que pare? -preguntó ella, repitiendo su pregunta de antes.

– ¡No! Dios, no. No pares.

Cassandra no pudo contener la sonrisa de pura satisfacción femenina que apareció en sus labios al oír su áspero tono.

– Si insistes -murmuró, y con los dedos recorrió su longitud, explorando cada centímetro de carne tensa, primero con una mano, luego con las dos, aprendiendo la forma, acariciando, volviéndose más atrevida y confiada con cada respiración de él que iba volviéndose más y más desigual.

Ethan soltó un largo gemido, echó la cabeza hacia atrás y apretó con más fuerza los ojos cerrados.

– Seguro que ni te imaginas lo increíbles que son estas sensaciones.

Cuando ella deslizó un dedo por la gota nacarada que relucía en la punta de su erección, extendiendo la cálida humedad por la henchida cabeza, él hizo un sonido estrangulado y la cogió en brazos.

– Ya no puedo soportarlo más -masculló con los ojos casi echando fuego. La puso sobre la colcha y se echó en la cama. Le separó las rodillas y se arrodilló entre los muslos abiertos. Respirando con fuerza, alargó la mano y le acarició los henchidos pliegues, que estaban húmedos, tensos y doloridos por la necesidad. La recorrió con la mirada hasta que sus ojos se encontraron, luego bajó el cuerpo hasta ponerse encima de ella.

El primer empuje fue largo, delicioso y tuvo como respuesta un jadeo de asombro, tanto por la gloriosa fricción como por la profunda intimidad de su cuerpo deslizándose en el de ella. Cuando estuvo sepultado hasta el fondo, se quedó quieto varios segundos, y Cassandra absorbió la indescriptible sensación de él llenándola, estirándola. Rodeándole la cintura con las piernas y los hombros con los brazos, le acercó a ella aún más.

– Entonces así es la pasión -susurró ella.

– Sí -Ethan salió casi del todo, luego despacio, se hundió profundamente otra vez, una caricia de seda que encendió dentro de ella el mismo fuego que antes le había consumido a él-. Y así… -Otro empuje largo, lento, otra gota nacarada mientras la penetraba. Los lentos empujes fueron acelerándose, profundizando, provocando espasmos, cada uno acercándola cada vez más a la liberación. Cassandra le clavó los dedos en los hombros, luego con un grito de sorpresa, se arqueó bajo él cuando las dulces y cálidas contracciones de placer la recorrieron de arriba a abajo. Sintió como el cuerpo de Ethan se tensaba, luego apretándose contra ella, él sepultó la cara en la curva que formaba la unión del cuello y los hombros y se derramó en su interior.

Cuando los estremecimientos disminuyeron, él respiró varias veces tembloroso y levantó la cabeza. Los ojos de Cassandra se abrieron, trémulos. Se le veía tan deslumbrado y saciado como se sentía ella, y una dolorosa ternura se extendió por su organismo.

– Entonces así es hacer el amor -murmuró apoyándole una mano en la mejilla.

Él giró la cabeza para besarle la palma.

– Tendría que decir que sí, pero la verdad es que no sabía que fuera así.

– ¿Así cómo?

– Exquisito.

Ethan se movió como si quisiera apartarse, y ella, con los brazos y las piernas, le rodeó aún más fuerte.

– No te vayas. La sensación de sentirte, de tenerte dentro, es, usando tus propias palabras, exquisita -Le miró a los ojos y dijo con suavidad-: Mis… relaciones con Westmore fueron muy… impersonales. Él nunca me hizo el amor como lo has hecho tú. Mi marido consideraba que venir a mi cama era un trabajo y derramaba su semilla dentro de mí tan rápido como podía con el único propósito de procrear un heredero.

Una rabia inconfundible llameó en los ojos Ethan.

– Cualquier hombre lo bastante afortunado como para tenerte que no adore la tierra que pisas es un asno -declaró él rotundo.

Su carnoso labio inferior tembló, y él bajó la cabeza para recorrérselo con la lengua. Cassandra jadeó y le atrajo para besarle lenta y profundamente. Cuando rompieron el beso, ella dijo indecisa:

– La habilidad con la que me has tocado… es obvio que has tenido… mucha experiencia.

Durante varios latidos de corazón, él la miró con ojos serios.

– Nadie, nunca, me ha tocado el corazón como lo has hecho tú Cassie -murmuró quedo.

Con los dedos le recorrió suavemente la cicatriz.

– Hace muchísimo tiempo que no he sentido la emoción de los celos, pero ahora descubro que tengo celos de todas las mujeres que te han tocado alguna vez. De todas las mujeres que te tocarán en el futuro -En efecto, el pensar en él con otra mujer, sepultado dentro de ella, compartiendo confidencias, le hizo un nudo en las entrañas y se le nubló la vista con una neblina roja.

– Cassie… no desperdiciemos el poco tiempo que tenemos pensando en un futuro más allá de las pocas horas que nos quedan.

Él tenía razón, por supuesto.

– Muy bien -Se estiró sinuosamente bajo él, sonrió cuando sintió su mano acariciándole el pecho-. Encuentro muy agradable tu inagotable interés por mi cuerpo -añadió.

– Estupendo, porque mi interés está muy lejos de saciarse.

– Estaba pensando algo parecido referente a ti.

La besó con suavidad en la comisura de los labios.

– No sé si alguna vez he oído una noticia mejor.

Ella respiró hondo, satisfecha, y percibió un tenue olor a rosas, lo que le indujo a preguntar:

– ¿Qué más tienes en esa bolsa?

– Una manta, una botella de vino y unas cuantas fresas para añadir a la bandeja de comida y hacer un picnic.

Se le humedecieron los ojos ante su consideración.

– Los picnics que solíamos compartir fueron algunos de los momentos más felices de mi vida.

– De la mía también. Luego, después de alimentarte, voy a hacerte el amor, esta vez de verdad ahora que no estamos tan ansiosos -Le acarició con la nariz la sensible piel de detrás de la oreja-. La próxima vez será incluso mejor. Menos precipitada. Y la tercera vez aún mejor.

– Enséñame -dijo ella, buscando sus labios para otro beso abrasador-. Enséñame todo.

Y él lo hizo. Hasta que finalmente Cassandra se quedó dormida entre sus brazos cuando el color malva del amanecer se abrió camino a través de la ventana. Y cuando despertó, él se había ido. Una hojita de papel descansaba sobre la almohada que todavía conservaba la huella en donde él había estado. Con dedos temblorosos, cogió la misiva y leyó el breve mensaje.


Nunca olvidaré esta noche. Perdóname por irme así, pero no puedo soportar decirte adiós.

Capítulo 7

Ethan tiró de las riendas de Rose, y después de dar a su jadeante y sudorosa yegua una cariñosa palmada en el cuello se quedó mirando, más allá de la playa, la luminosa extensión azul de St Ives Bay. Había estado montando a caballo desde que la tenue penumbra del amanecer se había impuesto a la oscuridad del cielo, intentando en vano exorcizar los recuerdos de la noche que le inundaban la mente. Ahora, varias horas más tarde, la luz del sol resplandecía, sin una nube a la vista para romper el interminable azul. ¿Cómo era posible que brillara el sol? Cassie se había ido. El tiempo debería haber sido gris y sombrío, dando paso a una fría llovizna, para ir en consonancia con su humor.

Recorrió poco a poco la playa con la mirada, a lo largo de la ruta por la que ayer habían caminado, deteniéndose un buen rato en el grupo de rocas donde se habían besado. Un vacío y una añoranza como nunca antes había sentido se retorcieron dentro de él, entrelazándose con una profunda rabia. Contra sí mismo, por permitirle a ella que se quedara. Por probar lo que nunca volvería a tener. Por infligirse esta agonía que le retorcía las entrañas. Tal vez era mejor no disfrutar nunca del paraíso que hacerlo y que el alma supiera que nunca nada volvería a ser tan bueno.

La había echado de menos antes del día de ayer -con un profundo dolor que nunca le había abandonado por completo- pero era un dolor con el que había aprendido a vivir.

Pero ahora, ahora que la había abrazado, besado, reído con ella, que le había hecho el amor, que la había estrechado entre sus brazos mientras dormía, ¿cómo iba a poder aprender a vivir con este dolor? Este dolor debilitante que le hacía sentir como si el corazón se le hubiera desintegrado convirtiéndose en polvo y esparciéndose por el viento. Un espacio tan vacío en el lado izquierdo del pecho que nada nunca podría volver a llenarlo.

Sacó el pañuelo del bolsillo y contempló las iniciales bordadas con hilo de un profundo azul que hacía juego con sus ojos. Los dedos se le curvaron, estrujando la tela con el puño y cerró con fuerza los ojos. ¿Cómo malditos infiernos era posible sentirse tan entumecido, a pesar del intenso dolor?

¿Cómo podía esperar ahora poder borrarla alguna vez de su memoria? Ella solía vivir sólo en su mente. En su corazón. En su alma. Pero ahora su olor, su sabor, su tacto, todo estaba grabado bajo su piel. Tan profundamente, que ninguna otra mujer podría borrar nunca su huella, y no es que alguna lo hubiera hecho antes, pero al menos una parte de él siempre había tenido la esperanza de que quizá algún día encontraría a alguien que pudiera. Alguien a quién sería capaz de ofrecer algo más que un breve encuentro que sólo servía para aliviar temporalmente su soledad.

Pero ahora esa esperanza había sido pisoteada. Porque había descubierto la diferencia entre tener sexo para aliviar una necesidad física y hacer el amor con la mujer que poseía su corazón. Y su alma.

Y aún peor, todos los lugares que solía considerar como sus santuarios estaban ahora impregnados de recuerdos de Cassie. La posada. Las cuadras. Esa zona de playa a la que iba casi a diario. Ahora no tenía ningún sitio al que ir para evitar los recuerdos.

Después de una última mirada al agua bordeada de espuma blanca, hizo girar a Rose -nombre que le había puesto por el perfume favorito de Cassie- hacia las cuadras. Después de cepillar a la yegua, fue al cuarto de los arreos. Acababa de colocarlo todo cuando oyó una voz detrás de él.

– ¿Puedo hablar contigo, Ethan?

Se dio la vuelta y vio a Delia observarle desde la entrada con una expresión indescifrable. Basándose en la palidez de su cara y en la forma en que los dedos arrugaban el vestido gris sospechó que algo iba mal.

– Por supuesto. ¿Ha pasado algo en la posada?

Ella negó con la cabeza y entró en el cuarto.

– En la posada, no -Apretó los labios hasta formar una delgada línea y dijo-: Quiero hablar de lady Westmore.

Sin querer las manos de Ethan se cerraron en un puño al oír el sonido de su nombre.

– ¿Qué pasa con ella?

La mirada de Delia se desvió posándose en varios puntos diferentes durante unos segundos, después volvió a él.

– Sospechaba que le habías dado a alguien tu corazón. Alguien de tu pasado. Pensé que ésa era la razón por la que pretendías no notar todas las indirectas que te lanzaba -Levantó la barbilla-. Es ella. Lady Westmore. Ella es la dueña de tu corazón.

Malditos infiernos. ¿Acaso su anhelo enfermo de amor estaba grabado en su cara para que todo el mundo lo viera?

Al no contestar, Delia movió la cabeza con varios asentimientos bruscos.

– Bueno, al menos no lo niegas. No hay porqué hacerlo. Vi el modo en que la mirabas.

– ¿Y cómo la miraba?

– Como esperaba que me miraras a mí algún día.

Ethan soltó un largo suspiro y se pasó las manos por la cara.

– Delia, lo siento.

– No tienes por qué disculparte. Nunca me diste falsas esperanzas de que pudiéramos ser más que amigos -Hundió la barbilla y clavó los ojos en el suelo-. Eres un buen hombre, Ethan. Un hombre honesto. No es culpa tuya que yo deseara que fueras mi hombre.

Él avanzó hacia ella y le puso las manos en la parte superior de los brazos.

– Sabes que me preocupo por ti, Delia.

Cuando alzó la cara y le miró, vio un brillo de humedad en sus ojos.

– Lo sé, Ethan. Pero no de la misma forma en que yo me preocupo por ti. Aunque lo sabía, me convencí que la mujer que llevabas en el corazón había desaparecido de tu vida o había muerto. Y que un día te despertarías y estarías preparado para seguir adelante. Y yo estaría allí esperando.

Suspiró profundamente y retrocedió, haciendo que la soltara.

– Pero saber que existe y verla de verdad, son dos cosas diferentes. Nunca podría mirarte y creer que estás pensando en mí. Estarías pensando en ella y yo lo sabría. En mi mente ya no es la imagen obsesiva de un fantasma. Lo he visto. He visto como la mirabas, como le sonreías, como reías con ella. Yo sólo ocuparía el segundo lugar, porque contigo, nunca habría un primero. Sólo hay sitio para ella.