– Es obvio. Tiene que ver con que conseguirás las tierras que tanto codicias. Como mi primer matrimonio que tú concertaste tuvo que ver con varios miles de acres en Dorset.

– Que es precisamente el tipo de fusiones ventajosas en las que deberían basarse los matrimonios.

– Fusiones ventajosas para ti, no para mí.

– Llegar a ser duquesa es desde luego una ventaja. Si quieres casarte con él o no, no tiene importancia. Harás lo que te diga. Dios sabe que me debes mucho, no has servido para nada más.

Había oído aquellas palabras en diferentes contextos tantas veces, primero de su padre, luego de Westmore, que a estas alturas no tendrían que dolerle. Y aunque todavía escocían, a la vez la llenaron de una calma fría y tranquila.

– He pagado, no importa qué deuda creas que tenga contigo, accediendo al primer matrimonio que concertaste. No accederé a otro.

Los helados ojos la taladraron con una total repugnancia.

– Estás viviendo en mi casa, sin ningún medio, y por lo tanto harás lo que te diga. No escucharé nada más sobre el asunto. Tienes diez meses para acostumbrarte a la idea, y será mejor que lo hagas, ya que no tienes alternativa -Se dio un tirón al chaleco para colocarlo y con el ceño fruncido la miró con sarcasmo-. Será mejor que te retires a tu habitación hasta la cena. Se te ve más desagradable que de costumbre -Dicho esto volvió a su sillón de orejas y cogió su taza de té como si nada hubiera ocurrido, sintiéndose seguro por la convicción de que cada palabra suya sería obedecida.

Durante varios segundos Cassandra permaneció congelada en el sitio, apenas capaz de respirar, con el corazón atronándole tan fuerte que sentía los latidos hasta en los oídos. Miró a su madre que tenía en la cara la misma expresión de absoluta indiferencia que su padre. Tampoco es que hubiera esperado encontrar un aliado en la mujer que nunca se había enfrentado a su padre por ella. De todos modos, esto sólo demostró, con una intensidad que sintió hasta en los huesos que estaba, otra vez, completamente sola.

Sintiendo como si su sangre se hubiera enfriado hasta llegar a helarse, Cassandra se obligó a moverse con la cabeza muy alta y salió muy tiesa del salón. Caminó por el pasillo hacia el vestíbulo, y con cada paso que daba, el dolor y la rabia se le enroscaban con más fuerza en su interior. Cuando llegó al dormitorio, la respiración había desembocado en entrecortados y furiosos sollozos, y las lágrimas corrían sin restricciones por su rostro.

¿Por qué no se había esperado este giro de los acontecimientos? ¿Cómo era posible que después de todo por lo que había pasado, conservara la suficiente ingenuidad para creer que podría volver a la casa de su infancia, y vivir tranquila el resto de sus días?

No tienes alternativa. Las palabras de su padre sonaron en su mente como el toque de difuntos en un funeral, eran las palabras más odiosas que había oído nunca. Palabras que estaba harta de escuchar. De vivir. Palabras que no quería volver a oír.

Con pequeños y trémulos pasos, caminó de arriba a abajo por la alfombra Axminster. Dios santo, ¿cómo era posible que sólo unas horas antes se hubiera sentido tan eufóricamente feliz, y ahora sintiera una desesperación y un vacío tan profundos?

Porque hace algunas horas estabas con Ethan.

Ethan. Dejó de caminar y cerró con fuerza los ojos. Dios santo, le amaba tanto. La había hecho feliz. La había hecho reír. Había hecho que se sintiera querida, necesitada. Nunca lo había sentido con nadie más. Aunque no estuviera segura de la profundidad de sus sentimientos, era obvio que sentía cariño por ella. Y la deseaba. No tenía ninguna duda de que le había hecho feliz, al menos durante una noche.

Abrió los ojos y soltó un trémulo suspiro. Su mente, de repente, corría a toda velocidad. No tienes alternativa. Pero comprendió llena de esperanza que quizá sí tenía alternativa, si tuviera el valor. El valor para mandarlo todo al diablo, para ignorar las reglas de la sociedad que habían gobernado toda su vida, y volver a Blue Seas. Decirle a Ethan lo que sentía por él. Preguntarle lo que sentía él por ella. Si sus sentimientos fueran una fracción de lo que ella sentía por él, había la posibilidad que quisiera que se quedase en la posada. Y ella se quedaría. No porque no tuviera ningún otro sitio donde ir, sino porque quería estar con él, donde fuera que él estuviera.

El escándalo arruinaría su reputación, cortaría cualquier esperanza que volver a entrar en la sociedad. Seguro que sus padres la repudiarían. Perdería el derecho de volver alguna vez a Gateshead Manor.

Y nada de eso le importaba ni un poco.

No tenía nada que ofrecerle a Ethan, excepto a sí misma. Pero tal vez, si fuera muy, muy afortunada, sería suficiente.

No puedo soportar decirte adiós. Bien, ella tampoco. Al menos no sin luchar.

Llena de una eufórica sensación de expectativa que estaba segura de no haber sentido jamás, atravesó la habitación y tiró de la cuerda de la campana. Un momento después sonó un golpe a la puerta, y Sophie entró en el dormitorio.

– ¿Sí, milady?

Cassandra se acercó a ella y le dijo:

– Sé que tú y el señor Watley regresáis mañana a Westmore, pero…

– Oh, sí, milady -la interrumpió Sophie con rapidez-. Acepto.

– ¿Aceptas?

– Me sentiría honrada de quedarme aquí con usted -Una tímida sonrisa le curvó los labios-. Es usted la señora más amable a la que he servido. La verdad sea dicha, no me veía con fuerzas para regresar a Westmore. La esposa del nuevo conde no es ni la mitad de agradable que usted. Tiene un carácter terrible.

Cassandra apretó los puños al pensar en Sophie sometida al carácter terrible de alguien.

– Gracias, Sophie. Eres la mejor doncella que he tenido nunca. Pero lo que iba a decirte es que me voy de Gateshead Manor. Hoy. Y no voy a volver.

Sophie parpadeó.

– ¿Se va, milady? Pero acaba de llegar. ¿Adónde va?

– Regreso a la posada Blue Seas. Donde tengo intención de quedarme.

Sophie abrió mucho los ojos.

– Oh… ya veo -dijo, aunque era obvio que no veía nada en absoluto. La verdad es que la joven parecía… perdida.

De repente a Cassandra se le ocurrió una idea y dijo cuidando las palabras:

– Si quieres venir conmigo, eres bienvenida, Sophie, aunque no puedo asegurarte lo que nos deparará el futuro. Entiendo perfectamente que la posada de un pueblo no puede compararse con esta finca…

– Me sentiría honrada de acompañarla, milady -cortó la criada, era obvio el alivio que expresaba su voz-. Prefiero estar allí con usted que en Westmore sin usted -Dirigió a Cassandra otra tímida sonrisa-. No me sorprendería que el señor Watley decidiera informarse si hay algún trabajo en Blue Seas. Se quedó encantado con el estado de las cuadras de allí. El jefe de las caballerizas de Westmore es horrible, y el señor Watley no se veía volviendo a estar bajo sus órdenes.

Extendiendo la mano, Cassandra apretó las de Sophie y le devolvió la sonrisa.

– Entonces todo está decidido. Mientras haces el equipaje, iré a las cuadras e informaré al señor Watley de nuestros planes.

Y luego le diría a sus padres que se marchaba. Y luego se pondría en camino hacia Ethan. Esperando que él quisiera que se quedara.

Capítulo 8

Después de ponerse de acuerdo con el señor Watley para que llevara el equipaje al carruaje lo más rápido posible, Cassandra entró en la casa por las puertas cristaleras de la terraza de atrás. Acababa de entrar en el vestíbulo de baldosas blancas y negras, cuando oyó la voz de su padre impregnada de una fría rabia, que salía de la puerta de la biblioteca que estaba entreabierta.

– Salga de una maldita vez de mi casa.

– No hasta que haya hablado con Cassie.

Ella se quedó inmóvil, incrédula y aturdida, al oír la voz de Ethan, una voz llena de una helada determinación que nunca había oído antes.

– Cuando te eché de Gateshead Manor hace diez años te dije que no regresaras jamás.

– Y me marcharé de buena gana en cuanto haya visto a Cassie.

– Te marcharás ahora o te marcaré la mejilla derecha como ya hice con la izquierda.

Todo en Cassandra se quedó congelado, la sangre, el aliento, como si un helado puño invisible estuviera oprimiéndola. Siguieron varios largos segundos de silencio, y se dio cuenta de la horrible verdad de las palabras de su padre.

– Le aseguro que pasará por un infierno si lo intenta -Le llegó la tranquila respuesta de Ethan, no menos amenazante por su suavidad.

– Hace diez años pensaste que podías besar a mi hija, tú, que vales aún menos que el estiércol que quitabas de las cuadras. Vi el modo en que la mirabas. Tuviste la oportunidad de meterte entre sus faldas, y ella fue tan estúpida y tan inútil como para permitírtelo.

– No hablara así de ella en mi presencia.

Su padre soltó una seca carcajada.

– Haré exactamente lo que me plazca, que incluye no seguir escuchándote. Fuera. Ahora. Antes de que haga que te echen.

– Otra vez, le aseguro que pasará por un infierno si lo intenta antes de que hable con Cassie.

Siguió otro breve silencio, durante el que Cassandra logró salir de su estado de aturdimiento. Se encaminó hacia la biblioteca, pero antes de haber dado dos pasos, se abrió la puerta con la suficiente fuerza como para hacer soltar los goznes, y Ethan salió a grandes pasos con una expresión sombría en la cara, se le veía grande y oscuro y peligrosamente decidido. Se detuvo durante varios latidos de corazón al verla, luego se dirigió con rapidez hacia ella. Segundos más tarde la sujetó por los hombros.

– Cassie -le dijo, con una mirada ansiosa escrutando su cara-. ¿Estás bien?

Qué Dios la ayudara, no lo sabía. Las cosas que su padre había dicho, las consecuencias de aquellas palabras… pero ya reflexionaría sobre ello más tarde. Asintió con fuerza.

– Estoy bien. No puedo creer que estés aquí.

– Necesito hablar contigo…

– Aparta las manos de mi hija.

Ethan y ella se giraron. Su padre se acercaba a ellos amenazador, con los ojos helados de furia. Ethan se puso delante de ella, pero Cassandra se movió para quedarse al lado de él, sintiéndose fuerte ahora que le tenía cerca y con la rabia que la dominaba dando combustible a su valor.

Su padre se detuvo a un brazo de distancia. No la miró ni una vez, en cambio no apartó la furiosa mirada de Ethan.

– Es la última advertencia. Sal de mi casa.

– No -la palabra brotó violentamente de Cassandra. Estaba tan enfadada que temblaba-. He oído lo que has dicho en la biblioteca, padre. Que hace diez años le ordenaste a Ethan que se fuera. Que fuiste tú quién le hirió en la cara -Le vibró la voz de repulsión-. Eres un hombre frío y malvado. Me avergüenzo de ser tu hija.

Él levantó una mano con la obvia intención de golpearla, pero en lo que dura un parpadeo, Ethan desvió el golpe, luego le levantó por la camisa. Dando dos zancadas puso a su padre de un golpe con la espalda contra la pared. Su padre jadeó, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, Ethan le apretó el antebrazo contra la garganta.

– Ésta es la última advertencia -dijo Ethan con voz calmada, baja y mortal-. Primero, si alguna vez veo que le levanta la mano otra vez, le romperé el maldito brazo. Para empezar. Segundo, voy a hablar con Cassie, y no hay nada que pueda hacer para impedirlo. Ni con un cuchillo, ni con una pistola, ni con un batallón de sirvientes, o cualquier otra cosa que se le ocurra, ya no soy el jovenzuelo ingenuo de hace diez años, y créame, si trata de interferir otra vez, no vacilaré en marcarle la cara para que haga juego con la mía.

El rostro de su padre enrojeció como una remolacha, y una mezcla de furia y miedo resplandeció en sus ojos. Intentó soltarse del agarre de Ethan, pero era igual que intentar mover una enorme roca de granito.

– Algún día te pudrirás en el infierno -escupió su padre con voz estrangulada.

– Tal vez. Pero si trata de hacerle daño de algún modo o interferir otra vez, me aseguraré de que llegue usted primero -Ethan liberó a su padre, tan de repente que cayó al suelo, agarrándose la garganta y respirando con dificultad. Ethan se acercó a ella-. ¿Estás bien?

– S… sí -Esta vez ella le agarró la mano, ansiosa por escapar. Salieron de la casa y cuando ella dudó, sin saber a dónde ir, Ethan la guió hacia una hermosa yegua castaña atada a un poste. Después de montar, se inclinó hacia delante, la levantó como si no pesara nada, y la puso en su regazo, rodeándola con sus fuertes brazos. Ella se apoyó en su pecho, y su calor y fuerza la envolvieron. No le preguntó adónde iban cuando con los talones hizo que el caballo se pusiera en marcha con un enérgico trote. No importaba. Estaba con él, y eso era suficiente.