No confiando en su voz, negó con la cabeza.

– Debes de haber sufrido mucho -Le miró a los ojos-. Lo siento tanto, Ethan.

Yo también. Por tantas cosas…

Incapaz de hablar, se quedó allí quieto mientras los dedos de Cassandra continuaban acariciándole suavemente la mejilla. Tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para no girar la cara y besarle la palma de la mano. Para no abrazarla y besarla hasta que ya no pudiera pensar. No era capaz de recordar todos los motivos por los que no debería hacerlo.

– ¿Cómo pasó?

– Me hirieron -dijo él en tono brusco. Se alejó de ella y empezó a caminar a lo largo de la orilla. Cassandra le alcanzó y caminó a su lado con C.C. correteando entre ellos. Intentando que no hiciera más preguntas sobre su cara dijo:

– Tengo otras.

– ¿Otras qué?

– Cicatrices.

– ¿Cómo te las hiciste?

Aunque prefería no tener esta conversación, ella le había dicho que quería saber que había sido de su vida, así que sería mejor que se lo contara y acabar con el tema.

– Después de irme de Gateshead Manor, ingresé en el ejército. Me hirieron en Waterloo. En un incendio.

Los recuerdos que había cerrado bajo llave le asaltaron. Los gritos de los hombres y los caballos. Las armas disparando. El fuego, hombres atrapados. El intento de rescatar a uno… pero las llamas quemaban demasiado, el humo era demasiado denso. El abrigo prendiéndose fuego. El dolor terrible, el calor abrasador.

La miró y vio que le observaba con una combinación de espanto y compasión.

– Dios santo, qué horror -Se quedó callada unos instantes y luego dijo-: Nunca mencionaste que quisieras ingresar en el ejército.

Porque nunca había querido. Cuando dejó Gateshead Manor le daba igual vivir que morir, así que decidió que bien podía morir haciendo algo útil, y el ejército le pareció el modo más rápido de conseguirlo. Y por Dios que había llevado a cabo los actos más temerarios que se le ocurrieron para que le mataran y se ofreció voluntario para todas la misiones peligrosas, pero en vez de morir, había sobrevivido y había recibido malditas medallas y alabanzas.

– Llegué a la conclusión que alguien tenía que poner a ese bastardo de Napoleón en su lugar.

– Y lo lograsteis

– Al final. Pero el precio fue… -Hizo un gesto de pesar con la cabeza y apartó los recuerdos que le asaltaban-. Muchos buenos hombres murieron. Demasiados.

– Doy gracias de que tú no fueras uno de ellos.

– Yo no -Las palabras se le escaparon antes de poder detenerlas. E igual que siempre, terminó confiándole cosas que nunca había compartido con nadie más-. Estaba exhausto, cansado hasta la médula, entre eso y el dolor de mis heridas, recé más de una vez para quedarme dormido y no despertar.

Un largo silencio siguió a estas palabras. Ella lo rompió preguntando:

– ¿Como lograste seguir?

Ethan dudó en decirle la verdad, luego se encogió de hombros. No había ninguna razón para no decírselo, Cassie se iría a la mañana siguiente. Sí, llevándose con ella otro pedazo de tu alma, se burló una vocecita en su cabeza.

– Pensé en ti. En todas las veces en que me convenciste de que podía hacer las cosas que yo estaba seguro de que no podría. Como cuando me enseñaste a sumar. Y a bailar el vals. Y a coser un botón en el abrigo. Y a aprenderme el nombre de todas las flores del jardín.

Él se detuvo para coger una piedrecita y lanzarla al agua, luego continuó:

– Recuerdo lo que dijiste, lo que hiciste, cuándo murió mi padre. Cómo cogiste mi mano diciéndome, “No estás solo, Ethan. Tu padre siempre vivirá en tu corazón. Y siempre seré tu amiga. Y tanto él como yo sabemos que eres el mejor de los hombres” -La miró. Ella le miraba con los ojos muy abiertos-. Esas palabras me han ayudado en algunas ocasiones muy duras a lo largo de estos años.

– Yo… me alegro. Y estoy sorprendida. Y me conmueve que las recuerdes.

– Lo recuerdo todo, Cassie -Cada roce. Cada sonrisa, Cada lágrima. Cada desengaño.

La mirada de ella no vaciló.

– Yo también.

Se obligó a apartar los ojos y se concentró en la arena que había delante de ellos. Caminaron en silencio durante varios minutos, sin detenerse hasta que Cassandra vio una concha que le gustó.

– ¿Cómo llegaste a ser propietario de la posada Blue Seas? -preguntó después de quitar la arena del tesoro color rosa pálido.

– Cuando estuve en el ejército, le eché una mano a un amigo, otro soldado. En su testamento me dejó un poco de dinero y lo usé para comprar la posada. El edificio necesitaba algunas reparaciones, y cuando las hice, puse en marcha el negocio. Las cosas fueron bien, así que hace dos años añadí las caballerizas.

– ¿Cómo ayudaste a tu amigo?

Otra imagen, de una batalla anterior, pasó como un relámpago por su mente.

– Billy, se llamaba Billy Styles. Quedó atrapado bajo su caballo que estaba herido. Le saqué -Y luego usó la última bala de plomo para acabar con el sufrimiento del animal. Y no se dio cuenta que las lágrimas le surcaban el rostro hasta que Billy se lo señaló.

– Le salvaste la vida.

– Era un buen hombre. Tenía la pierna rota. Fue una mala fractura que le obligó a dejar el ejército. Volvió a su casa en Londres, pero murió dos años más tarde de unas fiebres, más o menos en la misma época en que me hirieron. Un abogado me localizó y me dijo lo del dinero. Después de curarme, empecé a buscar un lugar en el que pudiera sentirme en casa.

– Y encontraste la Posada Blue Seas.

– Sí. Y ahora te toca a ti -Haciendo todo lo posible para borrar cualquier huella de amargura en su voz, dijo-: Háblame de tu maravillosa vida como condesa de Westmore.

Pasaron varios segundos interminables. Luego ella dijo muy quedo.

– Si lo que deseas oír es algo maravilloso, me temo que no tengo nada que decir.

Capítulo 5

Cassandra miró a Ethan y vio como el desconcierto nublaba sus ojos oscuros al tiempo que fruncía el ceño.

– ¿Me estás diciendo que no has sido feliz? -Preguntó lentamente con la voz llena de confusión e incredulidad.

Ella apartó los ojos y miró al frente.

– Así es, Ethan. No he sido feliz.

Ella sintió como la observaba con intensidad pero no se giró hacia él.

– ¿Porque tu marido murió?

Hasta aquel mismo momento no había sabido cuánto le contaría. Pero la pregunta pareció destrozar una presa dentro de ella, liberando una inundación de rabia reprimida y amargura.

– No, porque mi marido vivió. Y durante diez años convirtió mi vida en un infierno. ¿Sabes esos sentimientos que has descrito, sobre desear quedarte dormido y no volver a despertar? Sé lo que es sentirse así. Lo sé demasiado bien -Las palabras eras tensas. Entrecortadas. Y en cierta forma fue un alivio decirlas en voz alta.

– Mi matrimonio fue un desastre. Una pesadilla que por suerte terminó cuando murió Westmore -La recorrió un estremecimiento. Se dio la vuelta hacia él, sabiendo que vería el odio y la rabia en sus ojos, y no le importó-. No llevo luto por él.

Ethan se detuvo y se dio la vuelta para mirarla de frente, buscando sus ojos, buscando respuestas.

– ¿Una pesadilla en qué sentido?

Incapaz de quedarse quieta o mirarle a los ojos, Cassandra hizo un gesto negativo con la cabeza y reanudó la marcha con pasos rápidos e inquietos, sin apartar la mirada de un grupo de rocas que había un poco más adelante. Él se puso a su lado, silencioso, esperando.

– Cómo ya sabes, tenía muchas esperanzas puestas en mi matrimonio -Por supuesto que lo sabía, ella había compartido todas sus esperanzas y sus sueños con él. La había escuchado con paciencia mientras exponía el deseo de tener un marido compasivo y montones de hijos con quienes compartiría el tipo de relación cálida y cariñosa que siempre había ansiado. La relación que le negaron sus padres, que habían quedado amargamente decepcionados de que su único hijo fuera una chica, un hecho que nunca se cansaron de echarle en cara. Por descontado, ella supo desde muy pequeña que lo único que podía hacer para complacerlos era casarse bien. Cuando su padre le anunció que el atractivo y encantador conde de Westmore le había propuesto matrimonio después de la primera temporada, había creído que era muy afortunada.

– Mi deber era casarme bien y de acuerdo con los deseos de mi padre. El deber de Westmore, claro está, era tener un heredero. Nuestra relación empezó a deteriorarse al no concebir durante los primeros seis meses de nuestro matrimonio. Las cosas se pusieron cada vez peor mientras iba pasando el tiempo.

Las palabras empezaron a surgir como un torrente, como si hubiera abierto una herida infectada permitiendo así que el veneno saliera libre.

– Después de tres años de no quedarme embarazada, Westmore anunció que se había acabado, que no iba a tocarme otra vez. A partir de entonces, nuestra relación se redujo a poco más que un silencio helado. Cuando se tomaba la molestia de dirigirme la palabra, era sólo para recordarme lo inútil que era. Una decepción y una estúpida. Y de cuanto odiaba mi sola presencia.

Ella calló unos instantes, necesitando apartar los dolorosos recuerdos que la asaltaban y le hacían un nudo en la garganta.

– Maldito bastardo -masculló Ethan-. ¿No se le ocurrió a Westmore que la culpa podría ser de él?

– No lo era -dijo ella en un tono desprovisto de cualquier emoción.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque durante los siguientes siete años Westmore dejó embarazadas a media docena de sus amantes. Quizá más. Dejé de contar.

Durante varios segundos el silencio cayó como una losa entre ellos.

– ¿Te era infiel? -dijo él finalmente con voz tensa.

Cassandra no pudo evitar una sonrisa sin humor.

– Casi desde el comienzo. Al principio por lo menos fue discreto y no me enteré. Pero después de que quedó claro que no podía darle un heredero, no hizo ningún esfuerzo por ocultar sus indiscreciones. Para entonces todas mis esperanzas e ilusiones por mi matrimonio ya estaban rotas, pero una parte de mí aún se aferraba al deseo de que nuestra relación no se convirtiera en odio. Así que como una tonta intenté razonar con él. Le reiteré lo muy triste y decepcionada que estaba por no poder tener hijos. Le pregunté si no podríamos al menos ser corteses el uno con el otro.

– ¿Qué dijo él?

– Me demostró con mucha claridad que no estaba interesado.

– ¿Cómo fue de claro?

Un escalofrío la recorrió y se abrazó a sí misma.

– Él… me hizo daño.

Ethan se detuvo y la agarró por el brazo, girándola hacia él para mirarla cara a cara. En los ojos del hombre se fraguaba una tormenta al tiempo que se contraía un músculo de la mandíbula.

– ¿Te hizo daño? -repitió con una voz baja y aterradora-. ¿Te violó?

Ella negó con la cabeza.

– No. Él me dejó claro que no me quería… de esa manera… nunca más.

El alivio asomó a los ojos de Ethan, luego frunció el ceño.

– ¿Entonces cómo? -Su expresión fue convirtiéndose en una máscara de furia-. ¿Te pegó?

No había duda de que estaba conmocionado. Y ultrajado. Las dos cosas fueron un bálsamo para su alma y se le hizo un nudo en la garganta. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que alguien había mostrado un mínimo de preocupación por ella. Las lágrimas asomaron a sus ojos y parpadeó ferozmente para evitarlas.

– Me pegó -confirmó ella con una calma total que parecía venir de lejos, y él la recorrió con la mirada como si estuviera comprobando si tenía magulladuras-. Me dio una paliza. Tardé semanas en recuperarme.

Mirándole a los ojos, expuso la verdad desnuda, una verdad que nunca antes había confesado en voz alta. Una verdad que le demostraría que ya no era la misma jovencita que él había conocido.

– Creo que sospechó que le mataría si volvía a tocarme otra vez. No volvió a hacerlo. Pero sentí la tentación de matarle de todos modos.

Se calló y comprendió que estaba temblando. Le costaba respirar. Y ya no podía seguir sosteniéndole la mirada. A pesar de que le temblaban las rodillas, retrocedió, y él la soltó. Abrazándose a sí misma, empezó a caminar de nuevo. Ethan se puso a su lado sin decir nada, algo que le agradecía, ya que el nudo que tenía en la garganta era demasiado grande para hablar. Cuando llegaron al grupo de rocas, se sintió mental y físicamente agotada, y se detuvo en la sombra que proyectaba el montículo.

Ethan se puso delante de ella. Temerosa de lo que leería en la expresión del hombre, tuvo que obligarse a mirarle a los ojos. Cuando lo hizo, vio que la observaba con una intensidad que era a la vez misteriosamente feroz y absolutamente tierna.

– Cassie… -El nombre salió como un susurro de los labios de Ethan, la única palabra que le permitió decir el nudo que tenía en la garganta. Una furia como jamás había sentido le atravesó. Malditos infiernos, ella parecía tan perdida y sola, la expresión de sus ojos era tan desolada y triste. Algo dentro de él pareció romperse, dejando una herida abierta por la que se filtraba toda la rabia y amargura que había ido acumulando.