Ella alzó las manos y le tocó las gafas.
– ¿Puedes ver bien sin ellas? No querría que te perdieras algo.
Se las quitó y las dejó sobre la mesilla.
– Por lo general, soy miope. Tendré que quedarme muy cerca.
– Considéralo hecho. Y ahora… fuera el calzado -después de quitarle las zapatillas y echar a un lado los calcetines, dijo-: Manos arriba.
Obedeció.
– ¿Estoy arrestado?
– Sí. Tienes derecho a permanecer… -le subió el polo por la cabeza y lo tiró, mirándolo. Él bajó los brazos- muy, muy caliente.
– Creía que tenía derecho a permanecer en silencio.
– Y así es, pero no resulta imprescindible. Haz todo el ruido que quieras -lentamente, frotó los pechos contra su torso y esbozó una sonrisa perversa-. Tú ya sabes que a mí me encanta gemir y jadear.
– Sí.
Le bajó las manos despacio por el torso, luego deslizó las yemas de los dedos por la piel sensible justo encima de la cintura de los vaqueros, mientras se adelantaba y le mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Cuando él emitió un gruñido, le susurró al oído:
– Es un sonido prometedor para empezar.
Saliendo de la cama, se plantó delante de Daniel. Cuando él alargó los brazos, ella movió la cabeza.
– Oh, no. Es mi turno. No me tocarás.
Él clavó la vista en los pechos generosos, los pezones erectos a un suspiro de su torso.
– De acuerdo. Pero eso es pedir mucho.
En respuesta, Carlie se inclinó y le pasó la lengua por los pectorales. Otro gruñido de placer retumbó en el torso de Daniel, que cerró los ojos. Ella comenzó a besarle todo el torso.
Dado el ritmo pausado que imponía, era evidente que planeaba vengarse de él. No es que se quejara, diablos, no, pero no sabía el tiempo que sería capaz de soportar esa tortura exquisita.
Cuando sintió esas manos en su cintura, abrió los ojos y la vio desprenderle el botón de los vaqueros para luego bajar, lentamente, la cremallera.
– ¿Eso es una docena de trufas que llevas en los pantalones o estás extremadamente contento de verme? -preguntó ella, con voz ronca y provocativa, metiendo las manos debajo de la cintura elástica de los bóxers.
– Estoy extremadamente… -contuvo el aliento cuando ella le liberó la erección y luego le bajó los calzoncillos y los vaqueros con un movimiento fluido- contento -apartó la ropa con el pie.
– Eso veo -apoyando el dedo índice en el centro de su torso, lo rodeó despacio, arrastrando el dedo por su piel. Cuando estuvo directamente detrás de Daniel, dijo-: La vista también es excepcional desde atrás.
Se lo habría agradecido, pero le arrebató el habla al acercarse y frotarse lenta y sinuosamente contra su espalda. Experimentó un escalofrío al sentir esa piel tan suave. Carlie bajó los dedos por sus caderas, sus muslos, al tiempo que le besaba los hombros con la boca abierta.
Sus manos continuaron explorándolo, tocándolo por doquier… salvo en su erección.
– Me estás matando -dijo con una voz que no lograba esconder lo necesitado que se hallaba.
Carlie volvió a rodearlo hasta quedar ante él. Luego pasó un dedo por su extensión rocosa.
– ¿Mejor?
– Sí. No. No sé. Mejor repítelo.
Cerrando los dedos en torno a él, lo apretó con suavidad, nublándole la visión.
– ¿Bien?
«Increíble».
Trató de decirlo, pero sólo logró emitir un gemido gutural. Echó la cabeza atrás y soportó la dulce tortura de que lo manipulara, lo sopesara y lo acariciara hasta que la necesidad de liberarse se tornó casi abrumadora. Bajó la vista a la imagen erótica de las manos de Carlie dándole placer y supo que no podría soportarlo más.
Le sujetó las muñecas, la tumbó en la cama y luego recogió con rapidez un preservativo. Después de enrollarse la protección, la cubrió con su cuerpo. El lento y húmedo deslizamiento hacia su calor compacto y mojado lo hizo gruñir. Ella lo rodeó con las piernas y lo instó a llegar más profundo, yendo al encuentro de cada embestida. El sudor se manifestó en la frente de Daniel, mientras se esforzaba por contenerse hasta que ella alcanzara el orgasmo. En cuanto sintió la primera oleada de su clímax, se dejó ir y con un gruñido gutural, la siguió al vacío.
No estuvo seguro del tiempo que permaneció allí, aún enterrado en ella, con la cara posada en la suave y fragante curva de su cuello, hasta que encontró la fortaleza para incorporarse. Se apoyó sobre los antebrazos y la miró a los ojos. Parecía somnolienta y satisfecha y sexy, y por motivos que no pudo explicar, sintió como si lo dejaran sin aire. Lo recorrió una maraña de sentimientos inesperados y perturbadores, después de lo que debería haber sido sólo un magnífico sexo sin ataduras. Pasaron varios segundos en los que únicamente se observaron. Luego ella se humedeció los labios y susurró:
– Santo cielo.
Si hubiera sido capaz de hilvanar dos palabras seguidas, habría elegido ésas. Pero se conformó con una:
– Sí.
– Ha sido…
– Sí.
– No ha podido ser tan increíble como yo pienso, ¿verdad?
«Más».
– Puede, aunque no estoy seguro, así que voto por una repetición, para cerciorarnos.
– Cuenta conmigo -le acarició la espalda y le pellizcó suavemente el trasero-. Hmmmm… jamás dudé de que serías tan inteligente en la cama como con los ordenadores.
– Gracias -sonrió y le apartó un mechón rebelde.
Ella giró la cara y le dio un beso cálido en la palma de la mano. El corazón le dio un vuelco.
– Adivina lo que quiero -dijo Carlie, dándole en la cadera.
– ¿Lo mismo que yo?
– Estaba pensando en «chocolate».
– Yo no. Pero estoy dispuesto a ceder -le dio un beso rápido en los labios-. Al menos por el momento.
Cinco minutos más tarde, Carlie entró en la cocina enfundada en una de las camisas de Daniel, seguida por éste. Abrió la nevera.
– ¿Tienes leche? -preguntó.
– Tengo todo lo que quieras -no podía quitarle las manos de encima. Le mordisqueó el cuello y la rodeó con un brazo para sacar un cartón de leche.
Justo cuando Daniel iba a cerrar la puerta con la cadera, ella señaló hacia la estantería superior.
– Oh… ahí está la mitad de tu corazón de Dulce Pecado. ¿Has leído el mensaje secreto?
– Sí -con un esfuerzo, la soltó y sacó dos vasos-. Siéntete con libertad para echar un vistazo.
Mientras servía la leche, ella abrió el celofán azul y sacó la tira de papel.
– «La pasión se describe mejor como algo impredecible, porque a menudo se encuentra en lugares sorprendentes. Con personas inesperadas. En encuentros impremeditados. Todo lo cual puede ofrecer resultados imprevistos».
– Bastante profético, ¿eh?
Cuando ella no respondió de inmediato, alzó la vista y sus miradas se encontraron. Algo que no pudo definir centelleó en los ojos de Carlie, y luego ella asintió.
– Mucho. Y muy familiar. Encaja con mi mensaje.
El enarcó las cejas.
– Bromeas.
– No. Tengo la otra mitad de tu corazón.
– Lo que significa que yo tengo la otra mitad del tuyo.
– Exacto. Lo que significa…
– Que eres mi pareja perfecta -dijeron al unísono.
Esas palabras llenaron a Daniel con una sensación cálida que no pudo nombrar.
– Supongo que eso significa que no te va a quedar más remedio que compartir el premio de la cena de San Valentín conmigo.
– Eso supongo -convino, yendo hacia él con un pecaminoso contoneo de las caderas-. Intentaré no quejarme mucho.
– Yo intentaré no darte motivos para quejarte mucho.
– Puedes empezar ahora mismo -le rodeó el cuello con los brazos y se pegó a él-. Dándome uno de esos besos expertos.
Daniel le metió las manos por debajo de la camisa para acariciarle la piel suave y cálida.
– Encantado. Pero creía que querías chocolate.
– Tú eres mejor que el chocolate.
Mientras le reclamaba la boca, Daniel decidió que era un magnífico cumplido, viniendo de la reina del «chocorgasmo».
Capítulo Siete
Las siguientes dos semanas pasaron tan rápidamente, que Carlie sintió que fue en un parpadeo. El día de San Valentín amaneció brillante y despejado y dedicó la mañana a trabajar en su turno del spa del Delaford y luego en ir a ver a un cliente de camino a casa. Y, mientras tanto, pensó en lo único que había ocupado su cabeza en esas últimas dos semanas.
Daniel Montgomery.
Dormido en el sofá con los cachorros sobre su estómago. Tumbado en su gloria desnuda en la cama mientras le daba un masaje. Alimentándose el uno al otro con trufas de chocolate. Jugando en el parque con los perros. Charlando, riendo, compartiendo recuerdos de la infancia, mientras comían pizza.
Daniel mirándola, los ojos nublados por el deseo, susurrando su nombre, tocándola. Encima de ella. Debajo de ella. Enterrado en ella. Las manos y la boca… por todas partes.
Y estaba a punto de terminar. Al día siguiente tendría lugar la mudanza.
En las últimas dos semanas había sentido como si su tiempo juntos hubiera iniciado una cuenta atrás, un incesante clic interior que se había obligado a arrinconar en la mente. Pero el espacio se había agotado, porque al día siguiente él se iría.
No sólo ocupaba toda su mente, sino que temía que la situación fuera mucho peor, que hubiera logrado tomar residencia permanente en su corazón. Necesitaba ayuda. Una conversación que le diera ánimos. Ya. Sacó el teléfono móvil del bolso y marcó con rapidez.
– ¿Hola? -dijo una voz familiar.
– Hola, mamá.
– ¿Qué sucede, cariño?
No pudo evitar reír.
– Sólo he pronunciado dos palabras. ¿Qué te hace pensar que pasa algo?
– Soy madre. Conozco esas cosas. Y basándome en tu voz, adivino que sea lo que sea lo que pase, involucra a un hombre, y lo más probable es que se trate del vecino que mencionaste brevemente cuando hablamos por última vez la semana pasada, Daniel.
¿Brevemente? Había dicho su nombre, nada más. Y sólo porque Daniel había estado presente cuando su madre llamó y oyó la voz de fondo mientras él jugaba con los cachorros.
– De acuerdo, siempre se te ha dado bien adivinar, pero esta vez me asustas. ¿Qué tienes…? ¿una bola de cristal?
– No, sólo el cromosoma «sé cuándo mi pequeña me necesita», que jamás desaparece, sin importar lo crecida que esté la pequeña. Así que cuéntame qué pasa.
Suspiró, sabiendo que era imposible negar que se sentía atribulada.
– En las últimas dos semanas, Daniel y yo hemos, mmm, estado viéndonos bastante -por su mente pasó otra imagen de él desnudo-. Y todo ha sido… fantástico. Es muy… agradable -hizo una mueca ante esa palabra tibia-, y no me refiero sólo en la cama. Y ése es el problema. Se muda mañana, y, bueno, yo… lamento que se vaya. Yo… yo… voy a echarlo de menos -para su consternación, le tembló el labio inferior y se le humedecieron los ojos-. Cuando empezamos, eso me pareció perfecto. Sabía que nuestro tiempo juntos tenía un fin. Y lo último que yo buscaba era un hombre que entrara en mi vida. Sabes que siempre he rechazado las relaciones serias, al menos hasta terminar la universidad.
– Recuerdo que me lo dijiste, sí.
Se pasó la mano por el pelo.
– Pero Daniel resultó ser… tan diferente… Tan inesperado… Me hace reír. Tiene talento y es inteligente. Amable y generoso. Pausado y paciente con los perros. Estupendo con su familia. Y para coronarlo, ha dedicado horas a desarrollarme una página web profesional, que yo jamás me habría podido permitir, para anunciar mis servicios terapéuticos. Se suponía que lo nuestro iba a ser sin ataduras, pero es todo lo contrario.
– ¿Y por qué crees que es así?
– Supongo que porque… me gusta -se frotó el puente de la nariz-. El problema es que creo que me gusta un poco demasiado. Desde luego, más de lo que yo quería.
– Mmmm. ¿Y qué piensas hacer al respecto?
– Eh… nada. No hay nada que pueda hacer. Mañana él se marcha a Boston. Esto no ha sido más que una aventura. Para los dos. Mi vida esta aquí. No tengo tiempo ni energía para dedicarme a una relación a larga distancia. Y aunque lo tuviera, él no me ha indicado que estaría interesado en que lo hiciera.
– ¿Habéis hablado de ello?
– Acordamos mantenernos en contacto, pero ya sabes lo que eso significa. Intercambiaremos unos correos electrónicos y unas llamadas que se irán haciendo incómodas cuando él empiece a salir con alguien.
– Y cuando tú empieces a salir con alguien -indicó su madre.
– Exacto -intentó imaginarse en brazos de otro hombre y falló por completo.
– ¿Sabe él lo que sientes?
– No lo sé ni yo misma. Excepto que estoy… confundida. E irritada conmigo misma por dejar que mi corazón se involucrara.
– ¿Crees que es posible que, tal vez, también él haya involucrado su corazón?
A Carlie se le disparó el pulso, pero contuvo la ridícula esperanza.
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