– ¿Hablaste con tu padre? -preguntó Fiona con falsa indiferencia.

– Sí, y conocí a tres de mis hermanos: Conor, Liam y Sean -Keely negó con la cabeza-. Bueno, en realidad no los conocí. Pero hablé con ellos.

Su madre se quedó callada y cuando Keely levantó la vista de la tarta, vio que se le estaban saltando las lágrimas. Se reprochó comportarse de un modo tan infantil: su madre llevaba veinticinco años sin noticias de sus hijos y ella le estaba escamoteando información.

– Son muy guapos -comentó con cariño.

– ¿Sí?, ¿son buenos hombres? Quiero decir, ¿son correctos? -preguntó Fiona con una sonrisa trémula-. Siempre intenté enseñarlos a comportarse. Su padre era muy bruto, pero yo no quería que mis hijos fuesen unos bestias.

– Son muy agradables -dijo Keely-. Conor es policía. Se me pinchó una rueda y me ayudó a cambiarla. Fue amable y atento. Sean y Liam estaban sirviendo en la barra del pub. Sean es alto y guapo, pero muy callado. Liam es más sociable, algo coqueto.

– ¿Están casados?, ¿tienen hijos? -Fiona hizo una pausa-. ¿Tengo… tengo nietos?

– No lo sé. No he visto que tuvieran anillo de boda, pero eso no tiene por qué significar nada -contestó antes de modelar el tacón de uno de los zapatos-. No me has preguntado por Seamus.

– No estoy segura de querer saberlo -respondió la madre.

– Entiendo que te enamoraras de él – Keely soltó una risa suave-. Cuando sonríe, se le ilumina toda la cara. Ahora tiene el pelo blanco y alguna arruga en la cara, pero sigue siendo muy guapo.

– Creo que estás haciendo bien.

– ¿De verdad? -Keely se quedó helada.

– Sí, está bien que conozcas a tu padre y tus hermanos.

– Me alegra que lo pienses, porque he tomado una decisión. Voy a irme a Boston. No un fin de semana, sino un mes o dos. Quiero conocerlos a todos antes de decírselo. De ese modo, les caeré bien antes de que sepan quién soy.

– Pero no puedes dejar la repostería tanto tiempo -objetó Fiona-. Tenemos encargos, clientes.

– Seguiré haciendo los diseños. Y dejaré instrucciones más precisas para la decoración. Janelle y Kim están dispuestas a trabajar un poco más: ya se lo he preguntado. Y tienen muchas ganas de ponerse a prueba. Conseguirán algunas fotos buenas para incluir en su expediente para cuando monten sus propios negocios. También les he ofrecido un aumento de sueldo y las he autorizado para contratar a otra ayudante de cocina si hace falta.

– ¿Podemos permitírnoslo?

– Puedo. El negocio va bien. Y tú estarás aquí para vigilar cómo va todo. Además, no me iré hasta dentro de un mes o así -contestó Keely-. Podrías venir a Boston conmigo -se le ocurrió entonces.

– No -Fiona negó con la cabeza-. Imposible.

– Mamá, antes o después tendrás que ver a tus hijos. Después de conocerme, lo más probable es que quieran verte.

– Si no han querido verme en todos estos años, ¿por qué iban a hacerlo ahora? Probablemente me odien.

– Eso no puedes saberlo. No tienes ni idea de qué sienten. Quizá han intentado encontrarte y Seamus los disuadió. Pero creo que tendrías que hacer el esfuerzo. Al fin y al cabo, fuiste tú la que los dejó.

– ¿Y si se niegan a hablar conmigo? No sé si lo soportaría.

– ¿Qué puedes perder?

Fiona se quedó unos segundos pensativa. Luego asintió con la cabeza.

– Todos estos años he intentado convencerme de que estaban todos bien. Estaría bien confirmarlo.

Keely rodeó la mesa de trabajo, se plantó frente a su madre, le agarró las manos y le dio un pellizquito.

– Sé que es duro, pero también sé que todo saldrá bien. Ir a Irlanda fue una buena decisión -dijo y su madre volvió a asentir con la cabeza.

– Eres una buena chica, Keely McClain – Fiona abrazó a Keely. Luego dio un paso atrás y abarcó la cara de esta entre las manos-. Keely Quinn. Siempre has sido buena chica: un poco cabezota y alocada a veces, pero cuando tu padre y tus hermanos te vean, se darán cuenta del tesoro que eres y aprenderán a quererte tanto como yo -añadió justo antes de darle un beso veloz en la mejilla y salir corriendo de la cocina.

– Sí, soy una buena chica -dijo Keely. Después suspiró. Y negó con la cabeza. Lo cierto era que ya no tenía ni idea de quién era. Quería creer que tenía algo de control sobre su comportamiento, pero su encuentro con Rafe le decía lo contrario. Bastaba con que este la tocara para hacerla enloquecer con un sinfín de fantasías salvajes.

Bajó la mirada hacia la tarta. ¿Era una disculpa u otra invitación más para pecar? ¿Acaso no esperaba que, al recibir la tarta, descolgara el teléfono y la llamase? No podía negar que quería pasar otra noche con Rafe Kendrick. Pero no era el momento oportuno para embarcarse en una aventura. Tenía cosas más importantes de las que ocuparse.

Agarró la tarta y la tiró a la papelera. Era una mala idea y un mal diseño. Ya la esperaban emociones de sobra en los próximos meses sin necesidad de enredarse con un hombre endiabladamente guapo y peligroso.

Quizá cuando consiguiera aclarar quién era ella de verdad, podría darse el lujo de enamorarse. Pero nunca antes.

Capítulo 5

– Ron con cola, dos pintas y… -Keely miró su libreta-. ¿Una piña colada?.-Seamus río y la apuntó con el dedo.

– Aquí no ponemos de eso. Te están tomando el pelo porque eres nueva -dijo-, ¿Quién quería la piña colada?

Keely se giró hacia un grandullón con barba y chaqueta de motero.

– Creo que se llama Art.

– Art es un buen tipo. Irlandés. Solo bebe Guinness. Y en Nochebuena, que hay Guinness gratis, bebe mucho. Dile que es piña colada – añadió riéndose de su propia gracia.

Mientras le servía las bebidas en una bandeja, Keely se descalzó un momento y estiró los dedos de los pies. No tenía madera para camarera, mucho menos para servir en un pub irlandés. No le costaba recordar los pedidos, pues la mayoría de los clientes querían Guinness. Pero hacía falta tener la condición física de un atleta olímpico para evitar las manos toconas de los hombres, los resbaladizos charcos de cerveza en el suelo y soportar la humareda de cigarrillos.

Se había fijado en el cartel en el que se ofrecía un puesto de camarera al regresar al pub en noviembre y había decidido pedir el puesto si todavía no había nadie cuando volviera en diciembre. Desde entonces había pasado una semana y ahí estaba, pasando la Nochebuena con los Quinn… su familia. Había sido un plan perfecto.

Y, en realidad, no se le daba tan mal. Hasta el momento no había cometido muchas calamidades… aparte de tirarse una bandeja de bebidas encima la primera noche. Y luego estaba lo de la segunda noche, rematada con una broma pesada de Liam. Le había puesto una pegatina en la espalda con la palabra «PELLÍZCAME» en mayúsculas. Había terminado la jornada tan nerviosa que no había logrado conciliar el sueño. A la tercera noche ya se había despabilado y solo había tardado dos horas en darse cuenta de que los clientes que se ofrecían a secarle las gotas de cerveza de la cara tenían tinta negra en las yemas de los dedos. Pero las bromas habían contribuido a que se sintiera parte de la familia.

En cuanto tuvo la bandeja llena, se dispuso a servir las bebidas. Ed, un habitual del pub, le entregó un billete de diez dólares por la ronda y le dijo que se quedara el cambio, lo que suponía tres dólares de propina con la Guinness de regalo. Keely despachó el resto de las mesas y luego hizo una pausa en el extremo de la barra donde Liam acababa de servirle un refresco.

Mientras daba el primer sorbo, pensó en Rafe una vez más, como tantas otras durante las últimas semanas. Se le hacía raro estar en la misma ciudad y no saber dónde estaba ni qué hacía. Se decía que tenía que llamarlo, pero al final siempre se inventaba alguna excusa para retrasarlo: las vacaciones, el trabajo en el pub, la confusión que le producía no poder precisar lo que habían compartido. Y la certeza de que si volvía a verlo, probablemente sucumbiría a sus encantos de nuevo.

Aunque la mera idea de acostarse con Rafe le aceleraba el pulso, tenía cosas más importantes que embarcarse en una aventura apasionada y experimentar orgasmos sísmicos. Lo que no quitaba para que mirara hacia la puerta cada vez que entraba un cliente, preguntándose si sería él… y qué haría en tal caso.

Los pensamientos de Keely se tornaron sombríos. Aunque en el pub reinaba la alegría de las navidades, todo lleno de luces de colores y villancicos, no pudo evitar pensar en su madre, sola en casa. Para compensarla por su primera ausencia en esas fechas, Keely la había llamado cada noche para darle detallitos novedosos sobre los hermanos Quinn. En el fondo, Keely esperaba celebrar las siguientes navidades todos juntos.

Había hecho todo lo posible por integrarse. Sean y Liam llevaban trabajando desde primera hora de la tarde, preparando caldo irlandés y poniendo jarras de Guinness gratis. Conor había llegado a las tres con su flamante esposa, Olivia, y poco después había aparecido Dylan con su prometida, Meggie, y el hermano de esta, Tommy. Ya solo esperaban a Brendan, aunque ninguno estaba seguro de que acabara presentándose.

Estaba ansiosa por conocer al último de sus hermanos. Ya sabía que Dylan era bombero y Meggie tenía un café. Y que Conor y Olivia se habían casado el fin de semana del día de acción de gracias. Brendan era escritor y Seamus tenía copias de sus libros detrás de la barra. Y justo esa noche, todos se habían apiñado frente al televisor para ver la primera intervención de Brian como reportero en directo para uno de los canales de televisión de Boston.

En cuanto a Liam y Sean, trabajaban cuando podían: Sean como detective privado y Liam como fotógrafo autónomo para el Boston Globe. Los tres hermanos pequeños seguían solteros. Por lo que podía observar de las clientes del bar, no les faltaba compañía femenina. Tenían éxito con el sexo opuesto, así que Keely mantenía las distancias para no tener que explicar por qué estaba soltera, pero no disponible.

Keely dio otro trago a su refresco y deslizó la mirada de un hermano a otro. Una vez que estuvieran todos juntos, podría anunciar quién era y desear que el espíritu navideño la ayudara. ¿Qué mejor regalo de Navidad que descubrir que tenían una hermanita debajo del árbol?

– ¡Hablando del rey de Roma! -saludó Dylan-. ¡Bren, te estábamos esperando!

Keely se giró en la banqueta, con el corazón palpitando de anticipación. ¡Ahí estaba! Brendan Quinn, el único hermano que le quedaba por conocer, apareció con una bonita mujer del brazo. Le tomó la mano y la condujo hacia el resto de la familia. Keely lo miró atentamente, deseosa de rescatar algún dato sobre él para poder contárselo a su madre cuando la llamara más adelante.

La sorpresa saltó casi al instante, cuando Brendan presentó a su acompañante, Amy, como su prometida. Mientras recibía las felicitaciones de todos. Keely sintió un pellizquito en el corazón. Otra fiesta familiar que no había compartido. Y otra razón más para no decirles quién era. No sería justo robarles el protagonismo a Brendan y Amy.

Keely miró hacia Seamus y advirtió que era el único que no estaba de celebración. Se había sentado en una banqueta a unos metros de Keely y daba sorbos a una jarra pequeña de Guinness. Brendan se acercó a su padre y le pasó un brazo sobre los hombros:

– Bueno, ¿qué? ¿Qué te parece, papá?

– ¿Qué me va a parecer? Fatal -bromeó Seamus, negando con la cabeza-. ¿Es que no os he enseñado nada? Nuestros antepasados se estarán retorciendo en sus tumbas.

De pronto, la noche que había empezado tan alegre se volvió melancólica para Keely. Los Quinn se trataban con una camaradería que nunca estaría a su alcance, la naturalidad de quienes han compartido una vida juntos. Entonces se fijó en las tres mujeres del grupo:

Olivia, Meggie y Amy. Habían entrado en la familia después y las habían aceptado. ¿La aceptarían también a ella?

– ¡Keely! -la avisó Seamus-. Hay clientes con el vaso vacío, pequeña.

Keely agarró la bandeja y corrió hacia las mesas situadas en el otro extremo. Durante los siguientes minutos, no tuvo tiempo para pensar en su familia. Hasta que Conor le pidió una botella de champán para Brendan y Amy. Se acercó sonriente a los recién prometidos y se aseguró de no mirarlos con demasiado descaro. Brendan era tan guapo como los otros cinco hermanos, con el mismo pelo negro y los mismos ojos de color verde dorado.

– De parte de Conor -Keely puso las copas en la mesa y le entregó la botella a Brendan-. Enhorabuena. Que seáis muy felices.

– Gracias -contestó Brendan, dedicándole una sonrisa cálida.