Se acercó a la pila situada tras la barra, agarró un trapo, fregó un vaso y lo secó. Ella también era una Quinn y contribuiría en lo que pudiera a salir de aquel problema. En cuanto hiciera un par de cosas en el bar, pediría permiso para irse y se plantaría en el despacho de Rafe para pedirle ayuda. Mientras tanto, trataría de enterarse de por qué habían detenido a su padre.
– Ninguno de nosotros sabe lo que pasó en el barco -oyó decir a Brendan-. Y papá no parece dispuesto a hablar. Conor, tienes que ocuparte de la parte legal de esto. Lo más probable es que sea una investigación federal, pero algo te podrán contar. Yo me encargaré de enterarme de qué pasa con el pub. Tengo dinero de sobra para cubrir la hipoteca y los gastos para pagar al contratista, así que eso no es problema.
– Cuenta conmigo si hace falta dinero – dijo Dylan.
– Y conmigo -añadió Conor.
– Brian, tú tienes amigos en el ayuntamiento. ¿Por qué no miras si puedes hacer algo con el inspector? No creo que podamos permitirnos estar cerrados más de una semana.
– ¿Y papá? -preguntó Sean-. ¿Y si al final lo acusan de asesinato?
Keely se quedó helada, no pudo evitar que se le escapara un pequeño grito. Pero se obligó a disimular mientras seguía lavando vasos. ¿Asesinato?, ¿estaban interrogando a su padre en relación con un asesinato?
– ¿Os ha contado algo de ese tal Kendrick? -preguntó Conor-. Según el testigo, Kendrick murió en el Increíble Quinn por culpa de papá. Se estaban peleando y Kendrick cayó por la borda. Papá jura que eso no fue lo que pasó.
No podía respirar. Tenía que haber oído mal. No podían haber dicho Kendrick, ¿no?
– ¿Sabemos algo de la familia de ese tipo? -quiso saber Brian.
– Sam Kendrick tenía una esposa y un hijo. Su viuda se llama Lila, el chico no sé. Supongo que llegarían a algún acuerdo con el seguro tras la muerte del padre. Pero no hubo ninguna investigación, que yo sepa. Me pregunto si la familia estará al corriente de la aparición de este testigo. ¿Intentamos localizarlos?
Keely sintió como si se le durmiera el cuerpo entero. El vaso que estaba sujetando se le cayó de la mano y se rompió contra el suelo sobre sus pies. Los seis hermanos se giraron hacia ella, que ya se había agachado a recoger los cristales. Pero le temblaban tanto las manos que se cortó con uno de los trozos.
En menos de un segundo, Dylan había saltado la barra. Le agarró la mano.
– Ven -dijo, poniéndola debajo del grifo.
– Lo… lo siento. Se me ha caído. No quería…
– No pasa nada -dijo él mientras le limpiaba la sangre de la mano. Agarró un paño limpio y lo apretó sobre el corte-. Ya está. No parece profundo. Dejará de sangrar en seguida -añadió al tiempo que sacaba un maletín de primeros auxilios y le daba una venda.
Pero el dolor de la mano no era comparable al del apellido que resonaba en su cabeza.
Kendrick. Seamus estaba en la cárcel porque la policía creía que había asesinado a Sam Kendrick. Y Sam Kendrick había sido el marido de Lila, la mujer a la que había conocido en Nochebuena. Lo que significaba que su padre era sospechoso de haber asesinado al padre de Rafe.
– Ten… tengo que ir al baño -murmuró al sentir que el estómago se le revolvía.
Una vez allí, a solas en los aseos, se apoyó contra la puerta y tragó saliva para no vomitar. ¿Qué debía hacer al respecto?, ¿cómo se lo diría a Rafe?
Y, de pronto, sintió como si le dieran una bofetada en la cara. Quizá ya lo supiera. Pero si sospechaba de Seamus, ¿por qué no le había dicho nada aquella noche, cuando le había contado el motivo por el que estaba en Boston? Keely trató de recordar la reacción de Rafe en aquel instante. Lo había notado algo reservado desde entonces, pero lo había atribuido a estados de ánimo pasajeros.
Que ella supiera. Rafe no tenía ni idea de la relación entre la muerte de su padre y la familia Quinn. Respiró profundo. Pero, ¿y si sí lo sabía? De pronto le surgió otra duda. Se cubrió la boca con la mano. ¿Sabía Rafe quién era ella desde el principio?, ¿formaría parte de algún plan su primer encuentro a la salida del pub?
– No -murmuró Keely. Era imposible. Aunque solo podría estar segura si hablaba con Rafe a las claras.
Keely abrió el grifo del lavabo, se echó un poco de agua en la cara y se secó con una toallita de papel. Antes de salir, se pasó los dedos por el pelo y se obligó a componer una sonrisa.
Sus hermanos seguían en el mismo sitio, discutiendo todavía qué podían hacer. Sean se acercó a ella y la acompañó a la caja.
– Liam te ha explicado lo que pasa, ¿no? En vez de esperar a recibir el cheque, mejor te pago en efectivo. Siento que no podamos seguir contando contigo, Keely. Eres una buena camarera.
– No importa. Lo entiendo. Parecéis tan preocupados… Ojalá pudiera hacer algo.
– Tranquila -contestó él-. Es un asunto de familia.
Pensó que se le saltarían las lágrimas de frustración. ¡Estaba harta de oír que era un asunto de familia! Ella también era de la familia y quería ayudar. Pero con todo lo que les había pasado ese día, no podía soltárselo también de golpe.
Quizá no se merecía formar parte de la familia Quinn. Después de todo, se estaba acostando con Rafe Kendrick. ¿Pero era Rafe el enemigo?, ¿tendría algo que ver con todo aquel lío? ¡Dios!, ¡no podía pensar!
– Creo que me voy a ir a casa, si os parece bien.
– No hay problema -dijo Sean-. Por aquí no puedes hacer mucho. Buena suerte en todo, Keely -añadió después de darle la paga.
– Gracias. Buena suerte a vosotros también. Y dale un abrazo a Seamus de mi parte – Keely se giró por el bolso y la chaqueta. Tuvo que morderse un labio para no llorar.
– Adiós, Keely -gritó Liam. Los demás hermanos se sumaron a la despedida. Ella se giró, los saludó con la mano y abrió la puerta. Cuando salió a la calle, se apretó la chaqueta para contener los escalofríos que sacudían su cuerpo.
El aire frío del invierno le despejó la cabeza. Keely intentó organizar todo lo que había oído. Pero no se libraba de su recelo inicial:
Rafe tenía que estar implicado. ¿Por qué aparecía por el pub si no?, ¿y por qué no le había dicho nada de su padre en todo ese tiempo? ¿Por qué era un secreto tan grande?
Keely miró los coches que pasaban. Se preguntó cómo volvería a su pensión. Tenía que haber algún autobús o una parada de metro cerca. Tendría que echar a andar hasta que la encontrara. Mientras tanto, decidiría cómo afrontar el siguiente encuentro con Rafe.
Una cosa era segura: Keely Quinn no volvería a acostarse con Rafe Kendrick en una temporada.
Capítulo 7
Keely estaba sentada en el salón de Rafe, mirando un centro de flores situado sobre la mesita de café. El portero la había dejado entrar sin problemas, como tantas otras veces desde Nochebuena. Tembló, se frotó los brazos por encima de las mangas de la chaqueta e intentó contener la aprensión que sentía.
Le haría frente nada más entrar en el apartamento. Estaba decidida a que le diera alguna explicación. Mientras lo esperaba, había pensado en tomar una copa de vino, pero había resuelto no hacerlo, convencida de que necesitaba estar lo más lúcida posible. Además, con lo irritada que estaba, podría utilizar la botella de vino como arma arrojadiza.
No sabía qué palabras escoger. Solo sabía cómo se sentía: traicionada, confundida, dolida. Era curioso: creía que era inmune a esos sentimientos. Que Rafe no podía hacerle daño si no se permitía enamorarse de él. Pero, ¿entonces?, ¿estaba enamorada de él o el impacto de la noticia la tenía aturdida?
El sonido de la llave en el cerrojo la sobresaltó. No lo saludó de inmediato, sino que optó por observar su sombra. Parecía cansado, tenso, lanzó las llaves sobre una mesa y dejó el maletín en el suelo. Por más que quiso, no pudo verlo como el enemigo. Cuando encendió la luz, Keely contuvo la respiración.
– ¡Keely! -Rafe la vio al instante-. Dios, ¿qué haces aquí?
– ¿Dónde esperabas que estuviera?
– Creía… ¿no deberías estar trabajando? Keely tragó saliva. No estaba segura de si sería capaz de articular una frase coherente.
– Han tenido que cerrar el bar. ¿Te sorprende?
– ¿Se puede saber de qué hablas? -Rafe se alisó el cabello. Luego se acercó despacio a Keely-. ¿Estás enfadada por algo?
– ¿Debería?
– Maldita sea, Keely, si vas a responder a cada pregunta que te hago con otra pregunta, mejor dejamos de hablar. Pero si tienes un problema, cuéntamelo y lo hablamos. No voy a ponerme a jugar contigo.
– ¡Vaya!, ¡no vas a jugar conmigo! ¿Y qué has estado haciendo desde que nos conocimos? No, no contestes. Antes dime: ¿qué hacías en el Pub de Quinn la noche que nos conocimos? -Keely se paró, lo miró a la cara y vio la respuesta en sus ojos-. Has sido tú, ¿verdad? Todo lo que le está pasando a Seamus. Es por ti.
– Keely, yo…
El corazón se le estaba desgarrando por segundos. Una cosa era sospechar de Rafe, pero otra ver confirmadas las sospechas en su cara.
– Crees que Seamus tuvo algo que ver con la muerte de tu padre. Estaba oyendo a mis hermanos hablar del tema y cuando dijeron tu apellido… no podía creérmelo. Pero luego todo encajó. Al fin y al cabo, ¿qué iba a hacer un hombre rico y de mundo con una empleada de un bar?
Rafe le agarró una mano y la apretó con tal fuerza que Keely no pudo retirarla.
– Escúchame un momento y te lo explicaré. Keely dio otro tirón y consiguió soltarse.
– Dime que no tienes que ver con que la policía haya detenido a mi padre. Dime que no eres tú el que ha mandado al inspector al pub -dijo apretando los puños, reprimiendo las ganas de golpearle-. Dímelo.
– No puedo -contestó Rafe antes de dejarse caer sobre el sofá-. Todo lo que dices es verdad. Encontré un testigo contra Seamus Quinn y lo convencí para que declarase. Llamé a un amigo que tengo en el departamento de inspección y le pedí que examinara el Pub de Quinn. Y cuando Seamus intente encontrar un contratista para limpiar el amianto, no habrá nadie en Boston que acepte. Y he comprado la hipoteca del pub y si fallan en el pago, me quedaré con el bar.
Su sinceridad le cayó como un puñetazo en el estómago, robándole el aire de los pulmones. No podía respirar. Abrió la boca, pero no consiguió hablar. ¿Cómo podía resultarle tan odioso el hombre con el que había compartido tantos momentos tan íntimos?
– Antes de decirme cuánto me detestas, quizá deberías considerar una cosa. ¿Y si es verdad?, ¿y si tu padre es responsable de la muerte del mío?
– No… no puede ser -contestó con voz trémula.
– Me parece que sí. Todas las pruebas lo indican.
Keely caminó hasta la ventana, se agarró a la barandilla y apretó hasta que los nudillos se le quedaron blancos.
– ¿Y yo?, ¿formaba parte del plan? ¿También me ibas a utilizar contra mi propia familia?
Rafe se levantó, pero ella retrocedió al verlo acercarse. No quería permitir que volviera a tocarla.
– Esa noche, a la salida del pub, no sabía quién eras. Imagínate mi sorpresa cuando me contaste que en realidad eras una Quinn.
– ¿Y no reconsideraste lo que estabas haciendo?, ¿a pesar de saber que era hija de Seamus?
– ¿Por qué había de hacerlo?
Keely se giró, fue a darle una bofetada, pero Rafe le detuvo la mano a tiempo. Luego la soltó.
– Es verdad, no tenías ningún motivo – murmuró ella-. Yo no era más que la tía a la que te estabas tirando. Muy bien, tú estás en un bando y yo en otro, fin de la historia. Pero no vas a ganar. Haré todo lo que pueda para asegurarme de que no haces daño a mi familia.
– Eso no va a pasar -contestó Rafe con una voz tan confiada que le produjo un escalofrío.
Luego la agarró por el brazo y tiró de Keely hacia la puerta. Al principio pensó que su intención era echarla del apartamento, pero luego se paró a recoger las llaves y pulsó el botón del ascensor. No, quería ponerla en ridículo, echándola incluso del portal.
– Suéltame -le ordenó Keely.
– No -dijo él. Entraron en el ascensor, pero no se paró en la planta de salida, sino que continuó bajando hasta el aparcamiento-. Vamos a hablarlo. Y después de oír mi versión de la historia, puedes volverte corriendo con los Quinn. Pero me vas a oír.
– No quiero oír nada que tengas que contarme. Son todo mentiras -Keely forcejeó, tratando de liberarse, pero en el fondo estaba rezando por que Rafe tuviera una explicación que justificara su comportamiento. O que, de alguna manera, entre los dos, descubrieran que se trataba de un gran malentendido.
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