– Entra -dijo Rafe tras abrir la puerta del coche.
– No.
– Entra -repitió impaciente, haciendo un esfuerzo por contener su frustración.
– Si quieres decirme algo, dímelo aquí.
– No, no podemos -Rafe hizo una pausa-. Necesito enseñarte algo -añadió y la empujó con suavidad para se metiera en el coche. Keely supo que debía haberse resistido, que se había convertido en el enemigo. Pero también sabía que Rafe no era la clase de persona que acusaba de asesino a alguien a la ligera. ¿Tendría alguna prueba que mostrarle?
Se acomodó de mala gana en el asiento del acompañante. No estaba traicionando a su familia por ir con él. Solo necesitaba conocer todos los hechos. Y, sin embargo, se sentía avergonzada. Tenía que reconocer que lo que sentía por Rafe había derrotado su lealtad hacia su familia.
– ¿Adonde vamos? -preguntó mientras él se sentaba.
– A un sitio donde podremos hablar -Rafe arrancó y bajó el seguro de todas las puertas pulsando un botón. Unos minutos más tarde, estaban en la calle, sorteando el tráfico del anochecer.
– ¿Adonde me estás llevando? -repitió Keely con el ceño fruncido cuando Rafe tomó la carretera interestatal norte.
En vez de responder, marcó un número en el teléfono del coche:
– Hola, soy Rafe. Estoy de camino al lago Aspen. Asegúrate de que haya comida en la cocina y de que la calefacción esté dada. Estaremos unos días como poco -dijo y colgó antes de devolver toda su atención a la carretera.
Keely sintió que se le formaba un nudo en el estómago. Nunca había visto a Rafe tan enfadado, tan lleno de rabia, a punto de explotar.
– ¿Se puede saber dónde está el lago Aspen?
– En Vermont.
– ¿Vermont? ¡No quiero ir a Vermont!
– Me da igual. Vas a ir -contestó con frialdad.
– No tienes nada que enseñarme, ¿verdad? Me has mentido para que subiera al coche.
– Si no, no lo habrías hecho.
– ¿Me estás secuestrando? Secuestrar va en contra de la ley. Si no quiero ir a Vermont, me estás secuestrando. Podría hacer que te detuvieran.
– Supongo -Rafe se encogió de hombros-. Pero, ya que te estoy secuestrando, no pienses que voy a dejar que vayas corriendo a la policía.
– Llévame otra vez a Boston -Keely se cruzó de brazos-. Ahora.
– No.
Se abalanzó sobre el volante, lo giró y el coche pegó un bandazo. Rafe maldijo mientras recuperaba la dirección, haciendo lo imposible por no perder los nervios.
– Tú y yo vamos a ir a Vermont. Puedes pasarte las próximas tres horas gritándome o tratando de matarnos o disfrutar del viaje. Yo preferiría disfrutar del viaje -Rafe introdujo un disco de música clásica en el reproductor.
Nada más ponerlo, Keely lo apagó.
– ¿Qué pretendes conseguir con esto?
– No lo sé todavía.
– Puedes contarme lo que quieras, no cambiaré de opinión. Mi padre no es capaz de asesinar a nadie. ¿O es que me quieres secuestrar para hacer sufrir a mi familia?
– Tu familia no sabe ni que existes -contestó con dureza Rafe-. Me costaría pedir rescate por una hija que Seamus Quinn no sabe que tiene. Además, tengo dinero de sobra.
– ¿Entonces qué quieres?
– Tiempo -dijo Rafe después de poner el disco de nuevo.
Pero Keely no estaba dispuesta a facilitarle las cosas. Pulsó el botón para expulsar el disco de la pletina, lo sacó y lo lanzó contra el asiento trasero.
– No voy a dejar que te salgas con la tuya. En cuanto el coche se pare, saltaré. Y luego llamaré a la policía para que te detenga.
Rafe miró por el retrovisor, cambió de carril y aceleró con suavidad.
– Lo que más me gusta de ir a Vermont es que no hay una sola señal de stop hasta el lago Aspen. ¿No es asombroso?
Keely apretó los dientes, emitió un gruñido de frustración. Rafe tenía respuesta para todo. ¿Cómo no se había dado cuenta de lo cretino que era? Miró el teléfono del coche y se preguntó si le daría tiempo a marcar el número de la policía antes de que la detuviera.
Pero Rafe adivinó sus intenciones y agarró el teléfono. Bajó la ventanilla y lo tiró.
– Acúsame también de ensuciar la carretera -dijo él.
Keely se recostó contra el respaldo. Estaba claro que no ganaría ese asalto. Pero tenía tres horas para urdir su huida. Y cuando tuviera un plan, aprovecharía la primera oportunidad que se le presentara. Mientras tanto, se aseguraría de que Rafe Kendrick pagara por todo lo que le había hecho. Por esos besos largos y profundos, por los orgasmos sísmicos. Por las conversaciones apacibles mientras cenaban y por los juegos en la ducha. Por hacerla dudar de su lealtad a los Quinn. Por todo lo que la había hecho… sentir.
Pero, mientras pensaba cómo vengarse, se preguntó si no sería ella la que pagaría más que ninguno. Le gustara o no, se había enamorado de Rafe Kendrick. Y ese podía ser el mayor error que había cometido en toda su vida.
Cuando llegaran a la cabaña, Rafe estaba dispuesto a quitar los seguros de las puertas y dejar que Keely saliera. No había parado de incordiar durante todo el viaje y dudaba seriamente si había hecho bien en llevarla a aquel refugio. Pero, a pesar de sus reproches, exigencias y amenazas, estaba deseando volver a desnudarla y hacer el amor como dos locos.
Si no había contestado a sus preguntas era porque todavía no tenía respuestas. No estaba seguro de por qué había decidido secuestrarla, pero presentía que si la dejaba marcharse sucedería algo espantoso. Y habría sido imposible hacerle ver su postura en el apartamento de Boston. En el lago Aspen tendrían la tranquilidad necesaria para solucionarlo todo. Solo cuando tuviera la certeza de que Keely comprendía su versión de la historia volverían a Boston.
Si el camino hasta la cabaña era difícil de encontrar en verano, en los meses oscuros de invierno era casi imposible. Redujo la velocidad y, al cabo de unos minutos, divisó una señal de madera clavada en un árbol. Nada más ponía Kendrick. Rafe condujo con cuidado entre la nieve y bajó una colina que llevaba a la cabaña, emplazada en la orilla del lago.
Miró a Keely. Estaba examinando los alrededores, sin duda planeando cómo escapar. Pero Kencor había adquirido todas las tierras que rodeaban el lago, así como el lago en sí.
– Los vecinos más cercanos están a tres kilómetros -la informó-. Y solo vienen en verano. Tienes un paseo de cinco kilómetros hasta la ciudad, si es que encuentras el camino.
Hacía frío. Había carámbanos colgando de las hojas, nieve sobre el tejado de la cabaña, aunque el encargado había retirado la del camino desde la llamada de Rafe. La luz del porche brillaba dándoles la bienvenida cuando empezó a nevar.
Rafe aparcó, se estiró hacia la guantera y sacó una linterna.
– Ya estamos -dijo mientras abría la puerta del conductor. Keely se negó a salir del coche. Permaneció de brazos cruzados, mirando testarudamente hacia delante-. Venga, tengo que enseñarte una cosa -añadió después de sacarla del coche a tirones.
Keely lo siguió, tratando de mantener el equilibrio sobre la nieve, mirando hacia los árboles que flanqueaban el camino.
– ¿Adonde me llevas? ¿Piensas atarme a un árbol para que no escape?
Rafe hizo una pausa, como si estuviera considerando la respuesta.
– No es mala idea. Pero los lobos terminarían contigo en menos de una hora. Se me ocurre otra forma mucho mejor de pasar el rato – contestó mientras avanzaban hacia la puerta de la cabaña. Antes de entrar sacó las llaves del coche, se las enseñó a Keely y las tiró a un pozo que había junto al porche-. Por si intentabas quitármelas. Nos iremos cuando yo diga -aclaró.
– ¿Cómo vamos a salir de aquí? -preguntó ella después de mirar al fondo oscuro del pozo. Rafe le dejó la linterna y Keely alumbró hasta convencerse de que no podrían recuperar las llaves-. Estás loco. Has tirado el teléfono y ahora tiras las llaves. Y si hay una emergencia, ¿qué?
– Siempre podemos hacer señales de humo -contestó tras arrebatarle la linterna. Luego se giró hacia la casa, complacida al ver que Keely lo seguía de cerca, asustada por la presencia de unos lobos que, en realidad, hacía años que no se veían por Vermont. Tal como había ordenado, la nevera estaba llena y la chimenea encendida-. Adelante, échale un vistazo. La cocina está ahí. Hay dos habitaciones. Elige la que prefieras -añadió apuntando hacia las puertas que había a sendos lados de la chimenea.
Rafe se sentó en un sofá colocado frente al fuego y se calentó los pies mientras Keely recorría la cabaña. Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y trató de contener un bostezo. Solo necesitaba unos momentos de silencio para estar bien. Pero se sobresaltó al oír la puerta trasera.
Ya había salido cuando llegó a la cocina. Rafe echó a correr, se resbaló con los escalones de la entrada y bajó los últimos dos con el trasero. Se levantó, trató de recuperar el equilibrio, se torció un tobillo y volvió a caerse, golpeándose la cabeza en esa ocasión.
– ¡Mierda! -gritó mientras intentaba ponerse de pie. Puso a prueba el tobillo y decidió que no estaba roto. Pero ya no podría alcanzar a Keely. Rafe lamentó haberla perdido de vista. Con el frío, la nieve y todo a oscuras, seguro que se perdería en el bosque. Y cuando la encontraran muerta de frío al día siguiente, él tendría la culpa.
Rafe sintió algo caliente en la frente, se tocó con la mano y notó los dedos húmedos de sangre.
– ¡Mierda! -repitió. Se sentó en un escalón y se llevó la palma a la brecha de la frente.
– ¿Estás bien?
La voz llegó de un árbol cercano.
– ¿Keely?
– ¿Lo estás?
– No -mintió Rafe-. Creo que me he roto el tobillo. Y me he hecho una brecha en la cabeza. Estoy sangrando, maldita sea.
El ojo de la linterna iluminó la nieve y, segundos después, Keely apareció a su lado. Lo observó unos instantes y maldijo con suavidad.
– No debería ayudarte -murmuró mientras se colocaba el brazo de Rafe sobre los hombros y lo ayudaba a ponerse de pie.
Este renqueó exageradamente hasta que hubieron regresado a la cabaña. Una vez allí, le quitó la linterna, sacó las pilas y se las guardó en el bolsillo. Luego plantó a Keely frente a la chimenea.
¡No te has roto el tobillo! -exclamó Keely.
– ¿Tienes idea de cuánto habrías aguantado en el bosque? Ha sido una estupidez. Mañana por la mañana te habrían encontrado muerta – Rafe se sentó en el sofá, se sacó del bolsillo un pañuelo y se lo llevó a la frente, que ya había dejado de sangrar. Keely siguió de pie, mirándolo con desconfianza, esperando la próxima oportunidad de escapar-. Quítate la ropa -le ordenó Rafe entonces.
– ¿Qué? -contestó Keely, y pareció que los ojos le habían crecido.
– Ya me has oído. Quítate la ropa. Y las botas.
– Si crees que vamos a acostarnos, estás muy equivocado. Si estás caliente, puedes irte a… tirarte a un árbol.
Rafe se levantó a regañadientes, la agarró y la sentó sobre la mesa del café. Luego se agachó a bajarle la cremallera de las botas y se las quitó de un tirón. Sin decir una palabra, las llevó a la chimenea y las echó al fuego.
Keely gritó y corrió hacia la chimenea, pero las llamas ya habían arruinado el calzado.
– Eran mis botas favoritas. Me costaron el sueldo de una semana.
– Te compraré otras. Como si quieres diez pares, maldición. Pero ahora no las necesitas. Así te será más difícil escapar, ¿no te parece? -se burló. Keely apretó el puño y le pegó en un hombro tan fuerte como pudo. Pero no pareció inmutarse-. Ahora la ropa.
– ¡No!, ¡no pienso dejarte que quemes mi ropa! -Keely le lanzó una mirada basilisca.
Pero Rafe no se dejó intimidar. No podía arriesgarse a que se fugase otra vez y se matara en el intento. Intentó agarrarle el jersey, pero Keely levantó una mano pidiéndole que parara. Se levantó de la mesita del café, caminó despacio hasta la cadena de música y, tras echar un vistazo al repertorio de discos, eligió uno y lo puso. Un solo de guitarra con aire de blues sonó por los altavoces.
Rafe la miró con cautela mientras Keely retrocedía hacia la mesa. De pronto, empezó a moverse siguiendo la música, contoneándose sinuosamente, imitando lo mejor que podía a una bailarina de striptease.
– ¿No querías que me quitara la ropa? – dijo mientras se quitaba la chaqueta y se la lanzaba. Le pegó en plena cara, pero Rafe no se molestó en sujetarla y la dejó caer al suelo, incapaz de apartar la vista.
Prenda a prenda, fue desvistiéndose: primero se sacó el jersey por encima de la cabeza, luego se quitó los vaqueros. Los balanceó delante de la cara de Rafe antes de dejarlos caer a sus pies y seguir con el baile. Rafe tuvo una erección… en contra de su voluntad. Keely había tomado el mando de la situación en unos pocos segundos, demostrando que, en lo concerniente al deseo, tenía la sartén por el mango
"Secretos en el tiempo" отзывы
Отзывы читателей о книге "Secretos en el tiempo". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Secretos en el tiempo" друзьям в соцсетях.