– ¿Se puede saber quién co…! Ah, hola… ¿Qué haces aquí? -preguntó al ver a Sylvie en la puerta.

– Buenos reflejos. Media palabrota: cinco dólares -dijo la secretaria-. Es Año Nuevo. ¿No deberías estar en casa?

– Sabes que no celebro las fiestas.

– Entonces, ¿qué hacías en la cabaña con una mujer en Nochevieja? -preguntó Sylvie.

– ¿Somos parientes? Porque deberíamos serlo, teniendo en cuenta el tiempo que le dedicas a entrometerte en mi vida -contestó Rafe-. Tú sí que deberías estar con tu familia -añadió para cambiar de tema.

Sylvie entró en el despacho, se sentó.

– He venido a trabajar porque los niños me estaban volviendo loca y mi marido estaba empapelando el cuarto de baño. Si no me hubiera ido, me habría visto obligada a darle mi opinión, se habría enfadado y habríamos estado rabiando el resto del día.

– ¿En eso consiste el matrimonio?

– ¿Por qué?, ¿te lo estás planteando?

– ¿Cómo se te ocurre! -Rafe soltó una risotada.

– No sé, estás muy raro últimamente. Pensaba que podías haber conocido a alguien.

– Quizá.

Se quedaron callados unos segundos. Sylvie, siempre impaciente, le dio una patadita al pupitre.

– ¿Entonces es eso? -preguntó por fin.

– ¿Cómo supiste que querías casarte?, ¿por qué estabas segura? O sea, decidir pasar el resto de tu vida con una persona es una decisión muy importante.

– No fue difícil -contestó Sylvie-. Simplemente, no podía imaginar mi vida sin él. Cuando pensaba en el futuro, formaba parte de todos mis planes. Hice la prueba de intentar quitármelo de la cabeza, pero era imposible. Así que eso: como no podía quitármelo, me quedé con él.

– Suena muy fácil.

– Lo es si no te complicas. Rafe se apoyó contra el respaldo y entrelazó las manos tras la cabeza.

– ¿Y Tom?, ¿sentía lo mismo que tú?

– No, al principio no. Me costó un poco convencerlo. Creo que a los hombres les cuesta más comprometerse que a las mujeres. Siempre creen que va a haber alguien mejor esperando a la vuelta de la esquina. Pero. antes o después, comprendes que aunque la persona que está a la vuelta de esa otra esquina sea más guapa, inteligente o rica, da igual.

Rafe cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás.

– Es verdad. Da igual.

– ¿El qué?

– Keely -Rafe hizo una pausa-. Keely Quinn. Sé que nunca encontraré a otra mujer como ella. Jamás.

– Entonces, ¿por qué no os casáis? -preguntó Sylvie con una sonrisa enorme.

– Problemas. Muy grandes. Su familia.

– Si la quieres, superaréis cualquier problema.

– Eso espero -Rafe alineó los papeles que había sobre la mesa y se puso de pie-. Me voy a casa. Hoy no estoy en condiciones de trabajar. Puede que mire un poco la tele o empapele alguna pared -añadió y Sylvie se echó a reír.

– En serio, si necesitas consejo, puedes contarme lo que quieras. Sobre todo si se trata de joyas, bombones y flores.

– Lo tendré en cuenta -Rafe se paró antes de salir del despacho-. Vuelve a casa, Sylvie. Y recuerda lo afortunada que eres por tener lo que tienes.

Mientras bajaba en el ascensor al garaje, Rafe repasó la conversación que acababa de tener con Sylvie. Aparte de su madre, era lo más parecido a una familia que tenía. Valoraba su opinión. Pero seguía sin creerse que enamorarse fuese algo sencillo. De hecho, era la cosa más difícil, desconcertante y perturbadora que le había pasado.

«Déjalo» se dijo. «Márchate antes de que Keely Quinn te corte las alas y no te deje volar».

Pero no podía alejarse de sus recuerdos, de las imágenes que poblaban su cabeza cada vez que pensaba en Keely. Estuviera donde estuviera, hiciese lo que estuviese haciendo, siempre estaría con él. ¿Cuánto tiempo?, ¿meses?, ¿años? ¿El resto de la vida?

Las puertas del ascensor se abrieron y Rafe echó a andar hacia el único coche estacionado esa mañana en el aparcamiento. Entró, puso la llave en el contacto y dio marcha atrás. Pero, al hacerlo, reparó en un par de guantes que había sobre el asiento del acompañante. Paró el coche, los agarró. Eran de Keely.

Rafe se los acercó a la nariz. Todavía conservaban su perfume. Cerró los ojos y dejó que el olor invadiera sus sentidos. Seguro que Keely los echaría de menos, sobre todo en invierno. Sacó el móvil del bolsillo y empezó a marcar el teléfono de la pensión donde se alojaba.

Pero tras pulsar los primeros dígitos del número, colgó.

– Maldita sea -murmuró. Era una excusa para verla de nuevo. Keely podía permitirse comprar otro par. Debía dejar que se marchara. De momento, tenía que solucionar sus problemas con su familia y apoyar a su padre.

Pero, en vez de guardarse el móvil, pulsó un botón de marcación automática. El dueño de una de las empresas contratistas preferidas de Kencor respondió a los dos tonos.

– Soy Rafe Kendrick. Necesito que me hagas un favor. Quiero que me encuentres a un depurador de amianto lo antes posible. En menos de una semana. Y que permita que el cliente pague con unas condiciones especiales de financiación. Que les reduzca el importe de la factura, yo abonaré la diferencia. Llámame cuando localices a alguien.

Después colgó y sonrió. Después de todo, quizá podía reparar algunos de los puentes que había quemado. Y quizá, algún día, podría volver a encontrarse con Keely a medio camino.

Capítulo 9

Keely estaba sentada junto al escaparate de la pastelería, concentrada en los tres bocetos que había dispuesto sobre la mesa. La novia y su madre llevaban media hora discutiendo los méritos de cada diseño y empezaba a impacientarse.

Lo último que le apetecía en ese momento era estar en Nueva York. Pero al volver de la cabaña de Rafe, se había encontrado con un montón de mensajes esperándola en la pensión. Su madre había tratado de ponerse en contacto por todos los medios. Al devolverle la llamada, se había encontrado con que Janelle y Kim habían tomado la decisión de abrir su propio negocio de tartas de diseño. Como se trataba, de un propósito de Año Nuevo, habían presentado su dimisión antes de que el reloj diera las doce de la noche, lo que dejaba a Keely con solo una ayudante, novata para colmo de males.

Así que había tenido que volver corriendo a casa y en los últimos días había estado trabajando a toda máquina para terminar los encargos que tenían pendientes. Keely suspiró con suavidad y miró a la novia y a la madre. ¿Tan difícil era escoger uno de los diseños? Si fuera su boda, sabría perfectamente lo que quería. Llevaría un vestido sencillo, con un corpiño irlandés, sin apenas velo. Y las damas de honor irían de azul profundo si la boda era en invierno y de melocotón claro si se celebraba en verano. La tarta tendría mucho colorido, con fresas frescas o rosas dulces para dar forma al diseño.

En cuanto al novio. Rafe llevaría un… Keely frenó en seco. Con todo lo que había pasado, ¿cómo se le ocurría pensar que podrían reunirse en el altar alguna vez? Era una fantasía irrealizable. Keely suspiró de nuevo. Pero habría sido un novio de lo más apuesto, con su chaqué y una rosa blanca en la solapa.

Podría estar planeando su boda en ese instante si no hubiese antepuesto su familia a Rafe. Si le hubiera dado la oportunidad, quizá le hubiera pedido que se casara con él. Se mordió el labio inferior. ¿Y si había renunciado a su única oportunidad de ser feliz en la vida?

– ¿Y si envejezco sola y me convierto en un saco de huesos y todos me empiezan a llamar la mujer de las tartas? -murmuró Keely.

– ¿Señorita McClain?

– ¿Sí? -Keely despertó de su ensueño-. Perdone, ¿qué decía?

– Me quedo con este -dijo la novia, apuntando hacia la tarta con forma de tulipán-. Es perfecta para una boda en primavera. Pero me preguntaba si podía cambiar el color de los tulipanes para ir a juego conmigo.

– Por supuesto. Ningún problema. ¿Por qué no me manda una muestra del color exacto que desea y yo lo cambio? También necesito el número definitivo de invitados para calcular el número de pisos de la tarta -contestó Keely sonriente. Luego se levantó, enrolló el diseño elegido y se lo dio a la novia-. Puede llevárselo para que lo vea el novio.

La novia le ofreció la mano y Keely la estrechó.

– Muchas gracias por acceder a hacer nuestra tarta. La primera vez que vi un diseño suyo supe que le encargaría mi tarta a usted.

– Son las mejores -añadió la madre-. Y Lisa Ann se merece lo mejor.

Keely acompañó a las dientas hasta la puerta de la repostería. Después de despedirse de ellas, recogió los diseños rechazados y volvió a la sala de trabajo. Fiona estaba ultimando otra de las tartas de Keely, para una boda estilo Luis XIV.

– Se supone que esto debería ser flor de lis.

– Si no te gusta cómo está, la haces tú – replicó Fiona.

Keely suspiró. Solo llevaba unos días en casa y ya estaban a punto de una nueva discusión. Fiona seguía sin aceptar su decisión de ir a Boston para conocer a su padre y a sus hermanos, y no había dejado de intentar disuadirla de su «estúpida» curiosidad. Por otra parte, parecía ansiosa por saber cualquier noticia que Keely pudiera darle sobre sus hijos. Entre eso y la preocupación de sacar la pastelería adelante, acababa saltando a la primera de cambio.

– Tengo que decirte una cosa, mamá.

– Lo único que quiero oír es que has vuelto para quedarte -contestó Fiona.

– Es importante -dijo Keely con suavidad.

– ¿Qué pasa? -preguntó preocupada-. ¿Los chicos están bien?

– Sí, al menos lo estaban la última vez que los vi. Es Seamus. Tiene problemas.

Fiona soltó una risotada sarcástica y negó con la cabeza.

– Eso no es nuevo. Siempre le ha gustado estar al borde de la ley.

– Esta vez es más grave: lo han acusado de asesinato.

– ¿Qué? -preguntó estupefacta, dejando al instante los preparativos de la tarta.

– ¿Recuerdas algo de un tripulante que murió en el barco de mi padre? Sam Kendrick.

Keely notó el cambio de expresión en el rostro de su madre, como si la sorprendiera oír aquel nombre después de tantos años.

– No -contestó-. No me suena.

– Tienes que saber algo. Un hombre murió en el barco de Seamus, mamá. Seguro que te habló del tema.

– Puede, pero ha pasado mucho tiempo – contestó Fiona mientras continuaba con la tarta-. ¿Me vas a ayudar o te vas a quedar ahí charlando?

– Haz memoria. Es importante.

– Espero que no estés pensando en volver a Boston en una buena temporada -dijo Fiona, cambiando de tema-. Ya vamos muy apuradas por tu última ausencia. No hemos podido aceptar ningún encargo nuevo desde que te fuiste. A este paso, tendremos que cerrar la primavera que viene. La gente quiere verte a ti. Tú eres la famosa, no yo, y no nos pedirán tartas si no hablan contigo de sus bodas.

– Es mi negocio. Y si decido que se vaya al garete es cosa mía -Keely se paró, consciente de lo duras que habían sonado sus palabras-. No voy a dejar que el negocio se venga abajo. Pero quizá estaría bien que bajáramos un poco el ritmo.

– Empiezo a pensar que prefieres Boston a Nueva York. Quizá deberíamos pensar en trasladar el negocio allí.

Keely sabía que su madre solo estaba siendo sarcástica, pero no era ninguna tontería. El negocio no, pero ella sí podía fijar su residencia en Boston. Al fin y al cabo, solo estaba a tres horas en coche si el tráfico no se torcía. Viajaría una o dos veces a la semana y, de ese modo, podría seguir viendo a…

Se frenó. ¡Era una locura! Keely se prometió no caer en la trampa de fantasear con compartir una vida con un hombre al que nunca podría tener. Siendo práctica, trasladarse a Boston perjudicaría la marcha del negocio. Y si trasladaba la repostería allí, tendría que conseguir una cartera de clientes nueva en una ciudad en la que la gente quizá no estuviera dispuesta a pagar miles de dólares en una bobada de tarta.

– ¿Cuándo piensas decírselo?

– Con todo lo que está pasando con Seamus, no termino de encontrar el momento adecuado -respondió Keely-. Sería confundirlos más todavía. Ojalá pudiera echarles una mano de alguna manera. Me ayudaría mucho para decírselo luego.

– Lee Franklin -murmuró Fiona de pronto.

– ¿Qué?

– Lee Franklin. Formaba parte de la tripulación. Él lo vio todo. Su mujer y yo éramos buenas amigas y me contó lo que él le dijo sobre el accidente. Tu padre no es responsable de la muerte de ese hombre, Keely.

– ¿Dónde puedo encontrarlo?

– Ni idea. No sé ni si sigue vivo -Fiona dejó la tarta y agarró una libreta y un lápiz. Garabateó un número, arrancó la hoja y se la entregó a Keely-. Es su número de la seguridad social. Supongo que podrás localizarlo.