– Mi padre solo estuvo casado con mi madre -contestó él, negando con la cabeza.

– Lo sé -dijo Keely-. Tu padre es mi padre. Y mi madre es tu madre. Me llamo Keely Quinn, nací seis meses después de que mi madre saliera de vuestras vidas -añadió de un tirón. Luego lamentó haberlo anunciado de ese modo. Podría haber tenido más paciencia.

Durante un rato prolongado, Conor se limitó a quedarse mirándola, totalmente anonadado. Luego se giró, dio cuatro o cinco pasos por la acera. Keely contuvo la respiración, desesperada por que respondiera algo, lo que fuera, que le permitiera atisbar lo que sentía. Por fin se dio la vuelta.

– No es posible. Es una locura. Mi madre está muerta, no tengo ninguna hermana.

Keely se sacó el colgante irlandés de debajo del jersey. La esmeralda brilló bajo la luz de las farolas.

– Me lo ha dado mi madre. Dice que Seamus lo reconocerá. ¿Lo reconoces tú?

Conor se quedó sin respiración y corrió hacia Keely. Agarró el colgante con una mano, frotó la esmeralda con el pulgar.

– Sí. Mi madre tenía un collar igual. Nunca se lo quitaba -dijo antes de dejar caer el colgante-. Seamus nos dijo que estaba muerta. No quisimos creerlo, pero con el tiempo nos pareció la única explicación lógica. Nunca intentó ponerse en contacto con nosotros.

– No está muerta -dijo Keely-. Vive en Nueva York. Se fue allí después de abandonar a tu… a nuestro padre. Yo nací allí.

– ¿Está viva? -preguntó asombrado Conor-. ¿Mi madre está viva?

Keely sintió la presión de las lágrimas en los ojos. Sabía por lo que estaba pasando Conor en ese momento: enterarse de que tenía una hermana y de que su madre, a la que creía muerta, no lo estaba.

– Acepté el puesto en el pub para poder conoceros. No quería engañaros, pero no estaba segura de cómo reaccionaríais. Al principio iba a decíroslo a todos a la vez, pero luego me asusté. Además, cuando el bar cerró, ya no sabía cuándo volvería a veros a todos juntos.

– Tienes que venir conmigo -Conor le agarró un brazo y echó a andar.

– ¿Adonde vamos?

– He quedado con mis hermanos en el pub. Tenemos que sacar todas las cosas para que el contratista pueda trabajar. Sean y Liam ya estarán allí. Quiero que les digas lo que acabas de contar.

Keely clavó los talones en el suelo, obligándolo a frenar.

– No sé si eso es buena…

– ¿Qué dices? -Conor rió-. Eres nuestra hermana. Ya es hora de que lo sepa todo el mundo.

– ¿Por qué no me reúno contigo allí? -se resistió Keely-. He venido en coche y necesito estar sola un momento… La verdad es que hasta ahora ha ido todo muy bien, ¿pero quién sabe cómo reaccionarán ellos?

Conor sonrió. Luego, la sonrisa perdió un poco de brillo mientras la miraba.

– Dios, recuerdo la primera vez que te vi fuera del pub, en la acera. Tenías algo que me resultaba familiar. Son los ojos -dijo al tiempo que le ponía dos dedos bajo la barbilla y le elevaba la cara hacia las farolas.

– Son del mismo color que los tuyos -dijo ella.

– Lo que demuestra que soy un policía buenísimo. Ni siquiera me lo imaginé -bromeó Conor, sin dejar de mirarla fijamente-. No puedo creer que seas real. Que estés aquí después de tantos años.

– Yo tampoco -Keely soltó una risilla-. Si supieras el tiempo que he tardado en atreverme a decírtelo.

– Pues te aseguro que el resto de mis hermanos se van a llevar una alegría.

– Quizá deberías decírselo tú -dijo Keely, poco confiada.

Conor le agarró la mano y le dio un pellizquito para animarla.

– No, creo que será mejor que se enteren por ti. Tengo el coche en esta misma calle. Quedamos a la salida del pub, ¿de acuerdo?

Jamás hubiera imaginado que fuese a resultar tan bien. Decírselo a Conor había sido tan sencillo… demasiado. Quizá llegaran los problemas a continuación. Pero, en tal caso, tendría que hacerles frente.

– Perfecto. Nos vemos en el pub -contestó por fin.

Por una parte, no quería separarse de él, pero necesitaba estar a solas un rato para renovar fuerzas. Al menos, Conor estaba de su parte. Y tenía la impresión de que era el cabecilla oficioso de la familia, el hermano al que los demás se dirigían cuando había un desacuerdo que dirimir. Si él quería que formase parte de la familia, encontraría el modo de convencer a los demás de que era parte de ella.

Keely corrió al coche, entró, apretó el volante. Estaba acelerada. No sabía si quería llorar o reír.

– Hola, soy Keely Quinn.

Por primera vez, le pareció que tenía sentido llamarse con ese apellido. Ya no era un sueño. Era Keely Quinn. Exhaló un suspiro profundo y arrancó el coche. Al terminar la noche, tendría una familia.

El trayecto hasta el pub pasó como en una nebulosa, distraída con pensamientos sobre lo que se avecinaba. Se sentía un poco mareada y se preguntó si no debería haber aceptado la invitación de Conor a ir en su coche. Pero le bastó con bajar la ventanilla para que el aire le despejara la cabeza. Una vez que se presentara a sus hermanos, tendría que llamar a su madre. Y luego llamaría…

Dejó el pensamiento a medias. No podía llamar a Rafe. Aunque estaba deseando oír su voz, no formaba parte de eso. No sería justo arrastrarlo de vuelta a su vida tan egoístamente. Cuando resolviera su vida familiar y el problema de Seamus, quizá pudiera volver a prestar atención a su vida amorosa.

La calle estaba casi vacía cuando aparcó en la acera frente al pub. Vio a Conor sentado en los peldaños de la entrada, acurrucado contra el frío. Era un hombre realmente agradable, seguro, en el que confiar. Le gustaba tenerlo de su parte. Keely lamentó no haber tenido oportunidad de crecer con él. Pensó que podría haber aprendido muchas cosas de su hermano mayor.

Aunque quizá siempre había tenido una parte de él en su interior. Había sido una Quinn desde que había nacido. Por mucho que hubiera intentado ser la hija de su madre, Keely sospechaba que se parecía más a sus hermanos: era emotiva, impulsiva, testaruda y porfiada, cien por cien Quinn. Por primera vez en su vida, sintió que encajaba en algún sitio.

Salió del coche y se acercó a Conor despacio. Este se puso de pie, sonrió.

– ¿Preparada?

– Supongo -Keely asintió con la cabeza.

Conor subió los escalones de dos en dos, abrió la puerta. Keely entró en el pub, tenuemente iluminado, forzándose a sonreír. Una melodía irlandesa sonaba a todo volumen por los altavoces, lo que impidió que advirtieran su llegada. Pero todos se giraron cuando Conor gritó:

– ¿Queréis quitar eso?

Liam alcanzó el mando del volumen y lo giró para bajar la música.

– ¡Keely! ¿Qué tal?, ¿qué haces por aquí? Suponía que ya habrías encontrado trabajo en otro sitio.

– Todavía no -Keely sonrió-. No hay muchos puestos vacantes para camareras patosas.

– Keely ha venido a contaros algo -terció Conor-. Vamos, díselo.

– No puedo soltarlo así -dijo ella, ruborizada.

– De acuerdo -Conor le agarró una mano y tiró de Keely hacia la barra. Luego, sujetándola por la cintura, la sentó sobre el borde. Los hermanos se reunieron alrededor, extrañados por su comportamiento-. Diles cómo te llamas.

– Ya lo sabemos -contestó Brian.

– No, no lo sabéis -Keely negó con la cabeza-. Mi verdadero nombre es Quinn. Keely Quinn.

Los cinco hermanos reaccionaron con sorpresa moderada.

– ¿Somos parientes? -preguntó Dylan.

– Totalmente -dijo Conor-. Miradle los ojos.

Todos se acercaron para examinarla como si fuese un gusano en un frasco de laboratorio. Keely esbozó una tímida sonrisa. Uno a uno, fueron tomando conciencia de la verdad y su expresión pasó de la curiosidad al asombro.

– Dios -murmuró Liam.

– ¿Es posible? -dijo Sean.

– Keely, diles quién es tu madre -intervino Conor de nuevo.

– Fiona McClain.

– ¿Y tu padre? -preguntó él y Keely tuvo que tragar saliva antes de responder.

– Seamus Quinn.

Conor asintió con una sonrisa radiante en la cara. Se giró a sus hermanos:

– Keely es nuestra hermana. Se quedaron los cinco en el más absoluto de los silencios.

– No tenemos ninguna hermana -dijo Brendan por fin-. ¿Cómo íbamos a tener una hermana y no saberlo?

– Enséñales el colgante, Keely.

Con dedos temblorosos, se sacó el colgante de debajo del jersey. Dylan se acercó un poco más.

– Me acuerdo de él. Mamá lo llevaba siempre. Cuando nos metía en la cama por la noche, le colgaba del cuello y yo enredaba los dedos en él hasta que me daba otro beso.

– Yo tengo una foto en la que está con ese colgante -dijo Sean.

– ¿Tienes una foto de nuestra madre? – preguntó Conor, girándose, al igual que el resto de sus hermanos, hacia Sean.

– Sí -reconoció este con el ceño fruncido-. La guardé antes de que papá lo tirara todo. No os la iba a enseñar. Me la habríais quitado a la menor oportunidad.

Luego metió la mano en el bolsillo trasero, sacó la cartera y extrajo una foto arrugada. Los hermanos se la pasaron de uno a otro, mirándola con atención.

– Yo también tengo una foto -dijo Keely. Buscó dentro del bolso unos segundos y sacó la foto que Maeve Quinn le había dado en Irlanda. Los hermanos se la pasaron-. La hicieron justo antes de que os fuerais de Irlanda. Tú todavía no habías nacido, Liam. Y, como ves, mi madre lleva el collar.

– Recuerdo ese día -dijo Conor.

– Era tan guapa -murmuró Brendan.

– Sigue siéndolo -Keely asintió con la cabeza-. Está viva. Vive en Nueva York.

De pronto, cinco pares de ojos se clavaron en su cara.

– Repite eso -le ordenó Dylan.

– Sé que os costará creerlo. Conor me ha dicho que pensabais que estaba muerta. Y no me veo capaz de explicar por qué os abandonó mi madre. Tendréis que preguntárselo a ella. Pero está viva y creo que le gustaría veros, si estáis dispuestos a verla. Tengo la sensación de que no ha dejado de pensar en vosotros un solo día.

– Nos dejó con un borracho -dijo Dylan con resentimiento-. ¿Tienes idea de lo que fue crecer en una casa así? Nunca nos llamó, ni siquiera se molestó en ver cómo estábamos.

– No es culpa de Keely -terció Conor-. Ella no tenía control sobre nuestra infancia. Así que quizá debamos discutir eso con nuestra madre, en vez de con ella.

Todos asintieron con la cabeza y Keely agradeció que no la culparan por los errores de su madre.

– Siento haber esperado tanto, pero no estaba segura de cómo decíroslo.

Brendan fue el primero en acercarse y estrechar a Keely entre sus brazos.

– Bienvenida a la familia, hermanita -dijo riendo-. ¡Qué cosas! Los hermanos Quinn con una hermana pequeña. Supongo que tendremos que empezar a vigilar nuestro lenguaje cuando estés delante.

– Keely tiene más noticias -intervino Conor-. Me ha dado una pista para localizar a uno de los miembros que formaban parte de la tripulación del Increíble Quinn cuando Sam Kendrick murió. Una pista de su madre.

– Mi… nuestra madre se acordaba de que había un tal Lee Franklin y que sabe lo que pasó. Si lo encontramos, puede contar su versión de los hechos y exculpar a Seamus del asesinato de Kendrick.

– Hablando de Kendrick -dijo Sean, agarrando una carpeta de la barra-, he estado investigando un poco. Este es el hijo de Kendrick. ¿Lo reconocéis? -preguntó tras sacar una fotografía.

– ¡Desgraciado! -exclamó Liam al tiempo que le arrebataba la fotografía a su hermano-. Ha estado en el bar. Ha venido varias veces en los últimos meses.

– ¿Lo has visto alguna vez? -le preguntó Sean a Keely al ver la cara de esta-. ¿Lo has atendido?, ¿te dijo algo?

– Creo que ha estado en el bar un par de veces, sí -murmuró, deseando que ninguno se acordara de la noche en que le había tirado el champán a la cara.

– Este es el que nos está complicando la vida -continuó Sean-. Es multimillonario. Trabaja en el sector inmobiliario. Supongo que se trata de algún tipo de venganza. Pero, ¿por qué va contando esas mentiras?

– Quizá crea que es verdad -dijo Keely. Sus hermanos se giraron hacia ella y se ruborizó-. No es que yo lo crea, pero puede que, por algún motivo, Kendrick esté convencido de que Seamus mató a su padre. Igual que vosotros estabais convencidos de que vuestra madre estaba muerta.

– Como vuelva a poner un pie en este bar, le hago tragarse los dientes de un puñetazo – gruñó Dylan-. Va a tener que aprender a hablar por gestos.

– Creo que lo primero que deberíamos es encontrar a este tipo y pegarle una tunda hasta que entre en razón -añadió Sean.

Mientras sus hermanos consideraban la forma más adecuada de tratar a Rafe Kendrick, Keely tomó la foto y miró la imagen del hombre que había sido su amante. Recorrió un dedo por cada facción de su rostro, recordando la sensación de acariciar sus labios, húmedos después de un beso, la superficie rugosa de la barba cuando necesitaba afeitarse, la intensidad de su mirada al desbordarse dentro de ella.