– Solo quería averiguar la verdad -contestó Rafe-. ¿Cómo iba a imaginar que Yaeger mentía?

– Sean, mira quién ha venido -Liam llamó a su hermano-. Es nuestro amigo Rafe Kendrick. Ha venido a presentarnos sus respetos.

El bullicio del bar fue apagándose mientras los seis hermanos se acercaban al extremo de la barra. Rafe se levantó, dispuesto a pelear con todos si hacía falta. No se acobardaría. Seis contra uno no le dejaba muchas opciones, pero no saldría corriendo… si eso suponía alejarse de Keely. Tenían la misma estatura y el mismo peso que él aproximadamente. El problema sería si lo atacaban todos a la vez. Entonces la pelea terminaría antes de empezar.

– No he venido a crear problemas -explicó Rafe-. Solo quiero hablar con Keely.

– ¿Keely?, ¿qué quieres de nuestra hermana? -preguntó Conor.

– He venido a decirle una cosa.

Dylan se acercó y le dio un empujón hacia la puerta. Rafe contuvo las ganas de plantarle un puñetazo en la mandíbula. No sería él quien diera el primer golpe.

– Lárgate de aquí, Kendrick -le ordenó Dylan-. Aquí no eres bienvenido. Y mucho menos por Keely.

– ¿No crees que eso debería decidirlo ella?

Dylan hizo ademán de agarrarle las solapas, pero Rafe le retiró la mano. El movimiento solo sirvió para aumentar la hostilidad de los Quinn. Sean saltó por encima de la barra y agarró los brazos de Rafe por detrás. Y Dylan le pegó un puñetazo en el estómago. El siguiente le impactó en la mandíbula.

– ¡Basta!, ¿qué estáis haciendo! -Keely apartó a Dylan de un empujón y miró a Sean pidiéndole que soltara a Rafe.

– ¿Conoces a este tipo? -preguntó Conor.

– Sí. Y os agradecería que dejarais de pegarle. ¿Qué sois, una panda de matones?

– Keely, es Rafe Kendrick -explicó Conor-. El que ha intentado amargarle la vida a Seamus. Fue él quien buscó a Yaeger para que declarara ante la policía.

– Solo quería averiguar la verdad -contestó Keely, empujando también a Conor.

– No hace falta que me defiendas -dijo Rafe-. Puedo hacerlo yo solo.

Keely se llevó las manos a las caderas y lanzó una mirada de advertencia a sus seis hermanos.

– No tendrías por qué defenderte. Debería bastar con que les pidiera que te dejaran en paz. ¿O no?

– ¿Os conocéis? -repitió Conor.

– Sí -dijo Liam de pronto-. Ahora me acuerdo. Estabais juntos una noche. Le tiraste una copa a la cara, Keely.

– Ya os he dicho que lo conozco -admitió ella.

Sean soltó a Rafe de mala gana y le dio un pequeño empujón.

– Decías que habías venido a hablar con Keely. Dile lo que tengas que decirle y lárgate.

– No creo que quieras oír lo que tengo que decir -contestó Rafe frotándose la mandíbula y apretando los dientes para comprobar su estado.

– Ya está bien. No quiero peleas. Conor, eres policía. Si dejas que se peleen, no estarás cumpliendo con tu labor -dijo Keely. Luego se dirigió a Rafe-. Dime lo que has venido a decirme.

– Keely, de veras creo que sería mejor que habláramos en privado.

– No tengo nada que esconder a mis hermanos.

– Está bien. Si es lo que quieres -Rafe carraspeó-. Keely Quinn, te quiero. Lo sé hace tiempo, pero creo que no me di cuenta hasta que me sedujiste aquella noche en la cabaña. Cuando te marchaste, pensé que podría olvidarlo todo. Pero no puedo… Cásate conmigo -le pidió después de tomar su mano y llevársela a los labios.

– ¿Qué? -exclamó atónita Keely.

– ¿Has pasado la noche con esta sabandija? -preguntó Brian.

– Sí -reconoció Keely-. Pero no…

– ¿Lo sedujiste? -se adelantó Sean.

– ¿Qué pasa? No era la primera vez. Él me había seducido la noche anterior. Y la anterior fue de mutuo acuerdo -Keely hizo frente a sus hermanos-. No me miréis así. Nunca dije que fuera virgen. Y vosotros no sois los más indicados para hablar precisamente. ¿A cuántas mujeres habéis seducido?

La prometida de Dylan se acercó desde la diana para sumarse a la discusión.

– Eso -dijo, animando a Keely con una sonrisa-. Buena pregunta.

– A mí también me gustaría saberlo -añadió la mujer de Conor.

Otra mujer se unió al grupo, agarrándose a Brendan por un brazo.

– Yo prefiero no hurgar mucho la cosa.

– ¿Cómo es posible que se nos haya vuelto esto en contra? -preguntó Dylan-. Yo sigo pensando que deberíamos ajustarle las cuentas a Kendrick.

– ¡Basta!, ¡nada de peleas en mi pub! – Seamus apareció con un bate de béisbol en la mano, palmeándolo contra la otra. Miró a Rafe-. Tu padre era un buen hombre y habría sido bien recibido en este pub. Pero preferiría que tú no volvieras. Y tú, Keely, vas a tener que tomar una decisión. Él o nosotros.

– Pero…

– Ya me has oído -atajó Seamus-. No hay más que hablar.

– Me da igual lo que crea tu familia, Keely -Rafe le dio un pellizquito en la mano-. Te quiero y si hace falta que me pegue con todos. lo haré -añadió mirando a su alrededor las caras hostiles de sus hermanos antes de devolver la atención a Keely.

Podía ser que Seamus tuviera razón. Ya no había más que hablar. Keely sabía lo que sentía por ella y el sentir también de su familia. Era su decisión.

Se apartó despacio, luego le soltó la mano. Keely siguió con la mirada clavada en su espalda mientras Rafe se dirigía a la puerta. Le costó lo indecible separarse de ella, pero si de veras lo quería, lo elegiría a él.

Pero al llegar a la calle, solo. Rafe suspiró derrotado. Se alisó el cabello.

– La fuerza del amor -murmuró-. Supongo que no lo conquista todo -añadió mientras se encaminaba hacia el coche.

De pronto, la puerta del pub se abrió y Keely salió corriendo y se lanzó a sus brazos.

– Lo siento, lo siento. Debería haberme ido contigo, pero no sabía qué hacer.

Rafe le acarició el pelo antes de besarla en la boca. Había olvidado lo bien que sabía, cómo le gustaban sus labios.

– Te he echado de menos, Keely. No he sido consciente de cuánto hasta ahora -dijo al tiempo que recorría las curvas de su cuerpo con las manos. Al verla temblar, se dio cuenta de que había salido sin abrigo. Rafe se quitó el suyo y lo puso por encima de ella, atrayéndola contra él-. Tengo algo para ti -añadió, labio contra labio.

– ¿Qué? -preguntó Keely y Rafe la abrazó con fuerza. Luego metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita de terciopelo-. ¿Qué es?

– Si no te gusta, podemos elegir otro. Keely se apartó del pecho de Rafe lo justo para abrir el estuche. Los ojos se le desorbitaron, se quedó sin respiración.

– ¿Es un anillo de compromiso?

– ¿Qué si no? -contestó él con una cálida sonrisa-. Te he pedido que te cases conmigo, ¿no?

– Creía… que solo lo decías para enfurecer a mis hermanos.

– Vamos, Keely -Rafe rió-. No hago estas cosas a la ligera. Lo que te he dicho lo he dicho de verdad. Te amo y quiero casarme contigo.

– Pero apenas nos conocemos -dijo ella mirando el anillo-. Aunque nos conocimos en octubre, en realidad solo hemos estado un mes juntos.

– ¿Tú me quieres?

– Sí -murmuró Keely.

– ¿Y quieres casarte conmigo?

– Sí. Pero hay tantas cosas…

– Entonces quédate el anillo -dijo Rafe-. No tienes que ponértelo ahora. Cuando estés preparada, cuando tu familia esté preparada, te lo pondré yo mismo para hacerlo oficial. Ahora quiero que vuelvas al pub. Se estarán preguntando adonde has ido -añadió antes de darle un beso en la frente.

– Pero quiero quedarme contigo.

– Cariño, vamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos. De momento, creo que será mejor que suavices las cosas un poco con tu familia. Les has soltado un bombazo. No creo que haga falta que entres en detalles sobre nuestra vida amorosa.

– No sé por qué he dicho eso -contestó Keely, mirándolo a la cara sonriente-. A veces no entiendo lo que sale por mi boca. Probablemente no ha sido lo más inteligente con mis hermanos ahí dispuestos a matarte.

– ¿Puedo creer que te casarás conmigo? Keely se puso de puntillas y lo besó.

– Sí, Rafe Kendrick. Me casaré contigo. Rafe se apoderó de su boca una vez más y la besó a fondo. Un beso que tendría que bastarles hasta que volvieran a verse. Pero tras haber obtenido las respuestas que quería, ya no le importaba si tenía que esperar un día, una semana o hasta un mes. Keely Quinn era suya y nada se interpondría entre los dos.

– Llámame esta noche -murmuró él-. Quiero oír tu voz antes de dormirme. O mejor, ven y pasa la noche en mi cama.

– No puedo -dijo Keely-. Me estoy quedando con Conor y Olivia y sabrán que pasa algo si no vuelvo a casa.

– Ya les has dicho que no eres virgen. ¿Crees que se sorprenderán?

– Pero no quiero tensar la situación -contestó ella-. Quiero darles la oportunidad de enfriarse para que pueda explicarles lo que siento. Mi relación con mi familia es demasiado reciente.

– Y la nuestra.

– Pero yo sé que me tú me quieres, Rafe. Con eso puedo contar. Puedo contar con eso, ¿verdad?

Rafe la abrazó de nuevo y posó los labios sobre su cabello.

– Para siempre -murmuró.


Rafe miró la dirección que había garabateado en un trozo de papel.

– Aquí es: East Beltran, 210. Paró el coche en la curva y aparcó unas puertas más abajo de la Repostería McClain, en Brooklyn.

Después de quitar la llave de contacto, salió del coche y se apretó el abrigo para protegerse del frío de enero.

El viejo edificio, impecablemente conservado, se encontraba en una calle tranquila de casas antiguas de ladrillo y pintorescos escaparates. Camino de la entrada, miró a través del cristal a un exhibidor lleno de tartas de todos los tamaños y formas. Se paró. Cuando Keely le había contado que preparaba tartas, se había imaginado algo más sencillo. Pero las muestras del escaparate eran auténticas obras de arte, esculturas dulces producto de una imaginación deliciosa. La imaginación de Keely.

Se ajustó la corbata, puso la mano en el pomo. No se había molestado en llamar a Keely para avisarla. En la última semana, no habían tenido ocasión de verse, aunque se habían llamado todas las noches y habían mantenido un par de conversaciones de alto contenido erótico. Rafe sonrió. Aunque al principio le había resultado excitante, no podía compararse con tener a Keely entre los brazos, mirarla, besarla y tocarla a su gusto. Así que había decidido darle una sorpresa.

Le había pedido a Sylvie que llamara por él, haciéndose pasar por una novia que quería encargar una tarta para su boda. Luego había reservado habitación en el Plaza como parte de su plan, que incluía invitar a Keely a comer, pasar la tarde de compras y una noche de pasión sin teléfonos por medio.

Un juego de campanas sonó sobre su cabeza al entrar. La parte de delante de la repostería servía de galería y en las paredes podían verse fotografías de las tartas. Se fijó en un diseño con forma de camisa hawaiana. En la siguiente, la tarta estaba decorada con pequeñas frutas.

– Es uno de nuestros diseños en mazapán.

Rafe se giró y se encontró ante una mujer mayor.

– Es bonito -comentó-. ¿Pero dónde encontráis piezas de fruta tan pequeñas?

– No es fruta de verdad -explicó ella-. Es mazapán, modelado y coloreado para que parezca fruta.

– ¿Mazapán?

– Exacto. Todo lo que ve en la tarta es comestible y delicioso -la mujer le tendió una mano-. Fiona McClain, ¿puedo ayudarlo en algo?

La madre de Keely, pensó Rafe al tiempo que negaba con la cabeza. Ya sabía que Keely se parecía a sus hermanos, pero también tenía la sonrisa cálida y la nariz delicada de su madre. No había caído en que tendría ocasión de conocerla en ese viaje, pero intentaría sacar partido de la novedad.

– Quiero encargar una tarta.

– ¿Qué clase de tarta?

– ¿Una tarta de boda?

– No suena muy seguro -Fiona rió-. ¿Quizá debería venir con su novia para ayudarlo a decidir?

– Me temo que no va a ser posible. Al menos en este viaje. ¿Puede enseñarme algunos diseños?

– Mi hija, Keely, se encarga de todos los diseños. Cada tarta es una creación exclusiva. Le gusta reunirse con sus clientes y comentar qué ideas tienen.

– ¿Está por aquí?

– Acaba de salir, pero no tardará en volver -contestó Fiona-. ¿Podría ir contándome un poco en qué clase de tarta piensa?

– ¿Qué precio tiene una como esta? -preguntó Rafe, apuntando hacia una de mucho colorido

– Hacemos tartas para todo tipo de presupuestos -Fiona sacó un álbum de fotos-. Esta costó diez mil dólares. Y esta otra ocho mil.

– ¿Por una tarta? -preguntó sorprendido Rafe.