– Depende del tamaño y la complejidad. La tarta de boda hay que elegirla tan cuidadosamente como el vestido de novia -explicó ella-. El vestido es el centro de atención durante la ceremonia y la tarta es la protagonista del banquete. Solo habrá un vestido y una tarta para ese día único. Así que tiene que ser la mejor tarta. Solemos recomendar a las novias que piensen en la tarta tanto como en el vestido. Dígame, ¿cuándo es la boda?
– Todavía no tenemos fecha fija -contestó Rafe.
– No podemos hacer un hueco en la agenda si no tiene fecha -dijo Fiona con el ceño fruncido-. Y hay que encargar con mucha antelación. Tenemos tartas pedidas para dentro de un año.
– ¿De veras?
– ¿Está seguro de que quiere elegir una tarta?
– Lo cierto es que no estoy preparado. En realidad no he venido por la tarta. Solo quería conocerla.
– ¿ A mí?-preguntó sorprendida Fiona.
– Me llamo Rafe Kendrick, estoy enamorado de su hija y tengo intención de casarme con ella. Así que supongo que tendrá que preguntarle a ella por la fecha.
– No… no entiendo -Fiona frunció el ceño-. ¿Conoce a mi hija?
– Nos conocimos en Boston. Soy el hijo de Sam Kendrick -explicó-. Puede que lo conociera, o a mi madre, Lila. Sam viajó en el barco de Seamus Quinn una vez.
– Primero lo interrogan las autoridades por la muerte de tu padre y ahora aparece…
– Es una historia muy larga y complicada que Keely y yo estamos tratando de desliar – se adelantó Rafe-. Nos conocimos antes de que ella supiera quién era yo y de que yo supiera quién era ella. Como imaginará, su padre y sus hermanos no están entusiasmados con nuestra boda. Y tenía la esperanza de contar con su apoyo. Keely y yo nos conocemos hace poco, pero la quiero de verdad. Y sé que ella también me quiere.
– ¿Y quiere que le dé permiso para casarse con mi hija? -preguntó desconcertada Fiona -. No estoy segura de poder dárselo, señor Kendrick- No lo conozco. Mi hija nunca me ha hablado de usted. Y no creo que pueda darle mi bendición en estas circunstancias.
– Soy un buen partido -dijo Rafe-. Soy dueño de una empresa consolidada. No pretendo fanfarronear, pero tengo mucho dinero. Puedo ofrecerle a Keely todo lo que quiera: una casa bonita, una buena vida. Puedo hacerla feliz.
– Señor Kendrick…
– Rafe, por favor.
– Rafe -repitió ella-, tengo entendido que le ha creado muchos trastornos a Seamus. Lo conozco y no es un hombre que perdone fácilmente. Creo que sería mejor que tratara de convencerlo a él antes que a mí. Además, Keely nunca me hace caso cuando se le pone una cosa entre ceja y ceja.
– Entonces quizá deba decirle que no aprueba nuestra unión.
– No la apruebo -contestó Fiona -. Solo os conocéis hace… ¿cuánto?, ¿un mes?
– En realidad son cuatro -dijo él-, Y a veces cuatro meses es suficiente.
– Y a veces no lo son cinco años.,Mi hija tiene su vida aquí, un negocio. No puede marcharse sin más a Boston.
– Sé que hay muchos obstáculos entre nosotros, pero estoy decidido a casarme con ella.
Las campanas de la puerta sonaron de nuevo y ambos se giraron para ver entrar a Keely. Esta sonrió y corrió a darle un abrazo.
– ¿Qué haces aquí?, ¿por qué no me has dicho que venías?
– He venido a invitarte a comer. Le pedí a mi secretaria que llamara para pedir cita, así que no puedes rechazar mi oferta. Tengo reservas en cinco restaurantes diferentes, tú eliges -Rafe se giró hacia Fiona -. ¿Nos acompaña a comer?
Solo entonces se dio cuenta Keely de que su madre estaba delante. Se apartó de Rafe y esbozó una sonrisa violenta.
– Su… supongo que debería presentaros.
– Ya lo hemos hecho -dijo Fiona.
– Rafe y yo estamos saliendo -explicó Keely-. Nos conocimos en Boston la primera noche que fui allí, el pasado octubre.
– ¿Sí?
– Sé que debería habértelo contado, mamá, pero estaban pasando muchas cosas. Rafe me ha pedido que me case con él y le he dicho que sí.
– Os conocéis hace muy poco, Keely.
– Lo sé. Pero tampoco vamos a casarnos mañana deprisa y corriendo. Todavía tenemos que planear la boda y tomar muchas decisiones. Y no podemos fijar una fecha hasta haber diseñado una tarta. Una tarta muy especial.
– Keely, no me parece bien. Y no creo que se lo parezca a tu padre, aunque no detestara a tu prometido.
– No voy a discutir esto -contestó con firmeza Keely-. Rafe y yo vamos a casarnos y nada de lo que podáis decir Seamus ni tú conseguirá separarnos. Y, ahora, ¿comes con nosotros o no?
– No -contestó Fiona -. Y tú deberías quedarte y ayudarme a terminar esta tarta.
– Luego. Mañana. Mañana tendré tiempo de sobra -Keely se agarró al brazo de Rafe-. Ahora mismo tengo que ir a comer con mi prometido.
Mientras salían de la repostería. Rafe le pasó un brazo sobre los hombros y la apretó contra su cuerpo. Pero una vez afuera, la sonrisa decidida de Keely dio paso a una expresión de preocupación.
– ¿Qué vamos a hacer?
– De momento, comer. Y luego se me había ocurrido que podíamos ir de tiendas a comprar algunas cosas que necesitaremos después de la boda. Y después tengo una suite en…
– ¡No! ¿Qué vamos a hacer con mis padres y mis hermanos? Todos te odian.
– Lo acabarán aceptando, Keely. Si estoy contigo, se verán obligados a aceptarme.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro?, ¿y si no lo hacen? Conflictos así pueden arruinar el mejor matrimonio -insistió ella-. Además, mi familia no es la única preocupación. Tengo un negocio aquí. Hay gente que cuenta conmigo. No puedo hacer las maletas y largarme a Boston así como así, ni tú puedes mudarte aquí. Aparte de mis padres y mis hermanos, nos separan más de cuatrocientos kilómetros de tráfico.
– Por no hablar de los tres o cuatro meses tan espantosos que hemos compartido -añadió Rafe con ironía. Luego respiró profundo y volvió a abrazarla-. Venga, olvidémonos de todo aunque solo sea por hoy. Tenemos una tarde y una noche enteras para disfrutar en Nueva York. Y vamos a aprovecharlas… ¿Me quieres? -preguntó mirándola a los ojos.
– Sí, pero…
Rafe le puso un dedo en los labios.
– Nada de peros. Con eso basta por ahora. Ya arreglaremos lo demás poco a poco.
Capítulo 11
Una tormenta de invierno rugía afuera. La nieve caía con fuerza contra las ventanas del apartamento de Rafe. Keely se acurrucó bajo el edredón, apretándose al cuerpo cálido y desnudo que tenía al lado. Cuando pasaban la noche juntos. Rafe nunca se molestaba en poner el despertador por la mañana. Esperaba a que se despertase y volvían a hacer el amor antes de compartir un desayuno relajados. Luego, Keely se iba a su coche o tomaba un tren de vuelta a Nueva York. O corría a casa de Conor y Olivia para estar un poco con su familia.
Empezaba a acostumbrarse a esas visitas fugaces. Y, al principio, le habían parecido emocionantes. Pero Keely sabía que Rafe no llevaba bien estar viéndose a escondidas. Robaban un par de tardes o noches a la semana y luego continuaban con sus vidas como si apenas se conocieran. Y cada vez que se despedían, advertía la impaciencia de Rafe en su mirada, en su forma de besarla, y se preguntaba cuánto tiempo más seguiría fingiendo que lo comprendía.
Keely había esperado que una vez que se sintiera más integrada con su nueva familia, sería capaz de plantearles la cuestión de su relación con Rafe. Pero si algo había aprendido en aquel último mes era que los Quinn tenían un gen rencoroso. Sus hermanos hablaban de Rafe con tal desprecio que Keely dudaba que su odio llegara a desaparecer algún día. Así que les ocultaba que seguía viéndose con Rafe, a la espera de algún cambio milagroso de actitud por parte de Seamus y sus chicos.
– ¿Qué hora es? -murmuró Rafe con voz adormilada después de darle un beso en el hombro.
– Temprano. Las siete quizá. Sigue nevando. Voy a tardar ni se sabe en volver a la ciudad.
– Entonces no vuelvas -gruñó él-. Quédate el día conmigo. Podemos refugiarnos aquí y ver películas, comer algo y echar siestas.
– No puedo. Tengo citas con tres novias para esta tarde. Y me falta terminar tres bocetos. Y tú tienes que trabajar.
– ¿Cuándo acabará esto? -preguntó él, frustrado.
– Es la vida, Rafe. Los dos tenemos trabajo. Los dos tenemos responsabilidades.
– Es un limbo, no la vida -contestó él-. Solo estamos esperando. Yo quiero empezar nuestra vida.
Keely se apoyó sobre un codo y lo miró. Estiró un brazo para retirarle un mechón que le caía sobre la frente.
– Está bien. Quizá debería quedarme a pasar el día.
– Contéstame, Keely. ¿Cuánto vamos a seguir así?
– Reconozco que pasamos mucho tiempo en la cama -bromeó ella.
– No intentes escaquearte -Rafe se incorporó-. Te pedí que te casaras conmigo y me dijiste que sí. Bueno, pues hagamos planes. ¿Cuándo vamos a casarnos?, ¿dónde?, ¿a quién invitaremos a la boda?
– No puedo decidir todo eso de golpe – dijo Keely-. Planear una boda lleva mucho tiempo.
– ¿Has decidido ya algo?, ¿le has dedicado un minuto a pensar al respecto?
Estaba enfadado. Keely se regañó por no haber accedido a quedarse a pasar el día nada más habérselo propuesto Rafe. De ese modo, habrían evitado la misma discusión de siempre.
– ¿Cuántas veces hemos hablado de esto en el último mes? -le devolvió la pregunta-. Me dijiste que no te importaba cuánto tiempo necesitara para solucionar las cosas con mi familia. ¿Lo decías en serio o estabas sobrevalorando tu paciencia?
– Es que no entiendo por qué te está llevando tanto tiempo. Me siento como un niño, escondiéndome, como si estuviéramos haciendo algo malo. Somos adultos. Deberíamos poder vernos siempre que queramos. Debería poder llamarte cinco veces al día y presentarme por sorpresa a hacerte una visita. Deberíamos poder hacer un viaje juntos y pasar las vacaciones con tu familia.
– Sí, eso sería genial -contestó con sarcasmo Keely-. Tú y los hermanos Quinn en el día de Acción de Gracias. Con el cuchillo de trinchar escondido.
– ¿Qué se supone que debo hacer? Te quiero en mi vida, continuamente. No solo cuando te viene bien. O a Seamus. O a tu madre. O a tus malditos hermanos.
– ¿Es que al menos no puedes entender cómo se sienten? -Keely suspiró-. Les has causado muchos problemas.
– Sienten lo que sienten porque no les has dado una buena razón para que sientan otra cosa. Yo hice lo que tenía que hacer y no me arrepiento. Hemos descubierto la verdad y ahora la vida sigue. Yo lo he aceptado. ¿Por qué no pueden ellos? Diles que me quieres y que quieres casarte conmigo. Y luego que si no les gusta, se pueden ir todos al infierno.
Keely retiró el edredón y salió de la cama.
Agarró la bata de seda que Rafe le había comprado y cubrió su cuerpo desnudo para protegerse del frío que hacía en el apartamento.
– No quiero seguir hablando de esto.
– Yo sí. Vamos a solucionar esto ahora o…
– ¿O qué?, ¿o hemos terminado?
– Sí -contestó Rafe con cara testaruda. Se cruzó de brazos-. Quizá sí.
– No hablas en serio -dijo ella.
– Sí.
– ¿Me estás dando un ultimátum?
– Supongo que puede decirse así -Rafe se encogió de hombros-. Sí, te estoy dando un ultimátum: o yo o tu familia. Eres una mujer adulta, Keely. Toma una decisión. Voy a ducharme. Espero una respuesta cuando salga.
Rafe salió de la cama y caminó desnudo hasta el cuarto de baño. Keely oyó el agua correr, pero no estaba dispuesta a dar por zanjada la discusión. Entró en el cuarto de baño y se plantó delante de la mampara de la ducha.
– Mi madre me ponía muchos ultimátums y no le servían de nada. Cuando alguien me dice que tengo que hacer algo, suelo hacer lo contrario.
– Eso mismo me dijo tu madre -contestó él por encima del ruido del agua-. Dijo que si se oponía a nuestro matrimonio, lo más probable era que siguieras adelante con la boda.
– ¿Ahora te dedicas a conspirar con mi madre?
– Aceptaré la ayuda de cualquier aliado de tu familia -dijo Rafe, asomando un segundo la cabeza-. Si tuvieras perro, intentaría hacerme amigo de él también.
– Esto es algo entre tú y yo -respondió Keely.
– Justo lo que yo digo -replicó él. Luego volvió a la ducha y subió el volumen de la radio a prueba de agua que tenía dentro, poniendo fin a la conversación.
Keely salió del cuarto de baño, empezó a recoger su ropa y la guardó de mala manera en la mochila.
Sí, habían tenido esa discusión una y otra vez desde que Rafe le había propuesto que se casaran. Y no, no había hecho nada por cambiar la situación con su familia, a pesar de haber aceptado su proposición. Todo eso era cierto. ¡Pero no se merecía un ultimátum!
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