– No puedo quedarme. Tengo que preparar una tarta.

– Tu cliente puede esperar -dijo Meggie.

– Este cliente no -Keely negó con la cabeza-. Tengo que preparar la tarta para mi boda. Voy a casarme con Rafe Kendrick.

– ¿Cuándo? -preguntaron a coro.

– No lo sé. Puede que mañana, puede que al día siguiente. Pero pronto.

Keely les dio un beso rápido de despedida a las tres, corrió al guardarropa por su abrigo y salió del restaurante. Si tomaba el metro hasta Brooklyn, podía ponerse con la tarta esa misma tarde. Al día siguiente por la mañana estaría lista y de camino a Boston. Después de todo, no podía casarse sin una tarta decente. Les daría mala suerte.

– Voy a casarme con Rafe Kendrick -se repitió Keely-. Voy a casarme con Rafe Kendrick y a la porra con lo que piense mi familia.


Rafe estaba sentado frente a la mesa del despacho, con los pies encima del borde, sujetando el Wall Street Journal. Intentaba concentrarse en el artículo que estaba leyendo, pero había empezado y parado tantas veces que comenzaba a rendirse. Los índices de interés tendrían que esperar. Maldijo para sus adentros, bajó los pies de la mesa y dobló el periódico.

Estaba trabajando duro últimamente, entregándose a distintos proyectos nada más que para no pensar en Keely. Se reprochaba la pelea que habían tenido y que hubieran roto su compromiso… aunque nunca habían llegado a estar comprometidos de forma oficial. Lo había advertido en contra de los ultimátums y se había negado a echarse a atrás. Y al salir de la ducha, se había marchado del apartamento, dejando el anillo de compromiso encima de la mesilla de noche. El mensaje era evidente. Por parte de ella, habían terminado.

Llegado a ese punto, ¿en qué dirección debía dirigir su vida? Rafe había hecho todo lo posible por convencerla de que se pertenecían el uno al otro. Pero no se habían enamorado en el momento adecuado. Mientras no resolviera sus problemas con la familia, permanecería en segundo plano.

Si no tuviese tanto orgullo, quizá pudiera aceptar que no lo antepusiera. Quizá podrían seguir como hasta entonces, continuar a espaldas de su familia, sin llegar a comprometerse totalmente. Pero si él estaba dispuesto a dar prioridad a Keely en su vida, esperaba que esta hiciera lo mismo.

Rafe abrió el cajón de la mesa y sacó el estuche de terciopelo. No estaba seguro de por qué había guardado el anillo. Quizá no había perdido la esperanza de que Keely volviera a ponérselo algún día. Podía devolverlo a la joyería para que el anillo no se la recordara. Y quizá se hiciera un viaje con el dinero. A algún lugar de clima cálido con muchas mujeres bonitas y muy poca ropa encima.

Cuando llamaron a la puerta, metió el estuche en el cajón y lo cerró. Segundos después, Sylvie entró en el despacho con un paquete grande en las manos.

– Acaban de entregarlo.

– ¿Qué es?

– No sé. Pone que es personal y confidencial -Sylvie lo dejó sobre la mesa-. ¿Quieres que lo abra?

– ¿Por qué no?, ¿no significa eso personal y confidencial?, ¿que Sylvie puede abrir el paquete?

Sylvie desgarró la parte superior de la caja. Miró. Frunció el ceño.

– ¿Qué es? -preguntó Rafe.

– No estoy segura -dijo ella. Bajó la mano, la retiró y se llevó el dedo a la boca-. Creo que es un pastel. Aunque parece un par de zapatos. Italianos quizá.

Rafe se levantó y miró el interior del paquete. Se echó a reír.

– Zapatos italianos. Lo ha enviado Keely.

– Te ha mandado una tarta con forma de zapatos.

– La noche que nos conocimos vomitó encima de mis zapatos. Los echó a perder. Y me prometió que me regalaría otros.

– Qué dulce -dijo Sylvie.

– Sí, lo es -murmuró Rafe. La pelota había estado en su lado de la pista y Keely acababa de golpear. Lo que significaba que no habían terminado del todo. Se pasó la mano por el pelo y sacudió la cabeza-. Esta mujer es capaz de volver completamente loco a cualquiera.

– Está de vicio -dijo la secretaria, chupándose todavía el dedo-. ¿Nos la comemos ya o solo es para mirarla?

– Se supone que es para disfrutarla -dijo una voz suave. Se giraron los dos. Keely estaba en la puerta con una sonrisa tímida en los labios. Llevaba un vestido largo de lana para el frío, sombrero y bufanda-. Es de plátano. No son zapatos italianos, pero saben mucho mejor -añadió mirando a Rafe.

Este la contempló durante un largo momento. Aunque había intentado no pensar en ella durante la anterior semana, no había sido capaz de quitársela de la cabeza. Y de pronto sabía por qué. Era la mujer más bella que había visto, la única a la que jamás amaría.

Se acercó a Keely despacio, le quitó el sombrero y le desanudó la bufanda. Sylvie se encargó de las dos prendas.

– Voy por un cuchillo y unos platos -dijo, saliendo a toda prisa del despacho.

– Es una tarta estupenda -murmuró Rafe-. Tienes mucho talento.

– Un diseño original -comentó Keely-. Las tartas de boda son mi especialidad.

– ¿Tarta de boda? -Rafe enarcó una ceja-. ¿Para quién?

– Para nosotros. Creo que si vamos hoy por la licencia, podremos casarnos el jueves.

– ¿Lo dices en serio? -preguntó él, mirándola a los ojos.

– Sí -contestó Keely-. No voy a esperar a que mi madre, mi padre y mis hermanos estén de acuerdo. Quiero casarme ya, Rafe. Quiero demostrarles que formas parte de mi vida. Te quiero. Eso es lo único que importa.

– ¿Pero no quieres tener una boda por todo lo alto?

– No es fundamental. Nunca pensé que diría esto, pero no lo les. Lo que importa es que estaremos casados y podremos empezar una vida juntos. Bueno, di, ¿te casarás conmigo?

– Sí.

Keely entrelazó las manos por detrás de la nuca de Rafe. Que no podía creerse que aquello estuviese pasando de verdad. La abrazó con fuerza y luego la besó despacio, a fondo, hasta que se convenció de que no se trataba de una alucinación.

Keely echó la cabeza hacia atrás y lo miró a los ojos.

– Quiero mi anillo -dijo-. Espero que no lo hayas devuelto a la joyería.

– Está en un cajón de la mesa.

Keely se desembarazó del abrazo y empezó a buscar por los cajones del escritorio. Rafe se agachó, abrió el de en medio, rescató el anillo de entre una pila de clips.

– Esta vez te lo dejarás puesto, ¿no?

– Intenta quitármelo y verás -contestó Keely mientras extendía el anular. Rafe introdujo el anillo en el dedo y ella sonrió-. Bueno, ¿qué hacemos primero?

– ¿Se lo has dicho a tus padres?

– No. Ni voy a hacerlo. Tú y yo vamos a casarnos y si no les gusta, pueden… irse al infierno.

– Quizá deberías pensártelo, Keely -dijo Rafe, acariciándole una mano-. Se enfadarán mucho si te casas conmigo en secreto. Pensarán que te he convencido yo.

– Y es verdad -contestó Keely. De pronto, frunció el ceño-. ¿Estás dando marcha atrás? Pensaba que esto era lo que querías.

– Por supuesto que sí. Pero, ¿es la forma de abordarlo?

– Es la forma que quiero -sentenció ella-. Antes pensaba que quería una boda grande, cuanto más complicada mejor. Pero me he dado cuenta de que lo importante no es la boda. Sino el matrimonio. Quiero estar casada contigo, Rafe. Hasta que la muerte nos separe. Así que hagámoslo.

– De acuerdo -Rafe sonrió. Le agarró la cara entre las manos y le dio un beso rápido-. ¿Dónde?

– Aquí en Boston, en el ayuntamiento. He llamado para informarme sobre la licencia. Hay que esperar tres días para que nos la concedan, así que si vamos hoy, podemos casarnos en tres días.

– Vale. Pero si tenemos tres días, al menos deberíamos hacer que sea especial.

– De acuerdo. Me compraré un vestido.

– Y yo te compraré flores. ¿Y qué tal una luna de miel?

– No sé -dijo Keely-. Quizá tengamos que retrasarla un poco.

– Yo me ocuparé de la luna de miel -contestó él con una sonrisa picara.

– Entonces hecho. Hemos planeado nuestra boda en… ¿cuánto?, ¿diez segundos? Debe de ser un récord.

– Necesitaremos un testigo -dijo Rafe justo antes de pulsar el botón del interfono-. Sylvie, ¿puedes venir?

Segundos después, Sylvie apareció en la puerta del despacho.

– ¿Queréis un trozo de tarta?

– Ponla en la nevera. Luego cancela todas mis citas de las próximas dos semanas. Y déjate libre el jueves. Keely y yo vamos a casamos y te necesitamos como testigo.

– ¿Os vais a casar?, ¿de verdad? -preguntó asombrada Sylvie.

– Y llama al juez Williams, a ver si puede encargarse de la ceremonia. Trabajé con él en la cena de beneficencia que organizamos el año pasado para el alcalde. Y voy a necesitar unos billetes de avión.

– ¿Estoy invitada a la boda? -preguntó Sylvie-. ¿Queréis que llame a los otros invitados?

– Eres la única invitada -dijo Keely-. Hemos decidido hacer una boda sencillita.

– De acuerdo. Supongo que tengo que ponerme a trabajar -dijo antes de marcharse y cerrar la puerta del despacho.

Rafe levantó a Keely y la hizo girar mientras le daba un abrazo fuerte. Casi tenía miedo de soltarla, miedo de que cambiara de opinión. Aunque aquello era justo lo que quería. Rafe no podía evitar seguir albergando algunas dudas. En realidad no había resuelto el problema con la familia de Keely. Solo lo habían sorteado por el momento. Pero, antes o después, Keely tendría que contarles que estaban casados y afrontar las consecuencias.

Si fuera un hombre sensato, echaría el freno de mano. Al fin y al cabo, Keely siempre había sido una mujer impulsiva y no había mejor ejemplo que aquel. Pero Rafe quería a Keely mucho más que actuar con sensatez. Si estaba decidida a casarse en tres días, ¿quién era él para discutírselo?

Capítulo 12

Keely estaba fuera de la sala del juez de paz, apretando el ramillete de rosas blancas, tratando de serenarse. No había esperado ponerse tan nerviosa. La decisión de casarse con Rafe había sido sencilla. Pero no había tomado conciencia de la trascendencia de dicha decisión hasta ese instante. En menos de una hora sería la señora de Rafe Kendrick. El estómago se le revolvió y sintió una arcada.

– Dios -susurró Keely.

– ¿Qué pasa? -preguntó Rafe. Estaba tranquilamente sentado en un banco de madera, mirándola dar pasos de un lado a otro.

– Nada.

– Pareces un poco pálida.

– Estoy bien -insistió Keely.

– Cariño -Rafe le agarró una mano-, ¿por qué no te sientas y te relajas? Todavía falta un rato.

– ¿Que me relaje? -preguntó ella casi histérica-. Es el día de mi boda. ¿Cómo voy a relajarme? ¿Por qué no estás tú nervioso? Eres el novio. ¿No se supone que deberías estar arrepintiéndote en estos momentos? ¡Deberías vomitarme tú en los zapatos!

Rafe tiró de Keely para que se sentara a su lado.

– No, no estoy nervioso. Me voy a casar con la mujer a la que quiero. ¿Por qué iba a arrepentirme?

– ¡Porque es lo que hacen los novios! – contestó Keely justo antes de sentir otro acceso de vómito-. Dios…

Rafe maldijo con suavidad, le puso una mano en la nuca y le agachó la cabeza con delicadeza.

– Respira -dijo y soltó una risilla.

– ¿De qué te ríes? -preguntó Keely.

– ¿No fue así como empezamos? Tiene una simetría perfecta, ¿no crees? -contestó mientras le acariciaba la espalda-. Si no quieres que lo hagamos hoy, siempre podemos volver cualquier otro día. La licencia vale para tres meses.

Quizá se habían precipitado un poco. Keely siempre había luchado contra su naturaleza impetuosa, ese gen dominante que por fin entendía le venía de los Quinn. ¿Cuántas historias le habían contado en las anteriores semanas sobre las cosas tan arriesgadas e impetuosas que habían hecho sus hermanos? Y ella no hacía sino seguir el ejemplo.

Por otra parte, se estaba casando. Era la decisión más importante de su vida. Quizá debería haberse tomado algo más de tiempo para planear una boda de verdad y darse la oportunidad de acostumbrarse a la idea.

– ¿Tú quieres que nos casemos hoy? -le preguntó entonces.

– Yo quiero lo que tú quieras, Keely -dijo Rafe tras levantarle un momento la barbilla para poder mirarla a los ojos-. Tengo la sensación de que te he presionado demasiado. Quizá deberíamos esperar a que se lo hayas dicho a tus padres. Deberían estar aquí.

– Un momento estupendo para dar marcha atrás -murmuró ella-. Me he comprado un vestido, has planeado una luna de miel y…

– Puedes reservar el vestido, conservaremos la tarta en la nevera y nos iremos de vacaciones, en vez de de luna de miel. No cambiará mis sentimientos. Te quiero y estoy dispuesto a esperar si es lo que decides.