– Evidentemente, debe de ser algo importante -dijo Elizabeth.

– Evidentemente -repitió él.

Había decidido tener el teléfono móvil apagado casi todo el tiempo, y le había pedido a la gente de la oficina que no se pusiera en contacto con él a través del teléfono del chalet salvo que fuera una emergencia.

El hombre uniformado le indicó dónde estaba el teléfono. Este estaba en un rincón de la habitación. Reed se sentó en una silla.

– ¿Sí?

– Reed, soy Mervin Alrick. Reed se sorprendió de oír la voz del padre de Elizabeth.

– ¿Señor Alrick?

Elizabeth miró a Reed frunciendo el ceño.

– Me temo… Me temo que te llamo para darte una noticia terrible.

El pecho de Reed se comprimió.

– ¿Sí? -preguntó lentamente.

Elizabeth lo miró, preocupada.

– Se trata de Brandon.

– ¿De Brandon?

Elizabeth se puso de pie.

– Brandon y Heather han tenido un accidente de coche en la costa.

– ¿Están bien? -Reed extendió la mano hacia Elizabeth, y ella se acercó para tomársela.

– ¿Qué? -susurró ella.

– Me temo… -Mervin carraspeó.

– ¿Señor Alrick?

– Han muerto.

– ¿Ellos?

– Ambos -dijo Mervin con voz rota.

Reed tiró de Elizabeth hacia él. Al ver la expresión de Reed, ella lo miró con miedo.

– Díselo a Elizabeth -agregó Mervin.

– Sí, por supuesto. Iremos allí lo antes posible. ¿Y Lucas?

– Está bien. Él estaba con la niñera.

– Mi avión está en Francia. Iremos directamente a San Diego.

– Sí… Bueno… -Mervin estaba intentando mantener el control.

– Lo llamaremos pronto -dijo Reed y colgó.

– ¿Reed? -preguntó Elizabeth.

Él se dio la vuelta para mirarla, y puso una mano en cada uno de sus hombros.

– ¿Porqué tenemos que ir…?

– Se trata de Brandon -dijo Reed. No sabía cómo decírselo-. Ha muerto en un accidente de coche hoy.

Elizabeth negó con la cabeza.

– ¡No! ¡No! ¡No puede ser!

– Heather ha muerto también.

Elizabeth dio un paso atrás. Seguía agitando la cabeza.

– Lo siento mucho, cariño.

Brandon era su único hermano y ella lo adoraba.

– ¡No puede ser! -susurró Elizabeth con lágrimas en los ojos.

Reed la estrechó en sus brazos. Ella se quiso soltar.

– No… No es posible… No puedo creerlo… No lo creo…

– Tengo que llamar a Collin -Reed agarró el teléfono sin dejar de abrazarla-. Él se pondrá en contacto con el jet y organizará todo.

Elizabeth dejó escapar un gemido que rompió el corazón de Reed.

– Tenemos que ir a California -dijo Reed-. Lucas nos necesita.

Elizabeth levantó la mirada y se quedó petrificada.

– ¿Y Lucas?

– Lucas está bien. Está con su niñera. Pero tenemos que estar con él.

Ella asintió. Las lágrimas corrían por su rostro sin parar. Reed rodeó sus hombros y usó la otra mano para llamar a Collin.

Capítulo Ocho

Elizabeth pasó la siguiente semana en un estado de shock, teniendo a Lucas en brazos, consolando a sus padres, asistiendo al funeral en California.

Afortunadamente, Reed se ocupó de todos los asuntos legales del testamento. Su hermano había nombrado a Elizabeth como custodia de Lucas y a Reed como administrador de su finca. Entre Reed y Collin ella sólo había necesitado firmar papeles y recoger las cosas de Lucas.

Había visto brevemente a los padres de Heather en el funeral. Estos estaban prácticamente paralizados por el dolor. Apenas habían hablado, pero habían abrazado a Lucas todo el tiempo, claramente afectados por el hecho de que se mudaba a Nueva York.

Por fin, estaban de regreso en el ático. La habitación de Lucas ya estaba arreglada y decorada y él estaba adaptándose bien a una rutina con Elizabeth. Seguía un poco triste y confuso por momentos, pero ya había empezado a gatear por el piso, poniéndose de pie agarrado a los muebles, y demostrándole a Elizabeth que tenía que hacer muchos cambios si quería proteger tanto a él como a sus valiosas antigüedades.

Elizabeth le dio un ligero beso en el pelo y lo puso contra su hombro para llevarlo a su cuna. Aquel día se le había hecho tarde para la siesta. Lucas había estado muy inquieto y caprichoso y había mordido todo lo que encontraba a su paso.

Al pobre le estaban saliendo los dientes, y lo estaba pasando mal.

Elizabeth se puso de pie. Hubo golpes en la puerta y el niño se sobresaltó en sus brazos. Ella lo acunó inmediatamente, rogando que permaneciera dormido.

Rena apareció desde la cocina, secándose las manos en un paño.

Elizabeth le hizo señas para que no despertase al niño, y el ama de llaves se dirigió a la puerta de entrada mientras Elizabeth llevaba al niño por el pasillo. Luego lo dejó suavemente en la cuna.

Dejó la puerta entreabierta y volvió al salón.

Allí encontró a Rena con un sobre en la mano.

– Es para usted -dijo la mujer.

La dirección del remitente era de unos abogados de California. Elizabeth suspiró. Debía de ser algo relacionado nuevamente con el testamento.

– Estaré en el despacho de Reed.

Abrió el sobre del correo privado y leyó por encima la carta. Algo le oprimió el corazón. Pero decidió leer detenidamente la carta.

Los padres de Heather querían a Lucas. Aquélla era una notificación legal en la que la familia Vance se oponía al testamento.

Querían que Lucas volviera a California, querían criarlo ellos, se oponían a los deseos de Heather y Brandon y querían quitarle a su sobrino.

Con mano temblorosa, Elizabeth marcó el número de Reed.

No estaba en la oficina. Entonces, trató de localizarlo en el móvil. Pero saltó su contestador y tuvo que dejar un mensaje.

Rena volvió a golpear la puerta.

– ¿Señora Wellington? -Rena apareció en la puerta del despacho-. Hanna Briggs ha venido a verla.

– Que pase.

– ¿El bebé ya está dormido? -preguntó Hanna con una sonrisa en los labios cuando entró. Pero, al ver la expresión de Elizabeth, dejó de sonreír

– Echa una ojeada a esto -dijo Elizabeth y le dio el papel.

– No pueden hacer esto -dijo Hanna.

– Lo están haciendo. Creen que serán mejores padres que yo.

– Eso es ridículo.

– Alegan que han visto a Lucas todos los días de su vida, que San Diego es un lugar mucho mejor para criar a un niño, que Lucas los conoce mejor. Además de eso, ellos son padres con experiencia, mientras que yo… -la voz de Elizabeth se quebró-. Yo sólo tengo experiencia en comprar ropa de diseño y organizar fiestas.

Hanna le agarró la mano.

– Eso es una locura.

– No se equivocan. Yo, efectivamente, compro ropa de diseño y organizo fiestas. Y hasta la semana pasada, no había cambiado un pañal en mi vida.

– Bueno, tienes razón. Porque el cambio de pañales es la primera cosa en la que piensa un juez a la hora de determinar la custodia de un niño.

– Sabes a qué me refiero.

– Lo sé. Pero te estás adelantando a los hechos.

Elizabeth sabía bien lo que quería decir Hanna. Se había adelantado a los hechos cuando había pensado que Reed la engañaba con otra mujer y cuando había pensado que Joe era un delincuente.

– No puedo ponerme en contacto con Reed.

– Probablemente esté en una reunión.

– El siempre está en una reunión.

Desde el viaje a Francia las cosas entre ellos habían mejorado, pero ella sentía que, lentamente, volvían al estado anterior. Y aunque estaba muy ocupada con el pequeño Lucas, no podía dejar de notar que Reed tenía las noches llenas de obligaciones por sus numerosos negocios.

– Tal vez deberías llamar a Collin -sugirió Hanna.

– Tú odias a Collin.

– Sólo porque es abogado. Pero tienen su utilidad.

Elizabeth pensó en aquello.

¿Esperaba a ponerse en contacto con Reed? ¿O empezaba a actuar por su cuenta? Tenía que desarrollar cierta independencia de Reed.

Decidió llamar a Collin.

Reed no estaba con él. Pero Elizabeth decidió hablarle.

– En realidad, necesito un consejo legal.

Hubo una pausa. Luego Collin dijo:

– Por supuesto.

Elizabeth le contó lo que había sucedido y los detalles del caso.

– ¿Sabe Reed esto?

– No he podido ponerme en contacto con él.

– Le diré que te llame -Collin colgó.

Elizabeth colgó frunciendo el ceño.

– No me ha servido de mucha ayuda.

Sonó el teléfono.

Elizabeth contestó, aliviada.

– ¿Has recibido mi mensaje? ¿Por Collin? Creí que no estabas con Collin.

– No estoy con él. Collin me ha llamado.

O sea que atendía las llamadas de Collin y no las suyas, pensó Elizabeth.

– ¿Dónde estás? -preguntó ella.

– ¿Qué sucede? Collin me ha dicho que los Vance se han puesto en contacto contigo.

Elizabeth le explicó el contenido de la carta.

– Collin va a pasar por el ático para llevarse los papeles -dijo Reed-. No quiero que te preocupes por ello.

– ¿Cómo puedo no preocuparme por ello? -Elizabeth miró el reloj. Eran casi las cinco-. ¿No vas a venir a casa ahora?

– Tardaré un poco. Tengo… una llamada internacional que hacer con la Costa Oeste.

– Comprendo -Elizabeth no lo creyó totalmente.

Había habido algo en el tono de su voz que no le había sonado a verdad, algo que le hacía pensar que estaba buscando excusas.

No le gustaba sentir aquello, pero cuanto más se alejaban del viaje a Biarritz, más palidecía la confianza. Si la amaba como decía, ¿no debería acudir corriendo a casa? ¿No deberían ser ella y Lucas lo más importante en su vida?


Reed le pidió a Collin que fuera al ático. Juró por el hecho de que él no pudiera ir inmediatamente. Elizabeth tenía demasiadas cosas encima: el cuidado de Lucas, la superación de la muerte de su hermano… ¡Y ahora, además, aquello!

Collin se marchó de la sala de juntas, y Gage entró.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Gage, y tomó asiento.

– Esto -Reed deslizó otra carta del extorsionador-. ¡No la toques! -le advirtió a Gage. Si él no las hubiera borrado abriendo la carta, la policía podría obtener huellas. Gage leyó la carta.

Hammond y Pysanski son el principio. Yo soy el único que puede parar esto ahora.

¡Paga!

– ¿Quién es este tipo? -Gage tenía una mirada turbulenta.

Reed agitó la cabeza.

– Trent evitó que llegase a los medios la conexión con Hammond y Pysanski.

– ¿Es alguien cercano a ti? ¿O alguien relacionado con la policía?

Reed no tenía ni idea, pero aquel giro que estaban dando los acontecimientos era muy inquietante.

– No lo sé, pero si es alguna de las dos cosas, tendríamos que preguntarnos hasta dónde llega el asunto.

– ¿Realmente crees que te tiene atrapado? ¿O que puede atraparme a mí? ¿Por qué no me ha chantajeado a mí? -dijo Gage.

– Quienquiera que sea, lleva planeándolo mucho tiempo. Quizás haya conseguido alguna prueba contra mí pero no contra ti.

– ¿Yo soy sólo un daño colateral?

Reed se rió.

– Tal vez. O quizás piense que yo valgo más dinero.

– Lo vales.

– Es por eso…

– Diez millones. ¿Cuánto tiempo te llevaría juntar ese dinero?

– Cinco minutos.

Gage asintió al ver a Selina entrar en la habitación.

Ella extendió la mano hacia el maletín, sacó una bolsa de plástico y metió la carta dentro. Luego la cerró, se sentó y la leyó.

– Llevaré esto a un laboratorio privado. Dudo que consigamos huellas digitales. La operación ha sido demasiado sofisticada como para cometer un error como ése.

– ¿Y la policía? -preguntó Reed a Selina.

– No voy a darle esto al laboratorio corrupto de la policía. Me pondré en contacto con ellos más tarde.

– ¿Hay más pistas? ¿Algo más con lo que seguir?

– Todavía sigo con lo de Hammond y Pysanski. En mi opinión, tenemos más posibilidades de solucionar el tema del Organismo regulador del mercado de valores que en encontrar al extorsionador. Si cortamos el asunto del Organismo regulador, el problema del chantaje desaparecerá -dijo Selina.

– Desaparecerá el chantaje sólo en mi caso -dijo Reed.

El chantajista tenía otras víctimas en mente.

– Y como tú eres quien me paga el sueldo, tú eres quien me importa más -dijo Selina.

– ¿Y yo? -preguntó Gage fingiendo tono de ofensa.

– Tú serás una victoria colateral -dijo Selina.

– ¿Me has oído decir eso? -preguntó Gage.

– Yo oigo todo -dijo Selina y volvió a prestar atención a Reed-. Algo ha disparado esta segunda carta. Vamos a tener que repasar los detalles de tus últimos días.

Reed asintió, resignado, preocupado por Elizabeth. Esperaba que Collin se ocupase bien del tema del testamento.

Últimamente parecía que se veía envuelto en una docena de problemas diferentes.


Elizabeth estaba sentada frente a Collin. Este tenía el documento en la mano.