– Según una lectura preliminar, soy muy optimista. Pero tengo un amigo que es miembro del colegio de abogados de California. Puedo pedirle que vuele mañana para que podamos empezar a trabajar con un plan de defensa adecuado.
Elizabeth asintió, agradecida a Collin. Era frío y controlado, y su experiencia se notaba en cada turno de la conversación. Pero ella no podía dejar de pensar que quien debería estar allí era Reed. Debía ser su marido quien le diera consuelo y consejo, no su abogado.
Pero Hanna tenía razón. Debía valerse por sí misma.
– Me gustaría encontrarme con tu amigo -dijo Elizabeth a Collin-. Estoy disponible en cualquier momento.
– Organizaré un encuentro.
De pronto se abrió la puerta del ático y Collin y ella se dieron la vuelta.
Reed acababa de entrar.
– ¿Qué me he perdido? -preguntó.
Elizabeth miró su reloj. Eran casi las nueve.
– He leído los papeles. Voy a pedirle a Ned Landers que vuele mañana.
Elizabeth miró a Reed y dijo:
– Está todo bajo control. No tienes que preocuparte.
– Eso es…
– Sé que estás ocupado -se volvió, le dio la mano a Collin y agregó-: Gracias por tu consejo, Collin. Te agradezco que te hayas tomado el tiempo para ello.
– No hay problema. Siempre estoy disponible para ti, Elizabeth.
Reed estaba callado al otro lado de la habitación.
– Buenas noches -les dijo Collin a ambos.
– ¿Qué es eso de «No necesito tu ayuda. Está todo bajo control»? -preguntó Reed en cuanto se marchó Collin.
– Está todo controlado, Reed. Collin ha dicho que estamos en una posición fuerte. Dice que los Vance tendrían que demostrar que no somos adecuados como padres para ganar en el juicio.
– Me alegro de saber lo que dice Collin, pero yo también tengo algo que decir, ¿no te parece?
– Tú no estabas aquí.
– Tenía una reunión.
– Tú siempre tienes una reunión -dijo con sarcasmo.
– Habría estado aquí si hubiera podido.
– Baja la voz.
Reed dejó escapar una profunda exhalación.
– Quiero los detalles -dijo.
Ella le señaló los papeles de la mesa.
– Allí los tienes.
– Quiero saber también lo que ha dicho Collin exactamente -agregó Reed agarrando los papeles de la mesa.
– Te diré todo lo que recuerdo.
Él la miró achicando los ojos.
– ¿Qué ocurre? -preguntó ella.
Reed estaba actuando como si estuviera celoso de Collin.
Se quedó callado un momento.
– No me gusta que me reemplacen por mi abogado. Este es nuestro problema, no tu problema solo.
– Puedo ocuparme yo de él, Reed. Tendré ayuda profesional.
– Entonces, ¿no me necesitas? ¿Es eso lo que estás diciendo?
Elizabeth no quería tener una pelea. Lo que importaba era Lucas. Toda su energía y sus recursos emotivos tenían que dirigirse a él.
Reed se dio la vuelta bruscamente y caminó por el pasillo hasta su despacho.
Ella había metido la pata, pensó Elizabeth. Había causado rabia y pena.
Se armó de coraje, lo siguió por el pasillo y entró en el despacho.
– ¿Reed? -lo llamó.
Él no la miró, pero movió la cabeza.
– Lo siento -afirmó Elizabeth.
Aquello llamó la atención de Reed.
– Deberíamos trabajar juntos en esto. Es muy importante para mí tu punto de vista -le dijo ella.
– También es mi hijo.
– Por supuesto. Pensé que estabas muy ocupado. Intentaba…
– Siento haber llegado tarde. Las cosas están complicadas… en la oficina en este momento.
Ella asintió.
– Lo que importa es Lucas.
– Sí. Ahora somos sus padres, y tenemos que procurar su bienestar. En todos los frentes.
Una lágrima cayó por la mejilla de Elizabeth.
– ¿Por qué nos hacen esto?
Reed agitó la cabeza.
– No lo sé, cariño. Ellos también quieren a Lucas.
– Pero Brandon y Heather nos eligieron a nosotros -dijo ella.
Elizabeth no conocía a los Vance. Tal vez fueran egoístas o ruines. Había alguna razón por la que Lucas había sido encomendado al cuidado de ella. Y ella no iba a fallar a su hermano y a su cuñada.
– Y el juez lo verá así -dijo Reed-. Hablaremos con Ned Landers juntos.
– Juntos, sí -repitió ella.
Pero una parte de ella se preguntó si Reed lograría ir a la reunión con Landers.
Capítulo Nueve
Ned Landers les aconsejó a Reed y a Elizabeth que siguieran con sus vidas normalmente. Eso ayudaría a que se los viera como padres adecuados.
También les había recomendado que siguieran con el plan de hacer una fiesta para el aniversario de su boda, pero Elizabeth había dejado de ocuparse de ello y la había dejado en manos de su vecina y organizadora de la fiesta, Amanda Crawford. Según el abogado, aquello les haría parecer una familia con una red de amigos y familia extensa, algo que también los ayudaría con su imagen de padres.
Hanna se había ofrecido a cuidar a Lucas durante la noche de la celebración de su aniversario, y por alguna razón Reed había insistido en que Joe Germain pasara la noche en el ático también.
Hanna no había estado muy conforme con ello, hasta que Joe había llegado y ella le había echado el ojo al alto y atractivo chófer y guardaespaldas.
– Gracias por venir, Joe -dijo Reed.
Joe asintió y saludó con un asentimiento de cabeza a Hanna.
Hanna se fijó en él cuando éste se dio la vuelta.
Elizabeth le dio un codazo a su amiga.
– Tranquila, chica. No creo que tenga permiso para darse el lote con una chica en horas de trabajo.
– ¿Cómo lo sabes?
– Debería estar en el libro de instrucciones o algo así.
Hanna se rió. Luego miró el vestido rojo de Elizabeth.
– Estás estupenda -dijo.
Hanna agarró a Lucas de brazos de Elizabeth.
– Hay un par de biberones en el frigorífico.
– Sí, mamá -bromeó Hanna.
Elizabeth pensó inmediatamente en Heather.
– Lo siento -dijo Hanna.
– Está bien. Supongo que tenemos que seguir adelante. Y soy yo la primera que debo hacerlo…
– Lo estás haciendo muy bien -afirmó Hanna.
Elizabeth se sintió reacia a dejar a Lucas.
– No sé cómo hacen los padres normalmente…
– Estoy entrenado en seguridad en incendios, primeros auxilios, conducción defensiva y combate cuerpo a cuerpo -dijo Joe.
Reed sonrió.
– ¿Ves? No tienes que preocuparte de nada.
– ¿Sabes cambiar pañales? -preguntó Hanna bromeando.
– Lo que haga falta -respondió Joe agarrando a Lucas de manos de Hanna y poniéndoselo contra su hombro como si hubiera hecho aquello toda la vida.
Elizabeth pensó que Hanna parecía fascinada por Joe.
Reed le tomó la mano y se dispusieron a partir.
– ¿Es soltero Joe? -preguntó Elizabeth en voz baja.
– Creo que sí. ¿Por qué? -preguntó Reed.
Elizabeth miró a su amiga. Esta parecía haber entrado en su más profunda fantasía.
Vivian Vannick-Smythe estaba de pie con un sombrero de plumas diciendo algo sobre el Organismo regulador del mercado de valores a Reed, mientras él miraba a su alrededor buscando a Elizabeth. Entonces la vio bailando con el príncipe Sebastian. Este la estaba apretando demasiado para su gusto. Pero sabía que el hombre se iba a casar pronto con su ayudante Tessa Banks, así que no le dijo nada.
– Creo que la reputación de todo el edificio está en juego -dijo Vivian-. Y yo en tu lugar…
– Tú no eres yo -dijo Reed.
Vivían tomó aliento y siguió.
– Si estuviera en tu lugar, haría todo lo que estuviera a mi alcance para terminar con este asunto cuanto antes.
– ¿Y no crees que estoy haciendo eso? -replicó Reed.
– Tienes que pensar cómo proteger a tu familia, a tus amigos y a tus vecinos…
Reed no le prestaba demasiada atención, en realidad.
De pronto, oyó una voz familiar.
Era su padre.
Anton miró a Vivian hasta que ésta murmuró algo y se marchó.
– Elizabeth tiene buen aspecto.
– Lo lleva lo mejor que puede.
– Está ocupándose de su sobrino, ¿no?
– De nuestro sobrino -lo corrigió Reed.
– Sí, claro. Y hay abuelos en la escena también, ¿no?
– ¿Te refieres a los Vance?
– Comprendo que quieran criar al niño.
– Lucas, se llama Lucas. Y nosotros somos sus guardas legales.
– ¿Crees que eso es sensato? -preguntó su padre.
Reed se sintió molesto.
– No es cuestión de ser o no sensato. Lucas es responsabilidad nuestra.
– A no ser que los abuelos ganen el juicio.
– No lo harán.
– Me pregunto si te lo has pensado bien -dijo su padre.
Reed esperó a ver adonde quería llegar Anton.
– ¿Has pensado en el impacto que… que este sobrino…?
– Lucas.
– ¿… tendrá en tus futuros hijos?
– Por favor, dime que no estás sugiriendo…
– No es hijo tuyo.
– ¿Te preocupa su pedigree? ¿Por su herencia?
Anton lo miró con dureza.
– Voy a adoptar a Lucas. Tendrá el mismo derecho legal que pueda tener un futuro hijo mío si lo hay -afirmó Reed.
– Él será tu hijo mayor. El heredero de los Wellington.
– Sí, ¿y qué?
– No puedo permitir…
– No puedes hacer nada para detenerme. Y créeme, es mejor que no lo intentes, por tu propio interés.
Reed se dio la vuelta y se alejó.
– ¿Reed? -Collin apareció a su lado.
– ¿Dónde está la barra más cercana?
Collin se la señaló y Reed caminó en esa dirección.
– Han puesto fecha para el juicio en California -dijo Collin-. Es dentro de tres semanas.
– ¿Qué dice Ned Landers?
– Está un poco preocupado por la relación que existe entre Lucas y los Vance. Tienen documentación y fotos que prueban que lo veían casi todos los días. Establecieron un fideicomiso días después de su nacimiento…
– Yo también puedo hacer eso -lo interrumpió Reed.
– Demasiado tarde -dijo Collin-. Además, nuestro argumento no es que tú has estado presente en la vida de Lucas desde que nació, sino que Elizabeth y tú sois quienes Brandon y Heather escogieron para guardianes. La solidez económica es evidente también. Sólo…
Reed sabía a qué se refería y lo interrumpió.
– Soy inocente hasta que se demuestre lo contrario -señaló-. Un juez lo entenderá, supongo.
– Ellos intentarán usarlo a su favor.
– Que lo hagan.
– No te pongas hostil -le advirtió Collin.
– No necesito ponerme hostil. Estoy en mi derecho.
– Y no te muestres engreído. Algunos jueces ven la riqueza como una desventaja y no como una ventaja.
– Quizás debieras ir en mi lugar el día del juicio, Collin.
– ¿Quieres decir contigo?
– No, en mi lugar. El miércoles me reemplazaste con éxito en la reunión que tuviste con mi mujer.
– No seas idiota -le dijo Collin, sorprendido.
– Elizabeth parecía muy agradecida.
– Me enviaste tú -señaló Collin.
– Ambos sabemos por qué yo no estaba allí.
– ¿Me estás acusando de algo?
– ¿Hay algo de qué acusarte?
Collin señaló la copa que tenía Reed en la mano.
– ¿Cuántas llevas?
– No las suficientes.
– ¿Realmente piensas que tengo alguna intención con tu esposa?
– No.
Por supuesto que no. La sola idea era ridícula.
– Bien. Porque si me interesara tu esposa te lo diría directamente. Luego lo solucionaríamos.
– Vale. Pero pienso yo que podría encargar a Joe que te matase.
Reed se daba cuenta de que estaba dirigiendo hacia Collin una rabia que no tenía nada que ver con él.
– Es verdad -dijo Collin-. Pero, antes de eso, tenemos que ocuparnos de la fecha del juicio.
– Sí. ¿Y si las cosas no salen como esperamos? -preguntó Reed.
– Tenemos muchas cosas a favor. Ojalá pudiera decir lo mismo del asunto del Organismo regulador del mercado de valores.
De pronto Reed vio a lo lejos a Selina con cara de preocupación. En la pista de baile estaba Elizabeth bailando con otro hombre.
Entonces Reed le pidió a Collin:
– Echa un vistazo a mi mujer, y distráela, si hace falta…
– De acuerdo -dijo Collin.
Reed fue en dirección a Selina.
– ¿Qué sucede?
– Se trata de Hammond y Pysanski -respondió casi sin aliento.
– ¿Qué ocurre?
– Hay pruebas, fechas, compras, beneficios… de que no es la primera vez que una decisión de un comité de Kendrick produce una ganancia inesperada.
Reed miró hacia el salón de baile y se dio cuenta por primera vez de que Kendrick y su mujer no habían ido a la fiesta. ¿Había subestimado la importancia del problema para Kendrick? ¿Sería posible que el senador fuese realmente culpable?
Reed se acercó a Selina y bajó la voz cuando dijo:
– Sigue…
– Hammond puso cincuenta mil dólares en una empresa llamada End Tech en el año 2004. Dos meses más tarde, la empresa consiguió un contrato federal para R &D inalámbrico. Hammond y Pysanski compraron Aviaciones Norman justo antes del premio a un gran helicóptero en el 2006. Y el año pasado Hammond consiguió Saville Oil Sands justo antes de la escisión del mercado.
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