Reed soltó un juramento.

– Sí -Selina estuvo de acuerdo-. Si sumas eso a Ellias, tenemos un cuadro nefasto para poner delante de un jurado.

– ¿Y Kendrick puede tener conexión en todos estos casos?

– Su comité tomó la decisión todas las veces.

– Estoy perdido -dijo Reed.

– Eres inocente -señaló Selina.

– Dile eso a un jurado después de que la acusación les muestre fotos de los holdings de mis propiedades y mis aviones.

– De acuerdo. Es un desafío, sí.

Fue la primera vez que Reed vio un brillo de ansiedad en los ojos de la mujer.

– ¿Selina?

Selina lo miró con una sinceridad que decía más que cualquier palabra.


Elizabeth estaba bailando con Trent Tanford, su vecino, cuando vio a Reed hablando con una mujer. Esta no estaba vestida de fiesta, sino que llevaba un par de vaqueros y una chaqueta. Estaba de espaldas y ella no la identificó, pero la expresión de Reed era intensa.

Cuando terminó la canción, Elizabeth le dio las gracias a Trent y decidió ponerse detrás de una columna de mármol para tener una vista mejor de Reed con aquella misteriosa mujer.

Y de repente la mujer se dio la vuelta y ella se quedó helada. Se le hizo un nudo en el estómago.

Era la mujer del perfume de coco.

Reed se había apartado de la fiesta de su aniversario para tener una conversación íntima con la mujer sobre la que había mentido sobre su trabajo y a quien había llevado a su casa.

– ¿Elizabeth?

Vio a Gage frente a ella cuando se dio la vuelta.

– ¿Quieres bailar conmigo?

– Claro… -dijo Elizabeth.

Y se dejó llevar a la pista por Gage. Intentó ignorar a Reed, pero no pudo. Él parecía enfadado. La mujer parecía disgustada. Y luego Collin se unió a ellos, el traidor.

¿Habría estado cubriendo las mentiras de Reed?

– Gage… Mmmm… La mujer que está allí con Reed… ¿Sabes cómo se llama? -preguntó Elizabeth en voz baja y con tacto-. La conocí hace unas semanas en la oficina de Reed, pero no puedo acordarme de su nombre.

Gage dudó un momento. Elizabeth desconfió de él también.

– Creo que es Selina.

Elizabeth lo miró.

– Está relacionada con la aplicación de la ley de algún modo… -dijo Gage.

Estupendo. Primero Selina era una persona que había ido a una entrevista de trabajo, luego era una cliente y ahora era una persona relacionada con la ley. Ella no era estúpida. Aquello era una conspiración, y no podía creer a nadie.

– Suena bien -dijo ella.

Elizabeth vio a Amanda hablando con Alex Harper, pero de repente Alex tocó a Amanda en el hombro y ésta se dio la vuelta y se marchó. Alex frunció el ceño y pareció que la llamaba. Pero Amanda siguió caminando.

Luego finalmente terminó el baile. Y Elizabeth miró por última vez a su marido y luego salió por una puerta lateral.


– No te esperaba tan temprano -dijo Hanna.

– Echaba de menos a Lucas -mintió Elizabeth, con la esperanza de ocultar que había estado llorando en la limusina.

– Lucas es un encanto, y Joe realmente cambia pañales… -comentó Hanna.

– Protección pediátrica -intervino Joe, levantándose de la silla.

– Pero tenías razón -dijo Hanna-. No se le permite hacer nada cuando está de servicio.

Elizabeth se rió.

– ¿Le has propuesto algo a mi guardaespaldas?

– Soy su chófer -la corrigió Joe.

– Es una persona que cumple las normas -dijo Hanna.

– ¿Te importaría llevar a Hanna a su casa? -le preguntó Elizabeth a Joe.

No veía la hora de quedarse sola y desahogarse.

– En absoluto. Hay… un pequeño asunto que tenemos que terminar -contestó Joe.

– Yo… -empezó a decir Hanna.

Elizabeth se alegró por su amiga.

– Buenas noches, Elizabeth -le dijo Joe.

– Te llamaré -dijo Hanna.

– Cierre con llave -le advirtió Joe.

Elizabeth cerró con llave. Luego se dio la vuelta y se agarró de la mesa que había en la entrada.

Se sentía mareada.

¿Qué iba a hacer?

¿Cómo Reed podía hacerle el amor tan apasionadamente cuando la mujer del perfume de coco, Selina, lo esperaba en Nueva York?

Caminó por el pasillo, acercó la oreja a la habitación de Lucas y decidió hacer algo que jamás había hecho. Abrir el ordenador portátil de Reed.

Le llevó sólo tres intentos adivinar su contraseña y meterse en su correo. Miró las fechas de los mensajes, hasta que llegó a las fechas de cuando habían estado en Francia. Selina Marin. Selina Marin. Selina Marin…

Había docenas de correos electrónicos de Selina, y docenas de respuestas de Reed.

Elizabeth no tuvo el coraje de abrir ninguno de ellos. La última esperanza de que pudiera estar equivocada se le borró. Reed tenía una querida, y la vida de ella era una mentira.

Capítulo Diez

Reed no comprendía por qué Elizabeth se había ido de la fiesta. Si hubiera estado preocupada por Lucas tendría que haber dicho algo. Y él no había tenido otra alternativa que excusarse por ella.

– ¿Elizabeth? -la llamó cuando entró en el ático en voz baja para no despertar a Lucas-. ¿Elizabeth? -repitió, dejando las llaves encima de la mesa.

Su bolso y su abrigo estaban allí, y Hanna y Joe evidentemente se habían marchado ya.

Caminó por el pasillo y miró en su despacho, en la habitación de Lucas, y luego en el dormitorio de ambos.

– Estás aquí -dijo él.

Se detuvo al ver una maleta encima de la cama.

– ¿Qué ocurre?

¿Había habido alguna noticia? ¿Se marchaba a California?

Ella no respondió ni lo miró.

Sus mejillas estaban surcadas de lágrimas y tenía el cuerpo rígido cuando caminaba.

– ¿Elizabeth? -Reed se acercó a ella.

– ¡No me toques! -exclamó Elizabeth.

– ¿Qué sucede?

– Sabes perfectamente qué es lo que sucede -Elizabeth lo miró por primera vez y él vio su rabia.

– ¿Qué?

Ella abrió un cajón.

– No te hagas el tonto conmigo.

– No me hago nada. ¿Por qué estás haciendo las maletas? ¿Adónde vas? -preguntó él.

Algo iba temblé men te mal.

– Selina Marin. ¿Significa algo ese nombre para ti?

Oh. ¿Se había enterado del chantaje Elizabeth? ¿Temía por Lucas?

– No quería decírtelo -empezó a decir Reed-. Porque…

– ¿No crees que puedo imaginar por qué lo mantienes en secreto?

– Estaban sucediendo tantas cosas… Y tú tenías tantas preocupaciones…

Elizabeth se rió histéricamente, y luego dijo:

– ¿Crees que yo estaba demasiado ocupada como para que me hablases de tu querida? -espetó.

Reed se quedó demasiado pasmado como para reaccionar. Luego gritó:

– ¿Mi qué?

El grito despertó a Lucas. Y el bebé empezó a llorar.

Elizabeth se acercó a la puerta inmediatamente.

– ¿Me puedes decir de qué diablos estás hablando? -preguntó Reed, enfurecido, agarrándola del brazo.

– Déjame marchar.

Él la soltó y Elizabeth fue a la habitación del niño.

Reed la siguió.

– No tengo ninguna querida -afirmó, caminando tras ella.

Elizabeth agarró al niño en brazos y lo acunó contra su hombro.

– ¿Me has oído? -exclamó Reed.

– Te he pillado, Reed.

– ¿Pillado haciendo qué?

– Sé que ella no es una clienta, sé que no es una aspirante a un puesto de trabajo en tu empresa, sé que tus amigos y colegas te han estado encubriendo. Mientes cuando dices que estás en reuniones…

– No miento.

– Baja la voz.

– No miento, Elizabeth. Cuando digo que estoy en reuniones, estoy en reuniones. No puedo compartir contigo todos mis asuntos, pero eso es por tu propio bien.

Ella bufó.

– ¿Cuánto hace, Reed? ¿Cuánto tiempo llevas acostándote con Selina Marin?

– Selina Marin es detective privado.

– Qué bien. Es la cuarta profesión para la intrépida señorita Marin.

– Es detective. Y no me acuesto con ella -le aseguró.

– Demuéstralo.

Reed casi se rió. Elizabeth era casi tan mala como la Organización reguladora del mercado de valores, pidiéndole que demostrase algo que no había sucedido nunca.

– Vi los correos electrónicos.

– ¿Qué correos electrónicos?

– Los correos desde Francia. Le escribías a esa mujer todos los días. ¿Cómo has podido hacer algo así? -los ojos de Elizabeth se llenaron de lágrimas.

Reed se pasó una mano por el pelo, preguntándose cómo era posible que su vida se hubiera descarrilado de tal manera.

Vio que Lucas tenía los ojos cerrados, y decidió salir de su dormitorio para que Elizabeth terminase de acostarlo nuevamente.

Esperó en el vestíbulo. Por su mente pasaron varias posibilidades que la podían haber llevado a pensar aquello.

Tenía que sacar a la luz lo del chantaje, pensó. Pero, ¿cómo había podido imaginar Elizabeth que tenía una aventura con Selina? Seguramente debía de haber algo más que correos electrónicos sobre negocios para que lo culpase con tanta certeza.

Elizabeth salió del dormitorio de Lucas y dejó la puerta entreabierta.

Reed extendió la mano hacia ella y le dijo con suavidad:

– Ven y siéntate.

Ella agitó la cabeza.

– Por favor, ven. Algo ha ido muy mal, y no vamos a solucionarlo hasta que lo hablemos.

– No quiero que me mientan.

– No voy a mentirte.

Ella se rió forzadamente.

– Un mentiroso diciéndome que no va a mentir. ¿Cómo es posible que dude de la sinceridad de eso?

– Elizabeth… -dijo él.

– Hemos terminado, Reed. Se acabó.

– ¿Cómo has visto mis correos? -le preguntó él.

– Me metí en tu ordenador -dijo ella después de sentirse momentáneamente sobresaltada.

– La contraseña no estaba allí para mantenerte al margen.

– Le escribiste desde Biarritz todos los días. Mientras tú… Mientras nosotros…

– ¿Los leíste?

Elizabeth agitó la cabeza. Él le agarró la mano, pero ella se soltó.

– Me han hecho un chantaje, Elizabeth -le confesó.

– ¿Porque tienes una aventura?

Reed contó hasta diez.

– Sentémonos.

Ella lo miró con desconfianza.

– ¿Quieres saber la verdad?

Ella pestañeó rápidamente.

– Quiero saber la verdad. Necesito saber la verdad. No me mientas más. Por favor, Reed, no lo puedo soportar.

Él sintió que su corazón se contraía. Y aquella vez, cuando le agarró la mano, ella se lo permitió.

Reed la llevó al salón y la hizo sentar en una silla frente a él.

– Me han chantajeado -empezó a decir-. El mes pasado me enviaron una carta en la que me pedían diez millones de dólares o «el mundo conocerá el sucio secreto de cómo los Wellington hacen su dinero». Yo la ignoré. Luego empezó la investigación de la Organización reguladora del mercado de valores, y nos dimos cuenta de que eso estaba relacionado con el chantaje. También nos dimos cuenta de que mi chantaje podía estar relacionado con Trent y con Julia y, aquí está el mayor problema, la policía no podía descartar que la muerte de Marie Endicott no haya sido un asesinato y no esté relacionada con los chantajes.

– ¿Y no me lo contaste? -preguntó Elizabeth.

– No quería preocuparte. Tú estabas tratando de quedarte embarazada.

– ¿Pero cómo es posible que no me lo contases?

– No había nada que tú pudieras hacer.

– Yo podría haberte dado apoyo moral.

– Sí, bien.

Ella pareció enfadada y se puso de pie.

– Quiero decir, yo soy suficientemente hombre como para no cargar a mi mujer con mis problemas.

– Entonces cargaste a Selina en mi lugar.

– Sí. Y a Collin, a Trent y al Departamento de Policía del Estado de Nueva York.

– Pero no a mí.

– Elizabeth…

– Yo no soy de cristal.

– Estábamos intentando concebir un bebé. La fiesta te estaba llevando un montón de tiempo… Después la Organización reguladora inició la investigación, y luego estaba Lucas. Y pensé que no tenías que saber que podía haber un asesino en el asunto. El doctor Wendell dijo específicamente que no tenías que tener estrés. Un asesino es estrés, da igual como lo cuentes.

– Y por eso contrataste a Joe.

– Selina contrató a Joe.

Elizabeth agitó la cabeza con tristeza.

– A ver si lo tengo claro: tú no te acuestas con Selina.

– No me acuesto con Selina.

– Te acuestas conmigo.

– Tan a menudo como puedo.

Ella no sonrió, y él lamentó haber hecho aquella broma.

– Con Selina compartes tus problemas, tus miedos, tus aspiraciones y tus secretos.

Reed no sabía cómo responder a eso.

– En Francia me atabas a las columnas de la cama…

– En realidad, no…

– … mientras hablabas de los temas importantes de nuestras vidas, de nuestro matrimonio y nuestro futuro con ella -la voz de Elizabeth se elevó-. ¿Sabes lo que pienso, Reed?

Él tenía miedo de responder.