– La policía está en un punto muerto -dijo Collin-. Tienen esperanza de que los ayude el potencial humano.
Reed suspiró y agarró la carta. Leyó el nombre de Julia Prentice, quien antes de casarse con Max Rolland había sido chantajeada por haberse quedado embarazada fuera del matrimonio. El de Trent Tanford por su relación con la victima de asesinato, Marie Endicott, y el príncipe Sebastian, quien también había recibido una carta de amenaza.
En el caso del príncipe, la persona que había escrito la carta no había pedido dinero, y finalmente se había probado que había sido su ex novia. Así que el incidente del príncipe no parecía estar relacionado.
– ¿Alguna conexión entre la mía y las otras dos extorsiones? -le preguntó Reed a Selina.
– Son tres amenazas diferentes -contestó ella-. Tres incidentes que no están relacionados. Tres cuentas bancarias en un paraíso fiscal cuyo rastro no se puede seguir… -hizo una pausa-. El mismo banco.
Reed sonrió. O sea que los tres podían estar relacionados. Eso les aportaba mucha más información para seguir.
– Empezaré a buscar conexiones entre los casos -dijo Selina.
– ¿Alguna idea de por qué mi chantaje fue de diez millones y el de los otros de un millón? -preguntó Reed.
Selina torció los labios.
– Ninguno de los otros pagó.
– Por supuesto que no pagamos -dijo Trent.
– Tendrías que ponerte contento -le dijo Gage a Reed-. EI tipo evidentemente piensa que eres solvente.
– Contento no es precisamente como me siento.
Él no necesitaba aquella basura en su vida. Su vida ya era bastante complicada.
– ¿Qué me dices del asesinato de Marie Endicott? -preguntó Collin, sacando el tema que habían evitado sacar.
– No me gusta nada especular sobre eso -dijo Trent.
A Reed tampoco le gustaba. Pero ignorar la posibilidad de que el asesinato pudiera estar ligado a los chantajes no cambiaría los hechos, y no reduciría el peligro.
– La policía no está dispuesta a llamarlo asesinato -dijo Selina-. Pero esa cinta de seguridad que desapareció me pone los pelos de punta. Y creo que tenemos que operar suponiendo que los casos están relacionados.
– Esa es una suposición muy grande -dijo Collin.
– ¿Sí? Bueno, yo me estoy preparando para lo peor -luego Selina se volvió a Trent y agregó-: Me pregunto si el autor del chantaje cometió un asesinato para sentar un precedente.
– Generalmente, hay dos razones para un asesinato: pasión o dinero.
– El que ha hecho el chantaje quiere dinero definitivamente -dijo Reed-. Y si obró por pasión, tendríamos probablemente otro cuerpo muerto, no más cartas con chantajes.
– Es verdad -dijo Collin.
– Pero no sabemos nada seguro -intervino Trent.
Trent tenía razón. Y Reed no estaba en una posición en que pudiera arriesgarse. Tres personas de aquel edificio habían sido extorsionadas y una estaba muerta.
Reed le devolvió la lista a Selina.
– Contrata tanta gente como te sea necesaria -dijo Reed-. Y pon a alguien para que proteja a Elizabeth -hizo una pausa-. Pero dile que mantenga cierta distancia. No quiero que nadie le hable a mi mujer sobre el chantaje -miró a todos los presentes para que quedase claro.
Todos asintieron y él se puso de pie.
Quería mantener a salvo a Elizabeth. Pero también quería que estuviera tranquila.
Cuando aquello se hubiera terminado, Elizabeth y él tenían que fundar una familia. Y, Dios mediante, aquello iba a terminar pronto.
Capítulo Tres
– Tu matrimonio no está terminado en absoluto -dijo Hanna cuando pasaron por delante de un grupo de comensales hacia una mesa de un rincón en su restaurante favorito.
Elizabeth había pedido un entrecot por costumbre. Pero estaba segura de que no podría comérselo.
– Pero Reed ya no me habla de nada importante -le dijo Elizabeth a Hanna-. No quiere hacerme el amor. Y cuando le pido más información, se enfada. ¿Cómo puedo seguir casada con un hombre que no me deja entrar en su vida?
Hanna tomó un sorbo de coca-cola light y dijo:
– Deja de intentarlo.
La respuesta sorprendió a Elizabeth
– ¿Que deje de intentar estar casada con él?
Aquélla no era la respuesta que había esperado.
– Deja de intentar entrar en su vida -Hanna mordió su sándwich.
– Eso no tiene sentido.
Estaban casados. Se suponía que Elizabeth estaba en la vida de Reed.
Hanna agarró una servilleta de papel del dispensador metálico y se limpió la boca.
– Te digo esto como mejor amiga tuya que soy, y como alguien que te quiere mucho…
– Esto no puede ser bueno -murmuró Elizabeth.
– Te has puesto un poco… aburrida últimamente -dijo su amiga.
«¿Aburrida?», pensó. ¿Qué clase de mejor amiga era que le decía eso?
– Te ocupas demasiado de Reed y de su vida.
– Es mi marido.
Hanna agitó la cabeza.
– No importa. Sé que quieres tener un niño. Y eso es admirable. Y sé que amas a Reed. Y eso es admirable también. Pero Elizabeth, Lizzy, tienes que tener una vida propia.
– Tengo una vida.
Hanna la miró, dudosa.
Bueno, tal vez ir al spa, comprar ropa de diseño y planear fiestas no era una vida muy productiva, pero Reed organizaba muchos actos sociales. Era importante que ella tuviera un papel en ello.
– Si tú tuvieras tu propia vida, no te obsesionarías tanto con la de Reed.
– Daría igual que tuviera una vida excitante y ocupada. Seguiría preocupándome por mi marido y más si está bajo una investigación por un delito.
– Él te ha dicho que se ocupará de ello.
– Por supuesto que me lo ha dicho. No quiere que me preocupe. Está obsesionado con eso.
– Creo que es muy dulce de su parte.
– ¿Dulce? ¿Del lado de quién estás?
– Lizzy, has perdido totalmente la perspectiva. No se trata de estar de un lado u otro. Se trata de tu felicidad. El asunto es que la vida de Reed está centrada en el trabajo, sus negocios, sus socios, su familia y amigos y en su matrimonio.
– No tanto en su matrimonio -replicó Elizabeth.
– Quizás. Pero eso no es a lo que quiero llegar. Lo que quiero decirte es que tu vida también se centra en su trabajo, sus negocios, sus socios, su familia y sus amigos, y en tu matrimonio. ¿Ves dónde está el problema?
– Eso no es verdad.
No podía ser verdad. Ella no era una mujer de los años cincuenta sin un pensamiento propio.
– ¿Quiénes son tus amigos? ¿Tus viejos amigos? ¿Los que no tienen nada que ver con Reed?
Elizabeth hizo un repaso mental de los amigos con los que había crecido o los que había conocido en la universidad.
– Mis viejos amigos no viven en Manhattan -dijo finalmente.
Después de su matrimonio había sido difícil pasar tiempo con sus viejos amigos. Ellos parecían creer que su vida era una gran fiesta, que el dinero lo resolvía todo, que la gente rica no podía tener ni un problema. Y si lo tenían, debían olvidarse de él e irse de compras.
– Y todos los de él, sí -dijo Hanna con expresión de triunfo.
Elizabeth miró su entrecot y pensó que podía consolarse en la comida después de todo.
– ¿Qué es lo que intentas decirme?
– Todos tus amigos actuales son amigos de Reed en realidad.
– Excepto tú.
– Me conociste a través de Trent. ¿Te acuerdas de Trent? El amigo de Reed…
– Esto parece una intervención.
– Lo es -dijo Hanna.
– Bueno, no quiero que intervengas.
– Oh, querida mía…
Elizabeth cortó un trozo del suculento entrecot.
– No sé por qué tengo que hacerte caso, de todos modos. Tú fuiste la que insistió en que lo sedujera la semana pasada. Y eso no dio resultado…
– Eso fue porque lo hiciste mal.
– Lo hice perfectamente. Aparecí con aquella bata roja. El problema fue Reed. Él estaba a punto de ser arrestado. ¿Cómo puede concentrarse un hombre en la pasión cuando están a punto de arrestarlo? -dijo Elizabeth y volvió al entrecot.
– Necesitas un trabajo -dijo Hanna.
Elizabeth tragó.
– Créeme, si hay una cosa que no necesito es dinero -dijo Elizabeth.
– No es el dinero lo importante. Lo importante es salir de tu casa, intercambiar opiniones e ideas con otra gente, salir con gente que no tenga nada que ver con tu marido ni con tu deseo de quedarte embarazada.
– ¿Y no crees que eso puede alejarnos más?
– Tendrías algo interesante de que hablar cuando volvieras a casa.
Elizabeth iba a protestar diciendo que Reed y ella hablaban de cosas interesantes, pero se calló al darse cuenta de lo vacío que sonaría eso.
Reed era un adicto al trabajo y se negaba a hablar de Wellington International con ella. Pensaba que los problemas de negocios podrían afectarla. Pero si ella introducía sus propios asuntos de negocios, sobre todo si había problemas, ella estaba segura de que él se involucraría en la conversación.
Hmmm… Conseguir un trabajo. Desarrollar una identidad. La idea le resultó atractiva. De hecho, se preguntaba por qué no se le había ocurrido antes.
Pero había un problema.
– ¿Y quién va a contratarme? No trabajo desde que me gradué en la universidad, con una licenciatura en teatro musical.
Elizabeth no podía imaginarse de apuntadora o algo así. Sería estúpido ser la esposa de un millonario y aceptar un puesto bajo. Sin mencionar lo embarazoso que podría ser para Reed.
– El trabajo no tiene por qué gustarle a él -agregó Hanna, adivinando los pensamientos de Elizabeth.
– ¿Y eso no estropearía el objetivo?
Ella estaba intentando salvar su matrimonio, no disgustar a su marido.
– ¿Qué quieres tú?
Elizabeth se sintió cansada de repente.
– Tarta de frambuesa.
– ¿Y después de eso?
– Un bebé. Mi matrimonio. Ser feliz. No lo sé.
– ¡Bingo! -dijo Hanna. -¿Bingo qué?
– Hazte feliz, Elizabeth. Busca tu felicidad. Independientemente de Reed, de un bebé o de lo que sea. Constrúyete una vida propia que te dé satisfacción. Lo demás tendrá que solucionarse alrededor de eso -Hanna hizo una pausa-. ¿Qué tienes que perder?
Era una excelente pregunta.
Había poco que perder. Si no cambiaba algo drásticamente y pronto, perdería su matrimonio. Ciertamente, no tendría un bebé. Y no tendría ningún tipo de vida.
Hanna tenía razón.
Tenía que salir fuera y conseguir un trabajo.
– ¿Un trabajo? -repitió Reed.
Elizabeth se puso perfume mientras se preparaba para ir a la cama.
– ¿Quieres decir que quieres formar parte de alguna organización caritativa? -preguntó Reed.
Había una serie de organizaciones que se alegrarían de contar con su ayuda.
– No me refiero a eso. Me refiero a un verdadero trabajo.
Reed se quedó perplejo.
– ¿Por qué?
– Eso haría que salga de casa, al mundo, me ayudaría a conocer gente nueva.
– Puedes salir de la casa cuando quieras.
– El hacer compras no me da la misma satisfacción.
Él la miró, intentando adivinar qué le pasaba realmente.
– Hay más cosas que ir de compras.
– Exactamente -Elizabeth se puso de pie y agarró un bote de crema.
– La Fundación del hospital estaría encantada de tenerte en su junta directiva.
– Mi licenciatura es en teatro.
– Entonces, la junta directiva de las artes. Puedo llamar a Ralph Sitman. Estoy seguro de que uno de los comités…
– Reed, no quiero que hagas una llamada. Quiero preparar mi curriculum, salir y solicitar un trabajo.
– ¿Tu curriculum? -preguntó Reed sin poder creerlo.
Ella era una Wellington. No necesitaba un curriculum.
– Sí -ella se giró hacia el espejo y se aplicó la crema en la cara.
– ¿Piensas ir a los teatros con un curriculum debajo del brazo?
– Así es como se hace, generalmente.
– No en esta familia.
Si él tenía suerte, la gente pensaría que ella era una excéntrica. Pero algunos pensarían que necesitaba dinero. Que él era un miserable que no satisfacía sus necesidades.
Elizabeth cerró la puerta del cuarto de baño que había en el dormitorio.
– ¿Cómo dices?
– No es digno -le dijo él.
– ¿Ganarse la vida no es digno?
Él intentó mantener la calma.
– Tú ya te ganas la vida.
– No, tú te la ganas.
– Y gano lo suficiente.
– Te felicito.
– Elizabeth, ¿qué sucede?
Ella se cruzó de brazos.
– Necesito una vida, Reed.
¿Qué quería decir con eso?, pensó él.
– Tú tienes una vida.
– Tú tienes una vida -lo corrigió ella.
– Es nuestra vida.
– Y tú no estás nunca en ella -le reprochó Elizabeth.
– Hace meses que no salgo de Nueva York -dijo él.
Y no era fácil de arreglar. Pero él quería estar allí para concebir un bebé, y quería estar cerca de Elizabeth por si lo necesitaba para algo. Era un momento difícil para ambos, se daba cuenta, y estaba haciendo todo lo posible para que todo estuviera tranquilo.
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