Pero a pesar de él, Sam consiguió escabullirse y remontar la siguiente ola.

– ¿Nadar desnuda a la luz de la luna es uno de tus pasatiempos favoritos? -le preguntó Jack cuando volvió.

– No estoy desnuda. Llevo puesta la parte de abajo del biquini.

– ¿Y usas la parte de abajo del biquini en todas tus citas?

– Bueno, también suelo llevar la parte de arriba, pero Lorissa me obligó a quitármela, porque al parecer no quedaba bien con el vestido.

Él bendijo a Lorissa en silencio.

– Y si hubiera sabido que me ibas a espiar -añadió Sam-, la habría sacado del bolso y me la habría puesto antes de entrar en el agua.

– ¿Llevas la parte de arriba del biquini en el bolso?

– Cuando no lo llevo puesto, sí. Paso mucho tiempo en el agua.

– Hasta en mitad de la noche.

– Y a primera hora de la mañana, además de hacer surf por las tardes, cuando puedo. Jack, ¿por qué estás aquí?

– Tal vez también me guste el agua.

Nunca lo había atraído demasiado, pero aquella noche Sam lo había hecho cambiar de idea.

– Deberías irte a casa.

– ¿Por qué? -replicó, avanzando hacia ella-. ¿Acaso me estoy acercando demasiado?

Sam lo salpicó de nuevo, aunque ya no estaba sonriendo. Jack no pudo evitar alegrarse al ver que la chica tenía carácter.

– De acuerdo, tienes razón.

– ¿De qué hablas? -preguntó ella.

– Tendría que haberte hablado de mí antes de pedirte que me hablaras de ti.

– Yo no he dicho eso.

– No, pero deberías. ¿Quieres que te cuente un secreto?

– Jack…

– No echo de menos el baloncesto. Todos creen que sí, pero se equivocan. Ya se me pasó.

– ¿En serio?

– Echo de menos jugar, pero no ser famoso.

– Sigues siendo famoso.

– Pero no quiero.

Ella se quedó mirándolo un momento y después rió.

– Te creo.

– Ahora te toca a ti.

– ¿Qué me toca?

– Cuéntame un secreto.

– Estoy cansada, Jack. Me voy.

– Mentirosa -protestó él.

Aunque ya estaba nadando hacia la orilla, Sam se detuvo y se volvió a mirarlo.

– Tal vez mi secreto sea peor que el tuyo.

– Cuéntamelo.

– Soy… -balbuceó ella, poniendo los ojos en blanco-. Ya deberías haberlo adivinado.

– Dilo de todas formas.

– Les tengo fobia a los compromisos afectivos. ¿Entiendes?

– Perfectamente -afirmó, nadando hacia ella-. Porque compartimos la manía.

– Eres un hombre atípico, Jack Knight.

– Gracias. Creo.

Empezaron a nadar hacia la orilla, surcando las olas, girando juntos y riendo. Para cuando llegaron a la arena estaban abrazados.

El agua se retiró, y Jack miró el cuerpo semidesnudo de la mujer que tenía contra él. Era alta y delgada; tenía la piel de gallina, pero era cálida y suave, deliciosamente suave. Sus senos invitaban a tocarlos, a besarlos, y a él se la hacía la boca agua de sólo pensarlo. Sentirla tan pegada a él lo hacía desear morirse de placer.

Un deseo que por suerte también estaba reflejado en los ojos de Sam.

– Lo que he dicho es cierto -murmuró Jack, mirándola a los ojos-. Detesto los compromisos tanto como tú. Aunque deberías saber que te encuentro tan sensual y atractiva que cuando te miro apenas puedo respirar.

Ella levantó las manos y le acarició la cabeza.

– Pero sólo es atracción superficial, sólo una cuestión de piel, ¿verdad?

La atracción superficial, la piel, era algo que encajaba perfectamente con los cánones de Jack. Sin embargo, con ella, la descripción parecía un poco fría.

– Sam…

– Lo mío es sólo superficial, Jack. Prefiero que lo sepas desde el primer momento. No me estoy haciendo la interesante ni estoy jugando. Soy así.

– Bueno.

Jack pensó en las veces en las que él había dicho lo mismo. Le recorrió el cuerpo con la mirada y sintió que se quemaba por dentro. Le subió una mano por el estómago y le acarició los senos.

Sam contuvo la respiración y se le puso la piel de gallina. Él quiso abrazarla para darle calor, pero ella se apartó.

– Ni siquiera una chica de playa como yo involucra demasiado la piel en la primera cita -dijo.

A tientas, Sam buscó su vestido y se cubrió el cuerpo con el que Jack sabía que se pasaría toda la noche soñando, luchando con la cremallera, que se negaba a subir.

Con un suspiro y una mueca de dolor por la punzada que tenía en la rodilla, él se puso en pie y la ayudó a terminar de cerrarse el vestido.

Ella se volvió a mirarlo y sonrió; su recelo previo había desaparecido.

– Gracias.

– De nada.

Sam le miró los pies.

– Como verás, sólo tengo diez dedos.

– Sí -dijo ella, divertida-. Y no son feos.

– Me alegro de que los apruebes.

– Esta noche ha sido muy agradable, Jack.

Parecía sorprendida. Él la tomó de la cara y se acercó un poco más.

– También me alegro por eso.

– Supongo que no lo esperaba.

– Yo tampoco.

– Sí…

Sam retrocedió unos pasos y se volvió hacia el café. Jack recogió su ropa, y empezaron a subir el peñasco. Ella sentía cómo la protegía de la brisa con su cuerpo. Le gustaba verlo en calzoncillos y completamente mojado. Tenía que reconocer que aquella noche había vivido una de las experiencias más divertidas, alocadas y eróticas de su vida, aunque sólo se habían besado.

Al llegar a su coche se volvió hacia Jack, recostándose contra el Honda Civic que tenía hacía años.

– Buenas noches.

Él sonrió con aquella sonrisa embriagadora que tanto la conmovía.

– Buenas noches.

Como él se quedó inmóvil mirándola, ella extendió la mano. Jack soltó una carcajada y la atrajo hacia sí. Dejó su ropa en el techo del coche y le dio un beso apasionado que la dejó temblando.

Sam se alegró de tener el coche detrás, ya que apenas podía tenerse en pie. Se apoyó contra la puerta y sintió la necesidad de replantearse la norma de no tener relaciones sexuales en la primera cita, porque lo deseaba desesperadamente.

– ¿En qué piensas? -preguntó él, acariciándole la mejilla.

Ella rió y sacudió la cabeza.

– En nada. ¿Y tú?

– Se me ocurre una cosa, pero no la puedo decir.

Jack sonrió de lado mientras se ponía los pantalones y la camisa.

– De verdad -insistió, con los zapatos en la mano.

– Entiendo.

Pero resultaba tan irresistible descalzo y con la ropa mojada, que Sam no pudo evitar ceder a la tentación de tomarlo de la camisa y atraerlo hacia sí.

– ¿Más?

– Sólo un poco -murmuró Sam antes de besarlo.

Jack dejó caer los zapatos al suelo y la abrazó, acariciándole la espalda y el pelo, que seguía chorreando.

El beso fue aún más intenso, húmedo, ardiente y difícil de interrumpir. Aunque en algún momento tenía que terminar, y ella se apartó y lo miró a la cara. Aturdida por lo duro que le había resultado separarse, pensó que tal vez podía permitirse un poco más.

Sin embargo, antes de que pudiera decir una palabra, él estiró la mano, abrió la puerta del coche y la ayudó a entrar.

Sam nunca había estado tan pendiente del contacto de un hombre como cuando él le puso la mano en espalda. Se moría por volverse a mirarlo para ver qué otras reacciones podía provocarle. Pero no lo hizo, y él esperó a que encendiera el motor y se pusiera el cinturón de seguridad para apartarse.

Y entonces puesto que no podía hacer otra cosa, ella se alejó en su coche. Condujo hacia el norte por el paseo marítimo durante media hora. Habría llegado a Santa Bárbara de no haberse detenido a echar gasolina y a comprar otro refresco antes de volver a la carretera en dirección al sur.

Tenía mucho en qué pensar, demasiado para una mujer que no era aficionada a la introspección, porque conllevaba demasiada pena y dolor.

El mar era una masa negra a su derecha. Las colinas de Malibú, una sombra a su izquierda. Nada que pudiera distraerla de sus pensamientos.

Había sido una noche increíble. Quería más noches como aquélla, con Jack. Por primera vez en mucho tiempo había conocido a un hombre que la hacía soñar con una segunda cita.

Y estaba aterrada.

Capítulo 6

A la mañana siguiente, Sam estaba en su tabla de surf en la misma agua en la que había nadado con Jack pocas horas antes, charlando con Lorissa mientras miraban a sus amigos remontar las olas.

En realidad, era Lorissa quien hablaba, presionando a Sam para que le contara lo que había pasado la noche anterior.

Pero a Sam no le apetecía entrar en detalles, aunque tenía que admitir que pensar en Jack la hacía sonreír.

– Vamos, di algo -suplicó Lorissa.

– Ya te he dicho que me lo pasé bien.

– Necesito más que eso.

– Te diré que esta ola es mía.

Sam se puso en pie sobre la tabla y se preparó para recibirla. Cuando volvió, Lorissa no estaba sola. Skurfer, un viejo amigo del instituto y el dueño de la tienda de surf a la que iban todos, sonrió.

– ¿Anoche te anotaste un tanto?

– Hace ocho años que terminamos la secundaria; ¿no podríamos encontrar una expresión menos basta que»anotarse un tanto»?

– Por supuesto.

Él que había contestado era Nash, otro viejo amigo y enamorado de Sam del instituto, que como alternativa propuso un verbo mucho más explícito, y todos rieron.

Todos menos Lorissa.

– Sam no se «anota tantos» en las citas a ciegas. Es demasiado prudente para hacer eso. ¿No, Sam?

– Así es -contestó ella, mirando el oleaje con renovada determinación-. Y si os interesan esas enormes olas más que mi vida sexual, deberíais iros ya.

Los hombres se fueron juntos, y ellas se quedaron mirando.

– No te has acostado con él -dijo Lorissa, en voz baja.

– ¿Es una afirmación o una pregunta?

Su amiga se quedó mirándola.

– Es una deducción. Te gusta el sexo como a todo el mundo, pero extrañamente, aunque no quieres tener una relación estable, necesitas más de una cita para intimar. Me apuesto el sueldo a que no has hecho el amor con él.

Sam no lo había hecho, pero lo había deseado con toda su alma.

– ¿Tan segura estás?

– Bueno, siempre has tenido la misma norma. Regla número uno: no tienes relaciones sexuales con un tipo hasta que lo conoces. Regla número dos: te quitas las ganas y lo dejas.

– Eh, yo no…

– Claro que sí -afirmó Lorissa, con una sonrisa apenada-. Las dos sabemos que cuando un tipo te gusta lo suficiente como para acostarte con él, es el beso de la muerte de la relación, porque no te gusta la idea de tener pareja. Las relaciones te dan miedo.

– ¿Puedes dejar de mencionar esa palabra?

– ¿Qué pasa? ¿Te estoy poniendo nerviosa?

Sam suspiró.

– Voy a aprovechar ésta -dijo, empezando a nadar hacia la siguiente ola.

– Te vas porque sabes que tengo razón.

– Me voy porque es una buena ola.

– ¿Se portó como un imbécil?

Sam se volvió y vio la preocupación en los ojos de su amiga.

– Porque si fue así -gritó Lorissa-, lo mataré. Y también mataré a Cole por haberme pedido que os arreglara una cita. A los dos.

Sam miró la perfecta cresta que se elevaba frente a ella y la dejó pasar. Con un suspiro, volvió con Lorissa, a la que se notaba preocupada, asustada y arrepentida.

A Sam se le estremeció el corazón. La noche anterior, mientras conducía bordeando la costa, se había sentido sola, aunque no lo estaba en absoluto.

No sabía por qué se resistía a aceptar el amor, pero sabía que si había sido capaz de salir adelante después de la muerte de sus padres, era gracias a la mujer que la estaba mirando en aquel preciso instante. Lorissa la había querido y apoyado más que nadie.

– No se portó como un imbécil -afirmó Sam-. En absoluto. De hecho, fue… -se mordió el labio para no decir que había sido adorable, delicioso e impresionante-. Un perfecto caballero.

– Entonces, ¿a qué viene tanto misterio? -preguntó Lorissa, mirándola detenidamente-. Oh, no. Ahora comprendo. Te gusta. Te gusta mucho -sonrió con complicidad-. Anda, dime la verdad.

Sam pensó que no debería haber dejado pasar aquella ola.

– Me lo pasé bien. Bueno, muy bien.

– ¿Y vas a volver a verlo? ¿Te ha llamado? ¿Lo has llamado? ¡Deja de hacerte la interesante y cuéntamelo!

– Sólo fueron unas horas. Y debería matarte por no haberme dicho que era una ex estrella de la NBA.

– En realidad, no lo sabía -dijo Lorissa-. Supongo que tendría que haber asociado su nombre a las noticias, pero nunca he sido muy aficionada al baloncesto. ¿Y ahora qué pasa? ¿Vais a volver a salir o lo has despachado como al resto?

– Bueno… el fin de semana que viene haremos esa… cosa…

– ¡Dios mío, vas a tener una segunda cita! Lorissa estaba tan emocionada que parecía que acababa de ganar la lotería.