Slade intentó responder, pero la garganta le dolía tanto que no pudo. Abrió la portezuela de Brown, otra de las yeguas, y se dispuso a salvar al último de los animales, Diablo Rojo, que pateaba y relinchaba dentro de su establo.

– ¡Slade! ¡Maldita sea! ¡Slade…!

Diablo Rojo salió tan deprisa que Slade no tuvo tiempo de apartarse. El caballo se lo llevó por delante y lo derribó.

Slade se levantó del suelo y vio que del techo caía una lluvia de chispas. La madera crujió y se acordó de las toneladas de heno que estaban acumuladas en la parte superior. Si no salía pronto de allí, se le caerían encima.

Miró la ventana y saltó hacia ella.

La viga central cedió un instante después, con un ruido tremendo.

El pajar se había derrumbado.


– ¿Fuego? ¿Qué quieres decir? ¿Dónde hay fuego? -preguntó Kelly mientras se levantaba de la cama.

– En el establo del rancho. Thorne y Slade podrían estar dentro, atrapados.

– Oh, no… -dijo ella, atónita-. Pero… ¿por qué? ¿Cómo es posible?

Matt ya se estaba vistiendo.

– Nicole no me ha dicho nada más. Probablemente no lo sabe, pero eso da igual ahora. Tengo que ir.

– Voy contigo.

Kelly alcanzó sus pantalones, un jersey y su pistola del calibre treinta y ocho.

– No creo que necesites un arma.

– Espero que no, pero me la llevaré de todas formas.

Matt ni siquiera se molestó en ponerse un cinturón.

– Sería mejor que te quedaras aquí.

– De ningún modo.

Kelly terminó de vestirse y se calzó las botas. Después, salieron de la casa, entraron en el garaje, echaron mano a un par de chaquetas y subieron a la camioneta de Matt.

Él arrancó el vehículo y ella pulsó el mando a distancia de la puerta del garaje. A lo lejos se oían sirenas.

– Son camiones de bomberos -dijo Matt.

– Y ambulancias.

De camino, Kelly marcó un número en su teléfono móvil.

– Voy a hablar con Striker -le explicó a Matt-. Y con Espinoza.

Striker sólo tardó unos segundos en contestar.

– ¿Dígame?

– ¿Striker?

– Sí, soy yo.

– Hay fuego en el rancho de los McCafferty. No sé qué lo ha causado, pero Slade y Thorne podrían estar atrapados en uno de los edificios. Por lo visto, ya han llamado a los servicios de emergencia.

– Ya estoy de camino -dijo el detective privado-. Lo he oído en la emisora de la policía y he decidido ir.

Kelly cortó la comunicación y miró a Matt. Conducía a toda velocidad, como si su propia vida dependiera de ello.

– Debería haberme quedado en el rancho -dijo él.

– Por supuesto. Y entonces, tú también estarías atrapado.

– O habría evitado esto…

Kelly comprobó que su pistola estaba cargada.

– No sé qué decirte, Matt. Empiezo a pensar que nadie podría impedir las cosas que le pasan a tu familia -afirmó.

– ¿Y todavía quieres casarte conmigo?

Kelly encendió la radio y buscó una emisora con noticias.

– Yo no me asusto con facilidad -respondió-. Por cierto, Striker me ha dicho que está de camino. Llegará en unos minutos.

– Será demasiado tarde…

Matt aceleró tanto como le fue posible. Kelly no dijo nada; se limitó a marcar el número del inspector Espinoza. Tenía un nudo en la garganta. A pesar de todos sus años como policía y detective privado, a pesar de toda su experiencia, estaba asustada. Aquél no era un caso normal. Los dos hermanos de Matt, el hombre de quien se había enamorado, se encontraban en peligro.

Nerviosa, extendió un brazo y le acarició la pierna. Necesitaba tocarlo, sentirse más segura, creer que todo iba a salir bien.

– ¿Dígame?

– Bob, soy Kelly. Puede que ya lo sepas, pero hay problemas en el rancho de los McCafferty. El establo está ardiendo, y según lo que me ha dicho Nicole, Thorne y Slade podrían estar atrapados. Han llamado a la policía. Las ambulancias y los bomberos van de camino.

– Salgo enseguida… ah, estoy recibiendo una notificación en este momento. Seguro que es la nota del sheriff.

El inspector cortó la comunicación.

– Supongo que no sabrás el número de Jamie Parsons…

Matt frunció el ceño y sacudió la cabeza.

– No, me temo que no.

– Tendríamos que informarla -dijo ella-. Nicole me ha comentado que Jamie está enamorada de Slade. Ha notado cómo lo mira.

Matt apretó los dedos sobre el volante y tomó una cuna tan deprisa que la camioneta derrapó antes de seguir adelante.

– Supongo que podrías encontrarla en la casa de su abuela… si es que no han cambiado el número de teléfono, claro está. Busca por Nita Parsons. O por Anita. Ahora no lo recuerdo.

Kelly llamó a Información y pidió el número. Después de varios intentos fallidos, localizó el número de la casa y llamó. Estaban a punto de salir de Grand Hope, y la iluminación navideña se reflejaba en la nieve de las calles. Había poco tráfico. Era una noche tranquila.

Pero a lo lejos, el sonido de las sirenas anunciaba un desastre.


El teléfono sonó como si estuviera muy lejos. Jamie se estiró, frunció el ceño, se tapó la cabeza con el edredón y sólo después, al ver que no dejaba de sonar, supo que no estaba soñando.

Abrió los ojos y miró el despertador. Era la una de la madrugada. A lo lejos sonaban sirenas de policía.

Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina sin molestarse en ponerse unas zapatillas. Lazarus maulló al verla y la siguió.

– ¿Dígame?

Jamie miró su reflejo en la superficie de uno de los armarios. Tenía el pelo revuelto, y ojeras por haber dormido poco.

– ¿Jamie? Soy Kelly Dillinger, la prometida de Matt.

El corazón de Jamie se detuvo. A Slade le había pasado algo. Lo sabía.

– Hay fuego en el rancho de los McCafferty, en el establo.

– ¿Cómo?

Nerviosa, se apoyó en la encimera e intentó despertarse.

– No quiero asustarte, Jamie, pero existe la posibilidad de que Thorne y Slade se hayan quedado atrapados en el interior. Los equipos de emergencia ya están de camino.

– No, no puede ser. Tiene que haber un error…

Kelly tardó un par de segundos en hablar.

– Ojalá lo hubiera, Jamie.

– Oh, no…

– He pensado que debías saberlo.

– No puedo creerlo…

– Es posible que Slade se encuentre bien. Todavía no he llamado al rancho. Me informaron hace diez minutos, y puede que las circunstancias hayan cambiado en este tiempo -dijo, intentando animarla.

– Salgo inmediatamente.

– No me parece una buena idea. Será un caos, Jamie… te he llamado para informarte, pero sería mejor que te quedaras en casa. En serio, quédate allí. Me pondré en contacto contigo en cuanto sepa algo. ¿Estarás bien?

Jamie no contestó. Colgó el teléfono y subió la escalera a toda prisa. A continuación, se puso la ropa que tenía más a mano, tomó las llaves del coche y volvió a bajar. Unos segundos más tarde, ya estaba dentro del vehículo.

No podía creer lo sucedido. La idea de que a Slade le hubiera pasado algo le daba pánico.

Con manos temblorosas, arrancó el motor. Ni siquiera esperó a que el parabrisas se limpiara de vaho; sacó la cabeza por la ventanilla y se puso en marcha inmediatamente. Iba tan deprisa que derrapó varias veces en la nieve, pero le daba igual.

Cuando el parabrisas se limpió, metió la cabeza dentro del coche. A lo lejos, hacia el rancho Flying M, se divisaba un destello rojizo.

– Oh, Dios mío -murmuró.

Jamie pisó el acelerador a fondo. Como si el propio diablo le pisara los talones.


– ¡Slade! ¡Dónde demonios estás!

Slade oía la voz de Thorne, pero sólo podía gemir y toser. Al saltar por la ventana del cuarto de los arreos, había quedado atrapado debajo de una viga. Intentó liberarse con todas sus fuerzas, arañando el suelo de cemento hasta casi quedarse sin uñas, pero no podía.

– ¡Sal de ahí! -gritó su hermano.

El calor y el humo eran tan intensos que casi no podía respirar.

Pensó en Jamie, imaginó su rostro y se dijo que la amaba.

Un cristal estalló en ese momento. Lejos de allí, entre el clamor de las llamas, se oían sirenas. La ayuda estaba en camino, aunque tal vez fuera demasiado tarde.

– ¡Sal de ahí, Slade! ¡No te rindas!

Oía las palabras de Thorne como si estuviera en un sueño. Extendió los brazos hacia delante y se agarró al tablón inferior de uno de los establos. Después, apretó los dientes y tiró con fuerza, todo lo que pudo. Todos sus músculos se rebelaron. El dolor era tan insoportable como el calor.

Estaba a punto de perder la consciencia.

– ¡Aguanta, Slade!

– Márchate, Thorne -logró decir.

– Me marcharé contigo.

El edificio se estremeció y otra viga cayó a un par de metros de la cabeza de Slade. Pero justo entonces, entre las balas de heno en llamas, apareció Thorne.

Tenía la cara cubierta de hollín, y sus ojos escudriñaron el infierno hasta que divisó a su hermano.

– Ya estoy aquí…

Se inclinó sobre él, lo agarró por los hombros y tiró.

– Haz un esfuerzo, Slade.

Al ver que no podía hacer nada, Thorne alcanzó el hacha de la pared y golpeó la viga con todas sus fuerzas. Slade estaba a punto de perder el conocimiento, pero sintió un dolor tan intenso que se espabiló.

Thorne tosió, apartó la viga partida, agarró a Slade por debajo de los brazos y lo llevó hacia el exterior.

Slade intentó mover las piernas, pero no podía.

Cuando por fin salieron, Thorne exclamó:

– ¡Ayuda! ¡Necesito ayuda!

Slade sintió el aire frío y vio los destellos rojos y azules de los vehículos. Los caballos corrían de un lado a otro, nerviosos. Un grupo de bomberos apuntaba hacia el establo con sus mangueras. Varias personas, entre las que distinguió a su familia, contemplaban la escena desde el porche de la casa.

Afortunadamente, estaban a salvo.

– ¿Queda alguien dentro? -preguntó un bombero.

– No, creo que no -respondió Thorne.

Justo en ese momento, Slade divisó a Jamie. Corría hacia él con lágrimas en los ojos, haciendo caso omiso de los gritos de la policía y de los propios bomberos, que le pedían que se mantuviera a una distancia prudencial.

– ¡Slade! ¡Oh, Slade…!

Dos manos intentaron detenerla, pero Jamie corría con tanta decisión que escapó y no paró hasta llegar a él y arrodillarse a su lado.

En cuanto lo miró, supo que estaba a punto de desmayarse.

– ¡Socorro! -gritó-. ¡Socorro!

– Discúlpenos, señorita.

Unos brazos fuertes la apartaron de él. Eran los hombres de la ambulancia, que se hicieron cargo de los McCafferty. Después de sacar a Slade, Thorne había caído al suelo, agotado; tenía la piel quemada y llena de ceniza, pero seguía despierto y dando órdenes. En cambio, Slade había dejado de moverse. Estaba completamente inmóvil, en silencio.

Jamie apenas entendió lo que decían cuando se lo llevaron en una camilla. Nicole ayudó a su esposo a levantarse; Thorne cojeaba, pero se negó a que lo tumbaran como a Slade. La policía ya había llegado, y entre todos intentaban contener el fuego, alejar a los caballos y mantener a salvo a la gente.

– ¿Te encuentras bien?

Jamie alzó la mirada y vio a Kurt Striker.

– Sí, supongo que sí, pero Slade…

– Descuida. Se lo llevan al Hospital Saint James.

– Tengo que ir con él.

Jamie intentó alejarse hacia su coche, pero Kurt la detuvo.

– ¿Por qué no vas con Nicole? Va a llevar a Thorne.

– Pero…

– Ve con ellos. No debes conducir en ese estado.

Jamie miró la furgoneta del rancho Flying M. Nicole ya estaba al volante.

– No, no te preocupes, puedo conducir.

Matt apareció en ese momento. Llevaba puesto su sombrero.

– ¿Seguro que estás bien? -le preguntó-. En la furgoneta hay espacio de sobra. Te llevaría yo mismo, pero debo quedarme aquí hasta que los artificieros terminen de inspeccionar el rancho. La policía quiere asegurarse de que no hay más bombas.

– ¿Bombas? ¿Artificieros? ¿Es que no ha sido un accidente? -preguntó Jamie, asombrada.

– Me temo que no -respondió Kurt.

– ¿Queréis decir que lo han hecho a propósito? ¿Cómo podéis estar tan seguros? Aún no habéis podido comprobar…

– Mi instinto no falla con estas cosas -dijo Kurt, mirando a Randi y a las niñas-. Creo que era otra advertencia contra los McCafferty. Sobre todo, contra Randi.

– ¿Matar caballos? ¿Una advertencia?

Jamie pensó que no tenía sentido.

– Matar caballos sería absurdo; pero matar los caballos de Randi McCafferty es otra cosa. Recuerda que es la propietaria de la mitad del rancho.

– Y Matt es el propietario de la otra mitad -dijo Jamie-. O lo será pronto…

– Lo sé, pero nadie amenaza mi vida, y Randi parece ser el objetivo de un maníaco -le recordó Matt.