Slade se miró las piernas e intentó moverlas de nuevo, pero no lo conseguía. Mientras las enfermeras le administraban los sedantes por vía intravenosa, él apartó la sábana y vio que sus piernas seguían allí, como siempre.
Algo más tranquilo, pensó que estaba soñando, que el establo seguía en su sitio, que Diablo Rojo esperaba su comida y que él despertaría en su habitación.
– ¿Dónde diablos está el médico? Llámelo y…
Slade se sintió súbitamente cansado. Justo entonces apareció Nicole.
– ¿Slade? ¿Cómo estás?
– Dímelo tú -contestó, casi incapaz de hablar-. ¿Estoy…? ¿Estoy paralítico? Dime la verdad.
Nicole lo miró durante un segundo.
– Es pronto para decirlo. Hay un problema con una de tus vértebras, pero el doctor Nimmo está haciendo lo que puede. Va a consultarlo con otros especialistas.
– Pero… existe la posibilidad…
Slade empezaba a quedarse dormido.
– No pensemos en eso ahora.
Él cerró los ojos y se preguntó cómo sería su vida si perdía la capacidad de mover las piernas. La imagen de Jamie le vino a la cabeza; pensó que era una mujer preciosa, inteligente, con éxito, una mujer con quien no podría hacer el amor, ni tal vez tener hijos, si se confirmaba el peor de los pronósticos.
Segundos después, se quedó dormido.
– Quiero ver a Slade.
Ya no estaba cansada. Cuando supo que Slade había recuperado la consciencia, Jamie sintió tal descarga de adrenalina que se levantó de la silla, como empujada por un resorte, y se enfrentó a Nicole. Chuck se había llevado a Thorne al rancho, pero Nicole se había quedado en el hospital para consultar la situación con el neurólogo y para informar a Jamie sobre el estado de Slade.
– Si está despierto y dejan entrar a las visitas, quiero verlo -insistió.
Nicole frunció el ceño.
– Ahora está dormido. Sólo ha estado consciente durante unos minutos. Las enfermeras le han administrado un sedante para el dolor.
– No me importa -declaró Jamie, que no pensaba rendirse-. Nicole, por favor, intenta ponerte en mi lugar… necesito ver a Slade. Sé que no soy de la familia, pero pensé que te las arreglarías para que me dejaran entrar.
– Podría conseguirlo, sí.
Nicole la miraba con preocupación. Llevaba una bata de médico.
– Pues consíguelo.
– ¿Seguro que estás preparada?
– Seguro.
– Sólo podrás quedarte unos minutos.
Jamie respiró a fondo.
– Lo comprendo.
– Muy bien, lo haré, pero con una condición: estarás con Slade un par de minutos y después te irás a casa a descansar. Ordenes del médico.
– De acuerdo, lo haré. Pero déjame entrar.
Nicole hizo un gesto hacia el ascensor.
– La Unidad de Vigilancia Intensiva está en la tercera planta. Su cama está en la sala común, separada de las contiguas por unas cortinas. Te acompañaré para asegurarme de que te dejan pasar.
– Gracias, Nicole.
Entraron en el ascensor y salieron en la planta de la UVI. Jamie se estremeció al ver que Slade estaba vendado, entubado y completamente inmóvil. Tenía cortes, rasguños y quemaduras por toda la cara.
– Oh, Slade… -murmuró.
– ¿Estás bien? ¿Seguro que quieres verlo?
Jamie asintió.
– Entonces, te dejaré un momento a solas con él.
Nicole se alejó hacia el mostrador de las enfermeras.
Jamie se acercó a la cama, se mordió el labio y repitió el nombre del hombre de quien se había enamorado.
– Slade… Soy yo, Jamie. He venido a ver cómo te va.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Slade estaba allí, tumbado, incapaz de moverse, y cabía la posibilidad de que no recobrara el movimiento de las piernas.
Lo tomó de la mano y añadió:
– Te pondrás bien, ya lo verás.
No podía soportar la idea de que quedara confinado a una silla de ruedas, de que ya no pudiera esquiar ni escalar picos ni descender por ríos de montaña ni conducir coches de carreras ni hacer ninguna de esas cosas que tanto le gustaban.
Pero tenía que ser fuerte. Por él.
Por los dos.
– Hay algo que quería decirte desde hace tiempo, vaquero -declaró, intentando mantener la compostura-. Te amo, Slade. Sé que te parecerá una locura, pero creo que siempre te he amado. Y quiero que sepas que estaré aquí, contigo, cuando despiertes.
Slade no movió un párpado, ni un solo músculo. Las palabras de Jamie no tuvieron ningún efecto milagroso. Siguió tumbado, inconsciente.
Jamie vio que Nicole la miraba y supo que su tiempo había terminado.
– Volveré -le prometió, conteniendo las lágrimas a duras penas-. No te vayas a ninguna parte. Espérame aquí.
Cuando se alejó, Jamie se secó las lágrimas con el dorso de la mano y permitió que Nicole la acompañara fuera de la UVI.
– Se recuperará -dijo Nicole.
– ¿Pero cuándo? -preguntó, prácticamente fuera de sí-. Oh, discúlpame, Nicole… tenías razón al suponer que esto me resultaría doloroso. Gracias por haberme dejado entrar.
Nicole sonrió.
– Ve a casa y duerme un poco. Quién sabe… puede que cuando te despiertes, Slade vuelva a ser el de toda la vida y hayamos descubierto quién puso la bomba en el establo del rancho. Te llamaré si se produce algún cambio.
– Gracias de nuevo.
Jamie pulsó el botón del ascensor y añadió:
– Como médico, ¿crees que Slade volverá a caminar?
– No lo sé -respondió, aparentemente sincera-, pero está con uno de los mejores especialistas en la materia. Pondría mi vida y las vidas de mis hijas en manos del doctor Nimmo. Además, Slade es un McCafferty. Si hay un hombre que pueda sobrevivir a esto, es él. Ha pasado por cosas peores, Jamie. El año pasado estuvo a punto de morir en un accidente de esquí. ¿Lo sabías?
Jamie asintió.
– Sí, me lo dijo.
– Yo no estaba entonces en la familia, pero Thorne me lo contó después. Sus heridas eran graves, aunque lo que llevó peor fue la muerte de Rebecca y de su bebé. Desapareció mucho tiempo. Se culpaba por no haber podido salvarlos.
Jamie se quedó helada. Sabía lo del accidente, pero era la primera noticia que tenía sobre el niño.
– ¿Insinúas que se llevaron al niño a esquiar?
– No. Rebecca estaba embarazada de cuatro o cinco meses. Pero ¿no me has dicho que Slade te lo había contado?
– No me dijo lo del bebé. Sólo sabía que había perdido a un ser querido.
El ascensor llegó y las puertas se abrieron.
– Te mantendré informada -afirmó Nicole-. Te lo prometo.
Jamie se sintió más angustiada que nunca. Slade había perdido dos hijos; primero el suyo, y luego, el de Rebecca.
Cuando llegó al piso bajo, salió del hospital y se dirigió al aparcamiento. Una vez allí, miró hacia la tercera planta, se abrochó el abrigo para protegerse del frío y vio que tenía una brizna de heno en la tela, un recuerdo de sus momentos de amor en el pajar.
Empezaba a nevar otra vez. Jamie entró en el coche y arrancó.
Habría dado cualquier cosa para que Slade volviera a caminar.
Cualquier cosa.
Capítulo 14
«Hay algo que quería decirte desde hace tiempo, vaquero. Te amo, Slade. Sé que te parecerá una locura, pero creo que siempre te he amado. Y quiero que sepas que estaré aquí, contigo, cuando despiertes».
Slade se preguntó si las palabras que había oído eran de Jamie. No sabía dónde estaba. Pero gimió, abrió un ojo y lo recordó todo de golpe.
– ¡Quiero ver a un médico! -exclamó.
Una enfermera corrió las cortinas y sonrió.
– Señor McCafferty… me preguntaba cuándo despertaría.
– Quiero ver a un médico -repitió.
– El doctor Nimmo vendrá a verlo dentro de un rato. ¿Cómo se encuentra?
– ¿Usted qué cree? -contestó, frustrado-. No puedo mover las piernas.
– Pensaba que la enfermera del turno anterior se lo habría explicado.
– Me contó lo del traumatismo, pero nada más. ¿Voy a quedar lisiado?
– No hable en esos términos. Sea positivo.
– ¿Que sea positivo? -ironizó.
– Inténtelo.
– ¿Podría llamar a mi cuñada, Nicole McCafferty?
– Le he enviado un mensaje al busca al ver que se había despertado.
– ¿Sabe si alguien ha venido a verme?
– La doctora McCafferty ha estado tres veces. También ha estado su hermano, Thorne, y una mujer.
Cuando oyó lo de la mujer, Slade supo que había sido Jamie y que no había imaginado aquellas palabras de amor que le había parecido oír en sueños. Pero llegó a la conclusión de que le había declarado su amor porque se sentía obligada con él, por pura lástima.
Las puertas de la UVI se abrieron. Nicole caminó hacia él. Tenía mal aspecto, como si no hubiera dormido en varios días.
– Mira quién se ha despertado -dijo, intentando parecer animada-. El bello durmiente en persona…
– Sí, bueno… ¿Thorne está bien?
– Sí, no ha sufrido heridas graves. Sólo unos cuantos rasguños y quemaduras sin importancia. En cuanto a ti…
– No puedo mover las malditas piernas. Lo he intentado. Todo el mundo pretende tranquilizarme y fingir que todo va a salir bien, pero no dejan de recordarme que tengo una vértebra rota y que he sufrido un traumatismo que afecta a mi médula espinal -protestó-. Dime la verdad, Nicole. ¿Voy a quedarme paralítico?
Nicole suspiró.
– No lo sé, Slade. Existe la posibilidad, pero aún no podemos estar seguros. El doctor Nimmo cree que te recuperarás, al menos en parte, pero será mejor que hables con él.
– Pues dile que venga.
– Ya lo hemos avisado. Entretanto, hay alguien que quiere verte. Le prometí a Jamie que la llamaría cuando despertaras, y ya está de camino. He quedado con ella en mi despacho, dentro de quince minutos.
Slade sintió una punzada en el corazón. Primero, Jamie le había dicho que su antigua relación sólo había sido una aventura pasajera; después, cuando hicieron el amor en el pajar, le contó que había perdido un hijo; y más tarde, se habían separado de mala manera y entre gritos. No podía creer en la sinceridad de su declaración de amor. No era tan estúpido como para engañarse de ese modo. Jamie se le había declarado porque se sentía culpable o porque le daba lástima.
Miró a Nicole, que estaba esperando una respuesta, y dijo:
– Di a Jamie que se vaya a casa. No quiero verla.
Jamie estaba tan frustrada que quería gritar.
– ¿Qué significa eso de que no quiere verme? -preguntó, mientras se sentaba en una de las sillas del despacho de Nicole.
– No sé, Jamie. Pero ha sido categórico… quién sabe, puede que cambie de opinión cuando hable con el neurólogo.
– ¿Y si no cambia?
– ¿Qué puedo hacer yo? Soy médico y él es un paciente del hospital. Si no quiere verte, yo no puedo obligarlo.
Jamie se echó hacia atrás y miró el techo de la habitación.
– Maldita sea… ¿cómo puede ser tan obstinado? Ahora necesita toda la ayuda que pueda conseguir.
– Estoy de acuerdo contigo; pero por desgracia, él no es de la misma opinión. Dale un poco de tiempo. Tiene que asumir lo que ha pasado.
– Dudo que el tiempo ayude.
– Tal vez sí, tal vez no.
Jamie se levantó, y tuvo que contenerse para no ir corriendo a la tercera planta y decirle unas cuantas cosas a Slade. Le extrañaba que no quisiera verla, pero no le preocupaba demasiado; después de hacer el amor en el pajar, después de que la besara apasionadamente al saber que tenía intención de casarse con Chuck, Jamie no tenía ninguna duda sobre sus sentimientos.
– No me importa lo que Slade haya dicho. Quiero verlo. Lo sepa o no, me necesita.
Nicole tenía aspecto de estar cansada; no parecía dispuesta a discutir con nadie.
– Le he dicho que era un error, pero ha insistido. No sé lo que ha pasado entre vosotros, y no es asunto mío, pero no puedo permitir que subas a verlo. Márchate y descansa. Es posible que Slade cambie de opinión cuando hable con el neurólogo y lo lleven a una habitación individual. Entretanto, debo respetar sus deseos.
– Pero necesita a su familia, a sus amigos, a sus seres queridos…
– Quieres decir que te necesita a ti…
– Sí -dijo, apretando los puños.
– Es posible… pero como médico, opino que deberías dejarlo en paz; es pronto, dale un poco de tiempo. Y como mujer enamorada de un McCafferty, mi consejo es el mismo: no le presiones, deja que sea él quien vaya a ti. Es la única forma.
Jamie quiso discutírselo, pero no lo hizo. Sabía que Nicole no iba a dar su brazo a torcer.
– Bueno, tengo que marcharme -continuó Nicole-. Te llamaré cuando sepa algo más.
Nicole se acercó a ella y la abrazó como si fueran hermanas, parte de la misma familia.
Jamie se emocionó un poco, pero pensó que aquello no tenía ningún sentido. Slade ya la había abandonado una vez y, por lo visto, estaba a punto de repetir la experiencia. Ella no tendría más remedio que marcharse del rancho Flying M y buscarse otro empleo en Seattle, San Francisco o, quizá, Los Ángeles. En cualquier sitio, con tal de que fuera a miles de kilómetros de Slade McCafferty, del hombre que estaba empeñado en romperle el corazón.
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