Seguro que lo que decía tenía sentido, pero Annie no podía concentrarse teniéndolo tan cerca. Había tantas responsabilidades en su vida, tanta gente dependía de ella… tal vez por eso la necesidad de relajarse, de jugar, era muy poderosa.
De modo que lanzó el puño hacia delante… y esta vez sintió el impacto por todo el brazo.
– ¿Te he hecho daño?
– No, pero ha estado mucho mejor. ¿Has notado la diferencia?
– Sí, pero no me gustaría nada ser boxeadora.
– Probablemente sea lo mejor. Te romperían la nariz.
Annie bajó los brazos.
– ¿A ti no te han roto la nariz?
– Un par de veces.
– Pues no se nota.
– He tenido suerte.
Annie puso un dedo en su barbilla para mirar su perfil. Tenía un bulto en el puente de la nariz, pero no era algo que se viera a simple vista.
– ¿Y no podías haber jugado al tenis en lugar de boxear?
Duncan rió. Estaban muy cerca y las rodillas que le había dicho que doblase se doblaron por voluntad propia. Temblaba ligeramente, pero no de frío.
Los ojos de Duncan se oscurecieron y, por primera vez en su vida, Annie entendió la expresión «perderse en los ojos de alguien».
Y cuando miró sus labios tuvo que tragar saliva.
– Annie…
No era más que un suspiro, pero el deseo en su voz era innegable. Había mil razones para salir corriendo y ni una sola para quedarse. Sabía que era ella quien arriesgaba el corazón, sabía que Duncan no estaba buscando nada permanente, pero la tentación era demasiado grande. Estar con él era la mejor parte del día.
Tal vez por eso cuando la tomó por la cintura, Annie lo dejó hacer. Duncan la besó profunda, apasionadamente, y ella respondió abriendo los labios, deseando lo que él le ofrecía, sintiendo un escalofrío al notar sus manos por todas partes; en su espalda, en sus caderas, en sus nalgas.
Duncan Patrick era un hombre muy seguro de sí mismo y le gustaría rendirse, dejar de pensar, porque estando con él se sentía segura.
Annie acarició su cuello, enredando tímidamente los dedos en su pelo. Pero cuando él deslizó las manos por sus costados, rozando sus pechos, de repente se puso tensa.
Duncan movió el pulgar para rozar sus pezones y Annie empezó a temblar. Le costaba trabajo respirar, pero seguía besándolo, acariciándolo. Al tocar su espalda notó que había músculos por todas partes. Tal vez debería tener miedo, pero no era así. No podía tener miedo de Duncan.
Él tiró de la cremallera del vestido y Annie se apartó lo suficiente como para que pudiera quitárselo. La prenda cayó al suelo y quedó frente a él con las braguitas y el sujetador, mirándolo a los ojos.
Ella siempre había sido una amante tímida que prefería las luces apagadas y hablar poco. En realidad, el sexo nunca le había parecido algo más que… agradable.
Pero el deseo que veía en los ojos de Duncan le daba un valor que no creía poseer. De modo que echó los brazos hacia atrás para quitarse el sujetador. Cuando cayó al suelo vio que Duncan apretaba los dientes pero, sin dudar un segundo, tomó sus manos y las puso sobre sus pechos.
El roce de las manos masculinas sobre su piel hizo que contuviera un gemido. Duncan se inclinó para tomar un pezón entre los labios, chupando y tirando de él hasta que Annie sintió un río de lava entre las piernas.
Cada centímetro de su piel estaba ardiendo. Quería hacer el amor con él, en el salón, en el sofá, en la encimera de la cocina. En aquel momento le daba igual. Cualquier sitio serviría.
Como si hubiera leído sus pensamientos, Duncan tiró hacia abajo del elástico de las braguitas. La pieza de tela se deslizó por sus muslos y Annie levantó los pies para librarse de ella.
Desnuda, salvo por los zapatos, esperaba que la llevase al dormitorio, pero en lugar de hacerlo Duncan la sorprendió poniéndose de rodillas para besarla íntimamente.
Era un beso que no se parecía a ningún otro, pensó, cerrando los ojos. La ardiente fricción de su lengua en una zona tan sensible la hacía temblar y tenía que sujetarse a sus hombros para no caer al suelo. Pasaba la lengua por el mismo sitio una y otra vez hasta que un gemido ahogado escapó de su garganta. Parecía saber exactamente dónde y cómo acariciarla, con la presión justa.
Annie tenía problemas para respirar. Quería abrir las piernas y apretarse contra su cara, pero se dijo a sí misma que debía mantener el control. Aunque le parecía imposible.
Y, por fin, se dejó llevar, agarrándose a su pelo cuando él deslizó un dedo entre sus piernas, moviéndolo al ritmo de su lengua.
El orgasmo explotó sin previo aviso y Annie abrió las piernas un poco más, deseando sentirlo todo. El placer era tan abrumador que apenas podía mantenerse en pie y murmuró su nombre, agarrándose a él mientras volvía a la tierra.
Apenas lo había hecho cuando Duncan la tomó en brazos. Nadie la había llevado en brazos antes, pero estaba demasiado trémula como para hacer algo más que sujetarse.
La llevó al otro lado del dúplex, al dormitorio principal. No encendió la luz, pero gracias a la del pasillo Annie pudo ver una cama, una chimenea y un ventanal tapado por una cortina.
Duncan la dejó sobre la cama. Annie había perdido los zapatos por el camino y se sentó para verlo desnudarse, para admirar los músculos que sólo había sentido hasta entonces bajo los dedos. Aunque su erección era impresionante y daba un poco de miedo.
Duncan sacó una caja de preservativos de la mesilla y se tumbó a su lado. Pero, en lugar de abrazarlo, Annie deslizó una mano por su torso, por su estómago, por sus muslos… sonriendo cuando su miembro se movió un poco sin que ella lo tocara.
Mirándolo a los ojos, acarició su erección de arriba abajo y Duncan sonrió, una sonrisa de masculina satisfacción.
– ¿Quieres ponerte encima?
– La próxima vez.
Lo que de verdad quería era sentirlo moviéndose dentro de ella. Quería pasar los dedos por sus hombros, por sus bíceps…
Duncan sacó un preservativo de la caja y, después de ponérselo, se colocó de rodillas sobre ella. Annie bajó la mano para guiarlo, despacio, sintiendo cómo la ensanchaba, cómo la llenaba hasta que la presión era exquisita.
Y se entregó por completo, envolviendo las piernas en su cintura, suspirando. Quería ver su cara mientras se acercaba al orgasmo, pero sus ojos se cerraron cuando el placer de hacer el amor con Duncan la envolvió, llevándola a un sitio en el que no había estado nunca.
Capítulo Siete
Duncan estaba haciendo café, ya duchado y vestido. En una mañana normal se habría marchado a trabajar, pero aquella mañana nada era normal.
Annie había pasado allí la noche.
Había varios problemas con esa frase. Normalmente, él prefería pasar la noche en casa de una mujer para poder controlar cuándo se iba. Pero entre las mellizas, Kami y el que sería seguramente un dormitorio muy pequeño, era mejor que estuvieran allí.
Además, lo de la noche anterior no había sido planeado. Cuando Annie y él firmaron el acuerdo le había prometido que no estaba interesado en acostarse con ella…
Aparentemente, estaba mintiendo.
Y, aunque hacer el amor con Annie había sido fantástico, le preocupaba lo que pasara a partir de aquel momento.
Annie no era como las demás mujeres que conocía y no era el tipo de chica dado a aventuras sin importancia. ¿Pensaría que había sido algo más que eso? ¿Esperaría algo más? Él no quería hacerle daño.
Oyó pasos que se acercaban y, poco después, Annie entró en la cocina con el mismo vestido que había llevado el día anterior. El pelo aún mojado de la ducha, el rostro libre de maquillaje. Tenía un aspecto inocente, juvenil. No parecía la mujer que se había rendido tan apasionadamente unas horas antes.
– Pareces nervioso -le dijo mientras tomaba una taza del armario y se servía un café-. ¿Temes que espere una proposición de matrimonio?
– No.
¿Una proposición?
Annie sonrió.
– Yo creo que una ceremonia sencilla sería lo mejor en estas circunstancias. Las mellizas y Kami querrán ser damas de honor y…
Duncan había pensado que estaría incómoda, disgustada o avergonzada. Pero se había equivocado por completo.
– ¿Y llevarás un vestido blanco, querida?
Ella suspiró.
– Estaba intentando ponerte nervioso.
– Ya lo sé.
– Se supone que deberías haberte dado un susto.
Riendo, Duncan la besó.
– La próxima vez.
– Pues mientras tú roncabas, yo he tenido que llamar a Jenny para explicar por qué no he dormido en casa. Por supuesto he evitado mencionar que me había acostado contigo, pero no son tontas y…
– ¿Y por qué tenías que llamar?
– Porque no he dormido en casa y sabía que estarían preocupadas.
– La vida es más fácil sin familia.
– No seas cínico, hombre. Una llamada de teléfono es poca cosa a cambio de tener a mis primas. Y no finjas no entenderlo porque no me lo creo.
Duncan lo entendía, pero no estaba de acuerdo en que tuviese que pagar precio alguno por estar acompañada.
– Bueno, ahora las chicas ya saben algo de tu vida sexual.
Algo que a Duncan no le interesaba en absoluto. No porque le cayesen mal sino porque eso era dar demasiada información.
– Dime que no han hecho ninguna pregunta.
– Sólo si hemos usado preservativo -Annie intentaba fingir que era algo normal, pero Duncan vio que se había puesto colorada.
Sí, Annie McCoy era una interesante combinación de timidez, determinación, fuerza y fidelidad.
– ¿Y qué les has dicho?
Ella se aclaró la garganta.
– Que hemos usado… tres.
– ¿Y que ha contestado Jenny?
– Ha colgado.
Los dos soltaron una carcajada.
Annie estaba muy guapa a la luz del sol. Su melena rizada parecía brillar como un halo alrededor de su cara. Tenía los labios un poco hinchados de sus besos, las mejillas aún coloradas. La suya era una belleza serena, pensó. Y envejecería bien. Sería incluso más guapa a los cincuenta años. De haberla conocido antes de conocer a Valentina seguramente se habría sentido intrigado por las posibilidades… o tal vez no. Tal vez el atractivo de una chica mala habría sido más fuerte. Tal vez había tenido que sufrir para aprender la lección.
Y la había aprendido, desde luego. No confiar en nadie, no regalar nada y nunca, en ninguna circunstancia, arriesgar el corazón.
– Tú sabes que esto no puede ser más de lo que es.
Annie tomó un sorbo de café.
– ¿Es tu manera de decirme que no me haga ilusiones? ¿Qué esto es un simple acuerdo de conveniencia y nada más?
– Algo así -asintió él-. Cuando terminen las fiestas, nuestro acuerdo terminará también.
– Nunca había tenido una relación con fecha de caducidad -dijo ella, mirándolo a los ojos con un esbozo de sonrisa-. No pasa nada, Duncan. Conozco las reglas y no voy a intentar cambiarlas.
– No sé si creerte. A ti te gustan los finales felices.
– Es lo que quiero -admitió Annie-. Quiero encontrar a alguien a quien ame y respete. Un hombre que quiera estar conmigo, claro. Quiero tener hijos y un perro y hasta un hámster. Pero ése no eres tú, ¿verdad?
– No, no soy yo.
Años atrás, tal vez. Ahora, el precio era demasiado alto. Él sólo jugaba para ganar y en el matrimonio no había garantías. Valentina le había enseñado eso.
– Se supone que no deberíamos habernos acostado juntos.
– Lo sé -dijo Duncan. Pero no sabía si estaba tomándole el pelo o enfadada-. ¿Quieres que me disculpe?
– No, quiero que me prometas que cuando esta relación termine no me dirás que quieres que seamos amigos. Se terminará y punto, tienes que prometerlo.
– No seremos amigos -le prometió él. Y luego, de repente, se sintió absolutamente perdido. Annie era una de las pocas personas que le gustaban de verdad y la echaría de menos. Pero tendría que dejarla ir.
Annie pasó el día intentando no sonreír como una idiota. No le preocupaba que sus alumnos se dieran cuenta, pero sus compañeros sí. Porque si se daban cuenta empezarían a hacer preguntas y ella no mentía bien. Probablemente una buena cualidad, se dijo a sí misma mientras metía el coche en el garaje. En circunstancias normales, claro.
Mientras iba hacia el buzón sintió que le dolían todos los músculos, incluso músculos que no creía poseer. Pero no le importaba. Era un dolor que no le molestaba en absoluto y que le recordaba lo que había pasado la noche anterior con Duncan.
No lo lamentaba, pensó. Estar con él había sido espectacular y habían hecho cosas que no creía posibles. Estar entre sus brazos le había enseñado lo que quería de la vida. No sólo un gran amor, sino también una gran pasión. Con Ron y AJ. había tenido que conformarse… no se había dado cuenta hasta ese momento, pero era la verdad. Y no volvería a conformarse nunca.
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