– No me llames así -solo su madre empleaba sus dos nombres, y poseía un sonido frío que odiaba, junto con recuerdos que despreciaba aún más.
– ¿Mallory? De verdad que siento lo de los nombres. Lo que pasa es que amenazaste con privarme de chocolates y… perdí los nervios,
– Y mi reacción fue excesiva. ¿Dónde has estado?
– Aquí y allá -se sentó. -¿Qué pasa entre ese Jack y tú?
– Si te lo cuento, ¿me pondrás al día de lo que pasa en tu vida cuando vuelva? Porque siempre sé cuándo escondes algo -aparte de que últimamente Julia se había mostrado bastante vaga acerca de su vida personal.
– Claro. Claro.
– ¿Por qué me ha sonado tan poco convincente? -suspiró.
– ¿Mala conexión telefónica? ¿Tu imaginación? Elige. Y ahora, suelta.
– Cuando vuelva a casa, Julia Rose -a su prima no la molestaba que utilizaran su segundo nombre. Reinó un silencio. Se sentía mucho más cómoda descargando sus problemas en ese momento y ocupándose de los de su prima en casa. -¿Crees que es lo prohibido lo que lo hace tan atractivo?
La atracción que sentía por Jack era más que superficial, pero mientras mantuviera el control de sus emociones y de la situación, no pasaría nada. No era necesario alertar a Julia de la intensidad de esas emociones.
Su prima suspiró.
– Sabes que no existe explicación para la química. ¿Por qué buscas una?
– Porque nada acerca de nosotros tiene sentido.
– ¿Hay un «nosotros»? -la voz de su prima sonó entusiasmada.
El pensar en ello le causaba oleadas de excitación. Levantó las rodillas, se acomodó el auricular entre la oreja y el hombro y se rodeó las piernas con los brazos.
– No, no hay un nosotros. Pero hubo una noche -«y qué noche». Se mordió el labio.
– Oooh, tú no eres así. Cuéntame más.
– Ese es el problema. No soy así y ahora no puedo olvidarlo. Quizá porque… de hecho nunca… bueno, ya sabes, no llegamos… -una llamada fuerte interrumpió su confesión. -He de irme, Julia. Gracias por escuchar. Te volveré a llamar. Voy -le dijo a la puerta.
– No puedes dejarme así -aulló Julia.
Mallory rio entre dientes y colgó.
Se dirigió a la puerta y abrió, sin quitar la cadena. Al no ver a nadie, bajó la vista y recogió una bolsa con el nombre de la boutique del hotel.
Supo que era de Jack y el corazón le martilleó de forma errática. Nerviosa fue sacando las cosas. Un bañador de una pieza. Con un escote alto y caderas también altas, era un modelo clásico… pero aun así resultaba la pieza más sexy que había visto jamás.
Abrió el sobre cerrado de la nota y extrajo el papel blanco con una caligrafía viril.
Póntelo y reúnete conmigo en la playa cuando haya oscurecido. Te reto.
No mencionaba en qué parte, pero en lo más hondo de su ser, supo que se refería al sitio al que habían ido antes. La recorrió un escalofrío. Los pezones se le endurecieron y las rodillas se le aflojaron.
Era evidente que había reflexionado en lo que podría motivarla, aunque fuera con fines egoístas. ¿Quién más en su vida había hecho eso? Sus padres no, que se conocían de memoria pero que apenas conocían a su hija, y tampoco los hombres esporádicos con los que había salido, que querían pasárselo bien o que los introdujera en el mundo de Waldorf, Haynes. Por ese breve intervalo de tiempo, los motivos de Jack no importaban.
Sí sus actos.
Fue hasta el espejo del armario y se quitó el albornoz del hotel, quedando únicamente con unas braguitas de encaje y un sujetador diminuto. Sostuvo el traje de baño sexy delante de ella. El negro resaltaba el color de su cabello y, gracias al contraste, su piel pálida adquiría un tono de porcelana.
¿Sería la excitación del desafío lo que le iluminaba los ojos?
De modo que quería pagar una deuda. Se quitó las braguitas y el sujetador y se puso el bañador.
Aceptaría el teto y lo derrotaría en su propio terreno.
Cuando el sol comenzaba a ponerse, una bruma anaranjada se había aposentado donde el agua se juntaba con el cielo. Al oscurecer, Jack miró hacia las escaleras de madera que conducían desde el hotel a la playa y quedó impactado por la belleza de la mujer que iba hacia él.
Había elegido la extensión de playa por la que habían paseado aquella mañana. También había paseado por allí de noche, y sabía que no estaba muy concurrida. Luego, le había elegido el bañador en un impulso, sin tener ni idea de cómo quedaría en las flexibles curvas de Mallory. Su único criterio había sido que fuera llamativo, sexy y con suficiente tela para que ella se sintiera cómoda y al mismo tiempo lo excitara.
Estaba más que satisfecho con el resultado.
Mallory avanzó hacia él con sus piernas largas, segura tanto de su aspecto como del efecto que surtía en Jack.
Por el ardiente contoneo de las caderas y la sonrisa que exhibía, Jack supo que él podía haber planeado la velada, pero que ella pensaba tomar el control. No sabía la sorpresa que lo esperaba.
– Me alegra que pudieras venir -se levantó de la gran manta de playa sobre la que estaba sentado.
– ¿Dudaste de que lo haría? -la sonrisa sexy se tornó más amplia.
– Ni por un instante.
Ella movió la cabeza, y la magnífica mata de pelo que ocultaba durante el día le cayó sin orden alguno sobre los hombros.
– ¿Tan predecible soy?
Alargó la mano y enroscó un mechón de pelo en un dedo.
– Eres muchas cosas, pero entre ellas no figura que seas predecible.
Sostuvo su mirada durante un prolongado instante, luego le soltó el cabello y miró hacia el océano, tratando de asimilar los sentimientos amotinados que habían empezado a cruzar el límite más allá de lo sexual.
Al volver a mirarla, ella se inclinó para quitarse unas delicadas sandalias y Jack captó un tentador vistazo del escote del traje de baño que le había escogido.
Mallory alzó la cabeza y se encontró con su mirada.
– Eh, pon esos ojos de vuelta en tu cabeza. Solo he venido a nadar -se incorporó y arrojó las sandalias en la arena, junto a la manta.
– Es una pena. Yo que pensé que jugaríamos en el agua -metió las manos en los bolsillos traseros de los bermudas para evitar acercarla, desnudarla y vivir la fantasía que lo hostigaba. Solos los dos, con kilómetros de océano y sin ropa a la vista.
Ella rio.
En ese momento, la entrepierna de Jack no pensó que fuera gracioso.
– ¿Lo has hecho alguna vez? -preguntó.
– ¿Qué?
– ¿Jugar en el agua?
Mallory no podía creer que mantuvieran esa conversación. No a centímetros de distancia, con los pechos prietos detrás de la tela impermeable, tentándolo con secretos ocultos que aún debía revelar.
– De acuerdo -continuó ella. -Romperé el hielo. Yo he jugado en el agua -juntó las manos a la espalda, se apoyó sobre los talones y sonrió.
Jack enarcó las cejas, sorprendido. Mallory era especialista en pillarlo desprevenido. Cerró los ojos a las imágenes carnales que ella provocaba adrede.
– Deja que lo adivine. En la piscina infantil en el campamento de verano.
Mallory rio, y el sonido rompió sobre ellos como olas sobre la playa nocturna.
– No. En el último año del instituto. Durante el baile de promoción. Mi último hurra.
Recordó su única aventura desnuda en el agua… igual que esa noche, había sido un desafío. Había aprovechado ese último fragmento de espontaneidad y libertad antes de amoldarse a su vida corriente y bien planificada.
– ¿Te gustó?
– No tanto como había imaginado. Digamos que fue una experiencia.
Jack movió la cabeza, una combinación de perplejidad y diversión en la expresión.
– Si anoche no te hubiera visto en acción, jamás creería que tenías ese espíritu.
– Hay muchas cosas que no sabes de mí -de hecho, la sorprendía todo lo que le había revelado.
Ni siquiera Julia conocía que aquella noche había perdido sus inhibiciones de chica buena. Pero empezaba a descubrir que Jack era un hombre con quien resultaba muy fácil abrirse, y disfrutaba de la intimidad creada al revelar sus secretos bajo el cielo nocturno.
– Menos mal que soy un estudiante aplicado -la miró con intensidad. -Quiero aprenderlo todo de ti -le alargó la mano. -Demos un paseo.
Ella aceptó el gesto. Cálidos y ansiosos, los dedos de él se cerraron en torno a los de ella y la llevaron hacia la marea. El agua fría le mojó los pies en contraste erótico con el calor que tenía dentro.
– No has respondido a lo de jugar en el agua -le recordó. -Yo lo he hecho. ¿Y tú? -lo miró por el rabillo del ojo,
– ¿Me respetarías por la mañana si te dijera que no? -inclinó la cabeza.
¿Jack Latham abochornado? La confesión le hizo aletear el corazón. El intercambio de secretos se había convertido en algo mutuo. El cuerpo le hormigueó al anticipar la intimidad que alcanzarían, de modo que no se burló de su comentario.
– Respeto la verdad. ¿Por qué no iba a respetarte? ¿Cómo es que te lo perdiste?
– No tuve la oportunidad -se encogió de hombros. -Crecimos en la ciudad. Me he mojado con muchas bocas de incendio, pero nunca en la playa.
– ¿Nunca has salido de la ciudad? ¿Ni de vacaciones ni nada por el estilo?
– No hacíamos vacaciones de familia.
Mallory experimentó un nudo en el pecho ante la insatisfacción implícita en su infancia.
– Nosotros tampoco -reconoció en voz baja -en los ojos de él captó el brillo de un espíritu afín que comprendía. -Siempre se está a tiempo -adrede le quitó importancia al tema. Le bastaba con saber que le había dado municiones para un momento más oportuno. Otra noche, otra invitación.
Jack se detuvo y la acercó.
– ¿Qué te parece ahora?
Ella movió la cabeza. Le gustaba el lado perversamente juguetón de Jack esa noche.
– ¿Qué te parece si no? Me gustaría vadear antes de zambullirme, ya sabes, probar las aguas.
Los intensos ojos de Jack parecieron oscurecerse más.
– ¿Por qué me da la impresión de que me pones a prueba?
– Porque es evidente que nos parecemos. Ninguno de los dos puede resistir un desafío.
Con las manos la aferró de las caderas y la pegó a su cuerpo duro. La inmovilizó y dejó que sintiera la presión de su erección, dura e implacable contra el estómago de Mallory. Se preparó para resistir las oleadas de añoranza, pero fueron más poderosas e insistentes que el agua que rompía a sus pies.
– ¿El único motivo de que estés aquí es un desafío? -quiso saber él.
Acalló una respuesta brusca. El desafío quizá le brindara la excusa de aceptar la invitación, pero se había presentado por muchos más motivos.
Lo miró.
– He venido porque me has invitado.
– Es verdad -detrás del destello burlón de sus ojos, había una emoción más profunda.
Mallory no supo qué la dominó, pero se adelantó e inhaló la fragancia salada y a hombre antes de apoyar los labios en un hoyuelo y luego en el otro, deteniéndose únicamente para pasar la lengua por el fascinante hueco en la piel áspera por la barba de un día.
La reacción de Jack fue un gemido masculino, que reverberó en ella y detonó un estallido de excitación.
– ¿Te haces una idea de lo mucho que me enciendes? -adelantó las caderas en un movimiento instintivo.
Estaba duro, era masculino y lo sentía perfecto. Contuvo el aliento.
– Puedo sentirlo.
Jack la rodeó con las manos hasta apoyarlas con firmeza en el trasero de ella. Mallory descubrió que se pegaba a él en busca de un contacto más profundo.
– Relájate.
El aliento cálido de Jack le rozó la oreja. Le causó un hormigueo en la piel y consiguió contraerle los pezones, que sobresalieron por debajo de La tela del bañador.
La mantuvo pegada a él, acariciándole con suavidad el trasero, hasta que el tronco inferior de ella, tenso, hizo lo que Jack pedía. Se relajó y buscó encajar con comodidad en su erección.
– Mucho mejor.
Mallory movió las caderas seductoramente. Con cada movimiento, la sacudía una oleada de deseo atormentador. Y con cada arranque renacía la ridícula esperanza de que, igual que ella misma, él estaba allí por algo más que un desafío.
Tenía que ser la luz de la luna, mágica y mística, la que la impulsaba a considerar semejantes necedades. Eran abogados que trabajaban en el mismo bufete, tenían en común que ambos eran competitivos y buscaban siempre la victoria, pero no los esperaba ningún futuro posible, sin importar lo ardiente que fuera su química.
No podía negar que con la invitación de Jack habían alcanzado el punto de no retorno. No le quedaba más elección que creer en la integridad de él y que no la presionaría profesionalmente. Ya no había marcha atrás.
No en medio de ese juego acalorado. Con precisión deliberada, imitó los movimientos de él, apoyó las manos en el trasero de Jack y lo pegó con más firmeza e intimidad contra ella. El profundo gemido de satisfacción que él emitió le provocó un hilillo de deseo húmedo entre las piernas. El duro torso masculino le rozaba los pechos palpitantes, haciendo que sintiera que el alivio se hallaba cerca y lejos al mismo tiempo.
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