Jack no sabía cuánto tiempo podría mecerse contra el cuerpo de Mallory sin alcanzar la liberación ante la creciente necesidad que se iba acumulando en él.
Su intención había sido atormentarla y llevarla más lejos de lo que lo había conseguido ella la noche anterior, pero Mallory había logrado invertir las tornas y torturarlo. El inminente alivio crecía con velocidad furiosa dentro de él. No tenía intención de abochornar a ninguno de los dos; lo único que quería era llevarla hasta el precipicio y ofrecerle una noche para recordar.
Sin hablar, la alzó en brazos y comenzó a andar lentamente hacia el mar.
– ¿Qué haces? -gritó Mallory y le rodeó el cuello con firmeza.
– Enfriarnos -se detuvo cuando el agua le llegó a las rodillas, y cuando la siguiente ola se dirigió hacia la playa, se sumergió con ella en brazos.
El torrente de agua fría debería haberlo devuelto a la normalidad, pero no con Mallory a su lado y el calor que había entre ambos.
Mallory reía mientras la llevaba a la gran toalla que tenía extendida sobre la arena. La puso de pie y le alcanzó una toalla más pequeña con la que poder secarse antes de acomodarse a su lado.
– ¿Ha ayudado? -preguntó mientras se secaba pelo y brazos.
El cuerpo de él aún palpitaba con necesidad no saciada, y observar los movimientos de ella bajo el traje de baño estilizado y mojado le renovó el deseo.
– Nada -se sentó en la toalla.
– Lo imaginaba -sin advertencia previa, le pasó una pierna por encima, juntó los pies en su cintura y se sentó en su regazo.
– ¿Intentas matarme? -gimió.
– Solo intento otra alternativa para solucionar tu problema -se movió hasta que la carne dura estuvo contra su calor húmedo, casi inexistentes las barreras de los bañadores. -He oído que los franceses lo llaman «pequeña muerte» -un brillo seductor centelleó en sus ojos azules.
Él echó la cabeza hacia atrás y buscó recuperar el control mirando el cielo estrellado. Luego le acarició el cuello y el pecho con la lengua, y junto con la piel suave probó agua salada. Logró colocarla sobre la toalla y sentarse encima. Creía haber obtenido el control de la situación, pero esa idea se esfumó en cuanto ella abrió las piernas y dejó que sus muslos le acunaran la erección en un capullo de calor húmedo.
«Acceso completo sin penetración», pensó Jack, y supo que estaba perdido. Movió bruscamente las caderas, Mallory gimió en voz alta, pero de pronto el sonido de voces y de risas irrumpió en su cerebro obnubilado por la pasión.
Se obligó a concentrarse. -Ya no estamos solos.
– Quizá sea lo mejor -pestañeó varias veces.
Tenía razón, pero no le gustaba oírlo, menos de labios de ella. Por lo general, era él quien se retiraba y no le agradaba experimentar lo opuesto. Y menos con una mujer como Mallory.
Pasó la pierna por encima y rodó lejos de ella. Mallory alzó una mano para cubrirse los ojos y la frente, pero no dijo nada más. Su respiración era tan dificultosa y dura como la de él.
Mucho después de que las risas se hubieran perdido en la larga extensión de playa, yacieron lado a lado en silencio. Un silencio sorprendentemente cómodo para dos personas aún tensas por la excitación, atrapadas en una situación delicada y potencialmente comprometedora.
Alargó el brazo hacia la mano de ella y Mallory cerró los dedos en torno a los suyos. Con el rugido del océano como música de fondo, Jack comprendió que había alcanzado su objetivo. Le había emitido una invitación y demostrado que se sentía tan atraía y afectada por él como a la inversa.
Solos, sin reglas ni interrupciones, no eran capaces de mantener las manos alejadas del otro.
Incluso habían empezado a intercambiar recuerdos… algo completamente ajeno a él pero muy placentero.
Pero el marcador estaba empatado. No tenía excusa para volver a desafiarla y la decepción que esto le causó fue poderosa, perdurable y más allá de cualquier cosa que conocía.
CAPITULO 08
Jack seguía tenso después de dejar a Mallory. La ducha fría no había mitigado su excitación y dormir era imposible. Solo podía pensar en ella. Que hubieran acordado separarse antes de que las cosas fueran más lejos no significaba que eso tuviera que gustarle. Apartó las sábanas y se levantó de la cama.
Inquieto y frustrado, llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era ponerse a trabajar. Estar en el bar y charlar un rato con el barman podía ofrecerle algunos ángulos desconocidos de la personalidad de Paul Lederman. Se puso unos vaqueros, una vieja sudadera de la Universidad de Michigan y bajó.
Miró el reloj y quedó sorprendido de lo tarde que era. Al entrar en la sala, se dio cuenta de que no había sido el único al que le costaba dormir.
Su asociada había tenido la misma idea que él, solo que Mallory había seducido al barman de un modo que él jamás podría.
Cerró los puños al observarla, con unos vaqueros ceñidos, inclinarse sobre la mesa de billar para que el barman, un rubio de aspecto surfista, pudiera pegársele por atrás y corregirle el modo de agarrar el taco.
Mallory se echó el pelo para atrás y rió por algo que el otro le susurró al oído. Las entrañas de Jack se atenazaron por los celos, una emoción desconocida cuando se trataba de mujeres. No sabía qué los motivaba. Quizá que fuera una fruta prohibida, ya que su encuentro solo podía realizarse en secreto. Quizá fuera la excitación de la persecución, el desafío que representaba. No podía aparta ría. Aún no. Era hora de aceptar el reto.
Se dirigió hacia la luz que rodeaba la mesa de billar.
– ¿Os importa si me uno al juego?
Al oír su voz, Mallory gimió mientras el barman giraba la cabeza para reconocer la intrusión.
– El bar está cerrado -indicó.
Jack apoyó un codo en el borde de madera de la mesa y señaló a Mallory con la cabeza.
– A mí me parece que ella es una clienta.
Mallory entrecerró los ojos y le lanzó una mirada mordaz.
– Es una invitada. Puede volver mañana por la noche. Las copas correrán por cuenta de la casa -el barman se concentró otra vez en ella. Cerró las manos en la piel de la cintura, allí donde la blusa se había levantado.
Una ira que Jack no había experimentado en siglos emergió a la superficie junto con otro recuerdo… el de llegar con quince años a casa temprano de la escuela, para encontrar a un desconocido y a su madre saliendo del dormitorio que compartía con su padre, con las manos del desconocido en la cintura de ella mientras la ayudaba a cerrarse los pantalones.
Pero a diferencia de su madre, Mallory no emitía risitas bajas y se pegaba más al hombre. Se puso rígida y se habría apartado de no haber tenido la mesa de billar delante y los fuertes brazos del barman inmovilizándola. Fuera lo que fuere lo que hubiera interpretado antes, la representación se había terminado.
– No parece que quiera ser esa clase de invitada -soltó Jack a través de dientes apretados.
– Ella puede hablar por sí misma.
Mallory giró la cabeza hacia el barman y agitó las pestañas de un modo que Jack no le había visto nunca.
– Parece que mi amigo no sabe cuándo una dama juega a ser difícil, Jimmy -musitó con voz ronca. Pero con gesto indiferente le apartó la mano de la cintura.
– ¿Conoces a este tipo? -lo señaló con el dedo pulgar.
– Trabajamos juntos -Mallory soltó un suspiro de sufrimiento y se apartó un paso de Jimmy, el joven barman. Fingió tropezar, y antes de que ninguno de los dos pudiera socorrerla, se agarró a la mesa.
– Creo que ya has tenido suficiente -Jack sabía que no estaba borracha, que solo trataba de mantener al barman desconcertado e intrigado. Pero se adelantó y la tomó por el codo antes de que la competencia pudiera llegar primero.
– ¡No cree que la dama puede decidir cuándo ha tenido suficiente? -habló el barman.
Mallory le dedicó una sonrisa dulce.
– Un hombre que respeta la independencia de una dama. Eso me gusta.
– ¿Has olvidado nuestra reunión de primera hora? -preguntó Jack. -¿Con el señor Lederman? -introdujo el nombre del jefe de Jimmy y obtuvo la reacción que esperaba.
– ¿Trabajan con Lederman? -Jimmy se puso rígido.
Mallory apretó la mandíbula, descontenta por la invasión que había hecho Jack de su territorio.
– Está pensando en contratar a mi bufete. Pensé que lo había mencionado.
– ¿Antes o después de sonsacarme información?
Ella se encogió de hombros con gesto dulce.
– Soy una observadora por naturaleza. No me lo vas a echar en cara, ¿verdad? Te diré una cosa, ¿por qué no volvemos a quedar cuando él no esté cerca? -le dio un ligero codazo a Jack en el costado.
Antes de que él pudiera hablar, el barman negó con la cabeza.
– El jefe me cortará la cabeza por mezclarme con los clientes -musitó. -No es que él no sepa apreciar tus encantos, pero necesito este trabajo.
– Sabia elección -Jack tomó nota mental de la referencia al gusto de Lederman por las mujeres.
– Es cosa suya, amigo -Jimmy frunció el ceño.
– No soy de nadie -espetó Mallory. -Y menos de él.
– No sabe lo que dice, ¿verdad, cariño? -Jack sonrió.
El barman maldijo en voz baja y regresó a la barra a terminar de recoger. Jack se volvió hacia su colega.
– Es hora de llevarte arriba -sin esperar respuesta, la tomó en brazos y se la acomodó al hombro. -Nos vemos -se despidió del barman, quien aún maldecía y lamentaba su orgullo herido.
Mallory golpeó inútilmente la espalda de Jack hasta que el último golpe impactó en un riñón. Él gruñó.
– Quizá podamos comparar notas -logró decir.
– Bájame -le gritó ella.
Jack enfiló con velocidad hacia los ascensores. No tenía ganas de montar una escenita en el vestíbulo.
Una vez dentro del ascensor privado, puso a Mallory sobre sus pies.
– Justo a tiempo -se bajó la falda y lo miró con ojos centelleantes.
– Lo sé -justo antes de soltarla había sentido las suaves manos de ella deslizarse por la cintura de los vaqueros en busca de los calzoncillos. Soltó una carcajada. -¿Un hermano mayor te enseñó el truco?
– Soy hija única. Y estuviste a esto de convertirte en una soprano -juntó los dedos pulgar e índice.
– Tendría que llevar ropa interior para que esa arma funcione.
Ella enarcó las cejas en gesto de sorpresa y los ojos azules se nublaron ante la posibilidad de que dijera la verdad.
El sonrió cuando ella se acercó.
– Demuéstralo.
– ¿Qué?
Los dedos de ella fueron al botón de los vaqueros mientras él contenía el aliento.
– Has dicho que no llevas ropa interior. Quiero que lo demuestres.
Su entrepierna, libre de limitaciones a excepción de la dura loneta, quería hacer justo eso, pero le aferró las muñecas y la miró a los ojos.
– ¿Cómo mantuviste las manos del surfista lejos de ti? -preguntó.
Ella ladeó la cabeza.
– ¿Estás celoso? Reconozco que tiene un gran cuerpo y un bronceado estupendo, pero…
Eso fue el límite. La silenció con un beso. Comenzó lento, pero no tardó en descontrolarse. Las lenguas se unieron, los gemidos, los suspiros sentidos… no supo reconocer la diferencia entre los de ella y los suyos. Como un moribundo en un oasis, bebió de Mallory, tomando todo lo que ofrecía, lo que tenía que dar. Y le entregó lo mismo, hasta que se separaron para respirar.
– Estabas celoso -musitó ella aturdida.
– Ni lo sueñes, encanto -respiró hondo. Pero el martilleo de su corazón le decía que mentía. Dio un paso atrás y la contempló. -Y bien, ¿cómo hiciste que el barman hablara y no tocara? -buscó una conversación inocua que le permitiera recuperar el equilibrio.
– Me senté junto a una maceta enorme en un rincón, pedí copas, las alargaba mientras inflaba su ego y las tiraba en la maceta cuando se iba a servir a otros clientes.
– Eres un personaje -sonrió.
– ¿Por qué no se han abierto aún las puertas? -ella desvió la vista.
Jack miró alrededor por primera vez y comprendió que ninguno le había dado al botón de su planta.
Apretó el del quinto piso, Comenzaron a subir.
– Elemental -las puertas se abrieron y la escoltó fuera del ascensor con la mano apoyada en su cintura. -Dame la llave. Te ayudaré a abrir la puerta.
La expresión de ella se tornó cauta.
– Los amigos ayudan a los amigos, ¿de acuerdo? -metió la mano en el bolsillo.
– Quedemos para desayunar y analicemos lo que descubriste sobre Lederman. Dejó un mensaje anunciando que regresaría pasado mañana y me gustaría estar preparado -aunque lo frustraba el continuo retraso, una parte de él agradecía el tiempo a solas con Mallory que la ausencia de Lederman le proporcionaba.
– ¿Podemos hacer que sea el almuerzo? Estoy agotada -apoyó la tarjeta en la palma de la mano de él.
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